¡Aquí no vale el color de la piel!

Si algún día Perú como colectivo social y en nombre de una genuina política de Estado emprende la lucha contra el racismo, deberá hacerlo de manera radical, instalando conceptos en el alma popular, en la vida cotidiana y ¡sin duda alguna! desde los ámbitos en que se brinda servicio a la comunidad. Las salmodias, poemas, cánticos, óperas, gestos inanes y oportunistas no son más que cosmética barata, la misma que vive la Nación desde sus primerísimos días.

Por ejemplo, cuando se apela a la burocracia del Estado, ese psicólogo que está frente a nosotros estudia a quien atiende y, sobre todo, qué ventaja le reporta hacerlo a uno u otro y con quién queda bien o en empatía porque ¡nunca se sabe! Depende de la apariencia, la vestimenta, la pronunciación y cómo se piden las cosas.

Sé que solicitar ingenio o imaginación a quienes han demostrado desde el gobierno una mediocridad superlativa, es una audacia, pero musitarles ideas no está demás. Por ejemplo, ¿por causa de qué, en absolutamente todas las oficinas que brindan atención al público, no se ponen letreros gigantescos, con neón subrayado que muestren este lema:

¡Aquí no vale el color de la piel!

Los españoles y sus descendientes fabricaron un sentimiento excluyente para con el regnícola y cuando no lo masacraban o mataban de hambre, le explotaban hasta lo inhumano, que es casi lo mismo. En lugar de formar una nacionalidad, rica en su diversidad y capaz de construir en conjunto, se alentó un mosaico de mil o más partes. El resultado es el Perú que todos conocemos y cuya Carta Magna recita la igualdad entre todos pero hay quienes saben que algunos son más iguales que otros. ¿O no? El poder monetario, el apellido "decente", el color de la piel, el parentesco enlazado a los goznes del gobierno y del Estado, resultaron en los sucesivos gobiernos representantes de minorías que cultivaron la perversa costumbre del ¡azúcar caro y el cholo barato!

En consecuencia, letreros a lo largo y ancho del país, en la totalidad de las dependencias que tengan que ver con público, bancos, ministerios, municipalidades, gobiernos regionales, alcaldías, etc., en los que se repita y reitere ¡Aquí no vale el color de la piel! podrían ayudar a derrumbar el colonialismo mental que en mayor o menor medida practicamos los peruanos, desde arriba -las más de las veces- o desde abajo, en la inconciencia más acrítica y abominable.

Alguna vez escuché, cuando un individuo definía lo que para él eran "los edificios de gente decente". E inquirido por mi curiosidad rabiosa, sólo atinó a decirme la siguiente bestialidad: "¿reparó en su apellido?" a lo que contesté "claro que sí y sólo sé que significa en castellano, melocotón". Pero nones a ese bruto, entonces con más de 60 años, no le entraba en la mollera cualquier atisbo de igualdad o equilibrio. ¿No ha escuchado cómo moteja la "gentita" a las empleadas de casa, no usan los repugnantes términos de "chola, india o doméstica" entre otros, todos reprobables?

Cuando en Perú empecemos a entender que el racismo es una lacra exclusiva de imbéciles e intonsos, comprenderemos que la circunstancia de ser blanco, negro, amarillo o verde, no define o la inteligencia o tasa el talento u otorga valor a las personas. Que otros quieran definirse como "blancos" y "de apellido", como forma de comportamiento, es un tema que pertenece a lo más podrido de cualquier sociedad.

El imperialismo racista que fue el Tercer Reich proclamaba la predominancia de la raza aria sobre todas las demás. Sería muy divertido preguntarles a nuestros nazis criollos ¿cómo es que creen en quienes iban a fusilarlos en primer lugar por el color de su piel, sin ambages ni piedad alguna? El recuerdo de Auschwitz, Treblinka, Dachau, etc. es parte de una reminiscencia trágica.

¿Qué es nuestra televisión o, mejor dicho, la cantidad de programas en que se muestra a maniquíes de un determinado tipo, hombres y mujeres, casi simios de hablar limitado y razonamiento muscular y plagado de tics? La caja boba vomita a troche y moche y el contrabando de idiotización del pueblo es parte del menú diario.

Tan simple como esta iniciativa, pueden haber otras muchas, mientras tanto, repito convicto y confeso:

¡Aquí no vale el color de la piel!