Luego de su entrada en la política tras los pasos de Donald Rumsfeld, Dick Cheney se ha impuesto rápidamente como el hombre indispensable del Partido Republicano en la Casa Blanca y en el Congreso. Afirmando sin complejo alguno sus opciones decididamente conservadoras, Cheney ha abierto el camino a las ambiciones imperiales de los neoconservadores. Conjugando sus cargos públicos con responsabilidades económicas, se ha convertido en director general de Halliburton, mientras su esposa Lynne es la administradora de Lockheed-Martin. Dick Cheney se ha impuesto como vicepresidente de George W. Bush.
Richard Cheney, hijo de un responsable del Departamento de Agricultura, se crió en el estado de Wyoming. Matriculado en la Universidad de Yale, abandona esta al cabo de dos años, pues en aquella época quería trabajar y «ver el mundo». Así, se dedica durante un tiempo a instalar líneas eléctricas en Wyoming, Colorado y Utah, antes de continuar sus estudios en la Universidad de Wyoming.
Se casa con Lynne Vincent, su amor de la juventud, y parte a realizar un doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Wisconsin. Cuando es llamado al ejército para que se enrole y parta hacia la guerra del Vietnam, se le conceden dispensas por su condición de estudiante y después por ser padre de familia, efectivamente su hija Elizabeth nace en 1966.
Miembro de la Asociación de Ciencias Políticas norteamericana, asciende a Washington en 1968 con la posibilidad de trabajar para un miembro del Congreso. Intenta entrevistarse con Donald Rumsfeld, pero este no lo recibe. Entra entonces al servicio de William Steiger, de Wisconsin. Cuando Rumsfeld obtiene la presidencia del Office of Economic Opportunity, Cheney intenta de nuevo contactarlo y esta vez lo logra. De este modo, se convierte, durante siete años, en su principal ayudante en Washington.
Pero esta colaboración no es continua: en 1973, cuando Donald Rumsfeld asume el cargo de embajador estadounidense en la OTAN, Cheney aprovecha la licencia que se le otorga para trabajar un tiempo para Bradely, Woods & Company, una sociedad de asesoramiento especializado en el mundo de las finanzas.
Primera estancia en la Casa Blanca
Aquello no fue más que un paréntesis. Cheney ya había pasado sus pruebas y cuando en 1974 Rumsfeld es nombrado secretario general de la Casa Blanca por Gerald Ford, es completamente natural que llame a su antiguo asistente para desempeñar el mismo papel, esta vez en el propio centro del poder.
Dick Cheney tiene ante sí la oportunidad de su vida y no la deja pasar: trabajador incansable, se encarga durante más de un año de solucionar todos los problemas administrativos más triviales, desde la plomería de la Casa Blanca hasta de la almohadita del helicóptero presidencial, incluso ocupándose por resolver los delicados problemas de salarios... Resultado: Cheney es omnipresente, domina los secretos de la Casa Blanca y muy pronto puede preparar operaciones políticas de gran envergadura.
Mucho más cuando, tras la designación de Donald Rumsfeld para el cargo de Secretario de Defensa, hereda el puesto de su antiguo jefe, a saber, secretario general de la Casa Blanca. Desde este cargo estratégico, Cheney trabaja con Rumsfeld en la gradual marginación de Henry Kissinger, cuya intención de compromiso con la URSS no le satisface ni aprueba.
Es, pues, tanto en aras del realismo político como de sus convicciones reales, que Cheney alienta al presidente Gerald Ford a unirse al proyecto de «Moralidad en la Política Exterior» elaborado por su adversario republicano en los comicios primarios, Ronald Reagan. Pero esta hábil opción estratégica no basta para evitar la derrota electoral del presidente saliente ante Jimmy Carter.
La oleada del partido demócrata que se produce en los EEUU obliga a Cheney a dejar Washington para reanudar sus actividades en el seno de la sociedad de inversiones Bradley, Woods & Company, pero estas funciones no están ya a la altura de quien acaba de ser Secretario General de la Casa Blanca. Así, en septiembre de 1977 Cheney se presenta al Congreso para reemplazar al representante demócrata de Wyoming, Teno Roncalio, que pasa a la jubilación.
A pesar de una primera crisis cardiaca en junio de 1978, Cheney gana fácilmente las elecciones y regresa a Washington, esta vez como congresista. No es el único republicano en conquistar un bastión demócrata. Con motivo de las mid-term elections de 1978, el Grand Old Party se apodera de doce escaños hasta entonces ocupados por los demócratas. Uno de los republicanos recién elegidos es un profesor de Georgia llamado Newt Gingrich, quien se convierte muy pronto en allegado de su colega de Wyoming.
Un ultraconservador en el Congreso
Su experiencia en el seno del poder ejecutivo permite a Cheney saltar las etapas en la Cámara de Representantes. Conoce el funcionamiento del gobierno federal y a la mayoría de los líderes republicanos. Desde 1981, sus contactos le permiten ser nombrado presidente del Comité Político Republicano.
Asimismo, ocupa un escaño en el seno del Comité del Interior, encargado de las cuestiones del medio ambiente y, por ello, muy cortejado por los congresistas financiados por las grandes industrias contaminantes. En seguida se integra a la Comisión de Ética de la Cámara y a la Comisión de Información. Participa, además, en el conjunto de reuniones organizadas por los republicanos del Congreso para definir su estrategia política.
Por haber trabajado para el ex presidente republicano Ford contra el otro republicano Ronald Reagan durante las elecciones primarias presidenciales de 1976, Dick Cheney es a veces presentado como un republicano centrista por la prensa de la época. No obstante, el análisis de sus votos deja pocas dudas sobre su sólida posición a la derecha de la derecha.
En política exterior, Cheney se opone a la aplicación de los tratados sobre el canal de Panamá negociados por Jimmy Carter; apoya de manera sistemática el desarrollo de nuevos armamentos, tales como el misil MX, y rechaza las sanciones contra el régimen racista de apartheid de África del Sur.
En cuanto a los asuntos nacionales, vota contra el control de armas (incluidas las capaces de atravesar superficies blindadas y las incapaces de ser detectadas por los detectores de metales), se opone a las leyes sobre el aborto y a la discriminación positiva y, como ardiente partidario de las industrias contaminantes, trata de hacer fracasar la extensión del Clean Water Act en 1987.
Contrariamente a numerosos políticos de la derecha dura o extrema estadounidense que buscan a cualquier precio crearse una imagen de respeto político, Richard Cheney se ofusca cuando el diario Washington Post lo califica de «moderado» a comienzos de la década del 80. Por ello, hace que su asistente, Dave Gribben, llame a la redacción del periódico para hacerles reconocer que él es en realidad un «conservador».
Al igual que en el caso de Donald Rumsfeld, la cercanía de Cheney al aparato de Estado norteamericano explica que sea contactado, en la época de Reagan, para participar en las operaciones de simulación de Golpe de Estado realizadas bajo el mando de Oliver North. Si la amenaza oficial era entonces la de un ataque nuclear soviético, se trata en verdad de una demostración de fuerza del vicepresidente George H.W. Bush (padre) considerada por el poder ejecutivo.
De todos modos, Cheney, como antiguo secretario general de la Casa Blanca, es designado responsable de uno de los tres equipos interinos, cada uno de ellos dirigido por un miembro del gobierno de Reagan que no corresponde al orden constitucional y legalmente establecido de sucesión presidencial. Así, en estas operaciones han participado el secretario de Agricultura, John Block, o también el secretario de Comercio, Malcom Baldrige.
El hecho de que estas personalidades no tengan ninguna experiencia en el campo de las relaciones internacionales permite pensar que sólo sirvieron de fachada para los miembros del equipo más calificados en este campo, tales como Rumsfeld, Cheney, o Woolsey.
Sin embargo, esta «inexperiencia» del verdadero-falso presidente interino planteaba sobre todo un problema político importante, el de su credibilidad ante su opinión pública nacional y ante la comunidad internacional. Para afirmar esta credibilidad de mando ante el mundo, proyectaron un plan que consistía en dar la orden a un submarino estratégico estadounidense, para que emerja a la superficie, decisión que representa un claro indicio de control del ejército o la marina US por parte del poder ejecutivo.
Indiscutiblemente Dick Cheney saca provecho de su conocimiento del aparato estatal norteamericano, se da el lujo de desaparecer misteriosamente durante cuatro días todos los años. Como antiguo personal de la Casa Blanca, logra participar en todas las comisiones del Congreso dedicadas a las cuestiones de información.
Cuando estalla el escándalo Irán-Contra, en 1986-1987, Cheney se encuentra particularmente bien ubicado para calmar los ánimos del Congreso, decididamente irritado. Allegado al demócrata Lee Hamilton, que preside la Comisión de Investigación del Congreso, Cheney obtiene el cargo de representante de la oposición republicana en el seno de dicha Comisión y bloquea todo intento de acusación al vicepresidente George H.W. Bush (padre) por los demócratas.
En 1988, guía igualmente a la oposición hacia el proyecto de ley elaborado por el Congreso en virtud del cual la Casa Blanca debía, en el futuro, informarle a este cualquier acción secreta en un plazo menor de 48 horas después de su desencadenamiento. Como buen «guardián», Cheney es recompensado con cargos cada vez más importantes, volviéndose el «whip» (patrón, mandamás) republicano de la Cámara de Representantes en 1988, y convirtiéndose casi en el dirigente de la minoría republicana. Únicamente la seducción que ejerce sobre él un cargo más importante le impide acceder a dicha posición, que finalmente recaerá sobre su amigo Newt Gingrich.
Llegada al Pentágono
George H.W. Bush no ha olvidado el gran apoyo que Dick Cheney le dio en el Congreso. Por ello, le envía el ascensor en 1989 después de haber asumido su cargo en la Casa Blanca. La creación del equipo presidencial especializado en política exterior se le confía a James Baker III, designado Secretario de Estado, y al general Brent Scowcroft.
Pero ambos hombres se enfrentan a una dificultad importante: el candidato que ellos han escogido para ocupar el cargo de Secretario de Defensa, John Tower, es rechazado por el Senado, oficialmente debido a su estrecha cercanía con la Industria de Defensa. Necesitan, pues, un sustituto, preferiblemente en las filas del Congreso para evitar que el proceso de nombramiento sea demasiado largo. Scowcroft propone el nombre de Cheney, con el cual había trabajado durante el gobierno de Ford. En ese entonces consejero de Seguridad Nacional, este hombre allegado a Kissinger discutía mucho con el Secretario General de la Casa Blanca para tratar de limar las asperezas de su jefe con Donald Rumsfeld.
En esa misma época, Cheney había trabajado también con James Baker en la campaña de reelección de Gerald Ford. Con una posición fuerte debida a este doble apoyo, asume rápidamente sus funciones en el Pentágono, donde conoce a Paul Wolfowitz, inicialmente escogido por John Tower. Se niega a apoyar abiertamente a Richard Armitage, candidato al cargo de secretario en el Ejército, que enfrenta los ataques de las asociaciones de veteranos conducidas por el millonario Ross Perot. Finalmente, Armitage se ve obligado a retirar su candidatura. Los amigos y los enemigos que se agrupan en esos momentos alrededor de Dick Cheney perdurarán en el seno del gobierno neoconservador de George W. Bush.
Por el momento, el nuevo secretario de Defensa tiene bastante trabajo ante sí. Para llevar a cabo su política, trata de ganarse los favores de Colin Powell. Ambos se conocen desde el comienzo de los años 80, cuando Cheney era miembro del Congreso y Powell comandante en Alemania. Ambos habían debatido mucho después cuando Powell era consejero de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, mientras que Cheney era un dirigente de la minoría republicana de la Cámara de Representantes.
Cheney no duda, pues, en presionar para lograr que el presidente George H.W. Bush lo designe para el cargo de jefe del Estado Mayor Interarmas, después que el almirante William Crowe anunciara su intención de jubilarse.
Una vez ratificada esta decisión, ambos hombres deciden reunirse todos los días para trabajar juntos en los retos que les esperan porque el 10 de noviembre de 1989, la caída del muro de Berlín provoca la desaparición del adversario más temido de Washington, a saber, la URSS. Se hace necesaria una reevaluación del aparato militar estadounidense, y tanto Powell como Cheney están decididos a limitar al máximo las restricciones del presupuesto militar que reclaman los demócratas.
«Golpe bajo» en Panamá
En diciembre de 1989, Cheney debe supervisar la operación «Causa Justa» en Panamá. Cansados de los excesos del general Manuel Noriega, los Estados Unidos quieren reemplazarlo. Noriega, no obstante, había desempeñado un papel activo en la región, destinado a permirle a Washington conservar el control de su coto de caza.
En los años 79 este antiguo alumno de la Escuela de las Américas convertido en agente de la CIA, había sobre todo «facilitado los intercambios de armas y de drogas realizados por los Contras de Nicaragua, brindando su protección militar, pilotos (...) y capacidades bancarias muy discretas para todos» [1], en una época en que los Estados Unidos luchaban contra la guerrilla sandinista en su propio terreno. Sin embargo sus reivindicaciones se vuelven cada vez más insoportables para la Casa Blanca, que quiere librarse de este aliado algo molesto en vísperas de la restitución del canal de Panamá, prevista para el 1ro. de enero de 1990.
Washington decide entonces intervenir en diciembre de 1989, apoyándose en la sinergia existente entre Dick Cheney y Colin Powell. Este último ve ahí un terreno formidable para aplicar su doctrina militar, heredada del desastre de Vietnam, y hoy apresuradamente resumida en la consigna «guerra cero muerte». Esta doctrina consiste en garantizar que el envío de tropas estadounidenses sólo se haga cuando los objetivos estén claramente definidos, cuando se haya logrado que la opinión pública apoye la intervención y cuando el potencial militar desplegado sea muy grande.
La operación es, en efecto, exitosa. El desembarco masivo de marines en el propio territorio, con la única consigna de «salvar su pellejo», culminó con la masacre de varios miles de panameños, entre ellos numerosos civiles. Manuel Noriega fue arrestado y trasladado a Miami para ser condenado a una pena de prisión de 40 años por tráfico de drogas. Al mismo tiempo, los Estados Unidos instalan un gobierno títere en Panamá encabezado por Guillermo Endara, vinculado al crimen organizado y en especial a los magnates de la droga.
Según el diario Los Angeles Times, este nuevo arreglo en la dirección del cartel, preparado desde la Casa Blanca, tendrá como resultado principal la multiplicación del número de laboratorios de fabricación de cocaína durante los próximos años. Paralelamente, Powell, desde el punto de vista militar, ve en ello una confirmación de lo bien fundadas de sus concepciones estratégicas.
Aún más cuando la operación, mucho más relacionada con lo más clásico de los «golpes torcidos» y a pesar de haber costado muchas de vidas humanas panameñas, no ha suscitado una oposición notable en el seno de la opinión pública estadounidense. Dick Cheney puede medir con ello toda la fuerza de la propaganda. Un arma, por consiguiente, a la cual recurrirá con frecuencia.
El laboratorio iraquí
El Secretario de Defensa participa en la construcción de la amenaza iraquí con la ayuda de su asistente, el especialista en amenazas imaginarias Paul Wolfowitz. La estrategia elaborada por ambos hombres es simple: se trata de incitar a Sadam Husein a invadir Kuwait y de propagar la idea de que el dictador amenaza a Arabia Saudita con el objetivo de desplegar tropas estadounidenses en la región del Golfo.
El plan funciona perfectamente: a mediados de los años 90, las compañías petroleras de Kuwait comienzan a extraer petróleo en los yacimientos situados del otro lado de la frontera, en territorio iraquí, aumentando así su producción y, por tanto, haciendo caer los precios. No sólo el emir permanece sordo a las protestas de Bagdad y a las amenazas de Sadam Husein, sino que reclama el reembolso inmediato de las facilidades concedidas a Irak para combatir durante diez años contra Irán.
Pero el dictador iraquí es consciente de esto: si bien ha tratado de aprovecharse de esta provocación para reintegrar manu militari la antigua provincia iraquí al seno de Irak, sabe que no puede actuar sin la bendición de Washington. El 25 de julio de 1990 cita, pues, a la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, para tratar con ella este diferendo con Kuwait.
Ella le hace propuestas en un inequívoco lenguaje diplomático: «Yo estaba en la embajada norteamericana en Kuwait a fines de los años 60. Las instrucciones que nos dieron en aquellos momentos eran que no debíamos expresar ninguna opinión sobre este asunto y que este problema no tenía que ver con los Estados Unidos.
James Baker le exigió a nuestros voceros oficiales que insistieran en estas instrucciones» [2]. Unos días después, el Departamento de Estado recuerda muy oportunamente que ningún acuerdo de defensa une a Estados Unidos con Kuwait. Teniendo ya la «luz verde» y tras el fracaso de una última negociación, Sadam Husein lanza la ofensiva.
La invasión de Kuwait, aunque no sorprende al gobierno de Bush, es interpretada de diversa manera por sus dirigentes. Así, Colin Powell afirma desde el inicio que «entraríamos en guerra con Arabia Saudita, pero dudo que lo hagamos con Kuwait» [3]. Para los halcones Cheney y Wolfowitz, se trata, por el contrario, de la oportunidad soñada de negociar con Arabia Saudita la instalación de bases militares estadounidenses en su territorio.
Ambos multiplican entonces las declaraciones alarmistas sobre las intenciones expansionistas de Sadam Husein, esforzándose por hacer fracasar las negociaciones con el dictador iraquí, dispuesto, no obstante, a retirarse de Kuwait para evitar el desastre [4]. Cheney debe, empero, arreglárselas con la oposición, en el seno del gobierno, de su antiguo aliado Colin Powell, quien ya teme que los Estados Unidos se involucren en una aventura militar peligrosa.
Los «halcones», sin embargo, se muestran más convencidos. Dick Cheney llega inclusive a proponerle al presidente Bush que declare la guerra sin pedir el aval del Congreso, lo cual es, sin embargo, constitucionalmente obligatorio. George H.W. Bush (padre) se niega a adoptar esta posición extremista, pero se deja convencer de la necesidad de intervenir militarmente. Con todo esto, la oposición entre el Secretario de Defensa y el Jefe del Estado Mayor Interarmas inevitablemente se agudiza, mucho más cuando Cheney y Wolfowitz llegan hasta tratar de elaborar ellos mismos un plan de ataque militar, con la ayuda de Henry S. Rowen, a espaldas de Colin Powell [5].
Desafortunadamente para sus autores, el plan suscita la oposición de Arabia Saudita y Turquía, ya que amenaza con provocar una inestabilidad duradera en el país incluso después de una eventual retirada y desde aquel lado se ve como un paso previo para la división de Irak. Por consiguiente, el plan es rechazado. La Casa Blanca opta más bien por un plan de intervención masiva en el cual el ejército estadounidense es apoyado por una coalición internacional, con un papel preponderante de la propaganda para garantizar el beneplácito de la opinión pública, tanto nacional como internacional.
Se trata, pues, de una solución intermedia que satisface tanto a los defensores de la «doctrina Powell» como al clan de los «halcones». Ambas tendencias en el seno del gobierno se ponen finalmente de acuerdo sobre la legitimidad de la intervención. El éxito militar rápido e «indoloro» para las tropas estadounidenses (apenas unos sesenta muertos y unos cincuenta «desaparecidos») es una nueva confirmación, a los ojos de los republicanos, de la justeza de la estrategia de los neoconservadores, sobre todo cuando Cheney y Powell han logrado concordar, contra la posición tremendista de Wolfowitz, sobre la necesidad de poner rápidamente término a la riesgosa empresa militar. El éxito es, pues, total.
Nace un «halcón»
Después de pasar varios años en el Pentágono y de dos operaciones militares particularmente exitosas, la ideología de Dick Cheney en materia de política internacional se ha visto considerablemente fortalecida. Es indudable que su cercanía a Paul Wolfowitz influyó también en la elaboración de una verdadera doctrina neoconservadora en este campo.
Los Estados Unidos, y en particular el ejército norteamericano, se enfrentan entonces a un total replanteamiento causado por el derrumbe lento, pero seguro, del antiguo bloque soviético. En ese contexto, Cheney se adhiere por completo a la doctrina Wolfowitz, tendente a desalentar a las potencias emergentes de querer competir con los Estados Unidos en cuanto a mantener una potencia militar fuerte.
Esta doctrina es desarrollada en el Defense Planning Guidance de 1992, dirigido por Cheney, coordinado por Wolfowitz y redactado por Zalmay Khalilzad [6]. Cuando determinados pasajes «se filtran» a la prensa y alimentan la polémica, Cheney defiende el texto, a diferencia de Wolfowitz, que trata sobre todo de protegerse. El secretario de Defensa nunca ha temido manifestar abiertamente sus opiniones. Algunas semanas más tarde, cuando se publica la versión definitiva del informe, después de su nueva redacción parcial por Scooter Libby, es el nombre de Richard Cheney el que aparece en la cubierta.
Al igual que el conjunto de los funcionarios del gobierno Bush, el secretario de Defensa es alejado de la esfera política tras el arribo al poder de Bill Clinton, en enero de 1993. Dick Cheney regresa entonces a la vida civil, a la American Entreprise Institute, el think-tank (a) por excelencia de los neoconservadores. En 1993, Cheney se siente lo suficientemente fuerte para hablar de su eventual candidatura en los comicios primarios republicanos, con el objetivo de derrotar a Bill Clinton «sobre el tema de la política exterior».
La acogida de su partido es demasiado floja para alentarlo a seguir adelante: tal como ocurrió con Rumsfeld un tiempo antes, Cheney es obligado a renunciar en enero de 1995. Pero su ambición de regresar a los asuntos políticos no desaparece. Ese mismo año es nombrado presidente-director general del coloso del equipamiento petrolero Halliburton [7], sociedad a la cual había ayudado a obtener estupendos contratos militares en el pasado [8].
El círculo se cierra: Cheney forma parte de la cumbre del aparato estatal norteamericano y tiene a la vez intereses en el campo energético [9]. Una mezcla de géneros recurrentes en la vida política estadounidense que va a beneficiar tanto a sus finanzas personales como a las de la firma. Esta se beneficia de la larga libreta de direcciones de Dick Cheney y de sus relaciones en el medio de la Defensa. En el gobierno demócrata, Halliburton va sobre todo a obtener el maravilloso mercado logístico unido al despliegue de tropas estadounidenses en Bosnia y después en Kosovo.
La agresiva política exterior llevada a cabo por el presidente Clinton, en especial después de su reelección en 1996, no satisface, sin embargo, a los republicanos más belicistas a quienes Cheney se ha ido uniendo gradualmente. El ex secretario de Defensa se une al proyecto neoconservador de conquista del poder, que toma forma desde enero de 1997.
Ese mismo año se encuentra entre los primeros 25 signatarios de la declaración de principios del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano [10], publicado por el American Enterprise Institute. Asimismo, participa activamente en las reuniones de la división de «Política Exterior» del Congressional Policy Advisory Board, creado en el seno del Partido Republicano por Martin Anderson con el objetivo de permitir la elaboración de una política exterior neoconservadora, con el apoyo financiero del Hoover Institute, de la Fondation Heritage y del American Entreprise Institute.
Cheney frecuenta a sus amigos Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y George Shultz, así como a Casper Weinberger y a la protegida del candidato Bush, Condoleezza Rice. Supervisa también la primera reunión de los Vulcains, instruye a Rice y Armitage, ambos consejeros de Bush, sobre cuestiones de política exterior y moviliza toda su red en la campaña. Sus esfuerzos son recompensados: encargado por George W. Bush de designar al vicepresidente que debe aparecer en la boleta presidencial, Cheney acaba por proponer su propio nombre. Una opción rápida preparada por el hijo del ex presidente, que ya le había sugerido esa idea algunos meses antes. El dispositivo está completo.
No sorprende que Richard Cheney se haya afirmado como el líder de los neoconservadores. Se puede, en efecto, considerar a este personaje como una síntesis de los diversos componentes de esta alianza, miembro a la vez del American Entreprise Institute, del Jewish Institute for National Security Affairs, antiguo presidente-director general de Halliburton y ex secretario de Defensa. Como tal, controla todas las facetas del complejo militar-industrial que gobierna a los Estados Unidos desde hace más de cincuenta años.
[1] Rogue State (El Estado fuera de ley), de William Blum, Editorial Common Courage Press, 2002.
[2] «Excerpts From Iraqi Document on Meeting with U.S. Envoy», New York Times, 23 de septiembre de 1990.
[3] My American Journey, por Colin Powell, Ballantine Books, 1995.
[4] Sobre las negociaciones secretas con Irak dirigidas por Francia ver «Le double jeu de François Mitterrand» (El juego doble de Mitterrand) texto en francés, por Thierry Meyssan, Voltaire, 3 de noviembre de 2003.
[5] Sobre este episodio, ver «Paul Wolfowitz, el alma del Pentágono», por Paul Labarique, Voltaire, 4 de octubre de 2004.
[6] Ibid y «La doctrine stratégique des Bush» (La doctrina estratégica de Bush) texto en francés, por Thierry Meyssan, Voltaire, 9 de julio de 2004.
[7] Voir «Halliburton, profiteur de guerre», por Arthur Lepic, Voltaire, 23 de septiembre de 2004.
[8] En 1992, cuando Dick Cheney vivía sus últimos meses como secretario de Defensa, Halliburton obtuvo un contrato de suministro logístico en el Programa Militar de Aumento de la Logística Civil (Army’s Logistics Civil Augmentation Program, LOGCAP). Según los expertos, «es la primera vez que el ejército traspasaba un programa de planificación semejante a una empresa privada». Halliburton suministra sobre todo la logística para la intervención militar estadounidense en Somalia. «Dick Cheney and the Self-Licking Ice Cream Cone», en How Much Are You Making On The War Daddy? - A Quick and Dirty Guide to War Profiteering in the Bush Administration, de William D. Hartung, Nation Books, 2003.
[9] Su esposa, Lynne Cheney, es por su parte responsable del American Enterprise Institute y administradora del coloso de armamentos Lockheed Martin.
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