Sin embargo, es obvio que el país cada vez se polariza en dos grandes tendencias: la una que pretende mantener todo como está, y para ello intenta armar una oposición cuyo mejor escenario por el momento son los medios de comunicación, y la otra que se ubica en la idea del cambio, el cual es visto con distintos matices, por la diversidad de los actores que se mueven en ella.

Por el momento, dentro de la tendencia de cambio es indudable el liderazgo del presidente de la república, Rafael Correa, quien no ha tenido empacho en manifestar que vino al sillón de Carondelet para permanecer cuatro años en campaña y que, desde esa perspectiva, ha mantenido un discurso patriótico y confrontacional contra sectores de poder que tradicionalmente eran intocables en el país, vale mencionar por ejemplo a las Cámaras de la Producción y sus instancias de presión pública como las Fuerzas Vivas de Guayaquil, a quienes estigmatizó de pelucones; la banca privada, a la que le ha obligado a dejar de lado su prepotencia tradicional para buscar negociar en función de mejores reglas de juego para los depositantes.

Pero quizá uno de los sectores de poder más sensible y contra el que nadie estuvo dispuesto a confrontar antes es el de los medios de comunicación. El Presidente corre riesgos en esta confrontación, de los que hasta ahora ha salido airoso (los datos de la reducción de sus índices de popularidad desde que inició esta ofensiva huelen a un mecanismo de defensa de las encuestadoras, socias del poder mediático), mientras que en el país se va poniendo en escena una discusión de fondo en torno al criterio de democratización de la comunicación que debe existir en un ambiente de cambio, y respecto a la cual desarrollamos nuestro tema de fondo en esta edición.

Evidentemente el presidente Correa se mueve en un andarivel de coherencia política en estos temas, aunque existe uno en el que va mostrando sus límites ideológicos y políticos: el de la campaña para la Asamblea Constituyente. El Presidente comienza a constatar los resultados negativos de su idea de “divídete y vencerás”. Su propia familia entró a escena para sembrar dudas sobre el carácter democrático que guía al movimiento político del presidente: Alianza País. En sus comparecencias públicas sus hermanos han dejado la idea de que ese movimiento ya tiene propietarios: el ministro de Economía, Ricardo Patiño y el de Gobierno, Gustavo Larrea.

Los mismos sectores de la prensa que respaldan hasta ahora la gestión del Presidente se han visto extrañados de que Correa no extienda la política de unidad a sus principales aliados políticos de este proceso: los partidos Movimiento Popular Democrático, Pachakutik y Socialista, organizaciones cuya trayectoria y capacidad organizativa daban un aval importante al proceso de inscripción de candidaturas en un escenario de unidad, pero que, sobre todo, daban una identidad ideológica y política más clara a la tendencia que lidera el Presidente. Ahora estamos enfrentados a una explosión de mini movimientos y de atomización de discurso, en el que la confusión entre los electores es el primer gran vencedor.

El cambio, que es la idea general común de la tendencia, debe ser debatido con transparencia y con los reales actores de él, los pueblos y sus organizaciones políticas. No caben en este momento trascendental para el Ecuador actitudes de autosuficiencia, el Presidente cuenta aún con el valioso apoyo de las fuerzas de izquierda revolucionaria, que han puesto todo su contingente para lograr lo que hasta ahora se tiene. Eso es debido a la madurez política de esa corriente, pero un escenario electoral intenso como el que se presenta, con una tendencia dividida, podría afectar a esa política, con lo cual perdería toda la tendencia, incluido el Presidente.