"En Irak no había armas de destrucción masiva. Yo lo sé...ahora", reza el titular de primera página de El País del viernes último. Así de simple, cuatro años después de iniciada una de las más cruentas guerras, y dos años más tarde de que los Estados Unidos reconocieran oficialmente no encontrar evidencias algunas de tales artefactos, José María Aznar por fin se da por enterado de que el pretexto mayor para la invasión que apoyó, con codos y manos, era ficción.
El diario cita otras frases de Aznar en respuesta a una joven estudiante durante una conferencia en Pozuelo de Alarcón sobre el libro Camino a la Democracia: "Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo, y yo también lo sé...ahora. Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes".
Movería a risa un lenguaje tan cantinflesco de no ser por la cientos de miles de muertos civiles y militares que ha dejado la guerra, las decenas de miles de heridos y mutilados, la destrucción de El país de las mil y una noche, de sus riquezas y el sufrimiento de un pueblo que hoy ve desgarrarse su piel por las simplezas de señores como Aznar.
Y sigue: "pero es que cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía. Todo el mundo creía que las había ¿sabes?...."
Menuda conclusión de alguien que era presidente de España cuando se preparó la guerra petrolera, cuando Bush desoyó a los 60 inspectores de la ONU que durante meses escudriñaron a Iraq en busca de las pretendidas armas de destrucción masiva como cuando se intenta encontrar una aguja en un pajar.
Poco antes de iniciar la invasión, Hans Blix, jefe de la Comisión de Control,
Verificación e Inspección de la ONU (UNMOVIC), había declarado que en los tres últimos meses habían reaflizado 400 inspecciones en tierra iraquí sin hallar armas algunas de destrucción masiva. Y había que ver el sofisticado equipamiento utilizado por el cuerpo de inspectores que incluyó aviones no tripulados, artefacto portátil para detectar patógenos biológicos, radares y otros.
Millones de personas en el mundo, incluido el 90 por ciento de los españoles, se opusieron a la guerra, informes de agencias de inteligencia contradecían las aseveraciones del gobierno norteamericano, y por si fuera poco, hubo incluso mandatarios que también creyeron, o Estados Unidos les hizo creer en un principio, que había armas y, sin embargo, con sentido común se opusieron a la conflagración.
Pero Aznar no, al contrario, se encargó fervientemente de atizar y defender la tesis de Bush y su acolito Tony Blair, a la cual se añadía otro ingrediente para ayudara a preparar el terreno mediático y manipular las emociones de los electores en busca del apoyo al golpe final: el sello terrorista que le imprimieron al gobierno iraquíy la satanización de Saddam Hussein.
Siguiendo su lógica quizás mañana en otras de sus conferencias diga que tampoco pudo predecir la espantosa masacre que desató con su ayuda contra un pueblo que primero EE.UU armó porque les convenía cuando estaba en guerra con Irán, luego aniquilaron cuando el conflicto del Golfo, después desarmaron bajo la promesa de no invadirlo, para terminar castigándolo impunemente con las más sofisticadas tecnología militar.
Menuda molestia tiene ahora el ex presidente español por "no haber sido tan listo de haberlo sabido antes". Pero las víctimas las pusieron Iraq y las familias de los soldados norteamericanos, ingleses, latinos y de otras latitudes que en el nombre de la supuesta existencia de armas de destrucción masiva fueron enviados (y todavía son enviados) al inaudito festín de metralla, muerte y terror.
Y todo por el petróleo. No olvide, o mejor, no mienta sobre lo que usted bien sabía, señor Aznar.
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