Discurso pronunciado el 10 de noviembre de 2014

Estimados colegas, señoras y señores, queridos amigos. Me alegro de saludarles en esta XI Conferencia del club de discusión «Valdai».

Ya se ha dicho aquí que este año en el club hay nuevos coorganizadores, entre ellos organizaciones no gubernamentales rusas, expertos, universidades. Además se ha expresado la idea de añadir a la discusión problemática rusa y cuestiones de política y economía globales.

Espero que estos cambios organizativos y de contenido refuercen las posiciones del club como importante foro de discusión y de reunión de expertos. Con ello espero que el así llamado espíritu de Valdai pueda mantenerse, al igual que su libertad, su apertura y la posibilidad de expresar las más distintas opiniones y con ello las opiniones sinceras.

En este sentido quiero decirles que no les voy a decepcionar. Voy a hablar clara y sinceramente. Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no habláramos directa y sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido reunirnos en este formato. Entonces habría que reunirse en alguna reunión diplomática, donde nadie dice nada claro, y, recordando las palabras de un conocido diplomático, podemos indicar que la lengua se dio a los diplomáticos para no decir la verdad.

Nos reunimos aquí con otros objetivos. Nos reunimos para hablar sinceramente. Hoy necesitamos la franqueza y dureza de las valoraciones, no para atacarnos mutuamente sino para intentar aclarar qué es lo que en realidad sucede en el mundo, por qué es menos seguro y menos previsible, porque eso está incrementando los riesgos.

El tema del encuentro de hoy, de las discusiones que han tenido lugar se ha denominado «¿Nuevas reglas de juego o juego sin reglas?». En mi opinión este tema, esta formulación, describe muy exactamente la situación en que nos encontramos, la elección que tendremos que hacer todos.

La tesis de que el mundo contemporáneo cambia radicalmente, por supuesto, no es nueva. Y sé que ustedes han hablado de ello en el curso de esta discusión. Es cierto, es difícil no darse cuenta de las transformaciones radicales en la política global, en la economía, en la vida social, en la esfera de las tecnologías sociales, de la información, de la producción.

Les pido disculpas desde ahora si repito lo expresado por algunos participantes en este foro. Es difícil evitarlo. Ustedes han hablado en detalle, pero yo voy a expresar mi punto de vista, que puede coincidir o ser distinto de lo dicho por los participantes del fórum.

No olvidemos, al analizar la situación actual, las lecciones de la historia.

 En primer lugar, los cambios en el orden mundial (y sucesos de ese tipo los observamos ahora), por regla general van acompañados si no por una guerra global o por choques globales, por una cadena de conflictos intensivos de carácter local.

 En segundo lugar, la política mundial es sobre todo el liderazgo económico, las cuestiones de la guerra y la paz, de la esfera humanitaria, incluyendo los derechos humanos.

En el mundo se han acumulado numerosas contradicciones. Y debemos preguntarnos sinceramente unos a otros si tenemos una red de seguridad. Por desgracia, no hay garantías de que el sistema existente de seguridad global y regional pueda alejarnos de la catástrofe. Las instituciones internacionales y regionales de relaciones económicas, políticas y culturales viven tiempos difíciles.

Sí, muchos mecanismos de garantía del orden pacífico se crearon hace bastante tiempo, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial sobre todo. La solidez de este sistema se basaba no sólo en el balance de fuerzas, quiero recalcar esto, y no sólo en el derecho de los vencedores, sino también en que los «padres fundadores» de este sistema de seguridad se relacionaban respetuosamente unos con otros, no intentaban «llevárselo todo» sino que trataban de llegar a acuerdos.

Lo importante es que este sistema se desarrolló y, a pesar de todos sus defectos, contribuyó, si no a solucionar, al menos a contener los problemas mundiales existentes, a regular las dificultades de la competencia entre países.

Estoy seguro de que este mecanismo de contenciones y balances que durante las últimas décadas se ha desarrollado con dificultades, a veces con esfuerzos, no se debería romper sin crear antes algo en su lugar pues, en caso contrario, no habría más instrumentos que la fuerza bruta. Habría que llevar a cabo una reconstrucción racional, adaptar el sistema de relaciones internacionales a las nuevas realidades.

Sin embargo, Estados Unidos, se ha declarado a sí mismo vencedor de la guerra fría –pienso yo que de manera presuntuosa–, ha creído que no había necesidad de ello. Y, en lugar de buscar el establecimiento de un nuevo balance de fuerzas, como condición indispensable del orden y estabilidad, ha dado –por el contrario– pasos que han llevado a una fuerte desestabilización del balance.

La guerra fría terminó. Pero no lo hizo con una declaración de «paz» mediante acuerdos comprensibles y transparentes de observación de las normas y estándares existentes o de creación de unos nuevos. Parecía que los llamados «vencedores de la guerra fría» decidieron explotar la situación, tomar todo el mundo exclusivamente para ellos, para sus intereses. Y si el sistema existente de relaciones internacionales y de derecho internacional, el sistema de contenciones y contrapesos les estorbaba para lograr esos objetivos, entonces lo declaraban no válido y decían que había que desmontarlo.

Así se comportan, discúlpenme, los nuevos ricos, que de repente obtienen una gran riqueza, en este caso en forma de dominación mundial, liderazgo mundial. Y en lugar de, con esta riqueza, comportarse educadamente y con cuidado, incluso claro está, en su propio beneficio, considero que han hecho muchas cosas mal.

Ha comenzado un periodo de diferentes interpretaciones y silencios en la política mundial. Bajo la presión del nihilismo legal, el derecho internacional ha ido retrocediendo paso a paso. La objetividad y la justicia han sido víctimas de la conveniencia política. Las normas jurídicas han sido sustituidas por interpretaciones arbitrarias y valoraciones parciales. Además, el control total de los medios de comunicación ha permitido hacer pasar lo blanco por negro y lo negro por blanco.

En las condiciones de predominio de un país y sus aliados o, por decirlo de otra manera, de sus satélites, la búsqueda de soluciones globales se ha convertido parcialmente en el intento de hacer pasar recetas propias por recetas universales. Las ambiciones de este grupo han crecido tanto que las políticas que ellos acuerdan las presentan como opinión de toda la comunidad internacional. Pero eso no es así.

El concepto mismo de «soberanía nacional» se ha convertido en algo relativo para la mayoría de los países. En esencia, se propuso la fórmula: cuanto mayor sea la lealtad a un solo centro de influencia en el mundo, mayor es la legitimidad de este o aquel régimen de gobierno.

Luego tendremos ustedes y yo una discusión libre, y con mucho gusto contestaré a las preguntas. Pero en el transcurso de esta discusión les sugiero que traten de negar la tesis que acabo de formular.

Las medidas contra los que no acatan esto son bien conocidas y probadas muchas veces: acciones de fuerza, presión económica y propagandística, injerencia en los asuntos internos, apelación a cierta legitimidad «supralegal» cuando necesitan justificar una solución no legal para los conflictos, el derrocamiento de regímenes incómodos. En los últimos tiempos hemos sido testigos de que se ha ejercido un chantaje abierto contra determinados líderes. No es por casualidad que el llamado «Gran Hermano» gasta miles de millones de dólares en vigilar a todo el mundo, incluidos sus aliados más cercanos.

Hagámonos la pregunta de hasta qué punto vivimos confortablemente y seguros en un mundo así? ¿Hasta qué punto es eso justo y racional? ¿Será que no tenemos motivos para preocuparnos, discutir, formular preguntas incómodas? ¿Puede ser que la exclusividad de Estados Unidos, tal y como ellos ejercen su liderazgo, sea realmente beneficiosa para todos y que la continua injerencia en los asuntos del mundo sea portadora de tranquilidad, beneficio, progreso, florecimiento, democracia y que simplemente haya que relajarse y tratar de disfrutar?

Me permito responder que no. No es así.

El dictado unilateral y la imposición de los propios modelos produce el efecto contrario: en vez de solucionar los conflictos, estos aumentan; en vez de Estados soberanos y firmes, tenemos un creciente caos; en vez de democracia, se está dando apoyo a elementos dudosos, desde abiertamente neonazis hasta radicales islámicos.

¿Y por qué los apoyan? Porque los utilizan en alguna etapa como instrumento para lograr sus fines y después los echan a un lado. No dejo de sorprenderme cuando nuestros socios, tropiezan una y otra vez con la misma piedra, es decir cometen el mismo error.

En su tiempo financiaron movimientos islamistas extremistas para luchar contra la Unión Soviética, que obtuvieron experiencia en Afganistán. De allí salieron los talibanes y al-Qaeda. Occidente, si no los apoyó, al menos miró para otro lado, y yo diría que apoyaron informativamente, políticamente y financieramente el ataque de los terroristas internacionales contra Rusia –no hemos olvidado eso– y contra los países de Asia Central. Sólo tras los terribles ataques cometidos en su propio suelo, Estados Unidos comprendió la amenaza general del terrorismo. Recuerdo que entonces fuimos los primeros en apoyar al pueblo de los Estados Unidos de América, reaccionamos como amigos y socios ante la terrible tragedia del 11 de septiembre [de 2001].

Durante mis conversaciones con líderes europeos y de Estados Unidos siempre hablo de la necesidad de una lucha conjunta con el terrorismo, como tarea global. En esta tarea no podemos rendirnos, no podemos dividirla usando dobles estándares.

Estuvieron de acuerdo con nosotros. Pero pasó algún tiempo y todo volvió a ser como antes. Se desarrolló la injerencia en Irak y en Libia. Este último país, por cierto, está ahora al borde de la disolución. ¿Por qué llegó a esta situación? [Libia] está ahora al borde de la disolución, se ha convertido en un polígono de entrenamiento de terroristas. Sólo la voluntad e inteligencia de la actual dirección egipcia ha permitido salir del caos y el extremismo en este país árabe clave. En Siria, como en otros tiempos, Estados Unidos y sus aliados han comenzado a financiar y armar directamente a los grupos armados y permiten que engrosen sus filas con mercenarios de distintos países. Permítanme preguntar: ¿De dónde vienen el dinero, las armas y los especialistas militares. ¿De dónde viene todo eso? ¿Por qué el Emirato Islámico [1] se ha convertido un poderoso grupo armado?

En lo referente al financiamiento, este no sólo proviene hoy de los ingresos por drogas, cuya producción, por cierto, durante el periodo de estancia de las fuerzas internacionales en Afganistán, aumentó muchísimo, y no sólo en un pequeño porcentaje. Ustedes lo saben. El financiamiento proviene de la venta de petróleo, de su extracción en territorios controlados por los terroristas. Lo venden a precios de ganga, lo extraen y transportan. Alguien les compra este petróleo, lo revende y gana dinero con ello sin pensar en que está financiando a los terroristas que tarde o temprano vendrán a su territorio y sembrarán la muerte en su país.

¿De dónde vienen los nuevos reclutas? En el mismo Irak, como resultado del derrocamiento de Sadam Husein, se destruyeron las instituciones estatales, incluido el ejército. En aquel momento dijimos: debéis tener cuidado con toda esta gente. Si les echáis a la calle, ¿qué van a hacer? No olvidéis que, con razón o no, estaban al mando de una potencia regional relativamente grande. ¿En qué la han convertido?

¿Qué sucedió? Decenas de miles de soldados y oficiales, antiguos activistas del partido Baas arrojados a la calle engrosan ahora las filas de los grupos armados. ¿Puede ser que ahí esté la clave de la capacidad del Emirato Islámico? Actúan de una manera muy efectiva desde el punto de vista militar, son gente muy profesional.

Rusia ha manifestado claramente su preocupación por el peligro que constituyen las acciones armadas unilaterales, las injerencias en los asuntos de Estados soberanos, el juego con extremistas y radicales. Hemos insistido en que los grupos que luchan contra el gobierno central sirio, incluido el Emirato Islámico, sean incluidos en la lista de organizaciones terroristas. ¿Cuál ha sido el resultado? Ninguno.

A veces tenemos la impresión de que nuestros colegas y amigos luchan constantemente contra los resultados de su propia política, que dedican sus esfuerzos a luchar contra los riesgos que ellos mismos han creado, que están pagando por ello un precio cada vez mayor.

Estimados colegas,

Este periodo de dominación unipolar ha demostrado claramente que el dominio de un solo centro de fuerza no contribuye a un mejor manejo de los procesos globales. Al contrario, esta endeble construcción ha mostrado su incapacidad para luchar contra amenazas tales como los conflictos regionales, el terrorismo, el narcotráfico, el fanatismo religioso, el chauvinismo y el neonazismo.

Al mismo tiempo ha dejado el paso libre a la aparición de la prepotencia nacional, manipulando la opinión pública, con una fuerte presión de la voluntad del fuerte sobre la voluntad del débil.

Fundamentalmente el mundo unipolar es una apología de la dictadura sobre la gente y sobre los países. Por cierto, el mundo unipolar no es cómodo ni llevadero y es de difícil control incluso para el autoproclamado líder. Se han hecho comentarios sobre ello y yo estoy totalmente de acuerdo. De ahí vienen los actuales intentos, ya en una nueva etapa histórica, de crear algo parecido a un mundo cuasi bipolar, a un sistema cuasi bipolar, como modelo cómodo de perpetuación del liderazgo estadounidense. Y no en vano la propaganda estadounidense presenta en lugar del «núcleo del mal», en lugar de la URSS como principal oponente, ahora son Irán, como país que intenta tener tecnología nuclear; China como primera economía del mundo o Rusia como superpotencia nuclear.

Ahora vemos de nuevo intentos de fragmentar el mundo, de crear nuevas líneas divisorias, de crear coaliciones pero no siguiendo el principio de «a favor de» sino de «contra» alguien. Nuevamente se intenta imponer una imagen de enemigo, como se hizo durante la guerra fría, y conseguir el derecho al liderazgo, o si lo prefieren, el derecho al imponer dictados.

Así es como se trataba la situación durante la época de la guerra fría, todos lo sabemos y entendemos. A los aliados de Estados Unidos se les decía siempre: «tenemos un enemigo común. Es terrible. Es el centro del mal. Nosotros os defendemos a vosotros, nuestros aliados, de ellos y por lo tanto tenemos derecho a dirigiros, a haceros víctimas de nuestros intereses políticos y económicos. Nosotros asumimos los gastos de la defensa colectiva. Pero esa defensa, por supuesto, la dirigimos nosotros.»

En una palabra, hoy es evidente que se intenta imponer los esquemas habituales de dirección global en un mundo cambiante, y todo ello para garantizar su exclusividad y obtener dividendos políticos y económicos.

Estos intentos están alejados de la realidad, se oponen a un mundo plural. Pasos similares indefectiblemente crearán enfrentamientos, darán lugar a reacciones de respuesta y provocarán finalmente el efecto contrario. También vemos lo que sucede cuando la política se mezcla imprudentemente con la economía, cuando la lógica racional deja su lugar a la lógica de la confrontación, incluso cuando perjudica las propias posiciones e intereses económicos, incluidos los intereses de los negocios del país.

Los proyectos económicos conjuntos, las inversiones mutuas acercan objetivamente a los países, ayudan a amortizar los problemas corrientes en las relaciones interestatales. Sin embargo, hoy día la sociedad económica global sufre una presión sin precedentes por parte de los gobiernos occidentales. ¿Qué negocio, qué objetivo económico, qué pragmatismo puede haber cuando aparece el eslogan: «La patria está en peligro, el mundo libre está en peligro, la democracia está en peligro»? Hay que movilizarse. Eso es una política de movilización.

Las sanciones están socavando las bases del comercio mundial, las normas de la OMC (Organización Mundial del Comercio) y los principios de inviolabilidad de la propiedad privada. Amenazan el modelo liberal de globalización, basado en el mercado, la libertad y la competencia, un modelo cuyos máximos beneficiarios son, lo recalco, los países occidentales. Ahora se arriesgan a perder la confianza como líderes de la globalización.

Nos preguntamos, ¿para qué hacer esto? El bienestar de los propios Estados Unidos depende en gran medida de la confianza de los inversionistas, de los poseedores extranjeros de dólares y bonos estadounidenses. Ahora la confianza se está minando y aparecen señales de desconfianza en los frutos de la globalización en muchos países.

El precedente chipriota y la motivación política de las sanciones han reforzado las tendencias hacia la soberanía económica y financiera, y el intento de los Estados o de sus uniones regionales de asegurarse de alguna manera contra los riesgos de la presión externa. Así, cada vez más países intentan salir de la dependencia del dólar y crear sistemas financieros y contables alternativos, divisas de reserva. En mi opinión nuestros amigos estadounidenses simplemente están cortando la rama en la que están sentados. No hay que mezclar política y economía, pero precisamente esto es lo que sucede. Pensaba y sigo pensando que las sanciones motivadas políticamente son un error que produce daño a todos. Pero estoy seguro de que más tarde hablaremos de esto.

Entendemos quién ejerce la presión para tomar estas decisiones. A pesar de todo Rusia –quiero llamar la atención de ustedes sobre esto– no va a hacerse la ofendida por alguien, ni pedir nada a nadie. Rusia es un país autosuficiente. Vamos a trabajar en las condiciones económicas internacionales que haya, vamos a desarrollar su producción y tecnología, vamos a actuar de forma decidida en el desarrollo de las reformas. Y la presión exterior, como ha sucedido más de una vez, sólo consolida nuestra sociedad, no permite relajarse. Yo diría que nos hace concentrarnos en las direcciones fundamentales de nuestro desarrollo.

Las sanciones, por supuesto, nos molestan. Con estas sanciones intentan hacernos daño, bloquear nuestro desarrollo, aislarnos política, económica y culturalmente. Es decir, forzarnos a ir hacia atrás. Pero el mundo, quiero recalcar, como ya he dicho y repito, el mundo ha cambiado cardinalmente. No podemos encerrarnos y elegir un camino de desarrollo cerrado por un camino autárquico. Siempre estamos dispuestos al diálogo, incluso para la normalización de las relaciones económicas y políticas. Contamos aquí con las posiciones y comportamientos pragmáticos de los grupos económicos de los países líderes mundiales.

Hoy se oye afirmar que Rusia vuelve la espalda a Europa. Seguramente se ha oído eso en el transcurso de esta discusión. Que Rusia está buscando otros socios comerciales, sobre todo en Asia. Quiero decir que no es así en absoluto. Nuestra política activa en la región de Asia y en el Pacífico no ha comenzado ahora ni en relación con las sanciones, sino hace bastantes años. Hemos actuado como muchos otros países, incluidos los occidentales, porque Oriente representa ya un gran papel en el mundo económico y en el político. Esto es algo que no podemos dejar de hacer.

Quiero recalcar de nuevo que todos lo hacen, y nosotros lo haremos, tanto más cuanto que una parte significativa de nuestro territorio está en Asia. ¿Por qué no vamos a utilizar una ventaja de este tipo? Eso sería simplemente una falta de visión a largo plazo.

El desarrollo de relaciones económicas con esos países, los proyectos conjuntos de integración, son un serio estímulo para nuestro desarrollo interno. Las actuales tendencias demográficas, económicas, y culturales nos dicen que la dependencia de una sola superpotencia, por supuesto, disminuirá objetivamente. Es lo que dicen los expertos europeos y estadounidenses que escriben sobre ello.

Es probable que en la política mundial nos esperen los mismos hechos que en la economía global: una competencia fuerte en sectores concretos, un cambio parcial del liderazgo en direcciones concretas. Todo es posible.

Indudablemente, en la competición global crece el papel de los factores humanitarios: la educación, la ciencia, la sanidad, la cultura. Esto, por su parte, influye sensiblemente en las relaciones internacionales, porque el recurso de la llamada «fuerza blanda» dependerá en gran medida de los logros reales en la formación del capital humano, más que en la propaganda.

Al mismo tiempo, la formación del llamado mundo multipolar –también quiero llamar la atención sobre esto, estimados colegas– no refuerza por sí mismo la estabilidad. Es más bien lo contrario. El logro de un equilibrio global se transforma en un complicado rompecabezas, en una ecuación con muchas incógnitas.

¿Qué nos espera, si preferimos no vivir con esas reglas, ciertamente severas e incómodas, y preferimos no tener reglas? Precisamente este escenario es completamente real, no lo podemos excluir, al ver las tensiones que caracterizan la situación mundial. Pueden hacerse muchos pronósticos al ver las tendencias actuales, y por desgracia no son optimistas. Si no creamos un sistema claro de obligaciones mutuas y de acuerdos, no crearemos un mecanismo de solución de las situaciones de crisis y las señales de anarquía mundial aumentarán inevitablemente.

Ya hoy en día vemos un crecimiento de las posibilidades de una serie de fuertes conflictos con participación directa o indirecta de las grandes potencias. Además este factor de riesgo incluye no sòlo las tradicionales contradicciones entre países, sino también la inestabilidad interna de algunos países, sobre todo cuando se trata de países situados en la intersección de los intereses geopolíticos de las grandes potencias, o en la frontera de las grandes zonas histórico-culturales, económicas y de civilizaciones.

Ucrania, de la cual estoy seguro de que se ha hablado mucho y de la que aún hablaremos, es uno de los ejemplos de este tipo de conflictos que influyen en la distribución mundial de fuerzas, y creo que está lejos de ser el último. De ahí viene la siguiente perspectiva real de destrucción del sistema de acuerdos sobre limitación y control de armamento. Y el comienzo de este proceso viene de Estados Unidos, cuando en 2002 y de manera unilateral abandonó el Tratado de Misiles Antibalísticos, y después comenzó, y hoy continúa activamente, con la creación de su sistema global antimisiles.

Estimados colegas, amigos,

Quiero llamar su atención sobre el hecho de que no hemos comenzado nosotros. Estamos volviendo a aquellos tiempos en que no era el equilibrio de intereses y garantías mutuas, sino el miedo, el equilibrio de poder de destrucción, lo que alejaba a los países del ataque directo. A falta de instrumentos legales y políticos, las armas vuelven al centro de la situación global, se utilizan donde conviene y como conviene, sin ninguna aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. Y si el Consejo de Seguridad rechaza adoptar tales decisiones, inmediatamente se dice que ese consejo es un instrumento antiguo e ineficaz.

Muchos países no ven otra forma de garantizar su soberanía que fabricar sus propias bombas. Esto es muy peligroso. Somos partidarios de continuar las conversaciones, incluso de conversaciones para disminuir los arsenales atómicos. Cuanto menos armamento atómico haya en el mundo, mejor. Y estamos dispuestos a las más serias conversaciones sobre la cuestión del desarme atómico. Pero conversaciones serias, sin dobles raseros.

¿Qué quiero decir? Hoy día muchos tipos de armas de gran precisión, por su capacidad se acercan a las armas de destrucción masiva y, en caso de negativa al arsenal nuclear o de disminución crítica del mismo, el país que ostenta el liderazgo en la creación y producción de esos sistemas de precisión tendrá un claro predominio militar. Se romperá la paridad estratégica y esto es claramente desestabilizador. Aparecerá la tentación de recurrir al llamado ataque preventivo global. En una palabra, los riesgos no disminuirán, sino que aumentarán.

La siguiente amenaza evidente es el aumento de los conflictos étnicos y religiosos. Esos conflictos son peligrosos no solo por sí mismos, sino también porque se forman en zonas donde existe un vacío de poder y ley, donde existe caos, donde se sienten a gusto terroristas y criminales, donde florecen la piratería, el comercio de seres humanos y el tráfico de drogas.

Por cierto, nuestros colegas en su momento intentaron dirigir estos procesos, trataron de utilizar los conflictos regionales, de provocar «revoluciones de colores» en función de sus intereses, pero el genio se escapó de la botella. Qué le vamos a hacer, parece que ni sus propios autores entienden la teoría del caos dirigido. No hay más que división y dudas entre ellos.

Observamos atentamente las discusiones en las élites dirigentes y entre los expertos. Basta con ver los titulares de la prensa occidental durante el último año: la gente a la que al principio llamaban «luchadores por la democracia» se convirtieron después en «islamistas», al principio escribían sobre «revoluciones» y después sobre «pogromos» y «golpes de Estado». El resultado es evidente: una mayor expansión del caos global.

Estimados colegas,

Ante tal situación el mundo debe encontrar un acuerdo sobre cuestiones de principio. Esto es tremendamente importante y necesario, es mucho mejor que separarnos, cada uno en su rincón, tanto más cuanto que nos enfrentamos a problemas comunes. Estamos, como se dice, en el mismo barco. Y el camino lógico es la cooperación entre países, sociedades y la búsqueda de respuestas colectivas a los múltiples problemas, una gestión común de los riesgos. Lo cierto es que algunos de nuestros socios, por algún motivo, sólo se acuerdan de esto cuando conviene a sus intereses.

La experiencia práctica muestra que las respuestas conjuntas a los problemas no siempre son una panacea. Por supuesto, hay que reconocerlo. Y además, en la mayoría de los casos, son difíciles de lograr. Es muy difícil superar los intereses nacionales, la subjetividad, sobre todo cuando se trata de países con una tradición cultural e histórica diferente. Pero hay ejemplos de que cuando nos guían objetivos comunes y actuamos en base a criterios unificados podemos lograr conjuntamente éxitos reales.

Recordemos la solución del problema del armamento químico de Siria, y el diálogo sobre el programa nuclear iraní, y nuestro trabajo en la cuestión norcoreana también ha tenido algunos resultados positivos. ¿Por qué no utilizar toda esta experiencia tanto para la solución de problemas locales como globales?

¿Cuál debería ser el fundamento legal, político y económico del nuevo orden mundial que garantice la estabilidad y seguridad, que garantice la sana competencia y no permita la formación de nuevos monopolios que bloqueen el desarrollo? Es difícil que alguien pueda dar ahora una respuesta total a esta cuestión. Se necesita un largo trabajo con participación de un amplio círculo de países, empresas, sociedad civil y de foros de expertos como el nuestro.

Sin embargo es evidente que el éxito, un resultado real sólo es posible si los participantes claves de la vida internacional pueden llegar a un acuerdo sobre los intereses básicos, sobre una lógica autolimitación; si dan ejemplo de un liderazgo responsable.

Hay que definir claramente dónde están los límites de las acciones unilaterales y dónde aparece la exigencia de mecanismos multilaterales, solucionar en el marco de la mejora del derecho internacional el dilema entre las acciones de la comunidad internacional para la garantía de la seguridad y los derechos humanos y el principio de la soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos de los países.

Ese tipo de colisiones llevan cada vez más a menudo a la injerencia extranjera arbitraria en procesos internos muy complicados, y una vez tras otra provocan peligrosas contradicciones en los principales agentes mundiales. La cuestión del contenido de la soberanía se convierte en muy importante para el mantenimiento y reforzamiento de la estabilidad mundial.

Está claro que la discusión sobre los criterios de utilización de la fuerza externa es muy complicada, es casi imposible de separarla de los intereses de unos países u otros. Sin embargo, es bastante más peligrosa la falta de acuerdos comprensibles por todos y la existencia de condiciones claras en las que la injerencia se haga imprescindible y legal.

Añado que las relaciones internacionales deben construirse sobre el derecho internacional, en base al cual deben estar principios morales tales como la justicia, la igualdad, el derecho. Lo más importante es el respeto al socio y sus intereses. Una fórmula evidente, pero que si se sigue puede cambiar de raíz la situación en el mundo.

Estoy seguro de que si existe voluntad podemos restablecer la efectividad del sistema de instituciones internacionales y regionales. No es necesario ni siquiera construir algo nuevo desde cero, esto no es un «greenfield», tanto más cuanto que las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial son universales y puedes ser llenadas con contenidos modernos, adecuados a la situación actual.

Esto se refiere a la mejora del trabajo de la ONU, cuyo papel central es insustituible. Y la OSCE [Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa], que en 40 años ha probado ser un mecanismo de garantía de seguridad y colaboración en la zona euroatlántica. Hay que decir que, ahora mismo, en la solución de la crisis en el sureste de Ucrania la OSCE juega un papel muy positivo.

Sobre el fondo de cambios fundamentales en la situación internacional, la creciente ingobernabilidad y las diferentes amenazas nos obligan a un nuevo consenso de fuerzas responsables. No se trata de cualquier acuerdo local ni de una separación de esferas de influencia al estilo de la diplomacia clásica, ni de ningún dominio global. Creo que se necesita una nueva «edición» de la interdependencia. No hay que tenerle miedo. Al contrario, es un buen instrumento. Esto es tan actual, considerando el reforzamiento y crecimiento de determinadas regiones del planeta, que forma una exigencia objetiva de formalización institucional de dichos polos, de creación de potentes organizaciones regionales y elaboración de las normas de su interacción. La cooperación de estos centros añadiría una fuerza considerable a la seguridad mundial, a la política y la economía. Pero para tener éxito en ese diálogo hay que partir de que todos los centros regionales, los proyectos de integración nacidos a su alrededor tendrían idéntico derecho a desarrollarse para que se complementaran unos con otros y que nadie se interpusiera artificialmente entre ellos. Como resultado de esa línea destructiva se romperían las relaciones entre países y los propios países sufrirían situaciones difíciles, incluso hasta su propia destrucción.

Quisiera recordarles los sucesos del año pasado. Entonces dijimos a nuestros socios, tanto a los estadounidenses como a los europeos, que decisiones apresuradas y a escondidas sobre, digamos, la asociación entre Ucrania y la Unión Europea, implican grandes riesgos, no dijimos ni siquiera nada sobre política, hablábamos solo de economía, riesgos serios en el campo económico porque tales pasos afectan los intereses de muchos terceros países, entre ellos Rusia como socio comercial fundamental de Ucrania, lo que hacía necesario un amplio estudio de la cuestión. Por cierto, recuerdo en relación con esto, que el ingreso de Rusia, por ejemplo, en la OMC, llevó 19 años. Esto supuso un duro trabajo y se consiguió un consenso.

¿Por qué hablo de esto? Porque en la realización del proyecto de asociación con Ucrania a nosotros, como si fuera por una puerta trasera, entrarían nuestros socios con sus productos y servicios, y nosotros no lo hemos aceptado, nadie nos ha preguntado. Nosotros mantuvimos discusiones sobre estos temas relacionados con la asociación entre Ucrania y la Unión Europea pero quiero recalcar que de una manera totalmente civilizada, indicando los problemas posibles, mostrando argumentos y razones. Nadie quiso escucharnos ni hablar con nosotros, simplemente nos decían: esto no es asunto vuestro, eso fue todo, esa fue toda la discusión. En lugar de un diálogo complicado, pero, recalco, civilizado, las cosas llegaron hasta un golpe de Estado, llevaron ese país al caos y destruyeron la economía, la protección social, provocaron una guerra civil con muchísimas víctimas.

¿Para qué? Cuando pregunto a mis colegas para qué, no hay respuesta. Nadie responde nada, es así. Todos gesticulan con las manos: es lo que ha sucedido. No habría que haber animado a tales acciones, no habría funcionado. Ya lo dije, el anterior presidente de Ucrania, Yanukovich, firmó todo, aceptó todo. ¿Por qué hubo que hacer esto, qué sentido tuvo? ¿Es esto una forma civilizada de resolver los problemas? Parece que aquellos que organizan más y más «revoluciones de colores» se consideran artistas geniales y no pueden parar.

Estoy seguro de que el trabajo de asociaciones de integración, estructuras de influencia regional deberá construirse sobre una base clara y comprensible. Un buen ejemplo de dicha apertura es el proceso de formación de la unión económica euroasiática. Los países miembros de este proyecto informaron previamente a sus socios de sus intenciones, de los parámetros de nuestra unión, de los principios de su funcionamiento, que estaban totalmente de acuerdo con las normas de la Organización Mundial del Comercio. Añado que también dimos la bienvenida al comienzo del diálogo entre las uniones europea y euroasiática. Por cierto, en esto también nos han rechazado casi siempre, tampoco se entiende por qué, ¿qué hay de malo en ello? Y, claro está, en este trabajo conjunto consideramos que es necesario el diálogo. He hablado de ello muchas veces y he oído a muchos de nuestros socios occidentales aceptar la necesidad de la formación de un espacio único económico, de colaboración humanitaria que se extienda desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Estimados colegas,

Rusia ha hecho su elección. Nuestras prioridades son las de un perfeccionamiento de las instituciones democráticas y de economía abierta, un desarrollo interno acelerado con todas las tendencias positivas actuales en el mundo y la consolidación de la sociedad en base a los valores tradicionales y el patriotismo. Tenemos una hoja de ruta pacífica, positiva, de integración, trabajamos activamente con nuestros colegas en la unión económica euroasiática, la organización de Shanghai, los BRICS y otros socios. Esta hoja de ruta está dirigida al desarrollo de las relaciones entre países, y no a su separación.

No queremos crear ningún bloque. No queremos intercambiar golpes. No tienen ninguna base quienes aseguran que Rusia intenta restablecer un imperio, que ataca la soberanía de sus vecinos. Rusia no reclama ningún lugar exclusivo en el mundo, quiero recalcarlo. Respetando los intereses de otros, simplemente queremos que se tengan en cuenta nuestros intereses y que se respete nuestra posición.

Comprendan bien que el mundo ha entrado en una época de cambios y transformaciones profundas, en la que todos necesitan tener cuidado y evitar dar pasos sin reflexionar. Años después de la guerra fría, los participantes en la política mundial han perdido un poco sus cualidades. Ahora hay que acordarse de ellos. En caso contrario las esperanzas de un desarrollo pacífico y estable son una peligrosa ilusión y las actuales conmociones un preludio de la destrucción del orden mundial.

Sí, por supuesto que ya les he hablado de esto, la construcción de un sistema más firme de orden mundial es una tarea complicada. Es un trabajo largo y difícil. Pudimos crear algunas reglas de interacción tras la Segunda Guerra Mundial, pudimos llegar a acuerdos en los años 1970, en Helsinki. Nuestra obligación común es encontrar una solución a esta tarea fundamental en esta nueva etapa de desarrollo.

Muchas gracias por su atención.

Revisado por la Red Voltaire a partir de la traducción al español publicada en el blog salsarusa.blogspot.com.ar

[1También conocido como Daesh, ISIL, ISIS y anteriormente EIIL. Nota de la Red Voltaire.