Prefiero hacer un alto a la política de relaciones internacionales y escribir acerca de lo que me es más amado, la cultura ecuatoriana y la cultura colombiana.

Mis primeros recuerdos, me transportan a la literatura. No sé cuantos días con sus noches me desvelé leyendo al escritor ibagueño Jorge Isaacs, la tragedia de María y su amor por Efraín que al regresar de Europa, la encontró yerta en el rosal que plantaron junto al fiel perro Mayo. Allí entendí que el amor es falaz o fatal.

Por entonces, Arandú el príncipe de la selva, las aventuras del caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños, implacable con los malvados. Kaaaliman, el hombre increíble y la Cossa Nostra, eran transmitidos por Radio Caracol. No había discotecas, ni discjockeys, ni discomóviles. Cualquier fiesta que se preciara de ser tal, tenía que presentar una orquesta. Herederos de Rodolfo y los Hispanos, Lizandro Meza y los hijos de la niña Luz y la Sonora Dinamita, son Don Medardo y sus Players, Falconí Juniors de Guayaquil y los Cinco Ases de Latacunga, que nos hacían castigar asfalto y levantar polvo hasta que el cuerpito aguante.

Y cuando el sentimiento embargaba, escuchábamos a Alci Acosta en la rockola, junto a Rosalino Quintero y a Jota, Jota, Julio Jaramillo Laurido, que el pueblo colombiano generosamente quiso adoptarlo como a su hijo bien querido.

Confieso que por primera vez en mi vida, declaré mi amor frente a un televisor blanco y negro. Mi amor imposible era y es la niña Mencha Lavalle que me botó por el gallito Ramírez, un boxeador guapetón sin nariz chata ni orejas de coliflor. Más tarde supe que su nombre era Carlos Vives, el de “la gota fría”, que revitalizó y renovó los vallenatos de Rafael Escalona.

Margarita Rosa de Francisco, se quedó por siempre clavada en mi corazón. Más tarde la volví a ver en tecnicolor en la telenovela: “Café con aroma de mujer” La gaviotica, cantaba rancheras colombianas, yo no volví a superar su desdén, al verla con un colorado (Guy Ecker) hacendado de la familia Vallejo. Hasta que me encontré con una pastuza, de Ipiales por más señas, igualita a la Margarita Rosa aunque más patuchita que desmitificó que las mujeres caleñas son las hembras más hermosas de Colombia. En esas endecha a lo Gabo, me enfrasqué en “Cien años de Soledad” y “Destinitos fatales” del caleño Andrés Caicedo.

Hablando de fútbol, antes de que el Ecuador clasificara a su primer campeonato mundial de fútbol de Corea y Japón en el año 2002, mi país era hincha de las ejecutorias de Carlos Valderrama, (el Pibe de barrio obrero) Freddy Rincón, del negro Asprilla, de Andrés Escobar asesinado, a manos de la mafia el 2 de julio de 1994 en Medellín por el delito de hacer un autogol, de René Higuita, el que hizo el escorpión en un partido frente a Inglaterra, No saben que dicha me dió cuando fue el cuidapalos de mi humilde equipo, El Aucas.

Pasando de la número cinco a la pintura, el maestro catalano-barranquillero, Alejandro Obregón y su pintura. Café y petróleo como cantarían Ana y Jaime, y el cóndor abren sus alas desde los lienzos.

Los volúmenes de féminas y féminos de Fernando Botero nos demuestran que hasta en lo grotesco hay belleza. Su pintura sobre las atrocidades en Abu Grahib son el testimonio de lo que podría pasar si la bota yankee pisa territorio sudamericano.

¡Nanay cucas! ¡Brindemos con un refajo a la salud del pueblo Sudamericano!