Entre los días 22 y 29 de mayo el presidente Lula realiza su 47 viaje internacional, el octavo en 2005. Esta vez va a Corea y Japón en donde cumple una nutrida agenda económica y política. Lo interesante de esta ofensiva política internacional es su mezcla de objetivos políticos globales humanitarios y definiciones prácticas de intereses comunes, sobre todo económicos y geoestratégicos.

Además del carisma del presidente Lula, es necesario resaltar la alta calidad de los responsables de la misma: el ministro Celso Amorin, el secretario ejecutivo del Ministerio Samuel Pinheiro Guimarães y el asesor internacional Marco Aurelio García.

Brasil se plantea como una potencia mediana que no ha tenido guerras significativas con sus vecinos (excepto una brutal confrontación con Paraguay) y que defiende una concepción pacífica y cooperativa de las relaciones internacionales. Asimismo, se identifica con la liquidación de los vestigios del colonialismo en lo económico, en lo político y en lo cultural creando así un frente común con los países del llamado Tercer Mundo sin ánimo de confrontaciones sino de afirmaciones de derechos y acciones diplomáticas comunes para superar la dependencia, el subdesarrollo y la pobreza.

La pretensión de potencia mediana se apoya en tres elementos claves:

 a) En el hecho de que Brasil construyó desde los años 1930 hasta por lo menos el final de los años 1970 una base industrial diversificada y significativa. Entregada a un concepto subyugado y dependiente de globalización, una nueva capa dominante alimentada por la intermediación de gigantescos negocios financieros internacionales se apoderó de gran parte del Estado y solo hizo ahogar a la nación en el servilismo, en una apertura comercial unilateral, en una entrega de sus empresas estatales altamente exitosas a grupos económicos internacionales y locales.

Esta industrialización trunca aún es un instrumento de participación en la economía mundial pero exige un esfuerzo colosal de redefinición de la política industrial que tiene como primicia la búsqueda de amplios acuerdos internacionales en los planos comercial, tecnológico y diplomático. La política exterior de Brasil se alimenta así de estos residuos de soberanía nacional, de voluntad política desarrollista, de aspiraciones igualitarias y democráticas frustradas.

 b) En el rol cada vez más evidente de modernizar a Brasil y a América del Sur con un plan racional de utilización de sus recursos naturales que son importantes bases para una significativa participación en la economía mundial. La conciencia de la importancia de la Amazonía y otros significativos polos regionales de biodiversidad muestra la dimensión de la unidad sudamericana.

Asimismo, la apertura de una salida al Pacífico modifica sustancialmente la posición de Brasil en la geopolítica mundial y articula su historia con el bloque andino volcado históricamente hacia el Pacífico donde se reescribe la historia económica mundial.

La Comunidad Suramericana, precedida por la exitosa experiencia del MERCOSUR, no es solamente un proceso comercial sino una reivindicación histórica de construir un destino común Al mismo tiempo, Brasil se proyecta sobre el Atlántico Sur restableciendo los vínculos históricos con Africa que tanta importancia tuvo en todo el período histórico de 1500 al final de 1800.

En esta misma época, Portugal articuló sus colonias al comercio con India, con la cual intercambiaba especies naturales, cultura tropical, identidad ecológica. Brasil tuvo también una fuerte articulación con el Caribe que hoy reivindica una aproximación cultural que confluyó en la dirección de la intervención militar de la ONU en Haití.

Todas estas identidades fueron abandonadas por una modernización refleja de Estados Unidos y Europa y vuelven al primer plano cuando el país se ve impulsado a jugar sus cartas en el globo. La alianza entre Brasil, Africa del Sur e India no es así un acuerdo nacido de mentes tecnocráticas sino un producto de profundas fuerzas históricas. Por fin, la articulación con China también tiene raíces históricas importantes pues Portugal fue el primer país occidental en relacionarse con China así como con Japón.

Pero sobretodo hay una complementariedad estratégica entre estos países y la América del Sur unida. Ellos emergen en la economía mundial del siglo XXI como fuertes consumidores de materias primas y productos agrícolas produciendo una nueva situación en el mercado mundial de granos, de materias primas y energéticos. Este es el instrumento que dispone de inmediato la América del Sur para intensificar su participación en la economía mundial. Al mismo tiempo, Japón y China son las dos grandes fuentes de capitales existentes en el mundo hoy día.

En este momento, ellos se transfieren básicamente a Estados Unidos que solo sobrevive en la actualidad alimentado por estas inversiones. Esta posible complementariedad de intereses entre América del Sur, China y Japón, permite planear una política internacional común por un buen período. Estos países no podrán explorar las ventajas de un comercio de este tipo desde una perspectiva imperialista, a no ser que nuestra incompetencia y nuestra vocación de colonizados dominara totalmente nuestro ambiente socioeconómico.

c) De este conjunto de elementos nace la noción de Brasil como “global player”, al constatar que el comercio exterior de Brasil, después del MERCOSUR, implica volúmenes similares de intercambio con EEUU, Europa y América Latina ya en el comienzo de los años 90s. Hoy día, con la expansión impresionante del comercio con China y Asia y con las perspectivas de una aproximación estratégica con los países árabes y con el Oriente Medio ( consagrada en la cúpula de América del Sur y Países Arabes, victoriosa iniciativa diplomática de Brasil, recién realizada ), con el próximo paso de la diplomacia brasileña de establecer una asociación estratégica con Rusia, se dibuja una concepción estratégica que pretende corresponder a este “jugador global” en el plan comercial . Se trata de la perspectiva de salir de la condición de dependencia para buscar un rol activo en el mundo que pretende culminar con la integración de Brasil en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Estas perspectivas asustan a la clase dominante brasileña. Es evidente que una perspectiva tan amplia como esta exige liderazgos firmes pero sobretodo un pueblo movilizado en torno de estos objetivos históricos. La política económica mediocre y recesiva, concentradora y excluyente, que las mentes colonizadas y arcaicas de nuestros tecnócratas imponen a nuestra política económica, su disposición de servir a los poderes locales, sobretodo a un capital financiero voraz y castrador de nuestra capacidad productiva y de nuestra iniciativa desarrollista, son el obstáculo más colosal a todo este esfuerzo planetario.

Es evidente la contradicción que se arma cada día entre estas iniciativas internacionales y la mediocridad de una política económica al servicio del pago de los más altos intereses del mundo a los especuladores nacionales e internacionales. Los industriales brasileños empiezan a despertar frente a estas posibilidades.

Entre la autodestrucción que se le proponía con el ALCA y las espectaculares posibilidades de pertenecer a un global player que dobló sus exportaciones en los últimos 3 años, empiezan a ambicionar otra vez ejercer un rol activo en la sociedad y en la economía. La población asiste, aún un poco confusa, a estos movimientos espectaculares y se siente complacida por la política exterior que se dibuja. No hay duda que grandes pasos aún vendrán y grandes contradicciones también.

ALAI