Qué sucedería con nuestras vidas, si en lugar de hallar el cerebro de los pensadores en su cabeza, lo encontráramos en las botas? Es la cuestión que nos plantea el editor del curioso y singular libro La filosofía del fútbol de Mark Perryman [1]. Edhasa ha editado este lúdico y creativo ensayo, bajo el subtítulo de patadas y pensamiento.

El escritor (director técnico) Perryman nos presenta en el equipo de La filosofía del fútbol una nómina de lujo: con el número 1, bajo los tres palos, contemplando lúcidamente el absurdo del juego, Albert Camus, quien fuera realmente futbolista, además de filósofo; en la defensa, como extremos, aparecen Simone de Beauvoir y Jean Baudrillard, como centrales el rudo Nietzsche y el silencioso Wittgenstein; de interior izquierdo surge el persistente Gramsci, a ras de hierba Bob Marley y, como analista e interprete del juego, el comunicativo Umberto Eco. También juegan en el equipo de Perryman figuras de la talla de William Shakespeare, Oscar Wilde y Sun Zi, importado este último (maestro de la estrategia) de Oriente. Figuras de la modernidad y algunos representativos de la posmodernidad. ¿Estamos ante un equipo invencible? Eso podría ser. ¡ Y qué tal si miráramos la reserva del equipo! Aparecen nombres como los de Homero, Kierkegaard, Orwell, Hite, Greer, McLuhan, Bunyan, Wordsworth, Cézanne y Sostakovich.

¡Este plantel de ensueño, sí que es verdaderamente galáctico! Enfrentado a ellos, el Real Madrid nada o poco tendría que hacer. ¿Qué piensan estos filósofos acerca del fútbol? Uno de los méritos del texto de Perryman es precisamente recoger algunos aforismos en este sentido. Camus, por ejemplo, se refiere a la tarea formativa del fútbol; lo cito de memoria: Después de muchos años en los que el mundo me ha permitido tener muchas experiencias, lo que sé con más certeza con respecto a la moralidad y a las obligaciones lo debo al fútbol. Fue esto lo que expresó Albert en su hora, y recordemos, incluso, esa interesante confesión que hiciera alguna vez: el momento de la felicidad es el momento del gol. El fútbol cumple, así, una tarea educadora, Bob Marley lo sabía, es lo que, en las propias palabras de Bob, referencia Perryman: el fútbol es parte de mí, te mantiene a salvo de problemas. Te hace disciplinado. Te pone en marcha por la mañana. Cuando entrenas, se te aclara la mente. El mundo despierta a tu alrededor. Hasta aquí el icono rasta. Baudrillard iría en contravía, y nos recuerda que una de las cargas que el poder le traspasa al fútbol es la de entontecer a las masas. Ahí está para la polémica y el análisis, que de eso se trata la filosofía. Recordemos igualmente a Wittgenstein el de las Investigaciones filosóficas, y para quien más importante que el juego, son las reglas que lo rigen. Perryman extrae un pasaje de las Investigaciones con una clara invitación a imaginar: Imagina –dice literalmente Wittgenstein– a la gente divirtiéndose en un campo o parque, jugando con una pelota. Arrojarla al aire sin más, o perseguirse con el balón. Se pasan todo el tiempo jugando y siguiendo reglas definidas. ¿No existe la posibilidad de jugar y establecer las leyes mientras jugamos? Hasta aquí Ludwig y su ingeniosa invitación, pues ahora pasamos, como una muestra más, de estos inteligentes testimonios sobre el fútbol, a lo que expresa , con el número 7 en la camiseta, el extremo derecho en el equipo de la Filosofía del fútbol, el dandy Oscar Wilde: El fútbol es un juego excelente para chicas rudas, pero no resulta muy indicado para chicos delicados. Es este sólo un muestreo de las muchas frases que ilustran cada uno de los pasajes que el autor dedica a las estrellas de su equipo.

Sin lugar a dudas, el mérito más significativo de estos escritos es el de recrear los pensamientos y las vidas de estos filósofos. En un claro testimonio de posmodernidad, este ensayo se mueve a través de una escritura fragmentaria, en una atmósfera de juegos y simulacros, en la que los límites entre la ficción y la realidad quedan disueltos. Acaso ya no sea posible distinguir entre la realidad real y la realidad virtual, acaso sea imposible vivir, respirar en tiempos mediáticos como el nuestro – en el ámbito de lo inmediato. Siempre se vive a un paso de distancia, decía Castaneda. Vivimos exiliados de lo cotidiano, imposibilitados para vivenciarlo, sentencia Blanchot cuando nos alerta que una imagen que nos llega a través de la televisión, cuando un futbolista patea un balón ya sucedió, ya pasó. De alguna manera vivimos en diferido. Por todo esto, no es tan despistada la lúdica que propone Perryman. En sus breves textos, como en un péndulo que oscila, encontramos una deliciosa e ingeniosa extrapolación que nos hace ir de la filosofía al fútbol, del fútbol a la filosofía, en un movimiento incesante; datos y experiencias de la realidad y de la ficción se entrecruzan. Ahora, si como han dicho algunos, se juega como se vive, Perryman en sabrosa lúdica, al llevar el ejercicio del pensar al terreno de una cancha (¿acaso imaginaria?) nos pone en contacto con el carácter, la personalidad y la entrega total de cada uno de los jugadores (léase pensadores), quienes expresan sus ideas (léase jugadas) de la manera más singular, pero también con un marcado sentido de lo colectivo. Encontramos aquí el pensamiento profundamente arraigado a la vida y a la imaginación, en un juego serio y peligroso, de profundas y riesgosas exigencias.

¿Qué radiografía hace el técnico Perryman de sus jugadores? A Wittgenstein lo muestra como un jugador ordenado, nos dice que era el “arquitecto de la defensa”, preocupado fundamentalmente por “la estructura del equipo”, jugando al lado de Russell y de Keynes, entre otros. Su idioma era el de los cuadros, los juegos y las normas. “Ludwig – nos dice – era uno de esos jugadores que siempre son sancionados por protestar al árbitro. Era perfectamente consciente de que el hecho de que el balón hubiera sobrepasado o no la línea era una cuestión tan lógica para la que sólo cabía una única respuesta verdadera. Pero cuando el árbitro respondía con el contradictorio ‘el gol no es un gol ni un no gol’, Ludwig sabía que estaba perdido. ‘No lo concede? ¿Está ciego?’, gritaba al árbitro. Wittgenstein era el único para el que la realidad del gol resultaba suficientemente clara, y el único que daba a su equipo como ganador y creía haber salvado los tres puntos en el último minuto”.

¿Qué nos dice de ese Calicles moderno (Oscar Wilde) que afirmaba con inteligencia sus pasiones? Señalaba que era un estilista del juego, “un auténtico artista del balón”, algo así como un caballero del fútbol. De juego abierto y generoso, nómade como el rudo juego de extremos de Nietzsche. “Wilde era un jugador capaz de manejar el balón con ambas piernas y que aparecía allí donde menos se esperaba”.

De Eco destaca su juego rizomático, laberíntico, abierto, sin un centro. Lo muestra jugando al lado de Roland Barthes, leyendo – como quien lee un libro – el juego, como un gran comunicador, distribuyendo la pelota. Nos dice, igualmente, que para Gramsci el valor más relevante en el juego era la fluidez, la movilidad, el permanente desplazamiento por el terreno de juego, aprovechando los espacios. A su lado, un equipo de proletarios en el que encontramos a Lenin, Troski, entre otros. “Con el cerebro en las botas, el equipo jugaba al primer toque en un inteligente juego de pares que hacía funcionar a todo el conjunto como una unidad”.

Como Perryman, cada uno de nosotros podría jugar al Mister. Podríamos idear nuestro equipo. En lo personal, pondría a Walt Whitman jugando a dúo con Bob Marley, a ras de hierba, democratizando el juego, y en la defensa al fatigado albatros de Baudelaire, intentando enviar con sus pesados guayos ese balón a las nubes. Armemos el equipo. Y nos vemos el mundial.

[1PERRYMAN. Mark. La filosofía del fútbol. Patadas y pensamiento. Barcelona: Edhasa. 1999. Traducción de Hernán Sabaté. P.153