Ilustración Susana Neuhaus

Surgen hoy, sin embargo, en distintos puntos de América Latina y en medio del caos, nuevas formas de lucha y de resistencia al discurso hegemónico de la globalización, que abren una nueva esperanza, no como compás de espera ilusoria, sino como movimientos de reivindicación de los derechos del hombre, al trabajo, a la identidad, a la libertad, a la dignidad humana. Estamos seguros de que Julio estaría con ellos.

Cortázar poeta, Cortázar político, Cortázar filósofo, Cortázar hombre, varias facetas que hacían a un hombre integral, coherente en su vida y en su obra libertaria. Y que quede claro para los que leyeron apresuradamente, que no dije «literaria», sino «libertaria», ya que su visión de la literatura como expresión estética, en la que el lenguaje es una limitación y una sujeción para la libertad del hombre, apoyaban su idea de que el hombre «...es el único animal que no puede dejar de luchar por su libertad». Como escritor proponía desarmar el lenguaje para reconstruirlo y así ejercer la transformación necesaria para que la estética, la armonía, la bella forma fueran sólo un medio para expresar la verdadera intencionalidad del escritor. Su crítica al libro como objeto estético pasa por los mismos carriles, al denunciar la subordinación de la expresión a la satisfacción estética que constriñe la expresión de lo extra-literario (lo onírico, la denuncia de la situación social, el contexto histórico político).

Por eso propuso su «teoría del túnel» (en su Obra crítica), en la que necesariamente hay que destruir para luego construir, y ese avance en túnel es lo que permite transformar el lenguaje desde el lenguaje mismo, sin por eso suicidarse como escritor, sino por el contrario, ampliando los márgenes expresivos y subordinando la estética a la ética, creando «una poética que es expresión de la realidad del hombre, del hombre en su realidad y de la realidad en el hombre».

Realidad en la que la fantasía es una parte de ella misma, el azar rompe con los convencionalismos y órdenes predeterminados y las situaciones son vistas desde otra mirada, que permite horadar la roca de las certezas e introducirse en las verdades establecidas, transformándolas.

Él mismo dijo que de Argentina había partido un hombre que creía que la realidad debía terminar en un libro y que desde ese auto-exilio que se impuso había surgido otro que pensaba que el libro debía culminar en la realidad. Su poética entonces no se trata de una búsqueda estetizante, sino de un paulatino compromiso desde una realidad que se presentaba al principio como interna y donde imperaba la actividad primaria (lenguaje del inconsciente) y que luego fue acercándose y penetrando el acontecer del mundo, a medida que él mismo iba transformándose por lo acontecido.

Enfocar a Cortázar sólo desde su producción «literaria» es eludir la visión que está más allá de lo que la simple percepción nos ofrece, el revés de la trama, la subversión de las formas y de los contenidos. Su primer cuento publicado por Borges, Casa tomada y una frase tomada al azar «...tendremos que vivir del otro lado...», tiene múltiples lecturas. Además de la archiconocida interpretación, que él mismo negó, acerca de que se refería al avance progresivo del oscurantismo político en las décadas de los 40-50, fue premonitorio de su «vivir en otro lado» (los múltiples exilios de Latinoamérica, el propio que al principio fue voluntario, pero luego, al ser prohibida su lectura en la década de los setenta en Argentina por la dictadura militar, se dio cuenta, como muchos de nosotros, de que no podía volver, a riesgo de perder la libertad o la vida (hipótesis retroactiva: hoy sería un desaparecido). Esta predicción se ve también en el poema donde dice:

"...ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos..."

También metáfora de vivir del otro lado de la realidad, del lado oscuro, no visible, donde muchas veces impera lo siniestro y que se deja ver en el misterio, en lo no explícito que asoma en sus cuentos como amenaza latente, presente y oculta a la vez, desde la rendija de una puerta cerrada. De lo que está allí y puede aparecer en cualquier momento, como desconocida y ominosa presencia.

Consciente de que esta actividad crítico-reconstructiva, este ir a contra corriente de lo convencional tenía varios altos costos, señaló también uno no menos doloroso: la soledad. Quedarse solo, como esas figuras de Magritte y de Delvaux, la mirada perdida, la búsqueda constante en un mundo despoblado de solidaridad humana. Criticado por la derecha y por la izquierda, los unos por hacerse eco de la Revolución cubana y el proceso de liberación nicaragüense, la denuncia de la represión ilegal y «por vivir en París», los otros por sus objeciones al populismo y a su exquisitez musical y literaria, su educación «burguesa». Su soledad, exquisita también, supo poblarse con su creación, su intensa proximidad con la problemática de Argentina, Cuba y Nicaragua y el lenguaje de Buenos Aires. Nunca hubo un argentino más argentino y más latinoamericano que Cortázar en París. Sudaba la piel de un porteño itinerante, anticipando las múltiples migraciones futuras (actuales) por razones tanto políticas como económicas. Exilios, al fin, de tanta cosa expulsiva.

Ver a Julio de esta manera muestra una faceta del intelectual latinoamericano (él odiaba esa palabra, pero reconocía que finalmente lo era) con una tarea ético-política. He ahí una faceta de lo extra-literario que elude lo bello estetizante por sí mismo para hacernos temblar de horror ante la denuncia de robos y mutilación de niños, desapariciones, la forma en que se vive en Calcuta, el vampirismo de las empresas multinacionales, depredadoras con máscara seductora, vaciadoras de la subjetividad en la forma de supresión del pensamiento e idiotización progresiva de las masas.

Una de sus armas es el recurso a la ironía, usando afirmaciones de lo contrario a lo que se quiere decir, dejando al otro, al lector, la decodificación de esa contradicción, con una burla explícita a los lugares comunes y al chato sentido común, creando situaciones de mucho humor que sin embargo siempre tienen una segunda lectura, profundamente dramática o siniestra. ¿Quién no se ha reído con ganas con el cuento de la mosca que vuela patas arriba en Último Round y lo que genera el hecho de querer mostrar a los otros la evidencia de lo diverso de ese vuelo y las operaciones que lleva a cabo para cazarla frente al asombro atónito de los vecinos, que por supuesto lo califican de loco?. Aún su mejor amigo prefiere creerlo loco antes de admitir la subversión de la normalidad rutinaria de las cosas. Admitirlo sería poner en duda la propia racionalidad, la propia cordura y la creencia en que todo va a seguir igual, continuidad necesaria en la que no puede irrumpir ningún desorden.

La creación de un nuevo lenguaje: el gíglico, donde inventa nuevas palabras sin subvertir la organización sintáctica, mas sí la semántica, además de divertido, nos muestra la universalidad del gesto y la intención, puesto que, digan lo que digan en el terreno del absurdo, sin embargo se transparenta el sentido. Se trata de:

"tirar todo por la ventana,
y también la ventana y nosotros con ella:
es la muerte o salir volando"

Se trata de la eliminación de las certezas, incluyendo el riesgo de eliminar las propias y de este modo a sí mismo como sujeto racional, crítica implícita a la razón iluminista, pragmática útil a los intereses de las minorías que detentan el poder, y en nombre de una lógica construida para evitar los cambios.

Cuando conocí a Cortázar en 1971, en su casa de la Rue de L’Éperon , en el Barrio Latino, acababa de mudarse de la Place Victor Hugo, por lo que tenía pilas de libros en el suelo y las secuelas de un accidente que sólo a él (por aquello de los azares) le podía ocurrir. Había volado una chimenea de los techos de París y le había caído sobre la espalda, (¿chimeneas voladoras?, buen tema para pintarlo) sin mayores consecuencias, salvo un intenso dolor en el cuello y la espalda. Un tercer piso sin escaleras, todavía no tenía la impronta de su estilo de vida, aunque sí, diríamos, por la transitoriedad y la mudanza. Fue el día en que le dieron el premio Nóbel a Neruda. Le dije que estaba segura de que él no lo hubiese aceptado.

¿Sabés? -me dijo- los años de vida que nos separan me hacen ver que es de mucha importancia para el mundo que en este momento, en que un gobierno socialista como el de Allende está gobernando, le den un premio de esa naturaleza a un poeta chileno. Reconocí que su visión era más amplia que la mía y aprendí, siendo muy joven todavía, que las significaciones de los hechos aislados siempre se encuentran si se toma en cuenta un contexto más amplio, que las incluye y re-significa.

Estaba asombrado del impacto que tenía su trabajo sobre las generaciones jóvenes, que su intención nunca había sido didáctica (era maestro, sin embargo) y que sentía que le adjudicaban una gran responsabilidad que no sabía si estaba en condiciones de asumir.

Yo partía hacia Londres, quedamos en vernos y escribirnos. Por una especie de arrobamiento respetuoso no me acerqué demasiado, pero comencé lentamente a escribir y a indagar sobre un aspecto de su obra, obra abierta que hay que leer en su historicidad (continuidad en el cambio, cambio en la continuidad) tanto de ficción como teórica, si se quieren encontrar los distintos momentos de su expresión y su compromiso, y que se puede leer también de cualquier manera, recurriendo al azar, por ejemplo, seguros de encontrar algo alusivo, pertinente, que estimule la reflexión sobre algo que parece intrascendente, casual y sin embargo iniciador, casi iniciático, diría. Nos re encontramos en Caracas, luego en Buenos Aires, sin embargo yo conservaba una actitud tímida en cuanto a mostrarle mi trabajo. Le escribí, aludiendo a la canción de Violeta Parra «...es como descifrar signos sin ser sabio competente...»

Pasaron muchos años, nuestro contacto era intermitente. Por fin, en noviembre del 83, me sentí en condiciones de mostrarle lo que había hecho. Para ese momento me había convertido en una especie de coleccionista de cuanto artículo, fotografía o publicación (incluso tenía el Life original en que accedió a ser entrevistado si y solo si se le asegurase que publicarían sus opiniones tal cual las había expresado, y así fue, con lo que hizo un uso de los medios cual caballo de Troya dentro de las propias murallas del gigante.

Todo ese material atesorado desapareció de mis manos en un viaje, todavía espero recuperarlo por azar, en algún rincón de un oscuro caserón abandonado. Algo me quedó, y seguí coleccionando. El caso es que ya en París, intenté comunicarme con él a través de su casilla de correos, método que habíamos adoptado por las múltiples mudanzas suyas y mías. No me respondió. Quise creer que estaba muy ocupado, que no estaba en el país, en fin, cualquier cosa menos que se estaba muriendo y que había vuelto a su país a festejar la democracia y a despedirse.
Los que lo vieron dicen que caminaba solo por las calles, paladeando la calle Corrientes, los olores a jazmín y a bife de chorizo tan característicos de Buenos Aires en verano. Que una muchacha le regaló una flor y que anduvo toda esa tarde con la flor en la mano.
Los que lo vieron dicen (y todos lo ratifican) que el gobierno de ese momento, de la recién nacida democracia no lo quiso recibir, para eludir el compromiso que significaba acercarse a él. Imagino su tristeza.

Seguí viaje a Italia, seguí escribiendo. Mas adelante empecé a dibujarlo y a pintarlo. Hoy le ofrezco este homenaje de imagen y palabra, y lo acompaño de su música favorita: Charlie Parker y Louis Armstrong (a quien llamaba «grandísimo cronopio») y los tangos, creados junto con Cedrón y Darío Cantón, reunidos en un disco: Les Trottoirs de Buenos Aires. Unir la vida y el arte, la política y la escritura de ficción, la música y la pintura, el trabajo y el placer, la risa y la nostalgia, fueron su modo de afrontar el vivir.

El 12 de febrero de 1984 culminó su viaje de cronopio, y no volvió más, al tiempo que volvía y está todo el tiempo en cada escritor, en cada uno de aquellos que nos permitimos soñar utopías.