El 9 de octubre se cumplirán 38 años de la muerte en combate del comandante Ernesto Che Guevara, en Valle Grande, en la zona oriente de Bolivia. Decimos en combate porque si bien fue herido en acción el día antes, fue tomado prisionero y asesinado a las pocas horas. Así tenía que ser.
El imperio lo había condenado a muerte desde que se adentró en la selva boliviana junto a un puñado de valientes para crear una base de operaciones que irradiara potencia revolucionaria liberadora hacia otros países del continente. Eran los tiempos de la lucha heroica de Vietnam. América Latina se agitaba con el ejemplo de la revolución cubana y en todos los países surgían movimientos liberadores. Entretanto, el campo socialista, encabezado por la Unión Soviética, equilibraba el poder bélico de Estados Unidos y ampliaba las posibilidades de lucha de los pueblos que en Asia y Africa combatían al colonialismo.
En la huella de los libertadores en las guerras de independencia latinoamericanas, el ejemplo del Che se agiganta con los años. Más en estos tiempos, en que se necesitan una segunda y una tercera independencia que nos liberen del imperialismo y al mismo tiempo abran cauces para terminar con la explotación, posibiliten construir sociedades que permitan la realización humana y en las que imperen la solidaridad y la conciencia colectiva.
Che Guevara es paradigma del hombre capaz de entregar la vida para mejorar la suerte de los demás, despojado de codicia y ansia de poder. Se unió a la lucha por la libertad y el socialismo en Cuba, en cuya construcción participó. Después, partió a luchar a Africa y, finalmente, orientó su destino hacia el corazón de América, sin olvidar la causa revolucionaria de Argentina.
Eternamente joven, porque representa las nuevas ideas y aspiraciones, el Che Guevara perdura en las conciencias en un lugar destacado. Un fenómeno que se explica no solamente por su vida aventurera, marcada por el heroísmo y la consecuencia. Ha habido muchos hombres valientes y consecuentes, pero el Che reunía otros elementos.
Su lucha tenía un contenido emancipador del más alto valor ético: la liberación de la explotación ligada al capitalismo como sistema social inhumano, marcado por el egoísmo, la muerte y la depredación. Recogía, por lo mismo, inmemoriales anhelos de la humanidad. Y ejemplificaba, asimismo, el poder y la decisión de la conciencia y la voluntad -hablaba del "hecho de conciencia"- como factor capaz de acelerar los procesos sociales, darles fortaleza e, incluso, crear condiciones revolucionarias donde todavía no habían madurado.
Confiaba profundamente en el hombre y en su capacidad de cambio. Y por lo mismo, no entendió la revolución como algo mecánico y dogmático, sino como una inmensa marea que compromete a millones de hombres y mujeres y hace que lo extraordinario pase a ser cotidiano: lo extraordinario de la alegría en el mundo gris y doloroso de los pobres; el entusiasmo que reemplaza a la apatía y la tristeza que provoca la explotación; el optimismo ante la posibilidad de construir un mundo en que impere la dignidad y el respeto por el otro, donde no existan excluidos y oprimidos, donde poco a poco se vayan borrando las huellas del capitalismo y en el cual la conciencia juegue un rol fundamental.
El Che no vivía en medio de ilusiones. Percibía con lucidez las dificultades, enormes, de la construcción del socialismo. Escribió: "La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Eso se hace sentir no solamente en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino por el carácter mismo de este período de transición, con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista: mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia".
El Che Guevara no fue un personaje sobrenatural. Fue capaz de verse a sí mismo con lucidez y de superar defectos y debilidades. Supo reconocer errores y exponer con claridad sus opiniones, sin temor a la polémica ni a las posiciones dogmáticas. Buscaba un socialismo creativo, liberador, lleno de movimiento y vivacidad.
Este aniversario de la muerte del Che se da en una situación diferente a la de años anteriores. Se profundiza en América Latina un proceso de cambio que va surgiendo por doquier con expresiones diversas, orientadas, sin embargo, a la lucha contra el neoliberalismo. Y también surge una revalorización de las ideas socialistas -en su contenido auténticamente emancipador y de solidaridad humana-.
Como expresión política del imperio -hoy bajo la égida de George W. Bush y los magnates de los consorcios transnacionales- el neoliberalismo comienza a enfrentar dificultades críticas. Deja de ser la receta que permitiría la prosperidad permanente poniendo fin a la historia y asegurando progreso y paz a la humanidad. Al descubierto queda su naturaleza agresiva, que no vacila en recurrir a la guerra como instrumento de dominación; su sentido excluyente, que condena a los pueblos del tercer mundo -y a otros más avanzados- a una posición subordinada que los reduce a la explotación y a ser objetos de lucro ilimitado. Hoy, 200 ó 300 hombres, los más ricos del mundo, tienen ingresos equivalentes a los de tres mil millones de personas. Más de mil millones viven con un dólar o menos al día. Los gastos militares equivalen al 50% del ingreso per cápita de toda la humanidad.
La polarización no se limita a Estados Unidos y los países más favorecido del norte, sino también dentro de ellos y entre ellos mismos se acentúan las contradicciones y la distancia entre pobres y ricos, como quedó de manifiesto con los pavorosos estragos causados por los huracanes Katrina y Rita entre los pobres, especiamente negros, latinos y ancianos, del sureste de Estados Unidos.
Mientras, el dominio mundial de los medios de comunicación moldea la mente de cientos de millones de personas e impide que vean las causas de la miseria que viven. Las enfermedades diezman a los pobres mientras que los ricos disfrutan de insultantes comodidades y toda clase de agrados. Sólo la inseguridad los iguala a todos.
Sin embargo, el mundo comienza a rebelarse. El movimiento alternativo que se opone al neoliberalismo consolida posiciones y aumenta su fuerza, basada especialmente en organizaciones sociales que tienen un rol dinamizador, a las que deberán sumarse los partidos populares. El socialismo comienza nuevamente a ser visualizado como un sistema deseable. En América Latina y otros continentes renace la esperanza.
En los países andinos, en Bolivia, la tierra donde cayó el Che, se abren posibilidades inéditas de cambio con la irrupción de los movimientos indígenas aliados con las tradicionales fuerzas populares. Hay atisbos en otros países, como Perú y Ecuador. Venezuela perfila su revolución bolivariana como un fenómeno nuevo de inmensas posibilidades, con innovadoras orientaciones socialistas. En Argentina y Brasil movimientos políticos con orientaciones de Izquierda se levantan contra el neoliberalismo. Tampoco Centroamérica, el Caribe y México están ajenos a estos desarrollos anticipadores de cambios de fondo.
Es la huella y herencia ideológica del Che Guevara y otros líderes revolucionarios. Surge de nuevo la aspiración a otra forma de convivencia social: tolerante, humana, que favorezca el desarrollo pleno de las potencialidades de sus miembros, solidaria con los más débiles y los más necesitados, pluralista en lo político. Un mundo que se ordene en función de los sufrimientos y necesidades de las grandes mayorías y que permita echar las bases para un progreso económico equitativo. Un mundo en que impere una nueva conciencia, una civilización radicalmente humana, con múltiples expresiones culturales y religiosas.
La consigna de Rosa Luxemburgo, "socialismo o barbarie", adquiere vigencia renovada, y a su posibilidad real aporta decisivamente el ejemplo del comandante Ernesto Che Guevara
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