La movida inicial, en medio de los distractores del mundial de fútbol, estuvo en la relación con uno de los subdueños del país: el interés era sellar la unidad con el capital financiero serrano, reconstruir el bloque del 98, pero esta vez bajo la égida socialcristiana.

El interés del PSC ahora ya no es sólo gobernar desde fuera, sino disputar la Presidencia: hay nuevos fondos que administrar. El cálculo en tiempos futbolísticos fue también unir la fuerza de los dos clubes más populares del país. La propuesta fue para el heredero, pero el resultado no terminó en Paz.

La contrarespuesta fue audaz: la recomendación fue buscar una figura académica, con un mayor perfil de «centroizquierda»; sin embargo el exrector de la FLACSO no dio la anuencia final. La posibilidad de un bloque que incorpore a los sectores medios e intelectuales serranos se diluía.

La búsqueda bajó de nivel, pero continuó en la misma dirección. Ahora la oferta fue para uno de los Mauricios, adalid de las tesis duras de la economía de mercado bajo la dirección del capital financiero transnacional y nacional. El acuerdo podía abrir la puerta a la relación con el primer banco del país, y restablecer el vínculo con una Democracia Cristiana en proceso de reconstrucción. Inicialmente el Mauricio se entusiasmó.

Pero surgieron dos dificultades: las competencias pendientes de los grupos de poder de Quito y Guayaquil, expresadas en las presiones del proyecto de Ley Febres, y las sombras del Gutierrato, a pesar de los consejos tranquilizantes del dueño del país: con el Coronel no hay problemas para los arreglos secretos. Después de largas semanas de indecisión, la respuesta fue el NO.

Fracasado el intento de la unidad con los grupos financieros serranos, otra vez la búsqueda fue por el lado de incorporar a los sectores medios: esta vez la propuesta audaz fue al comunicador Freddy Ehlers. Con una muy breve duda, la respuesta fue negativa, pues el andarivel de Ehlers se inclina más bien hacia la socialdemocracia.

Ante la imposibilidad de resolver el tema por la unidad con los grupos financieros, la búsqueda bajó a los ámbitos gremiales de la capital: esta vez el pretendido fue el adalid de las Cámaras empresariales. El retorno ya no era al 98, sino al 84, aunque ya no con el viejo Blasco, sino con el junior: el sueño de un reconstituido Frente de Reconstrucción Nacional. Pero las condiciones han variado; y además el paso del gremio a la política no es sencillo; tanto más que la sombra del dueño del país estrecha el espacio. Después de largas consultas la negativa se repitió.

Los intentos regresaron al esquema de los sectores medios: esta vez el seducido fue el periodista Alfonso Espinoza de los Monteros. La duda fue larga, ciclotímica, con lapsos de entusiasmo y depresión, hasta que terminó en la negativa. La última angustia mediática fue su propuesta a Andrés Carrión Mena, otro periodista de TV, hermano del canciller y del exrector, que este 27 de julio le dijo que... NO.

La angustia de Cynthia se agudizó. Pasaron por la lista numerosos nombres, hasta propuestas inviables para algunos indios. No podía cumplir la oferta de presentar el binomio salvador después del mundial. Las presiones venían de afuera y dentro del partido: el jefe empezaba a marcar los plazos.

Aunque la candidata presidencial podía estar tranquila: el sistema funcionaba eficazmente. Los grandes medios estaban cumpliendo su labor: la campaña se reducía a la discusión de nombres.

Cynthia no tenía la presión de definirse sobre los problemas del país; todos los asuntos de fondo le resbalan: en las sesudas entrevistas de los destacados comunicadores sociales de los grandes medios, la cuestión se reducía al nombre, el bendito nombre. Desaparecían de la escena el tema petrolero, la angustia de los comunes, la reforma política y la constituyente, la soberanía en juego, la deuda externa, el Plan Colombia, la Base de Manta.

El escenario estaba controlado, se había logrado la degradación de la política al gravísimo asunto del binomio.

La candidata podía estar tranquila: ella sabe que su Partido controla los Tribunales electorales –el que escruta decide–, sabe que las reglas no han cambiado y que más bien se han reforzado los privilegios de la partidocracia, sabe que la fórmula D’Hont ’pondera’ los votos a favor de los partidos fuertes, encabezados por su partido.

Democracia capturada: los dados están marcados.

El calvario podía transitar por los viejos cauces, aunque en un nivel inferior; los nuevos nombres provenían de las filas gremiales empresariales quiteñas: la candidata presidencial socialcristiana podía contentarse con un Ponce o un Terán cualquiera.

O, por último, puede acudir a la cantera de su aliado natural en la recomponchada democracia cristiana. Aunque después de los puntos a favor luego de la salida de Alvarito, y ahora con la expectativa de una nueva cosecha con la descalificación de Gutiérrez, a lo mejor todavía puede aspirar a que los intereses del Blasco junior se reaviven y puede emular el ejemplo del padrino en los 80.

Aunque aquí está la otra angustia de la Cynthia: la sombra del padrino y su corte es demasiado fuerte y proyecta resistencias en el electorado fuera de Guayaquil: la resistencia a la partidocracia se condensa en torno al Partido Social Cristiano. Sin embargo éste tiene fuertes antídotos: el recurso a los caudillos locales, la transformación de la política en el tema absoluto de la seguridad, el poder de los medios vinculados, el ejercicio de la presión desde el control del poder judicial.

Además la candidata puede confiar en la imagen de ser «la primera mujer» Presidente, la «Bachelet ecuatoriana», que el marketing quiere dibujar, para ocultar la relación con el dueño del poder.

Claro que los esfuerzos de «renovación» y «autonomía», con la introducción de nuevas figuras en la escena nacional y de provincias, empieza a chocar con el poderoso aparato largamente construido por el socialcristianismo con la fuerza de los caudillos y grupos de poder locales.

El calvario de Cynthia muestra las fronteras del poder constituido: no hay un proyecto nacional, las disputas entre los dos polos financieros han desgarrado al país, mientras los acuerdos lo han convertido en su botín.