La partida final de un ser humano es siempre dolorosa. La de Nela Martínez lo es doblemente, porque no se nos va un ser humano más, sino una combatiente inclaudicable por la libertad de los pueblos oprimidos, por la erradicación de la miseria, por la igualdad y la justicia.

Nela Martínez (1912-2004)

Su vida es ejemplo de dignidad, de militancia activa en las filas de los luchadores que decidieron entregarse por entero a la organización del pueblo, de los trabajadores de la ciudad y el campo, de las mujeres, de los indios ancestralmente oprimidos por el poder de los terratenientes, de la oligarquía que, heredera de los encomenderos de la Colonia, consolidó el poder de las castas que nos vienen gobernando desde que somos República independiente del dominio imperial español. Y que, hoy, doblada la cerviz, sirven a los intereses del nuevo imperialismo, el norteamericano, cuyas políticas de exacción de las riquezas de los pueblos del orbe, asolan la Naturaleza, oprimen a los pueblos, desatan guerras de rapiña y dan al traste con la soberanía de los Estados-nación.

Nela Martínez se nutrió en las fuentes del Marxismo, conjugando de modo consecuente, teoría y práctica, conocimiento de la realidad objetiva y acción. Militante en las filas del Partido Comunista a donde ingresó en el año de 1931, cuyo bautizo en la lucha se da participando en una huelga provincial de trabajadores en Tungurahua. Miembro de la dirección, libró, junto con los líderes históricos: Ricardo Paredes, Segundo Ramos, Pedro Saad, Jesús Gualavisí, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, Fortunato Safadi, Gustavo Becerra, Primitivo Barreto, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, César Endara, Raymond Meriguet, Jorge Almeida, Reinaldo Miño, Jorge Isaac Sánchez, Luisa Gómez de la Torre -esta última su maestra fundamental- y tantos otros luchadores, heroicos combates del pueblo ecuatoriano, entre los que se cuenta la organización de esa gran revuelta popular contra la dictadura constitucional de Arroyo del Río, cuya culminación fuera la Revolución del 28 de mayo de 1944, traicionada por la burguesía reaccionaria que contó con ese símbolo de la demagogia y el entreguismo: el doctor José María Velasco Ibarra. Convertida en la primera mujer en las filas del Parlamento nacional, no dio tregua al enemigo en las disputas que se dieron en su seno entre quienes, como ella, defendieron los principios de ese movimiento transformador, y aquellos que hicieron todo lo posible por mantener el sistema.

El sueño democrático, de tránsito al socialismo, quedó, dada la desfavorable correlación de fuerzas, en eso: en un sueño, que demandó el reinicio de un trabajo tesonero por reorganizar a las dispersas fuerzas de nuestro pueblo, traicionado y devuelto a la condición de oprobio y explotación.

Y en esa tarea, Nela fue siempre consecuente militante orgánica, entre cuyas acciones se cuenta su participación activa en la organización de la Federación Ecuatoriana de Indios, pionera de las luchas de campesinos e indios por sus reivindicaciones, concebida desde la dirección del Partido Comunista. Es cuando conoce a Dolores Cacuango, ese roble de corazón y mente con que contó el movimiento indio, a la que no le arredraron todas las acciones terroristas de Estado con que se pretendió intimidar a los líderes campesinos e indígenas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el peligro fascista se cernía en el planeta, fue organizadora y dirigente activa del Frente Antifascista, junto con Joaquín Gallegos Lara, otro activo militante comunista y destacado líder del antifascismo en nuestra Patria. Ya en la pos guerra, abril de 1949, y como respuesta de los pueblos a los horrores y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, se organiza el Primer Congreso Mundial por la paz y Nela viaja a Francia, “llevando la voz de las mujeres a esa cita” y, como ella misma expresa, tras toda una intensa labor por la paz en nuestra Patria.

Discrepando, a menudo fuertemente, en el seno del Partido Comunista, con posiciones que consideró inconsecuentes con los principios del marxismo, con las necesidades de la Revolución Ecuatoriana, fue siempre intransigente en los principios. Y, aun alejada de la militancia orgánica, jamás renunció a participar activamente en la política nacional, siempre en defensa de las causas más justas de nuestro pueblo y de los pueblos del mundo. Combatiente por la paz, su lucha no se orientó a proclamar esa suerte de armonía imposible entre explotadores y explotados -como los falsos partidarios de la paz proclaman- sino en contra de las guerras de invasión y rapiña gestadas, armadas y desatadas por el imperialismo. Dijo textualmente: “Considero que la palabra paz, llena de mentiras y llena de espejismos, una paz en la que los poderosos toman fuerza para subyugar al resto del mundo y a los más pobres de este mundo, es la peor amenaza”. Lo hizo organizando el Comité por la Paz que condenó vigorosamente todas las aventuras bélicas del imperio, incluyendo las últimas que no concluyen: la agresión al pueblo colombiano, vía Plan Colombia, y cuyo fin es tomar posesión de la Alta Amazonía; y contra la guerra de agresión a Irak, guerra del genocidio y de la rapiña en pos del petróleo de Medio Oriente. Es en esta línea que organiza el Frente Continental de Mujeres por la Paz.

Convencida del ancestral trato discriminatorio a la mujer, luchó por sus derechos, encaminada a alcanzar la igualdad frente al hombre. Hacia 1932-1933 organiza la Alianza Femenina Ecuatoriana (AFE), primera organización de mujeres que se levanta sobre el contenido de lucha “ser mujer”, desde la cual establece vínculos con campesinos, trabajadores urbanos, universitarios, maestros e intelectuales. Y con ellos trabaja en su formación política. Pone, así las bases de una larga lucha, a menudo distorsionada, de las mujeres, cuyos frutos se vienen cosechando en el reconocimiento de sus derechos y en la erradicación de la violencia de que han sido víctimas.

Luchadora internacionalista, participó activamente en defensa de la Revolución Cubana, en defensa de su soberanía amenazada brutalmente por el imperio; y fue solidaria con el exilio chileno, uruguayo y argentino, cuyos mejores hombres y mujeres o fueron asesinados y encarcelados o perseguidos por las sangrientas dictaduras de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado.

Signada por la acción y el compromiso, por las preocupaciones de una moral revolucionaria, combatió las falsas disyuntivas con que el poder pretende desvirtuar las luchas esenciales de los pueblos. Desenmascaró, por ejemplo, a quienes pretenden reemplazar la lucha de clases, principio permanente del Marxismo mientras perviva la explotación del trabajo ajeno, por la concertación, el feminismo sin beneficio de inventario, la gobernabilidad y tantos otros artificios y fraudes teóricos con que los sirvientes del imperio y del poder económico doméstico desorientan y desorganizan o pretenden desorganizar al pueblo.

La intransigencia de Nela Martínez frente a los principios no tuvo que ver con las formulaciones dogmáticas, ni las simplificaciones ni los catecismos. Sí con los fundamentos del Marxismo, cuyos detractores pretenden sepultado, desde aquellos seudo filósofos anunciadores del fin de la Historia, tipo Fukuyama, hasta quienes sostienen que la lucha de clases es hoy enunciado anacrónico, como si no fuera la humanidad entera testigo y víctima de la opresión de las doscientas empresas transnacionales que concentran la riqueza, mientras pueblos enteros desfallecen de hambre y enfermedad y sufren desocupación y analfabetismo.

En su comprensión dinámica del Marxismo, fue firme estudiosa de Mariátegui, a cuyo pensamiento accedió, desde sus años de adolescente, a través de la revista Amauta y cuyo estudio de la realidad peruana y latinoamericana abrió las puertas a nuevas perspectivas revolucionarias, despojadas de los dogmas y de los calcos a los procesos revolucionarios de otras latitudes.

Nela Martínez no está más físicamente entre nosotros. Su cerebro ha cesado de pensar. Pero el legado que nos deja, que deja sobre todo a las nuevas generaciones, obligadas a tomar la posta, es un legado de firmeza, de moral revolucionaria, de acción, al mismo tiempo que de estudio y reflexión, sin lo cual no es posible llevar adelante el proyecto libertario.

No faltarán quienes, temerosos de su vigorosa talla de revolucionaria convencida, piensen que, con su partida, se ha ido el último cuadro comunista de nuestra Patria. Están equivocados: pese a todos los esfuerzos del poder económico y político por pulverizar las organizaciones de los trabajadores, por cooptar y corromper a determinados dirigentes e intelectuales débiles y oportunistas, el pueblo ha de encontrar nuevas formas organizativas, nuevas tácticas de resistencia al oprobio globalizador, nuevas propuestas alternativas no sólo al neoliberalismo, salvaje y brutal expresión de un capitalismo decadente, sino al sistema mismo, cuya naturaleza degradada exhibe formas extremas de opresión.

La impronta de una vida fecunda y digna tiene que convertirse en referente para quienes tenemos la certeza de un futuro luminoso para la Humanidad. De quienes estamos convencidos que nuestra libertad comienza en la lucha cotidiana por liberarnos de la coyunda opresora de los poderosos: el imperio y las transnacionales, los organismos del agio financiero mundial; y los lacayos nacionales que renunciaron definitivamente a la dignidad y a la soberanía.

Nela Martínez nos convoca, desde su huella, a la unidad de los oprimidos y explotados, de los intelectuales dignos, de los militares patriotas, aun de los empresarios honestos, a cerrar filas en pos de un proyecto libertario, en pos del socialismo.

El ejemplo de tu vida, camarada Nela, hará posible continuar el sueño libertador de Bolívar y Sandino, de Fidel, el Che y Salvador Allende. ¡Hasta siempre camarada!