Escoltado por la representante estadounidense Regina Vargo y los dos entreguistas convictos y confesos, Alfredo Ferrero Diez Canseco, ministro del TLC y Asuntos Foráneos, oficialmente de Comercio Exterior y Pablo de la Flor, “jefe del equipo negociador”, el presidente Toledo dio una pésima demostración pública de cómo no debe comportarse el jefe de Estado de una nación supuestamente soberana. Si él pide, mejor dicho, indica, que hay que culminar los tratos del TLC para julio y da por hecho que esto será, sí o sí, ¿qué payasada es la que protagonizan todos estos señorones especialistas en regalar lo que no es suyo?

¿Dónde está la negociación cuando, según ha dicho la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, Estados Unidos no cambia su actitud inflexible y esto provocará sensibles alzas de precios en los medicamentos perjudicando a inmensas mayorías? ¿Qué clase de entendimiento es aquel en que sólo se escucha la voz del imperio y para nada importan las protestas populares, las voces de grupos productores porque la prensa, televisión y radio, se encargan de bendecir al TLC y “el ingreso de Perú al inmenso mercado norteamericano”? ¡Qué disparate!

Un tratado de libre comercio es más una discusión o polémica política de cómo se encuadrarán los que en él participen y de cómo mejorar los términos de intercambio comercial para que nadie se ahogue en los volúmenes que produce cada quien. Como es obvio, la minúscula, escuálida, palidísima, ínfima producción peruana no puede competir con el agro o la industria norteamericana que exhibe mejores precios y productos de mayor e indiscutible calidad.

Embutir y embrutecer a la población vía los medios con mentiras como aquella que el TLC constituye una panacea o la solución infalible para Perú, es un crimen que atenta contra los derechos humanos. ¿Con qué derecho se involucra al Perú como Estado en un convenio que sólo satisface las esperanzas rentistas de minúsculas minorías? ¡No es el gobierno de Toledo, es el país entero el que se enfeuda a un tratado de libre comercio que resolverá sus contiendas de competencia o dificultades con tribunales ad hoc y con jurisdicción por encima de las leyes peruanas!

Si esto sigue como hasta hoy, pronto Perú consagrará el comienzo del fin de su biodiversidad, porque habrá un país que determinará qué producir, con qué materias primas, con qué duración o vigencia, la política de precios o la eliminación monda y lironda de los medicamentos que puedan fabricar con sucedáneos, no naturales, liquidando virtualmente la inmensa vitrina peruana, rica entre las más ricas del mundo entero.

Que esto no preocupe a los Ferreros, los de la Flor, no extraña ni llama la atención. A ellos se les paga por cumplir el tristísimo rol de vectores o de quintacolumnas del poder imperial en nuestro país. Para eso fueron entrenados y adiestrados en sus colleges y ya tienen, además, asegurado, el puesto en cualquiera de estos mecanismos, una vez que dejen las funciones oficiales de aquiescentes traidores a la patria.

Dijo el presidente cautivo en el siglo antepasado, Francisco García Calderón, que quien promueva el obsequio de cualquier porción del terreno nacional, sólo puede ser calificado como traidor. Y según la Carta Magna, la traición a la patria, merece la pena de fusilamiento.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!