Continuamos ofreciendo por episodios la última parte del libro de Thierry Meyssan Sous nos yeux, publicado en español bajo el título De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes. Este episodio expone las transformaciones del Imperio estadounidense introducidas a raíz de los hechos del 11 de septiembre de 2001: la imposición de un sistema de vigilancia interna de los menores actos de la población civil y, en el plano exterior, el inicio de la «guerra sin fin» contra los países del Medio Oriente ampliado. También aborda la influencia póstuma del filósofo Leo Strauss en la eliminación de los escrúpulos que algunos dirigentes de Estados Unidos y de Israel hubiesen podido albergar sobre la aplicación concreta de tales políticas.
Este artículo este parte del libro De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes.
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La estrategia de Washington
Volvamos a nuestra narración. En 2001, Washington había logrado intoxicarse a sí mismo, autoconvenciéndose de que habrá que enfrentar una escasez inminente de fuentes de energía. El Grupo de Trabajo sobre el Desarrollo de la Política Energética Nacional (NEPD, siglas en inglés), encabezado por el vicepresidente Dick Cheney, había realizado audiencias con todos los responsables públicos y privados del aprovisionamiento en hidrocarburos. En aquel momento, después de haber conversado personalmente con el secretario general de aquel organismo, que el Washington Post calificaba de «sociedad secreta» [1], yo mismo quedé impresionado ante la determinación de aquel responsable y escuchando sus planes sobre cómo enfrentar la inminente escasez de combustibles fósiles. El tema era nuevo para mí y me creí por un momento aquel delirio malthusiano.
Washington concluyó así que tenía que apoderarse lo más rápidamente posible de las reservas conocidas de petróleo y gas para poder garantizar el funcionamiento de su economía. Esa política es abandonada después, cuando la élite estadounidense comprueba que, además del crude oil de Arabia Saudita, del petróleo texano o el del Mar del Norte, también es posible explotar otros tipos de petróleo. Tomando el control de Pemex [2], Estados Unidos va a apoderarse entonces de las reservas del Golfo de México [3], proclamará su propia independencia energética y disimulará su fechoría tras la publicidad que hace al petróleo y al gas de esquistos. Hoy en día, en contradicción con las previsiones de Dick Cheney, la oferta de petróleo es más importante que nunca y ese recurso sigue siendo barato.
Para controlar el «Medio Oriente ampliado» –o «Gran Medio Oriente»– el Pentágono exige libertad de maniobra total y separar su objetivo estratégico de las ambiciones y decisiones de las compañías petroleras. Basándose en trabajos británicos e israelíes, el Pentágono planea un rediseño de toda la región, o sea modificar las fronteras heredadas de los imperios europeos, suprimir los grandes Estados capaces de oponerle resistencia y crear pequeños Estados étnicamente homogéneos. Además de ser un proyecto de dominación, ese plan dispone de la región en su conjunto sin tener en cuenta especificidades locales. Aunque las poblaciones son a veces geográficamente diferentes, también a veces están totalmente conectadas entre sí, lo cual hace ilusoria la pretensión de separarlas, a no ser que se esté dispuesto a desatar grandes masacres.
En realidad, el equipo que organizó los atentados del 11 de septiembre de 2001 –entre cuyos miembros figuró el vicepresidente Dick Cheney– sabía todo eso y había reflexionado sobre ello desde mucho antes. Ese equipo impone una gran reforma de las fuerzas armadas estadounidenses, siguiendo el modelo concebido por el almirante Arthur Cebrowski. El almirante ya había transformado las prácticas militares estadounidenses en función de las nuevas herramientas informáticas [4]. Cebrowski elaboró también una estrategia para destruir los Estados como sistemas de organización política y permitir así a las grandes compañías informáticas dirigir el mundo globalizado en lugar de los Estados [5]. En la mañana misma del 11 de septiembre, la publicación del US Army –la revista Parameters– expone el proyecto de rediseño del «Medio Oriente ampliado», precisando que el proceso será particularmente sangriento y cruel [6]. La publicación indica incluso que habrá que cometer crímenes contra la humanidad, cuya ejecución será confiada a terceros. Posteriormente, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, pone al almirante Cebrowski en una oficina del Pentágono para que se encargue de supervisar todo el proceso.
Los hechos del 11 de septiembre de 2001 son sólo un medio para lograr que se adopte urgentemente un código antiterrorista –la USA Patriot Act o “Ley Patriótica”– que se había redactado 2 años antes y para emprender una gran reforma de las instituciones estadounidenses –como la creación del Departamento de Seguridad de la Patria (US Department of Homeland Security o DHS), cuya denominación casi siempre se traduce incorrectamente como “Departamento de Seguridad Interior”, y también la creación de fuerzas especiales clandestinas dentro de las fuerzas armadas.
El Departamento de Seguridad de la Patria o Homeland Security no sólo controla el servicio estadounidense de Guardacostas y los servicios de inmigración. Es también un gigantesco sistema de control de la población y emplea a tiempo completo 112 000 espías que vigilan a sus conciudadanos [7]. Las fuerzas especiales clandestinas son un ejército de 60 000 hombres altamente entrenados que actúan sin uniforme, lo cual viola las Convenciones de Ginebra [8]. Los miembros de esas fuerzas especiales clandestinas estadounidenses se encargan de cometer asesinatos por orden del Pentágono y en cualquier lugar del mundo. Por supuesto, el Pentágono no renunciará a “rentabilizar” esa “inversión”, realizada con el mayor secreto.
Las guerras contra Afganistán e Irak
Las operaciones comienzan con la guerra contra los talibanes, en aplicación de la doctrina Cheney después de la ruptura de las negociaciones sobre la construcción de un oleoducto a través de Afganistán, a mediados de julio de 2001. El embajador Naiz Naik, representante de Pakistán en las negociaciones que se desarrollaban en Berlín con los talibanes, había regresado a Islamabad convencido de que el ataque estadounidense era inevitable [9]. Su país comenzó entonces a prepararse para las consecuencias. La flota británica se había desplegado en el Mar de Omán, la OTAN había enviado 40 000 hombres a Egipto y el líder tayiko Ahmed Shah Massud había sido asesinado justo antes de los atentados de Nueva York y Washington.
Los representantes de Estados Unidos y del Reino Unido en la ONU, John Negroponte y sir Jeremy Greenstock, aseguran que, al atacar Afganistán, el presidente George W. Bush y el primer ministro Tony Blair aplican el derecho de sus países a defenderse. Pero todas las cancillerías saben que, con atentados o sin ellos, Washington y Londres querían esa guerra. Los diplomáticos piensan, como mínimo, que Washington y Londres están usando como pretexto un crimen del que sólo Washington ha sido víctima. En aquel momento, yo logro que el mundo entero se pregunte qué fue lo que realmente sucedió el 11 de septiembre. En Francia, el presidente Jacques Chirac solicita a la DGSE (la Dirección General de Seguridad Exterior) que evalúe mi trabajo. Después de una amplia investigación, la DGSE comprueba que todos los elementos en los que yo me baso son verídicos, pero dice no poder, a pesar de ello, confirmar mis conclusiones.
El diario francés Le Monde, que en ese momento ya ha iniciado una campaña para desacreditarme, ridiculiza mis previsiones de que Estados Unidos atacará Irak. Hasta que sucede lo inevitable. Washington acusa a Bagdad de dar refugio a miembros de al-Qaeda y de estar preparando armas de destrucción masiva para atacar el «país de la libertad». Así que tendremos guerra, como en 1991.
Cada cual se ve entonces ante su propia conciencia. Quienes se obstinan en cerrar los ojos para no ver el golpe de Estado del 11 de septiembre de 2001, se prohíben a sí mismos cuestionar el discurso de Estados Unidos y se ven así obligados a aprobar el crimen que viene después: o sea, la invasión de Irak.
Completamente solo, un alto funcionario internacional, Hans Blix, decide defender la verdad [10]. Este diplomático sueco es el ex director de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) y preside la Comisión de Control, Verificación e Inspección de la ONU encargada de vigilar las actividades de Irak. Enfrentándose a Washington, Hans Blix señala que Irak no posee los medios que se le atribuyen. Una presión sin precedentes se ejerce de inmediato sobre él: no sólo el Imperio estadounidense sino todos los aliados de Washington presionan a Hans Blix para que guarde silencio y permita que la primera potencia mundial destruya Irak. Pero Blix no cederá, ni siquiera cuando su sucesor a la cabeza de la OIEA –el egipcio Mohamed el-Baradei– finge tratar de conciliar a las partes.
El 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado y ex jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, Colin Powell, pronuncia ante el Consejo de Seguridad de la ONU un discurso redactado por el equipo del vicepresidente Cheney. En ese discurso, Estados Unidos acusa a Irak de todos los males del mundo, incluyendo de dar abrigo a los autores de los atentados del 11 de septiembre y de preparar armas de destrucción masiva para atacar a los países occidentales. De paso también se da a conocer un nuevo rostro para al-Qaeda: Abu Mussab al-Zarqaui.
Pero el presidente francés Jacques Chirac se niega a ser partícipe del crimen, aunque tampoco se ve a sí mismo denunciando las mentiras de Washington. Así que lo que hace es enviar a su ministro de Exteriores, Dominique de Villepin, al Consejo de Seguridad de la ONU.
De Villepin deja en París los informes de la DGSE y enfoca su intervención en la diferencia entre la guerra que un país puede verse obligado a enfrentar y la guerra que un país escoge como opción. Es evidente que el ataque contra Irak no tiene nada que ver con los hechos del 11 de septiembre de 2001, es evidente que se trata de una decisión imperial, de una guerra de conquista. De Villepin resalta los resultados que Hans Blix ya había obtenido en Irak y luego desinfla las acusaciones de Estados Unidos, demostrando así que la situación no justifica el uso de la fuerza y que nada prueba que la guerra permita obtener mejores resultados que la continuación de las inspecciones. Creyendo que la intervención del ministro francés abre a Washington una puerta de salida y que con ello podrá evitarse la guerra, los miembros del Consejo de Seguridad aplauden su discurso. Es la primera y única vez que un grupo de diplomáticos aplaude a otro diplomático en la sala del Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, Washington y Londres no sólo impondrán su guerra sino que, olvidándose de Hans Blix, Estados Unidos inicia todo tipo de operaciones para «pasarle la cuenta» a Jacques Chirac. El presidente francés no demorará en bajar la guardia y mostrar la mayor sumisión –e incluso más de la necesaria– al amo estadounidense.
Es importante señalar aquí la enseñanza que esta crisis nos deja. Hans Blix, como su compatriota Raoul Wallenberg durante la Segunda Guerra Mundial, rechazó la idea de que los estadounidenses –los alemanes, en el caso de Wallenberg– fuesen superiores a los demás. Hans Blix decidió tratar de salvar a los hombres y mujeres que no habían cometido más crimen que el de ser iraquíes –o judíos húngaros, en el caso de Wallemberg. Jacques Chirac quiso ser como Blix y Wallenberg, pero sus errores anteriores y los secretos de su vida privada lo pusieron a la merced de un chantaje que no le dejaba otra alternativa que someterse o renunciar a la presidencia de la República Francesa.
Washington tiene previsto instalar en el poder en Bagdad un grupo de exiliados iraquíes ya seleccionados entre los miembros de una asociación británica, el Consejo Nacional Iraquí, que tiene como presidente a Ahmed Chalabi. Desde que fue condenado en el caso de la quiebra del banco jordano Petra, Chalabi es considerado un estafador internacional… pero eso no importa. El consorcio estadounidense Lockheed Martin crea un «Comité para la Liberación de Irak» [11], cuyo presidente será George Shultz, ex secretario de Estado y mentor de George Bush hijo. Ese Comité y el Consejo de Chalabi “venden” la guerra contra Irak a la opinión pública estadounidense, afirmando que Estados Unidos se limitará a ayudar a la oposición iraquí y que el enfrentamiento no será largo.
Al igual que el ataque contra Afganistán, la invasión de Irak se preparó antes de los atentados del 11 de septiembre. A principios de 2001, el vicepresidente Dick Cheney ya había negociado la implantación de bases militares estadounidenses en Kirguistán, Kazajstán y Uzbekistán, en el marco de los acuerdos Central Asia Battalion (CENTRASBAT) de la Comunidad Económica del Asia Central. Como los planificadores habían previsto que en la guerra contra Irak las tropas estadounidenses necesitarían diariamente 60 000 toneladas de material, el Centro de Gestión de los Transportes Militares (Military Traffic Management Command, MTMC) había recibido orden de iniciar por adelantado el transporte de la logística.
Sin embargo, el entrenamiento de las tropas estadounidenses comenzó sólo después de los atentados del 11 de septiembre, dando lugar a las maniobras militares más importantes de la historia, denominadas Millenium Challenge 2002 o «Desafío del Milenio 2002». Fue una mezcla de maniobras reales con simulaciones en sala de los estados mayores, simulaciones en las que se usaron herramientas tecnológicas utilizadas en Hollywood, en la realización del film Gladiador. Del 24 de julio al 15 de agosto de 2002, fueron movilizados 13 500 efectivos. Se procedió a evacuar toda la población de las islas San Nicolás y San Clemente, frente a la costa de California, así como el desierto de Nevada para usarlos como «teatro de operaciones». Este derroche de recursos exigió un presupuesto de 235 millones de dólares. Como anécdota, es interesante el hecho que los soldados que hacían el papel de “tropas iraquíes”, bajo el mando del general Paul Van Riper, siguieron una estrategia no convencional que condujo a la derrota de las tropas estadounidenses… así que el estado mayor suspendió el ejercicio antes de la fecha prevista para su fin [12].
Ignorando deliberadamente los informes de Hans Blix y las objeciones de Francia, Washington emprende la «Operación Liberación de Irak» (Operation Iraqi Liberation), el 19 de marzo de 2003. Las siglas en inglés de la Operation Iraqi Liberation conforman la palabra OIL (petróleo), lapsus profundamente revelador, así que la operación será rebautizada como Operation Iraqi Freedom, o sea «Operación Libertad Iraquí». Desde el primer día, un poder de fuego nunca visto cae sobre Bagdad, en aplicación de la estrategia militar que Estados Unidos denomina Shock and Awe («Conmoción y pavor»). La población de Bagdad queda aturdida por el horror, mientras que Estados Unidos y sus aliados se apoderan del país.
Inicialmente, una oficina del Pentágono asume el gobierno de Irak. Al cabo de un mes, esa oficina, la ORHA (Office of Reconstruction and Humanitarian Assistance), transfiere el gobierno del país a un administrador civil nombrado por el secretario de Defensa. Ese administrador –estadounidense– es L. Paul Bremer III, el ayudante privado de Henry Kissinger. Bremer adopta rápidamente el título de Administrador de la Autoridad Provisional de la Coalición. Sin embargo, a pesar de lo que ese título parece indicar, esta «Autoridad Provisional de la Coalición» no ha sido creada por la coalición, la cual nunca se ha reunido y cuya composición ni siquiera se conoce con precisión [13].
Por primera vez aparece un órgano que depende del Pentágono, pero que no figura en ningún organigrama de la administración estadounidense. Ese órgano emana del grupo que tomó el poder el 11 de septiembre de 2001. En los documentos publicados por Washington, la Autoridad que Paul Bremer encabeza es designada como un órgano de la coalición –cuando se trata de un documento destinado a los extranjeros– o como un órgano del gobierno de Estados Unidos –si el documento está destinado al Congreso estadounidense. Con excepción de un funcionario británico, todos los empleados de la Autoridad reciben sueldos de las administraciones estadounidenses… pero no están sometidos a las leyes de Estados Unidos. Esto último les permite tomarse libertades con el Código que se aplica a los mercados públicos. La Autoridad confisca el Tesoro iraquí –o sea, 5 000 millones de dólares– pero en su contabilidad sólo aparecen 1 000 millones. ¿Qué pasó con los otros 4 000 millones? Esa pregunta se plantea en la conferencia para la reconstrucción que se realiza en Madrid, pero nunca llega a recibir respuesta.
El segundo de Paul Bremer no es otro que sir Jeremy Greenstock, el representante del Reino Unido que había justificado las invasiones contra Afganistán e Irak. Durante la ocupación, Estados Unidos examina las posibilidades de rediseñar Irak dividiéndolo en 3 Estados, así que Bremer designa al embajador Peter Galbraith –el organizador de la división de Yugoslavia en 7 Estados separados– como consejero del gobierno regional kurdo.
Paul Bremer trabaja directamente con el secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, el hombre que había definido la futura estrategia de Estados Unidos en el momento de la disolución de la URSS. Wolfowitz es un trotskista judío seguidor del pensamiento de Leo Strauss y ha introducido en el Pentágono a numerosos adeptos de ese filósofo alemán. Entre todos constituyen un grupo estructurado muy coherente y solidario. Según ellos, la debilidad de la República de Weimar ante los nazis demostró que los judíos no pueden confiar en las democracias para que los protejan de un nuevo genocidio. Por el contrario, los judíos deben tomar partido a favor de los regímenes totalitarios y ponerse del lado del poder. De esa manera, la idea de una dictadura mundial queda legitimada a título preventivo [14].
Wolfowitz define las grandes líneas de trabajo de la Autoridad Provisional de la Coalición, o sea, tanto la desbaasificación de Irak –una purga que aparta a todos los funcionarios miembros del partido laico Baas– y el saqueo económico del país. Siguiendo sus instrucciones, Bremer concede todos los contratos públicos a empresas amigas, generalmente sin proceso de licitación –excluyendo de entrada a las empresas francesas y alemanas, cuyos países se opusieron a la guerra del Imperio contra Irak [15].
Todos los miembros del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano –el think tank que preparó el 11 de septiembre– son incluidos, directa o indirectamente, en la Autoridad Provisional de la Coalición o trabajan con ella.
Desde el inicio, la llegada de esa gente se ve con gran reticencia, principalmente de parte de Sergio Vieira de Mello, el representante del secretario general de la ONU en Irak. Este alto funcionario de la ONU es asesinado el 19 de agosto de 2003, en un atentado supuestamente organizado por el yihadista Abu Mussab al-Zarqaui –el mismo individuo cuya existencia había anunciado el secretario de Estado Colin Powell ante el Consejo deّ Seguridad de la ONU. Pero las personas cercanas a Sergio Vieira de Mello subrayan, por el contrario, que este alto funcionario de la ONU había entrado en conflicto con Paul Wolfowitz y acusan directamente a una facción estadounidense de haberlo asesinado. El general James Mattis, comandante de la 1ª División de Marines –quien años después será nombrado secretario de Defensa por el presidente Donald Trump–, también se inquieta en aquel momento ante las desastrosas consecuencias de la desbaasificación, pero acabará plegándose.
Estimulados por los éxitos que han logrado en Estados Unidos, Afganistán e Irak, los hombres del 11 de septiembre empujan su país hacia nuevos blancos.
La teopolítica
Del 12 al 14 de octubre de 2003, una extraña reunión tiene lugar en el hotel King David de Jerusalén. Según la invitación emitida por los organizadores:
«Israel es la alternativa moral ante el totalitarismo oriental y al relativismo moral occidental. Israel es el “Ground Zero” de la batalla central de nuestra civilización por su supervivencia. Israel puede ser salvado, y el resto de Occidente con él. Es hora de unirnos a Jerusalén.»
Varios cientos de personalidades de la extrema derecha israelí y estadounidense llegan así a Jerusalén, donde la mafia rusa cubre todos los gastos. Avigdor Lieberman, Benyamin Netanyahu y Ehud Olmert reciben calurosamente a Elliot Abrams, Richard Perle y Daniel Pipes.
Todos ellos comparten una creencia: la teopolítica. Según ellos, está cerca «el fin de los Tiempos». El mundo pronto será gobernado por una institución judía y desde Jerusalén [16].
Los progresistas israelíes ven esta reunión con gran inquietud, sobre todo porque varios oradores se refieren a Bagdad –conquistada 6 meses antes del encuentro– como la antigua «Babilonia». Para los progresistas israelíes es evidente que la teopolítica, que se proclama en ese congreso, es un resurgimiento del talmudismo. Esta corriente de pensamiento –el propio Leo Strauss era un especialista del talmudismo– interpreta el judaísmo como una plegaria milenaria del pueblo judío por vengar los crímenes de los egipcios contra sus ancestros, por vengar la deportación de los judíos a Babilonia por parte de los asirios y por vengar incluso la destrucción de los judíos de Europa por parte de los nazis. Y considera que la «doctrina Wolfowitz» prepara el Armagedón (la batalla final) que será la instauración del caos, primeramente en el Medio Oriente ampliado y después en Europa. Una destrucción generalizada que aportará el castigo divino a quienes causaron sufrimiento al pueblo judío.
El ex primer ministro israelí Ehud Barak se da cuenta del error que cometió al rechazar la paz que él mismo había negociado con los presidentes de Estados Unidos, Bill Clinton, y de Siria, Hafez el-Assad –una paz que podía haber preservado los intereses de todas las poblaciones de la región, pero que encontró la oposición de los teopolíticos. Ehud Barak comienza a reunir –en el grupo Commanders for Israel Security (“Oficiales Superiores por la Seguridad de Israel”)– a los oficiales israelíes que, sin conseguirlo, tratarán de impedir la reelección de Benyamin Netanyahu en noviembre de 2014.
Ehud Bark proseguirá su lucha hasta pronunciar su discurso de junio de 2016, en la conferencia de Herzliya, donde denunciará la política consistente en adoptar la peor de las opciones, política que aplica Netanyahu, y la voluntad del propio Netanyahu de institucionalizar el apartheid en Israel. Ehud Barak exhortará entonces sus compatriotas a salvar el país impidiendo que tales fanáticos se mantengan en el poder.
(Continuará)
La edición en español de este libro también existe en papel.
– Argentina
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– México
– Perú
– Amazon
[1] Energy Task Force Works in Secret, Dana Milbank y Eric Pianin, The Washington Post, 16 de abril de 2001.
[2] Petróleos Mexicanos (Pemex) es la compañía estatal a cargo de la explotación, tratamiento y comercialización de los hidrocarburos de México. Nota de Red Voltaire.
[3] Muerte de Pemex y suicidio de México, Alfredo Jalife-Rahme, Orfila (México), 2014.
[4] Transforming Military Force: The Legacy of Arthur Cebrowski and Network Centric Warfare, James R. Blaker, Praeger, 2007.
[5] The Pentagon’s New Map, Thomas P.M. Barnett, Putnam, 2004. Al contrario de lo que ese libro pretende hacernos creer, Barnett era el asistente de Cebrowski en el Pentágono.
[6] “Stabiliy American’s Ennemy”, por el coronel Ralph Peters, Parameters # 31-4, invierno de 2001.
[7] Top Secret America: The Rise of the New American Security State, William M. Arkin y Dana Priest, Back Bay Books, 2012.
[8] “Exclusive: Inside the Military’s Secret Undercover Army”, William M. Arkin, Newsweek, May 17, 2021.
[9] Entrevista de Naiz Naik realizada por Benoit Califano, Pierre Trouillet y Guilhem Rondot, Dokumenta-ITV, 2001. Nunca llegó a transmitirse.
[10] Disarming Iraq, Hans Blix, Knopf Doubleday, 2013.
[11] «Una guerra jugosa para Lockheed Martin», Red Voltaire, 7 de febrero de 2003.
[12] «Apocalypse Tomorrow», Réseau Voltaire, 26 de septiembre de 2002.
[13] «¿Quién gobierna Irak?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 31 de mayo de 2005.
[14] Para entender la diferencia entre lo que Leo Strauss enseñaba en público y lo que enseñaba a un restringido grupo de discípulos es indispensable leer los testimonios de los alumnos de Strauss. Ver: Political Ideas of Leo Strauss, Shadia B. Drury, Palgrave Macmillan, 1988; Children of Satan: the “ignoble liars” behind Bush’s no-exit war, Lyndon H. LaRouche, EIR, 2004; Leo Strauss and the Politics of American Empire, Anne Norton, Yale University Press, 2005; Leo Strauss and the conservative movement in America: a critical appraisal, Paul Edward Gottfried, Cambridge University Press, 2011; Leo Strauss, The Straussians, and the Study of the American Regime, Kenneth L. Deutsch, Rowman & Littlefield, 2013; Leo Strauss and the Invasion of Iraq: Encountering the Abyss, Aggie Hirst, Routledge, 2013; Straussophobia: Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia Drury and Other Accusers, Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.
[15] Determination and Findings, Paul Wolfowitz, 5 de diciembre de 2003. Traducido al francés en «Instructions et conclusions sur les marchés de reconstruction et d’aide en Irak», por Paul Wolfowitz, Réseau Voltaire, 10 de diciembre de 2003.
[16] «Sommet historique pour sceller l’Alliance des guerriers de Dieu», Réseau Voltaire, 17 de octubre de 2003.
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