No sólo en Uruguay las plantas de celulosa se convierten en tema de debate y movilizaciones. En Brasil, la instalación de estas fábricas ya acarrean consecuencias.
Como todos saben, los koalas son animalitos muy simpáticos, originarios de Australia. Se alimentan exclusivamente de hojas de eucaliptos y los bosques de esos árboles conforman su hábitat natural. En Brasil no hay koalas; sin embargo, está lleno de eucaliptos. Su crecimiento rápido, como el del pino y la acacia, lo hacen favorito de las empresas productoras de pulpa para fabricación de papel instaladas en el país. Además de la contaminación del agua y del aire por las papeleras, el impacto del plantío de eucaliptos es considerable. Para sembrarlos fue necesario sustraer terrenos a la producción de alimentos y acabar con lo que quedaba de los bosques nativos, como los de araucarias, provocando desequilibrios en la fauna local. Este cultivo desgasta el suelo y cada árbol consume hasta 200 litros de agua por día. Por ese motivo estas plantaciones son llamadas “desiertos verdes”.
Brasil se ha convertido en uno de los países más “favorecidos” por la instalación de empresas productoras de pulpa blanqueada, insumo básico para la producción de papel. El mercado de esa pulpa está hoy completamente globalizado y uno de los principales compradores es China, que tiende a convertirse en gran productor mundial de papel. La opción por Brasil, o Uruguay –como es el caso de la escandinava Botnia- tiene que ver con la falta o incumplimiento de legislación de protección al ecosistema. En los países del llamado Primer Mundo, la ley vigente impide el corte de árboles antes de 10 a 30 años y obliga a la reforestación de las especies originales. En tanto el eucalipto está apto para ser talado a los siete años aprovechando la pulpa de su madera. Esto es tan así que no se habla de tala, sino de “cosecha” de eucalipto. El tratamiento de otras especies, como la acacia y el pinus, es semejante. Si se suma a esta ventaja el bajo precio del trabajo humano en países como Brasil, puede comprenderse la búsqueda de terrenos para plantaciones de eucalipto, que aumentó el valor de la tierra, lo que resulta de interés para los grandes propietarios, una vez que convierte su patrimonio en objeto de especulación en un mercado más fluido. Pero la consecuencia más nefasta es la sustracción de tierras para producción de alimentos y la tendencia a una hiperconcentración de la propiedad de la tierra para instalación del gran agronegocio dedicado a la exportación. En Río Grande do Sul, estado tradicionalmente productor de alimentos, esa tendencia llevó al escándalo de la importación de alimentos para consumo local.
Hay en Brasil 1,5 millón de hectáreas plantadas con eucaliptos. Sólo la multinacional Aracruz posee 250 mil hectáreas plantadas en todo el país, de las cuales 50 mil están en el estado de Río Grande do Sul, y produce 2,4 millones de toneladas de celulosa blanqueada por año.
Programa construir una nueva planta de procesamiento de celulosa capaz de producir 1 millón de toneladas anuales más. En los últimos 3 años, la empresa recibió casi 2 billones de reales de los cofres públicos en concepto de ayuda (es la empresa agrícola que más dinero recibió del gobierno brasileño en términos absolutos). La multinacional, sin embargo, emplea un trabajador por cada 185 hectáreas plantadas, mientras la pequeña propiedad genera un empleo por hectárea. Además de la Aracruz, en el mismo estado hay otras dos grandes empresas productoras de celulosa: la también multinacional Stora Enso y la Votorantim. En el estado de Río Grande do Sul hay 200 mil hectáreas de eucalipto en total.
Se acusa a la misma Aracruz Celulosa de invadir tierras indígenas de los Tupiniquim y los Guaraníes, que aguardan la demarcación de sus tierras, de “poseiros” (campesinos sin títulos registrados de propiedad pero arraigados en sus tierras por varias generaciones) y de “quilombolas” (descendientes de esclavos que huyeron de sus señores y se instalaron en tierras vírgenes, donde fundaron poblados, hace más de 100 años). En el estado de Espíritu Santo, por ejemplo, en territorio de comunidades indígenas, las familias fueron desalojadas violentamente por la Policía Federal, que usó para la expulsión máquinas de la empresa.
La política de esta multinacional en todos esos frentes conflictivos con la población es la de obtener fallos judiciales favorables; al contrario de la empresa Votorantim que prefiere negociar directamente con los movimientos sociales. El motivo de esa opción es que, a diferencia de la Votorantim, que opera sólo en territorio brasileño, Aracruz es permanentemente cuestionada por organizaciones no gubernamentales de todo el mundo, con riesgo de tener que responder frente a tribunales internacionales.
En la madrugada del 8 de marzo, y en el marco de la II Conferencia Mundial sobre Reforma Agraria y Desarrollo Rural (organizada por la FAO), 2000 mujeres militantes de la Vía Campesina ocuparon por 40 minutos la estancia Barba Negra, que la multinacional Aracruz Celulosa tiene en Barra do Ribeiro, a pocos kilómetros de Porto Alegre, en el estado de Río Grande do Sul, Brasil. La acción tenía como objetivo denunciar el avance del “desierto verde”, resultante del monocultivo de eucaliptos. En esa estancia, la Aracruz tiene un laboratorio de clonación de mudas de eucalipto. Alrededor de 2000 de esas mudas fueron inutilizadas por las militantes de Vía Campesina.
João Pedro Stédile, coordinador del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, el conocido MST, está siendo amenazado con un proceso judicial por el fiscal general de Río Grande do Sul, Roberto Bandeira Pereira, a pedido de la Unión Democrática Ruralista (UDR), que agrupa a los grandes propietarios rurales. El “delito” de Stédile fue haber elogiado públicamente la acción de las mujeres campesinas. El MST viene insistiendo que su lucha no es sólo para obtener tierras para los campesinos pobres del Brasil, sino para proteger los bienes naturales para todos, priorizar la producción de alimentos y el desarrollo social.
Al levantar esas banderas, las mujeres campesinas no actúan en nombre de sus intereses propios, sino en defensa de la vida humana y de la naturaleza y contra aquellos que ponen la ciencia al servicio de la barbarie capitalista, que extiende sus “desiertos verdes” por el globo. Así, ni los koalas están a salvo. Lo que ellas quieren es poner a salvo todo lo demás.
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