Poco tiempo después de proclamarse la Independencia de las Trece Colonias (cuatro de julio de 1776), resultaron evidentes las poderosas intensiones expansionistas de la naciente república del norte.
Tal intención tuvo su manifestación más concreta en 1778 cuando John Adams, importante figura de la guerra de independencia y segundo presidente norteamericano, planteó la necesidad de expandirse como justificación para fortalecerse.
Comenzaría así la doctrina del “derecho natural” que serviría para justificar el expansionismo contenido en el Destino Manifiesto, mediante el cual los Estados Unidos estaban llamados a dominar todo el norte del continente americano e, incluso, buena parte de la zona sur.
Así, desde finales de la década del siglo XVIII y buena parte del XIX, el territorio continental fue objeto de procesos de anexión tras vencer la resistencia aborigen y de territorios más débiles, como México.
La privilegiada posición de Cuba en el área caribeña y su poderosa industria azucarera, renglón de estimable valor después del desplazamiento de Haití del mercado mundial del producto tras la revolución acaecida en aquel país, serían motivos más que suficientes para mantener centrada en la Isla una permanente atención.
Apenas constituido Estados Unidos, Benjamín Franklin muy pronto expuso la conveniencia de apoderarse de las Islas de Azúcar, entre ellas Cuba en primer lugar.
En 1783 Adams se referiría a las islas del Caribe como apéndices naturales del continente norteamericano, y añadía: “(…) es casi imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión”.
Pero la historia apenas estaba comenzando. Con el decursar del tiempo la seguridad y los intereses nacionales, reiteradamente serían pretextos recurridos por los dirigentes de Estados Unidos dentro de su proyección geopolítica hacia el continente.
(Continuará…)
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