La mayoría del comité ejecutivo nacional de la central, de tendencia socialdemócrata (“sindicalismo sociopolítico”) está a favor de la Confederación de Organizaciones Sindicales Libres (Ciosl), donde milita el grueso de las organizaciones del mundo occidental. La minoría se bate por la no afiliación a ninguna entidad. En verdad, no plantea afiliación a la Federación Sindical Mundial (FSM), de tendencia izquierdista (aupada hoy por los comunistas, los gobiernos de Cuba y Venezuela y sindicatos africanos y asiáticos) porque sabe que no cuenta con los votos necesarios para ganar.

Naturalmente, cada bando tiene sus razones, aunque la razón de unidad no parece guiar las conductas reales de los contendientes. Lo evidente es la disparidad ideológica y política, y todo lo demás aparece como secundario. La fábula de la clase obrera como clase directora de la sociedad no tiene aquí ningún significado. Juegan solo los valores e intereses particulares que impulsan los grupos políticos, los “combos” sindicales, las personas que manejan los hilos del poder en los sindicatos. Lo demás parece irrelevante.

El triunfo sobre el fascismo en 1945 provocó la unificación momentánea de las voluntades socialdemócratas, socialistas, comunistas y anarquistas que hizo posible la aparición de la Federación Sindical Mundial (FSM). Cada potencia triunfante, entonces, quiso dominar el nuevo aparato. Se abrió camino la “guerra fría” entre el capitalismo y el socialismo y en octubre de 1949, en Londres y bajo el auspicio de los sindicatos ingleses y norteamericanos, se produjo la escisión de la FSM y nació la Ciosl, alrededor de la cual surgió su leyenda negra: sus compromisos con el gran capital internacional, los gobiernos norteamericanos de turno y la lucha contra el comunismo.

El documento elaborado por el sector “clasista” de la CUT recuerda que la Ciosl no objetó las agresiones norteamericanas a Corea, Vietnam, Cuba, Granada, Panamá y Somalia. Añade que la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (Orit), filial de la Ciosl y dependiente directa de los sindicatos norteamericanos, apoyó los golpes militares contra Jacobo Arbenz en Guatemala (1954) y Joao Goulart en Brasil (1964), así como la invasión a República Dominicana en 1965. Su principal filial, la AFL-CIO de Estados Unidos, “estuvo entre los promotores y financiadores del golpe militar contra Salvador Allende” (1973). El grupo considera que no hay cambios efectivos en la Ciosl y que “en cuestiones fundamentales la política de la Ciosl-Orit continúa inalterable”. Se han sumado “a los planes del imperialismo yanky de aislar a Cuba y destruir su revolución” y “similares acciones han adelantado contra China, Venezuela y otros países”. Los clasistas acusan a la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), filial de la Orit y la Ciosl, de mantener “una impúdica alianza con Fedecámaras” y de que “hizo parte de la cúpula golpista contra el presidente Hugo Chávez”. A la vez, alaban la creación por el gobierno chavista de la Unión Nacional de Trabajadores, luego de que el Presidente, mediante golpes de timón, procediera a despedir de la todopoderosa Petróleos de Venezuela (PDV) a miles de sus servidores, a raíz del fracasado golpe de Estado de febrero de 2002, en que figuró, en primera plana, el presidente de la CTV, Carlos Ortega, hoy condenado a prisión.

En 1978, aprovechando la desafiliación de la AFL, en la Ciosl se produce una apertura de formato socialdemócrata. La Ciosl dedicó los años 80 a ganar adhesiones en los sectores sindicales independientes, con los cuales no había querido tener relaciones anteriormente. Eso explica los problemas internos suscitados entonces en la CUT colombiana (nacida en noviembre 1986), donde apareció un núcleo sostenido por la Orit llamado Frente Unitario de Trabajadores Demócratas (Futd), enderezado a impedir que los comunistas se apoderaran del comando de la central. De 1990 en adelante Ciosl-Orit se presenta públicamente como tendencia socialdemócrata y lleva a su presidencia a un dirigente panameño torrijista, Luis Anderson.

El investigador Julio Godio cita apartes de las tesis del décimo congreso de la Orit (Toronto, 1981) que marcan el cambio político hacia la socialdemocracia, contra el pretendido “apoliticismo” de AFL-CIO: “Hay que abandonar la tesis irreal, y por demás simplista, de un sindicalismo apolítico. La Ciosl es una expresión obrera internacional de un credo político: la socialdemocracia. La CMT, espacio ocupado por el socialcristianismo, y la FSM, brazo ejecutor de un sindicalismo aherrojado por la Urss, actuando en nombre de las doctrinas marxistas-leninistas (sic). Las ramas continentales y las centrales sindicales nacionales afiliadas a cualesquiera de las confederaciones obreras internacionales son expresiones, a nivel continental o nacional, de dos corrientes políticas en pugna por la orientación y el control ideológico de la clase trabajadora universal”.2

Pero el cambio no fue real. Según Anderson (muerto repentinamente en Caracas a fines de 2004), la FSM y la Ciosl siguieron actuando de alguna manera sobre las bases superadas de la guerra fría. El líder panameño afirma que “no ha habido ningún cambio concreto en las políticas, éstas aún se remontan a un mundo bipolar. No han cambiado las prioridades, no han cambiado los programas, no ha cambiado nada. Actualmente en la Ciosl tenemos los mismos programas, la misma política que hace 40 años. Los cambios son los derivados del crecimiento numérico, pero no ha habido ningún cambio cualitativo” (Ildis-Orit. Trabajo, derechos y sindicato en el mundo, p.99. Caracas, 1996).

Mientras existió, el sindicalismo de los países socialistas no tenía nada de qué quejarse: gozaba de empleo pleno y estable (con excepción para disidentes políticos y vagos), salarios industriales superiores a los de las profesiones liberales, salud gratuita y educación gratuita y obligatoria, jornada de trabajo de siete horas en actividades pesadas o peligrosas, pensiones garantizadas para todos, irrisorios arriendos y tarifas de servicios públicos domiciliarios, una enorme red de servicios sociales muy baratos, comedores empresariales, cooperativas, hospitales, salacunas, palacios de niños (pioneros), casas de descanso en las montañas, balnearios, escuelas de formación (más políticas que sindicales), grupos artísticos de todo tipo, etc. Para los directivos había todos esos servicios, pero todavía más baratos y a la carta, carros personales, distinciones laborales y políticas y la oportunidad de visitar otros países socialistas. Todo eso y más, pero sin el derecho a la disidencia política.

Sin periódicos sindicales ni programas de radio y televisión libres de la tutela del partido. Sin críticas a la política internacional del Estado. Sin ocurrírseles siquiera mencionar la persecución a los disidentes políticos, los artistas o las minorías nacionales. En las altas esferas bostezaban burócratas reblandecidos en el fondo de oficinas silenciosas y distantes del mundo. La sede central de la FSM estaba en Praga y era una edificación solitaria, posiblemente muerta. Los soviéticos eran los más voluminosos componentes de la Federación , pero ni ésta ni sus filiales del campo socialista se permitieron jamás criticar el aplastamiento por el ejército soviético de la “sublevación” de Budapest de 1956, ni el derrocamiento por la fuerza del gobierno legítimo de Checoslovaquia en agosto de 1968, ni la invasión de Afganistán en 1979. Stalin vivió más de siete años después de la fundación de la FSM y no se conoce que ella o sus filiales se atrevieran a elevar una voz de repudio por sus últimos crímenes políticos.

El movimiento sindical “clasista” abandonó a su suerte a los sectores democráticos, que pedían solamente el desmonte del aparato represivo del régimen, de la misma manera que el sector “conciliador” del sindicalismo mundial abandonó a los patriotas que lucharon contra las dictaduras en los países capitalistas. Tal vez eso mismo explica que la caída del régimen socialista fuera obra principal de sectores medios unidos a los asalariados. La adulada clase obrera, clase del futuro socialista, no salió a defender al socialismo en ninguna parte. En el caso de Polonia incluso estuvo al mando de la rebelión y la vuelta al capitalismo.

Para evitar la “volada” al paraíso capitalista, los gobiernos socialistas restringían al máximo la salida de directivos sindicales fuera de sus fronteras. Esas misiones estaban encomendadas a los sindicalistas de países dependientes, como Colombia. Tales personas andaban por el mundo cumpliendo labores ordenadas por los sindicatos soviéticos. Como ahora ocurre, había entonces pugnas por las comisiones al exterior, que dejaban pobres ahorros en dólares para los favorecidos pero daban poder local, nuevas oportunidades de ascensos y nuevos e infatigables viajes al exterior. Los dirigentes sindicales del socialismo eran cuadros de segunda categoría, siempre en el primer piso de la política. La clase dirigente de la Urss no estaba interesada en la revolución proletaria mundial, como decía, sino en el comercio y el poder militar, como hoy sucede con China.

En la obsecuencia sindical hacia los sectores que tienen el poder, pues, no hay mayores diferencias. Todos los sindicatos, los “clasistas” y los otros, se arriman a los gobiernos de turno. Ahora mismo James Petras, el afamado comentarista de prensa conocido por sus simpatías de izquierda, afirma que los sindicatos de los antiguos países socialistas de Europa se han convertido en los más serios obstáculos para la conformación de un frente sindical unitario europeo porque están atados de pies y manos a los nuevos gobiernos capitalistas. Los viejos y ultrajantes nichos del oportunismo socialista florecen ahora en homenaje al neoliberalismo.

Las razones de uno y otro bando de la CUT no son convincentes. La unidad internacional real, forzada pero real, solo duró cuatro años y no va a repetirse un 1945. ¿Será que siempre habrá organizaciones sindicales confrontadas como hay partidos? ¿Solo podría hablarse de alianzas temporales, más o menos duraderas, con cambios en la composición y fuerza de sus componentes? La unidad es la joya superior de la corona del movimiento obrero. Pero parece que solo como gema de exhibición. A la hora de deponer intereses de poder administrativo, de grupo político y de comodidades personales los colores de todas las banderas parecen escurrirse.