Quizás sus tres novelas publicadas -La patria de las mujeres. Una historia de espías en la Salta de Güemes - Conspiración contra Güemes (1999); Una historia de bandidos, patriotas, traidores (2002); El infierno prometido (2006)-, digan autónomamente sí a estas preguntas. Quizás sus clases como docente en el profesorado Joaquín Víctor González y en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la carrera de Letras expliquen todas estas respuestas.

Lo seguro, es que Elsa es ella misma y eso la vuelve protagonista de una pequeña historia: una charla en un café con NOS. Se abre la primer página y afirma: “No se puede sacar el sexo propio para pensar”.

 ¿Hay una diferencia sustancial entre ser escritora y ser escritor?

 Cambia mucho en cualquier cosa de la vida ser mujer o ser varón. Cada actividad que hacemos está siempre enmarcada por tu género, que culturalmente tiene una tradición y un linaje muy distinto que evalúa, discrimina y jerarquiza de distinto modo. La escritura nació masculina como toda actividad intelectual y las mujeres, subestimadas en su intelecto, fueron dejadas de lado. Para las mujeres, entrar a la escritura fue realmente complicado y, pese a que hay grandes escritoras hace ya bastante tiempo, en la actualidad no se las reconoce como tales o se las empieza a admirar cuando están viejas y muertas. Meter las manos en la masa de la escritura genera una sensación de extrañamiento porque estás entrando en un terreno complicado. Es como el caso de una jugadora de fútbol que puede ser brillante, pero no deja de estar entrando al territorio de Maradona y de Pelé.

 Entonces, ¿integrarse se vuelve mucho más complicado?

 Todo lo que yo te mencioné antes hace que sea más complicado insertarse y perderles los miedos. Al ingresar, yo creo que la pregunta pasa por ser obediente y cumplir con lo que ya hicieron los hombres o ser uno mismo, jugar experimentalmente y mostrar que nada te importa y que vos podés mirar desde tu propia perspectiva y tu propio aporte como hizo Silvina Ocampo. Eso sí, hay una cuestión básica que es que no se puede sacar el sexo propio para pensar, entonces integrarse hace siempre que vos te integres como mujer al mundo de la escritura.

 Con este panorama, ¿dónde te surge el deseo de escribir?

 Es raro, yo escribo desde muy chiquita y no sé por qué escribía poemitas cuando era una nenita, pero lo hacía. Te diría que lo hago porque me da mucho placer y porque me sale bien, y tengo bastante facilidad. Cuando fui creciendo me di cuenta que escribir y pensar en mundos ficcionales te dejan entender quién sos y quién no sos en este mundo. Escribir da la posibilidad de comunicar y te da la chance de poder partirle la cabeza a alguien, como me han partido a mí la cabeza muchos autores.

 ¿Cuáles son tus temáticas predilectas a la hora de escribir?

 Yo no quiero encasillarme ni levantarle el dedo a las otras escritoras, pero a mí me interesan más los temas que tienen que ver con las mujeres (como en su libro El Infierno prometido, en el que se habla de la trata de blancas), pero eso no quiere decir que un día no me interese otra cosa. Creo, de todas formas, que no hay temas prohíbidos para algunos. A mí me encataría que un hombre escribiera sobre las problemáticas femeninas, de hecho, yo lo hago cuando hablo de prostitutas, donde tengo que hablar de la demanda y tengo que hablar de los prostituyentes que son hombres.

 ¿En las palabras hay marca de género?

 El sexismo siempre está inscripto en el lenguaje y me parece bien pensar eso. No me parece que eso se solucione con cuestiones formales sino con decisiones políticas. Decir “todos y todas o señores y señoras”, tiene una cierta utilidad porque reconoce culturalmente que existen dos sexos, pero es una utilidad que sólo tiene un eje formal. Yo creo que no hay que poner acento especial en eso de lo formal, pero hay que pensar la actividad política basándose en el leguaje también. Hay que luchar por un cambio del lenguaje, por un cambio de la praxis en donde la posibilidad de la diferencia exista y discutir en la diferencia sea normal. En la medida en que se vayan rompiendo esas cosas, la necesidad del lenguaje se va a hacer necesario.

 Como en el caso de la llegada a la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.

 El caso de Presidenta por encima de Presidente es realmente bueno. Las palabras surgen de una dinámica de práctica social y el cambio se va a dar en el marco del círculo: cambio por cambio. Si cambian las políticas y se igualan las condiciones, el lenguaje va a tener la necesidad de cambiar.

 ¿La literatura puede cumplir algún papel para lograr una mayor igualdad?

 Los libros educan, pero no directamente. No son didácticos, pero enseñan. No instruyen siendo explícitos, pero lo hacen con preguntas, creando mundos experimentales en donde se puede jugar con la sociedad a veces de modos muy directos o indirectos. Las universidades y los colegios tienen que trabajar textos de mujeres y de hombres. Hay que lograr enseñar en la discriminación positiva porque eso permite generar conciencia y obligar, a partir de ciertas leyes, a generar una igualdad. De todas formas, las cosas están cambiando para las mujeres, pero no está finalizada la discusión porque, por ejemplo, aparecen cada vez más periodistas, pero en el fondo se está generando un problema doble porque para acceder a esos trabajos no sólo tenés que ser inteligente, sino linda.

Fuente
Nos Digital (Argentina)