Mitontic, Chiapas. El agua está empantanada, llena de renacuajos y mosquitos. Los pozos se secan a falta de lluvia. “Es del color del tamarindo”, dice Mariano Ordóñez, presidente municipal, y es lo que ingieren los tzotziles: agua que no es potable, incolora, tampoco insípida o inodora, aquí hiede y sabe a tierra. Cuando el calor por fin extinga ese par de charcos que alimentan a 160 habitantes, la opción es el torrente contaminado, donde desemboca el drenaje.

María Ordóñez se hinca y toma la vasija y la llena y vacía para dar cuenta de lo que beben: lodo. Tiene 65 años, pero se impone al edil y le habla de frente: “a mi edad ya no puedo caminar hasta el arroyo, son tres horas de andar y la espalda me duele”. Trajina encorvada y está en los huesos; la pesadumbre se quedó como un rasgo indeleble en sus facciones.

Con todo, recoge y devuelve ese chorro del barrizal mientras se quita los insectos de la cara. Será que por ella habla el desamparo y la rabia porque, en sus 65 años de vida, nadie había visitado ese rincón desierto, Suytic, el lugar de piedras filosas, donde el suelo es adusto y los pies lacerados en ese diario andar que abre veredas.

Ésta es la segunda vez que el alcalde priísta visita la comunidad, pero los habitantes se acostumbraron al aislamiento y al olvido. No hay caminos y al paraje lo atraviesa sólo una brecha árida. Arrinconado geográficamente, todo es lejanía en Suytic. Sólo a fuerza de abrir el camino sobre la empinada montaña, Suytic puede comunicarse con sus vecinos Baachén, Oxinam y Pulumsibac. Chalam, donde está la comida y el agua, está a dos horas y para llegar los indígenas tienen que aferrar los huaraches a las fisuras de las rocas.

A un costado de la solitaria senda está la única escuela, un salón de lámina recién construido por la comunidad, donde se imparte preescolar y los primeros años de primaria. Como en otros parajes, el gobierno se excusa de equipar al plantel con material y mobiliario adecuado por los infranqueables trayectos.

“Impedidos” de recibir más apoyos de la federación, los niños aprenden en dos troncos que simulan una banca y una mesa sobre el piso de tierra y apretados detienen la hoja y el lápiz en los pocos rincones que sobran del madero.

El funcionario comenta que todavía el año pasado los niños no recibían educación, por lo retirada que estaba la escuela más próxima, a hora y media a pie, trayecto que deben hacer los jóvenes si quieren cursar la secundaria o el bachillerato.

Es común ver a los chiquillos con las botas roídas y a las niñas con los pies magullados. “Hay mucha piedra y está un poco peligroso. Los niños que andan descalzos se cortan de eso”, advierte el alcalde. Aún cuando este suelo es hostil, todo su día se va en subir o bajar del monte. Como Juan, de ocho años, que va del aula a la casa que está sobre una pendiente rocosa. Él se trepa con sus deteriorados zapatos y descansa en esa habitación donde el piso es un tapete de cenizas y las paredes están llenas de tizne.

El olor a leña apagada satura el aire del único cuarto donde duermen y comen los 13 miembros de la familia, incluyendo al regidor plurinominal del PRD, que es su hermano. A ninguna de las viviendas de Suytic llegó la estufa Lorena, el piso firme o el agua entubada. Ni las caravanas de salud, ni el Seguro Popular se asoman y no hay proyectos productivos. Nada sucede por efecto de las distancias.

Por eso en las súplicas en bats´ic´op, o verdadera lengua, del policía municipal, Pedro Velásquez, se oye constante la palabra mestiza “carretera”. De haberla, los hombres no emigrarían, porque ya no hay maíz ni familias completas abandonarían el paraje por la falta de agua.

En Baachén la situación no es diferente. Sus habitantes también están incomunicados y es imposible comercializar la producción de durazno o tener servicios médicos, porque a los enfermos hay que cargarlos por el acantilado durante hora y media y llevarlos a cuestas guardando el equilibro sobre los atajos empedrados y mojados.

Y es que hasta la sima del risco está la única carretera pavimentada del municipio -20 kilómetros que van de la cabecera municipal a Chalam y comunican a ocho de 24 comunidades-. El resto de Mitontic está colmado de caminos de terracería, veredas y aperturas de camino, las vías agrestes que son recorridas por los infatigables sots´il winik u hombres murciélagos. Siempre a pie, con el sol como vigía o abrigados por la neblina, con el mecapal y la carga de madera o los cajones de refresco, yendo al hogar o la parcela, donde se dé el cultivo ahí está su rumbo.

Sobre el camino rural

A la orilla del monte, un hilo de agua corre abatido entre el polvo y la piedra. De ahí, Martha y sus hijos se quitan la sed para soportar el calor durante la faena. Martha le remoja la cara a Alejandro y lo sienta en sus piernas. El bebé tiene los ojos desalentados, casi viejos, el estómago abultado y la nariz mojada. No se inmuta, no llora ni siquiera susurra, es todo silencio y su cuerpo está saturado de hastío.

Por él ya ha pasado el dolor y el abandono y apenas tiene un año. Resignado y con el torso desnudo aguarda que su hermana termine de limpiar la milpa para la tortilla del día. Lucía peina la loma con un viejo azadón, lo encaja y lo arrastra, hoy tampoco fue a la escuela, mientras la pequeña Maribel no para de llorar y dejó esa tarea de salpicar agua sobre la hierba.

Alejandro y sus hermanas estarán hasta bien entrada la tarde clavando la pala para encontrarle comida a la montaña y todas las veces que la sed regrese, se conformarán con las gotas recogidas del perezoso cauce que viene de otro desahuciado ojo de agua que corre por Tzoeptil.

Tzoeptil

“Ya casi no corre y no hay de dónde agarrarla”, denuncia el síndico Antonio Méndez, mientas mira aquel lánguido afluente de agua que se ha convertido en un oasis para parásitos y alimañas. El delegado indica que los niños que vienen al arroyo se enferman seguido; ronchas en la piel y diarrea son malestares diarios.

Hace dos años, la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento (CEAS) autorizó la construcción de un sistema de bombeo que al poco tiempo de instalando se rompió. “Nada más funcionó unos tres días. Le dijimos al patronato, pero no sé a dónde se fue la solicitud”, dice Méndez.

De acuerdo con el II Conteo de Población y Vivienda 2005, el 67 por ciento de los ocupantes en vivienda no contaban con agua entubada. Lo que hace al municipio el tercero en la entidad con el mayor número de personas sin ese servicio. Y aunque los indicadores dicen que la mayoría de la población de Mitontic cuenta con drenaje, la realidad es que las letrinas naturales continúan siendo un foco de infección.

Según la Secretaría de Salud del estado, la segunda causa de morbilidad en el municipio es la amibiasis intestinal, infección muy frecuente en áreas pobres y mal saneadas. La enfermedad es provocada por la entamoeba histolytica, parásito alojado en las heces fecales que una vez desechado en letrinas abiertas contamina los alimentos, produciendo disentería, diarrea sanguinolenta y hasta la muerte. Tan sólo en 2000 se registraron 277 casos de infección en Mitontic.

En 2003, el entonces director de la CEAS, Mario Bustamante Grajales, señalaba que el desabasto de agua en la cabecera municipal se debía al deterioro de la infraestructura hidráulica. Ese mismo año, el ex gobernador chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía se comprometía no sólo a atender la “urgente necesidad” –como lo calificaban los dos servidores públicos– de Mitontic, sino de los 117 municipios de la entidad.

No obstante, ya han pasado cuatro años y Tzoeptil se está quedando sin agua. Hasta no aceptar la baja de la obra situada por el órgano estatal, la Comisión Nacional del Agua (CNA) podrá intervenir. Y es que para el edil cuando los altos funcionarios oyen hablar sobre Mitontic, se muestran desconfiados. “No creen nuestra miseria”, expresa. Ello a pesar de ser el décimo municipio más pobre del país y tener un índice de desarrollo humano (IDH), de 0.4858, similar al de países africanos como Ruanda o Angola de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Contralínea 72).

Titaltetik

Excluidos de más y mejores apoyos y expuestos a programas que no cumplen sus objetivos, los indígenas tzotziles de Mitontic están a la zaga de alcanzar un nivel de vida óptimo.

En el ramal de Titaltetik está el expendio que ostenta el nombre deslucido de Diconsa. Como en el resto de Mitontic, la tienda comunitaria del programa de Abasto Rural –que contribuiría a superar la pobreza alimentaria mediante la provisión de productos básicos al menor costo y la creación de empleos rurales– está cerrada y desmantelada.

El proyecto que presume ser “la red comercial más grande de México con más de 22 mil tiendas, 302 almacenes y una flota vehicular de 3 mil 318 unidades”, aquí es un recuerdo constante de la marginación. No hay leche en polvo, azúcar, aceite vegetal, servicios de telefonía, de correo o medicamentos básicos; en su lugar el vacío, letreros grises y tablas de madera que clausuran los establecimientos.

Mitontic tampoco está incluido en el Programa de Apoyo Alimentario de Diconsa, cuyo propósito es garantizar la ingesta de alimentos nutritivos mediante apoyos en efectivo o entrega de despensas. La lista de beneficiados hasta el 31 de marzo de 2006 prescinde de la localidad, incluso cuando la desnutrición es la octava causa de enfermedad en la región.

Estufas defectuosas

Alicia desgrana el maíz para preparar el nixtamal, Lubia mueve el frijol que hierve sobre el calor de la leña, la fumarada satura la cocina y la estufa marca Lorena permanece apagada e inútil. Ellas fueron beneficiadas por el programa federal que habría de salvarlas de respirar humo tóxico y reduciría la deforestación hormiga; las estufas ecológicas y el piso firme eran la solución al hacinamiento en el que viven los pueblos indios, como lo anunciaba el ex presidente Vicente Fox.

Sin embargo, “hay fuga de humo”, se quejan las mujeres en tzotzil y reclaman que se cuarteó a tan sólo siete meses de haber sido colocada. La misma situación se repite, cuentan Alicia y Lubia, en otras casas de Titaltetik. Las jóvenes lamentan que no funcione porque así no “tragaban tanta humareda”.

Además en un municipio de 9 mil 42 habitantes, la estufa Lorena sólo llegó a 400 hogares. Y el piso firme aún no alcanza a esa cocina que es un cuarto de madera donde se come y se preparan los alimentos sobre la tierra.

“Es en balde el gasto. No es posible, pero es basura lo que están dejando”, reclama el alcalde Mariano Ordóñez y recuerda la promesa de Fox cuando se reunió con los presidentes municipales de las 10 regiones más pobres de Chiapas: “Dijo que la gente de alta marginación iba a quedar con estufa Lorena”.

Suyalhó

Fue en abril del año pasado cuando Vicente Fox afirmaba que en las zonas chiapanecas más marginadas se construirían 13 unidades de atención médica y dos dispensarios comunitarios, pues “si entregamos una póliza de Seguro Popular, es porque habrá unidades médicas, hospitales, doctores, enfermeras y todo el personal para atenderles”.

El entonces presidente de la República agregaba que Mitontic, como el resto de los 10 municipios más pobres del estado, tendrían su red completa de infraestructura en salud y atención.

Mariano Díaz tiene 69 años y sufre de presión alta. También lo padece su esposa de 68 años. Hace algunos días, la pareja fue a San Cristóbal de las Casas a recibir atención médica y comprar los medicamentos que no había en Suyalhó. El costo del viaje fue de mil pesos –precio estratosférico para una población donde 461 personas no perciben ingreso alguno y 2 mil 850 es población económicamente no activa, según datos del INEGI–. La pareja debe regresar por recomendación del doctor, pero ahorrar esa cantidad les es una tarea casi imposible.

Como siempre, Mariano asistió a su revisión en la clínica de Suyalhó para no peder su afiliación al programa Oportunidades. En cuanto al Seguro Popular sólo se beneficiaron a 800 habitantes, cuando el dispensario recibe a 3 mil personas de cuatro comunidades aledañas.

Además, sólo hay dos camas para los pacientes y los estantes del consultorio están semivacíos. Cada tres meses se recibe una magra dotación de medicamentos –entre los que se cuentan del tipo genérico intercambiable de laboratorios particulares– provistos por el Instituto Mexicano del Seguro Social.

“Muy escaso y muy frecuente que no haya, según los jefes presupuesto a nivel nacional. No necesitamos tanto, poquito, lo que haya. Apenas llegó poquito el tratamiento. Más medicina nos es útil, penicilina, antibióticos, desparasitantes”, enumera el enfermero Ángel, quien es la única persona a cargo de la clínica, luego de que el médico abandonará el paraje.

Tampoco se cuenta con ambulancia, la única está en Chalam. “La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y la Secretaría de Salud nos iban a donar una ambulancia desde el año pasado, pero hasta ahorita no sabemos cómo está, por el cambio de gobierno y no nos dan nada de resultado”, expone Ordóñez.

“Ésa es una buena pregunta”, atinó a contestar Raymundo Ruiz a bordo de una camioneta del IMSS-Oportunidades, cuando se le preguntó cómo se seguía el cumplimiento del programa cuando cambiaban de delegados con cada visita bimestral. Evasiva, la comitiva no quiso dar más declaraciones.

La Urgencia

La niebla cae sobre Mitontic y se confunde con el humo que se escapa por las grietas y hendeduras de las casas, donde la leña comienza a arder. La montaña huele a madera encendida y ya son las seis de la tarde. El suave acento del tzotzil se escucha detenido y también lejano, sólo habla el caracol y la plaza se llena con su tonada. El comandante lo hace cantar para que las autoridades se reúnan y discutan los temas de la comunidad.

Agua, vías y un hospital demanda el presidente municipal: “son las primeras necesidades y los recursos son muy pocos”. La construcción de un camino de Oxinam a Pulumsibac –que pasa por Suytic y Baachén– aunque ya ha sido autorizada y el proyecto entregado a la CDI en 2006, no se ha realizado porque no hay presupuesto. “Estamos a la espera, no nos han llamado”, alega Ordóñez.

Lo mismo sucede con la intención de abastecer de agua y de un hospital a la comunidad de Chalam, que recibe a habitantes de otros parajes. “No cuenta con agua y es una población grandísima. Ya entregamos el proyecto a la CNA para su revisión, ojalá sea tomado en cuenta”, espera el edil priísta.

El presupuesto asignado desde la Federación es insuficiente. Este año cada localidad recibirá solamente 500 mil pesos, revela Ordóñez y advierte: “Tan sólo en comunidad de Titaltetik fueron 4 millones 700 mil pesos para construir 166 tanques de almacenamiento pluvial y para pavimentación se requieren unos 50 millones. Yo por eso suplico a las autoridades federales y estatales que nos tomen en cuenta.

“Carretera es la primera necesidad. En Suytic y Baachén no hay cómo sacar a los enfermos, los tienen que llevar cargando de una hora a dos horas, pero hay veces que se les mueren en el camino. Sin carretera, aunque tuvieran agua, no superamos el problema”, reflexiona.

En el palacio municipal sucede la discusión para exigir que se cumplan las promesas federales y al interior de la iglesia también se solicita una vida sin miseria sin sed sin hambre.

Donde las cruces están apiladas y los santos vestidos con textiles hechos de lana y algodón, Federico reza refugiado bajo las incontables velas que alumbran el techo y las paredes ennegrecidas. Agacha la cara hasta el suelo y repite su plegaria que comienza en sollozo y termina en suspiro, siempre en tzotzil. Su esposa está sentada con las manos en el regazo y los ojos cerrados. Los feligreses ruegan que los beatos les den buena vida, salud y alivio. “Que nos quiten las enfermedades”, piden.

Fecha de publicación: Junio 1a quincena de 2007