Hace 53 años, el líder de la Revolución Fidel Castro denunció, el 1º de junio de 1964, el probable empleo por los yanquis de la guerra bacteriológica contra nuestro pueblo y alertó a la opinión pública mundial de esos hechos, que el gobierno estadounidense negó hipócritamente mientras sus servicios especiales incrementaban esas acciones que, en años posteriores, le costarían la vida a muchos cubanos, incluyendo pérdidas millonarias en la economía de la isla.
Esa campaña se inició en el verano de 1962, cuando el químico de la CIA, Sidney Gottlieb, se dedicó a contaminar un traje de buceo que supuestamente sería utilizado por Fidel.
El equipo fue cuidadosamente infectado en las partes que entrarían en contacto con las vías respiratorias y la piel con la bacteria de la tuberculosis y con el hongo llamado “pie maduro” que provoca la muerte bajo una necropsia que va descomponiendo en vida los tejidos de la víctima hasta hacerla fallecer bajo una horrible agonía.
Para el plan la CIA pretendió utilizar la hospitalidad de Fidel con James Donovan, un abogado que negociaba con él la liberación de los mercenarios de Playa Girón, pero, según versiones, el norteamericano se negó o buscó un pretexto para no entregarle a su anfitrión el mortal regalo.
Quizás Donovan fue movido por principios éticos, lo cual sería comprensible porque es difícil encontrar un ejemplo igual de perfidia en la actuación de un gobierno en sus relaciones internacionales en tiempo de paz.
También en aquellos años, la CIA estadounidense puso a punto otro plan consistente en regar una droga en un estudio de la televisión donde comparecería el Comandante en Jefe, para provocarle la desorganización de su conducta ante el público, e inclusive en otros intentos perseguían aplicarle una sustancia para hacerle perder su tradicional barba.
Tampoco faltaron los intentos por hacerle llegar tabacos contaminados con una mortal bacteria y envenenarlo con unas pastillas de cianuro expresamente concebidas para no dejar rastros.
Después de la derrota de Playa Girón, Estados Unidos trataba de obtener la revancha, desestabilizar la Isla y crear las condiciones para invadirla directamente bajo el llamado “Plan Mangosta” que se hizo público años después y que precisaba como una de las misiones la de “destruir las cosechas con armas biológicas o químicas, y cambiar el régimen antes de las próximas elecciones congresionales en noviembre de 1962”.
Poco después de enunciado este plan, a la agricultura cubana se le contaminó con el virus patógeno New castle, que eliminó en Cuba casi toda la población avícola.
Prácticamente todos los sembrados y la totalidad de la producción ganadera y avícola fueron objeto de plagas y enfermedades preparadas en los laboratorios de la CIA y en los años sucesivos la población cubana fue afectada principalmente por inesperados brotes conjuntivitis hemorrágica, disentería y el dengue serotipo 02, que provocó 158 muertos, incluyendo 101 niños, en la década de 1980, siendo este el peor daño humano infligido al pueblo cubano por el terrorismo biológico estadounidense.
Estas agresiones prosiguieron incluso después de la desaparición de la URSS y del campo socialista en la década de 1990, cuando los servicios especiales estadounidenses y la derecha cubano-americana consideraron que había llegado el momento de provocar el hambre y la desesperación en la difícil situación económica que afrontaba el país.
Aspectos importantes de la guerra bacteriológica de Estados Unidos contra Cuba, la más larga de la Historia, salieron a la luz al desclasificarse los resultados de la Comisión del Senado que investigó las acciones ilegales de la CIA en 1975 y otros documentos oficiales y por declaraciones públicas de participantes, quienes le darían la razón histórica a las denuncias sobre estos hechos que inició el líder de la Revolución en el ya lejano 1964. (ACN)
Agencia Cubana de Noticias
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