La política agresiva de la Casa Blanca pone en tensión las capacidades de las fuerzas armadas de Estados Unidos, cuyas potencialidades para afrontar las llamadas guerras preventivas se ven en entredicho por un informe del Congreso.
Reportes de prensa se hacen eco de las conclusiones de una investigación encabezada por el general Peter Pace, nada menos que el jefe del Estado Mayor Conjunto, y el militar estadounidense de mayor jerarquía, lo que le confiere gran trascendencia y gravedad al reporte.
Según su evaluación, en un año las capacidades del ejército norteamericano han disminuido para enfrentar una crisis militar, que es la denominación conferida a una nueva aventura bélica.
Las guerras y ocupación de Afganistán e Iraq han llevado a límites al Pentágono, sobre todo en momentos en que la insurgencia en ambos países, lejos de ser controlada, manifiesta mayor actividad, con el incremento de las bajas norteñas.
Sin un final a mano para las aventuras en las dos naciones y cuando Estados Unidos da señales de preparar un golpe contra Irán, el informe viene a confirmar las contradicciones que se van ahondando entre el grupo que detenta el poder político en Washington y la cúpula militar encargada de materializar en el teatro de operaciones la política irresponsable de la actual Administración.
Ante el descrédito de su aventura iraquí, el presidente George W. Bush decidió vender al público una nueva estrategia para pacificar al país árabe, que en la práctica no va más allá que multiplicar sus tropas allí, cuando el Departamento de Defensa encuentra dificultades para cumplir sus cuotas de reclutamiento, e incluso para relevar las unidades destacadas en operaciones.
Las bajas siguen aumentando, como también crece el número de helicópteros derribados, en una confirmación de que los rebeldes iraquíes elevan su capacidad y efectividad combativa. El Pentágono se vio obligado a extender el período de servicio de las tropas desplegadas en territorio iraquí e incluso decretó el reenganche de numerosos soldados que ya habían cumplido su tiempo de servicio.
Al propio tiempo, echó mano a la Guardia Nacional de diversos estados de la Unión, incluido aquellos afectados por el huracán Katrina, que precisaban de la asistencia de esas unidades por aquellos nefastos días.
Las perdidas en equipos y armas, desde transportes y blindados, no pocos destruidos por minas artesanales, también disminuyen la capacidad operacional del ejército, que ha adolecido de chalecos antibalas.
Con su llamada nueva estrategia para Iraq, el presidente Bush decidió el envió de otros 21 500 efectivos, con lo cual confirma que la situación allí lejos de estar controlada, demanda de mayores esfuerzos bélicos y recursos.
Salvando las diferencias, otro tanto está ocurriendo en Afganistán, donde los llamados de Londres y Washington en el seno de la OTAN han tenido poco eco para reforzar el contingente de ocupación.
Entretanto, soplan vientos de guerra contra Irán, que si bien puede conducir a un golpe quirúrgico contra instalaciones nucleares y militares, sus consecuencias serían catastróficas en un área volátil, y donde se concentra gran parte de los suministros petroleros mundiales.
Un ataque a Irán desencadenaría la repulsa de millones de chiitas iraquíes, libaneses y de otras naciones de la región, lo cual entrañaría nuevas misiones para las fuerzas armadas de Estados Unidos, que quizás no están en condiciones de asumir.
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