Es evidente que entre los publicistas de la burguesía ecuatoriana se trabaja febrilmente bajo los parámetros de la escuela estadounidense que habla de la existencia y construcción de la opinión pública. Ésta, que en realidad no es más que la opinión generada y publicada por los grandes medios, tiene un proceso de estructuración que inicia en pequeños círculos que definen las pautas o puntos medulares del debate social, siempre en función de las necesidades políticas de a quienes representan. La intencionalidad del momento marca sus contenidos y por supuesto las soluciones “sugeridas” a los problemas planteados. De esta manera, el ciudadano común, el hombre de la calle que no tiene más opción que asumir como cierto lo que los medios dicen, se ve influenciado bajo un supuesto debate social en el que no tiene voz, pero en el que otros hablan en su nombre.

De ese ejercicio mediático somos objeto en estos días, como ha ocurrido desde hace mucho tiempo. Los titulares, reportajes, encuestas y “sesudos” análisis sorprendentemente (¿?) coinciden en contenidos: “La Asamblea Constituyente es tan o más desprestigiada que el Congreso Nacional”; “Baja el apoyo popular a Correa”; “La Constitución viene en paquete”; “Los asambleístas se alistan para alzar el brazo y aprobar…” son frases recurrentes en periódicos y sets de televisión. De hecho, la oligarquía tiene articulado un discurso para enfrentar al proyecto político en marcha, y apunta a crear las condiciones para que el pueblo rechace la nueva Constitución que deberá ser sometida a consulta popular cuando la Asamblea culmine sus labores.

El efecto esperado por la oligarquía es el que F. H. Allport califica como ‘la ilusión de universabilidad’, que bajo la presunción de que todos creen o hacen algo, se aumenta la intensidad del pensamiento y la acción del individuo en favor de la opinión dominante.

Y eso puede ocurrir si, particularmente, el equipo gubernamental no corrige algunos errores. Durante los primeros meses de su gestión, Rafael Correa tuvo la virtud y la capacidad de imponer la agenda política en el país. Sectores oligárquicos y sus representantes políticos fueron golpeados una y otra vez con distintas medidas, sin tener opción a una respuesta coordinada. Tan pronto como mascullaban un discurso, debían responder a una nueva acción gubernamental. La derecha, hemos dicho en varias oportunidades, actuó sin coordinación, dispersa, buscando cómo responder cada quien por su lado.

Pero ahora el gobierno ha perdido ese ritmo. Cuando la Asamblea Constituyente aprobó la Ley de Equidad Tributaria, el gobierno dio espacio para la furibunda respuesta de la burguesía; la reacción gubernamental tardó, el discurso de la oligarquía confundió a algunos sectores.

Correa pelea con la derecha, es cierto, particularmente en estas semanas ha tomado como blanco al socialcristiano Jaime Nebot (aunque éste niegue su militancia, su credo es socialcristiano), pero, como dice nuestro pueblo, pelea “pico a pico”. La confrontación a la derecha, a la oligarquía responsable del atraso y la dependencia del país hacia el imperialismo, no puede reducirse a acalorados discursos y declaraciones, como si los proyectos político-sociales no fueran más allá de las personalidades.

En el Ecuador se enfrentan dos concepciones políticas que representan a dos grupos sociales diferenciados: explotados y explotadores. Sostener la iniciativa no solo implica denunciar a quienes se oponen al proyecto, es necesesario arrinconarlos, cerrarles espacios. La fuerza del proyecto político de cambio que llevó a Rafael Correa a la presidencia y que ha hecho realidad el trabajo de la Asamblea Constituyente, no está en el volumen o elocuencia discursiva, sino en su capacidad de movilización, como quedó demostrado cuando echó abajo gobiernos corruptos como los de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. La oligarquía será sometida con la movilización popular, con la presencia de los trabajadores, de la juventud, de los pobladores en las calles, haciendo evidente su vigor y decisión de enterrar el pasado. Correa no debe olvidar que ese movimiento de masas lo llevó a donde ahora está.