Inkas vs Papas

En su novela –¡Allin Kawsay!- de potente mensaje e imaginación, Javier Lajo Lazo, propone un diálogo entre el Inka Atawallpa, secuestrado y llevado prisionero, y el papa Clemente VII.

El Sumo Pontífice no se atrevía a mirar a los ojos al Inka Atawallpa, imponente en talla y físico, quien le interpelaba por la razón, si es que había alguna, de haberlo trasladado a la fuerza de América a Europa, con engaño y malevolencia.

El Inka espetó al papa:

“-¡Farsante! A ustedes los expulsaron por ociosos, mentirosos y ladrones -respondió Atawallpa-. Sólo los Inkas amamos y custodiamos la santa tierra, la Pachamama y sus sagradas reliquias; por eso las conservamos. Ustedes no tienen la menor idea de lo que significa amar al Paraíso que es todo este mundo. Pudren todo lo que tocan… y un irreparable daño habrían hecho al asaltar el Árbol de la Vida que nosotros hemos alimentado y conservado por milenios y gracias al cual logramos el Sumaq Kawsay; la “Vida Plena” sobre el planeta, y la inmortalidad de la cultura y la especie humana… si ustedes hubieran profanado el Árbol de la Vida, ahora el planeta y la vida estarían destruidos, no existirían más. Acaso ustedes no inventaron, o ¿dicen que descubrieron el conocimiento del bien y del mal? Ustedes “descubren” cosas que les conviene para apropiarse de ellas y luego las usan para delinquir contra su propia especie. Quisieron adueñarse de todo, como “únicos poseedores del bien”, ¿acaso no se proclamaron los favoritos de su Dios, para luego desaparecer a la Diosa Madre de la faz de los cielos? Pretendieron ser los dueños de la vida y de la muerte, propietarios de los seres humanos, guerreando y matando a media humanidad, tal como hasta ahora lo practican. Por todo esto fueron confinados a esta pequeña península fría que ahora llaman Europa…”

Leamos el capítulo completo. (hmr)

Cap. XXXI

Inkas VS Papas

A medida que parecía languidecer la pequeña llama que alumbraba la vida del Shanti, paqho altomisayoc, torturado por los curas “guardianes de la fe”, allí en un sótano de la Prefectura del Cusco, el anciano curandero puquina iba recordando más y más, las informaciones y las enseñanzas de sus amautas sobre los años finales de Atawallpa el último Inka. Como un sueño cargado de rememoraciones y de fantasía, el Shanti “rebobinaba” sus visiones y recuerdos uno por uno, uniendo sus imágenes febriles con la información que le proporcionaron sus amautas sobre el Inka Atawallpa de paso por el convento de La Rábida secuestrado rumbo a Roma.

Entre los pliegues de su inconsciencia y su ensueño, el Shanti desplegaba su recuerdo lo más que podía… en su imaginación tomaba la forma de un cuento teatralizado:

…Más tarde, después de profundas reflexiones, Atawallpa llamó la atención a Titu Q’espi, el de la celda contigua, y le dijo, en su lengua materna: Afina tu memoria, sagrado Tarpuntae. Tú regresarás a nuestra tierra y cuando estés en el Tawantinsuyu, vas a transmitir mi última orden a todos mis kamayoc, para los ayllus y Panakas. Primero a los de las panakas del Sol y luego a mis parientes y yanapakus…

–Yo escucho, mi señor. Yo transmitiré tu ley. Pero, si no es molestarte, mi Señor, ¿por qué estás tan seguro de que regresaré a las tierras del Sol?

–Anoche te soñé, mi amado tarpuntae. Tú ibas cabalgando un cóndor que sobrevolaba el Cusco, hasta posarte en Machu Picchu, llevando mis khipus a mis kamayoc generales de Willkapampa.

El tarpuntae sonrió. No dudaba de las palabras del Inka, pero a la vez sintió tristeza. Su felicidad no sería completa si el Inka se quedaba allí, prisionero para siempre, o peor aún, muerto en tierras extrañas.

–Dile a mis generales –ordenó Atawallpa-, que a estos extranjeros Wiracochas, no se les podrá derrotar con sus propias armas, que son la violencia y la guerra; tendremos que usar una contienda que ellos no conocen. Usaremos la fuerza del rito, de la música y la danza que surge del tiempo y del cosmos. Usaremos el poder de la danza y del ritmo del tiempo del Pachakuti, que es la inteligencia misma de la Pacha y de su pasión por la vida. No con muerte, ni violencia; ellos quieren esto para convertirnos en sus caricaturas criminales como ellos… y allí su triunfo habrá sido total y permanente.

–¿Cómo pelearemos con rito y con ritmo… música y danza? Perdóname por no comprenderlo.

–Estos barbudos, solo conocen de la guerra de rapiña, la de los caníbales; no han aprendido nada de la fuerza de la vida en su plenitud, de la magia de su música y de su danza. No conocen el Yanantin, la vida en paridad, ni vivir en paz con la pareja, son como danzantes que bailan solos y sin música. No conocen ni reconocen las leyes de la vida plena. Su música es la marcha militar y fúnebre de la muerte, música sincopada…Su ritmo vital, su vida misma no es una vida acompasada con la Pacha, no danzan en la vida al ritmo del cosmos, al contrario, su vida es una “danza enferma” y a ellos, nuestro Sumaq Kawsay, el compás de la vida plena, la vida nuestra, les parecerá igual: Una enfermedad de la danza. ¡Un Taki Onqoy!... ¡Que así sea!

–Ya voy entendiendo, mi señor.

–¡Bailen, dancen para derrotarlos! ¡Nuestro ritmo los vencerá! Estoy seguro de que eso sanará su enfermedad y los redimirá, porque el ritmo de la vida se hace entre dos pies, entre dos personas, no es arte de uno solo, el arte de los Wiracochas es la danza de la muerte, el lamento de los ch’ullas o impares. Con violencia nada lograremos, la resistencia con el trance de la danza, atraerá a nuestras Wakas y ellas vendrán en nuestro auxilio. Esta contienda espiritual puede durar años o siglos, pero ganaremos… porque nosotros danzamos la vida, luchamos por la vida, en cambio, ellos están hechos para la vanidad y el poder, para el placer extremo sin equilibrio, por lo que la vida los obliga al sufrimiento extremo, por eso su vida es un martirio, y sus cultos son a un muerto crucificado, practican un culto a la muerte en la cruz. Y lo peor, adoran a un hombre que después que sufre y muere en la cruz, dicen que resucitó. Extraña devoción y función de la cruz como un cadalso o instrumento de tortura y de muerte, cuando más bien para nosotros es un instrumento para la vida plena.

–¡Así se hará, mi Señor! Como lo ordenas se hará, Intipchurin –hijo del Sol- Inkarey. Así será entregada tu orden para desatar el Taki Onqoy.

El Inka Atawallpa

–Toma esto -le dijo el Inka, sacando de su maskaypacha una pequeña borla de color amatista adornada con diminutas plumas de wakamayo del mismo color, pero sostenida por un pequeño engaste de oro en la forma de un pequeño idolillo como empuñadura, y se la alcanzó-. Entrégales esto y así sabrán mis kamayoc generales que es orden de su Inka.

Así, iban surgiendo estas imágenes en la pantalla mental del Shanti. Mientras que el nuevo mundo ardía por todos los rincones donde pasaban los españoles, sus bárbaras huestes empezaron la macabra labor de desmembrar el Tawantinsuyu al tiempo que daban rienda suelta a su insaciable ambición de placer, poder y riquezas.

El temido pachakuti cósmico que interrumpió el florecimiento de la sociedad andina, había comenzado. El “orden idolátrico” del Dios “I” de los puquinas, el orden del “eje” de la Tierra y de los demás “C’ejes” del Cusco y del Tawantinsuyu, empezó a ser cambiado por aquel “orden cristiano” del Dios Jesucristo, de aquella “idea” de un dios que se hizo humano para “redimir” los pecados de la humanidad, de ese Dios que gobierna desde el Vaticano y desde Roma.

Atawallpa fue sacado de la mazmorra y conducido nuevamente a un barco. Viajó largo tiempo otra vez por mar, resguardado por Iñigo y sus seis bravos tercios de la guardia imperial de Carlos V, surcando el mar mediterráneo, hasta Roma, sede de la máxima autoridad católica y residencia del Papa Clemente VII. Conducido encadenado a las mazmorras del Vaticano, sus custodios se despidieron del Inka prisionero y lo dejaron que esperara impaciente la llegada del sumo pontífice.

Pasado el mediodía, se creó un tumulto entre los celadores, pues entraba por el arco de la puerta principal un hombre ricamente vestido, obeso y con un gran sombrero o casco puntiagudo. Poco después se paró frente al Inka intentando mirarlo a los ojos, pero rápidamente desvió la mirada. Aquel hombrecito pequeño y regordete contrastaba mucho con la imponente figura de Atawallpa, alto y atlético, tanto que el propio Papa le preguntó:

–¿Es usted campesino, señor Inkarey?...

El Inka no respondió. Entonces, el Papa, tratando de intimidarlo, estiró su mano para que la besara, pero el Inka no hizo el menor gesto de sometimiento ni subordinación, a pesar de haber observado las incansables muestras de pleitesía que le prodigaban a la autoridad religiosa todos sus vasallos. El Inka se mantuvo erguido y, cerrando los ojos con cierto desdén, preguntó:

–¿Por qué fui traído a la fuerza a estas lejanas tierras?

Esta vez, el intérprete era un hombre joven, secuestrado hacía varios años de tierra americana, cuando comerciaba sus productos entre Quito y Centroamérica. El risueño mercader hablaba con fluidez el español y el quechua, y tenía algún conocimiento de otras lenguas nativas andinas. Pero antes de que la pregunta del Inka fuera respondida, el Papa llevó las manos hacia atrás y caminó pausadamente para hablar. Luego se paró nuevamente frente a Atawallpa y lo miró fijamente, insistiendo en intimidarlo, pero la mirada del Inka era tan penetrante que se clavó como lanza en su cerebro, obligándolo a parpadear primero y a retirar la vista de los ojos fijos que mantenía el Inka… finalmente, con la mirada en el techo, el Papa, intentando disimular la contienda perdida, dijo:

–Supe que despreció usted la sagrada Biblia, Atawallpa, y lejos de respetarla, la lanzó al suelo, agraviando su divina majestad.

El papa Clemente VII

–Del mismo modo como tu gente despreció la chicha sagrada que ofrecí en signo de amistad –contestó el Inka.

–¡No puede usted comparar el texto escrito por Dios, con una bebida fermentada!

–Tu libro sagrado no me quiso hablar..., pero la chicha hace hablar a todos.

La ocurrencia del Inka hizo que tanto el intérprete como los celadores de seguridad allí presentes tuvieran que hacer esfuerzos para contener la risa. Sin embargo Atawallpa permanecía inmutable.

–¡Silencio! –dijo el Papa, molesto, y agregó–: Eso le pasó, Inkarey, porque usted no sabe leer.

–No entiendo vuestros símbolos ridículos que representan sonidos o palabras fraccionadas, ñutas, pero sí comprendo las figuras de la geometría sagrada, que danzan música diferente cada vez que uno las lee. Cada una dice más a cada quien y no oculta la verdad a nadie –aclaró el Inka mostrando con orgullo los tokapus de su hermoso unku o especie de camisa sin mangas, en tono carmesí.

–Entiendo… –susurró el Papa–, pero no le hice cruzar el mar para hablar de lo que dicen sus vestidos, sino…

–¿Sino…? –interrumpió Atawallpa–. ¿Por qué me hizo cruzar el mar, encadenado?

–¿Es que no lo adivinas, apreciado Inkarey? Tú y yo sabemos el por qué y la trascendencia de todo esto: después de milenios, nuevamente un Papa y un Inka estamos frente a frente… –continuó hablando el Papa–. Y yo quiero saber cómo luce hoy el Edén y… el Árbol de la Vida que tanto nos hizo rivalizar, el que conocimos y disputamos hace tantísimo tiempo en ese gran continente, que para nosotros era el Centro del Mundo, el Edén, el Paraíso del que fuimos expulsados por ustedes, injustamente.

–¡Farsante! A ustedes los expulsaron por ociosos, mentirosos y ladrones –respondió Atawallpa–. Sólo los Inkas amamos y custodiamos la santa tierra, la Pachamama y sus sagradas reliquias; por eso las conservamos. Ustedes no tienen la menor idea de lo que significa amar al Paraíso que es todo este mundo. Pudren todo lo que tocan… y un irreparable daño habrían hecho al asaltar el Árbol de la Vida que nosotros hemos alimentado y conservado por milenios y gracias al cual logramos el Sumaq Kawsay; la “Vida Plena” sobre el planeta, y la inmortalidad de la cultura y la especie humana… si ustedes hubieran profanado el Árbol de la Vida, ahora el planeta y la vida estarían destruidos, no existirían más. Acaso ustedes no inventaron, o ¿dicen que descubrieron el conocimiento del bien y del mal? Ustedes “descubren” cosas que les conviene para apropiarse de ellas y luego las usan para delinquir contra su propia especie. Quisieron adueñarse de todo, como “únicos poseedores del bien”, ¿acaso no se proclamaron los favoritos de su Dios, para luego desaparecer a la Diosa Madre de la faz de los cielos? Pretendieron ser los dueños de la vida y de la muerte, propietarios de los seres humanos, guerreando y matando a media humanidad, tal como hasta ahora lo practican. Por todo esto fueron confinados a esta pequeña península fría que ahora llaman Europa…

–Hablas como si ya hubieras confrontado estas barbaridades que me dices, con otros cristianos ¿o me equivoco…? –interrogó el Papa.

–Ya sé lo suficiente del significado que le dieron ustedes, los cristianos, a esas palabras e ideas, por las innumerables noches de conversación y debate que tuve con Vicente Valverde y Hernando de Soto -contestó Atawallpa.

–¿Y qué de Francisco Pizarro?, ¿no hablaste con él, acaso?

–Él es un pobre ignorante y de espíritu muy rudimentario… ¿qué podría haber indagado en un estropicio humano, tal como es, ese miserable que quiere gobernar en un cementerio, en ese panteón en que convertirá al Tawantinsuyu?

–¿Y te has enterado de dónde provienen tus más antiguos antepasados?... Tal parece que, por la información que recibo, lo sucedido con tu infortunado hermano Waskar, legítimo Inkarey…, los inkas hijos de Caín, no han variado sus costumbres fratricidas.

–¿Otra vez con eso? -masculló Atawallpa-. Tenía razón Hernando Colón.

El Inka acercándose más al Papa, lo miro fijamente y desmintió lo que dijeron los españoles, referente a la muerte de Waskar.

–Eso que dicen sobre la orden mía de matar a mi propio hermano, es una vil calumnia. En mi pueblo solamente un mal nacido puede acusar a alguien de asesinar a su hermano.

–¿No crees que es causa suficiente para aplicar nuestra justicia? –levantó la voz el Papa.

–¿Justicia? o venganza… ¿Justicia? o carnicería… ¿Acaso no contradice eso vuestra doctrina? Además, señor Papa, con la cantidad de gente que matan cada día, lo más probable es que ustedes sean los verdaderos descendientes del Caín que cuenta su Biblia. Si te explicara todo lo que me preguntas, dudo mucho que entenderías el significado del “Árbol de la Vida”, del Santo Grial que buscan desesperadamente y del “Paraíso” del que fueron echados. ¡Qué!… ¿Acaso no es el “Dios I” del pueblo Puquina, el tan buscado por tus sacerdotes franciscanos, dominicos y jesuitas, que hablan de “I-dolatría”?…

El Inka caminó dos pasos, tratando de calmar su ímpetu, pero no pudo. Si el Papa no había sido capaz de comprender y reconocer los frutos de la Verdad del nuevo mundo, solo le quedaba lanzar sus semillas hechas palabra, en la esperanza de que alguna hallase tierra fértil en el espíritu árido y reseco de ese hombre que se decía representante de Dios en la Tierra, y le dijo:

–¡Hay en ustedes tanto desequilibrio en su espíritu, que han creado enfermedades del cuerpo y de la mente que nosotros jamás conocimos y que ahora caminan junto a aquellos que enviaste a mis tierras, sembrando pústulas en la piel de los hombres y mujeres, deformando su mente, matando su corazón –dijo Atawallpa- ¡Son tan ignorantes tú y tus enviados, tan escasos de mente y de corazón que no pueden entender sobre el Paraíso y sus reliquias, y pudiendo recuperar su conocimiento y su custodia; en vez de enviar hombres santos, has enviado hordas asesinas que lo destruirán todo!

–Hombres santos… ¿cómo quién? –preguntó el Papa, que con verdadera astucia quería sonsacar hasta dónde sabía el Inka. Pero terminó sorprendido por su respuesta, en italiano:

Nelmezzo del cammin di nostra vita
miritrovai per una selva oscura
ché la dirittavia era smarrita.

–Y se lo repitió en español:

A mitad del viaje de nuestra vida
me encontré en una selva oscura,
por haberme apartado del camino recto.

–Hummmm… es Dante Alighieri, La Divina Comedia, primer capítulo, primera frase… –aseveró el Papa–. ¿Cómo sabes esto?...

–Me lo enseñó el padre Valverde –dijo el Inka–, él tenía aquel libro. Allí también el Harawiyoc Dante escribe que Adán sabía que el verdadero pero secreto nombre de Dios era “I”.

A estas alturas del debate, las imágenes en el cerebro del Shanti transcurrían como en una película, y como si estuviera viendo a Atawallpa como protagonista y héroe de una contienda superior, el corazón del Shanti se henchía de emoción, presintiendo que esa guerra verbal que presenciaba terminaría con una victoria contundente del Inka.

Atawallpa respiró profundo para continuar hablando. Lo que iba a revelar no solo removería las tripas del distinguido personaje que tenía enfrente, sino también el magma candente de los Apus ocultos a los ojos de los hombres, aquellas montañas marinas que permanecen sumergidas en los océanos del mundo, enlazando los continentes en cadenas de volcanes palpitantes de vida.

–En ambos textos, Dante escribe sobre un “camino recto”; como el que tenemos en el Tawantinsuyu y que llamamos Qhapaq Ñan… –dijo el Inka–. Desde que fue construido por los antiguos puquinas, lo usamos para rectificar el equilibrio del mundo, a través de su eje, que Fray Vicente llamaba “axis mundi”, y componer las estaciones y los climas sanos y estables que son el origen del Sumaq Kawsay o de la vida plena… ¿Ese es el Dios que buscan combatir y matar? ¿Ese es el Dios, al que los antiguos Hamuyiris, nuestros maestros llamaron “I”, y que ustedes llaman “I-dolo”… al que ustedes intentan destruir?

El Papa no fue capaz de comprender la magnitud de aquella revelación, y caminó dando las espaldas al Inka.

–¿De dónde crees, Papa, que el poeta Dante sacó estos datos? –preguntó Atawallpa.

–¡Bah!… ¿Enviar hombres santos al nuevo mundo? –reaccionó el Papa, destilando furia en cada palabra–. Hombres santos les llamas a tus cómplices: Dante Aligheri, René de Anjou, Leonardo Da Vinci y otros, todos Maestros de la “fede santa”, “fideli da amore”, “prioratos secretos”; ¡sectas y guaridas de los Templarios! ¡Todos adoradores del demonio!... ¡Agentes infiltrados por ustedes y por sus socios los Sufis del Islam, los Derviches de los turcos y hasta los Cátaros occitanos! ¡Pero logramos descubrirlos y les dimos merecido final! Eres hábil e inteligente Inkarey, supe que aprendiste muy rápido el ajedrez y que les ganaste a todos los de esa sarta de inútiles que enviamos a tus tierras. Pero a mí no me podrás ganar…

–¿Hacemos la prueba? –retrucó Atawallpa sonriente… y agregó-: fueron tan estúpidos tus vasallos que para ocultar sus debilidades, llamaron “rescate” a las ingentes cantidades de oro con que todos, incluyéndolo a Pizarro cayeron bajo mi influencia y mi poder; todos querían oro y yo les puse encima más oro del que podían imaginar y soportar… solo Valverde se resistió, porque él, además del oro, quería mi alma, y más aún, el alma de todos los inkas. ¡Si no hubiera sido por Valverde todos tus enviados se hubieran postrado como mis vasallos, solamente dos noches antes de mi secuestro!

–Supe que Fray Vicente te bautizó, ¿no es así?

–Y qué mal me pudo hacer un poco de agua en la cabeza, además era tu prisionero, podía hacer de mí su voluntad. Los ritos deben ser conscientes para ser efectivos, no pueden hacer nada contra la voluntad de las personas –contestó el Inka.

–Fray Vicente nos informó que tu nombre cristiano es “Juan”, ¿sabes por qué te bautizó así?...

El Inka respondió: –Dejémonos de palabrerías. Fray Vicente me contó casi todo. El “lugar del Preste Juan” es el lejano reino que ustedes andan buscando, para perseguir a nuestros aliados los Templarios, pues yo te digo que en mis tierras, están el “Centro del Mundo”, el “Santo Grial”, el “árbol de la vida” y todas las demás reliquias que ustedes han convertido en “ídolos” y que andan buscando, por las que han depredado y matado a medio mundo. ¡Así, nunca podrán conseguir el reino de su Dios en la Tierra, así se apoderen de esas sagrados objetos o “reliquias” que ustedes creen que les van a dar poder sobre el mundo!... Lo único que conseguirán será autodestruirse; la Pachamama castigará su soberbia y los borrará de la faz del planeta.

–Y ahora, voy a pasar por alto sus impertinencias, señor Inkarey, porque entiendo que mi intérprete no es muy culto –dijo el religioso, más sosegado–. Y mejor aún; voy a lo que me interesa… pero antes sáqueme de la duda, es solo una curiosidad mía… ¿Por qué sus “agentes”, aquí en Europa, esperaron tanto?, si ya tenían conocimiento de todo lo que ha expuesto, incluso se habían infiltrado en todos los reinos europeos y más allá en el Oriente, y todos les debíamos cantidades inimaginables de dinero en oro y plata, que seguramente ustedes les proporcionaban… ¿Por qué ustedes no iniciaron la invasión militar, antes que nosotros lo hiciéramos con Colón, Cortés y Pizarro? Los Templarios eran magníficos sacerdotes-guerreros… ¿Qué les pasó?, ¿fue acaso un error de estrategia?

–Tal vez demoramos mucho, si es que hubiéramos sabido vuestros arrestos bélicos, pero no estaba en nuestros planes la invasión militar a Europa. Queríamos más bien asegurarnos y retornarlos a ustedes a la humanidad…, a la verdadera humanidad, al equilibrio. Entendimos que el “Unu pachakuti” que ustedes llaman “diluvio universal”, les desató un proceso traumático, un pánico y a la vez fobia desmedida contra la Pachamama, lo que los hace poseedores de una furia incontenible contra las mujeres en general… pero esto las hace amarlas mucho más porque deben procrear, y esta es su ardorosa tortura y sanguinaria penitencia. En estas condiciones era imposible cualquier convivencia. Nunca quisimos invadirlos ni someterlos, por eso los desterramos a este continente pequeño y frío. Esperábamos sí, el retorno furioso de ustedes, pero nunca tan temprano. Habíamos introducido a través de nuestros aliados, los Templarios, un misterio que les devolvería la cordura y el equilibrio, en forma de la Diosa Madre, escondida en el mito sagrado del Santo Grial, pero ustedes lo transformaron rápidamente en otra de sus ideas y pensamientos contra-hechos, como es aquello de “la sangre de los reyes”, o “la mujer del hijo de Dios”. El Santo Grial no sirvió de remedio, ni servirá para sanar la enfermedad que les pudre el espíritu.

En ese punto álgido de aquella guerra verbal y verdadero enfrentamiento psíquico en que se había tornado esta entrevista…. Teniendo al Shanti como mudo e invisible testigo, observaba bien los gestos nerviosos del Papa y su total incomodidad, sobre todo cuando estos gestos fueron seguidos de fuertes tics en el rostro descompuesto del obeso religioso.

–Hasta acá nomás –se dijo el Inka y comprendió que no podía seguir presionando la enclenque psicología del Papa, pues éste evadía todo entendimiento y parecía a punto de estallar si seguía escuchando más develamientos. Lo mismo había pasado con Hernando Colón.

–Basta de charla –dijo el Papa–. Permitiré el retorno a su reino y abogaré por su pueblo sí, y solo sí, me entrega el Santo Grial y nos muestra aquel “Árbol de la Vida”. De lo contrario dejaré libre albedrío a los conquistadores para que despojen a los inkas de su reino, evangelicen a su pueblo y torturen y quemen a todos si es necesario para que confiesen lo que queremos saber. ¡Haré que les caiga la justicia de Dios!... ¡Sin piedad alguna!

–Y yo te propongo –retrucó el Inka- que retires tus huestes de mis tierras y en su lugar ingrese un grupo de escogidos para que conozcan y aprendan por sí mismos lo que los inkas hemos logrado para nuestros pueblos. Les mostraremos y enseñaremos la verdadera riqueza de la vida plena, el poder de compartir, la piedad y el amor a la Pachamama, todo lo que pueda ser compartido con el mundo entero, la vida plena; nuestro Sumaq Kawsay, el mayor bienestar para todos.

–¡Imposible! ¡No tentarás al Señor tu Dios, Inkarey, hijo de Caín! La supremacía del mundo no puede ser compartida entre Dios y el demonio. O me entregas esas reliquias o no hay trato.

–No podría entregártelas y aunque quisiera explicarte el porqué, no lo entenderías. Ustedes los cristianos nunca comprendieron la naturaleza de esas “reliquias” –fue la respuesta tajante del Inka.

–Bien, señor Inkarey. Le doy treinta y tres días, como la edad que tenía nuestro señor Jesucristo cuando lo crucificaron, para que lo piense bien. De lo contrario usted y su pueblo sufrirán las consecuencias. Lo lamento de veras pero no soy el único responsable. Hay mucha gente y muchos intereses detrás de esto. ¡Pero sobre todo están los intereses de Dios y de su pueblo escogido!

El Shanti estaba más que desconcertado. Nunca se imaginó la claridad y franqueza de aquel debate entre el Papa y el Inkarey, sobre aquellos objetos misteriosos, como el Árbol de la Vida o el Santo Grial; pero de lo que estaba seguro es que los días del Inka estaban contados.

En la avalancha de imágenes que se precipitaban en la mente del Shanti, vio pasar como un torbellino el tiempo del encierro de Atawallpa. Supo que una dama celadora de origen helvético lo visitaba con frecuencia, entendió que ella aprovechando su tarea de llevar los alimentos al Inca, en realidad quería aprender su idioma y conocer sobre aquel “culto a la Madre”, del que se decía que el Inka había mencionado y de aquel reino llamado Tawantinsuyu.

El Shanti veía en su ensueño agónico imágenes clarísimas de la poderosa y noble mujer de unos 45 años, y cómo pasaba de la curiosidad a la admiración y al enamoramiento; percibió la perturbación de su ánimo y de su conducta, cada vez que se encontraba en presencia del Inka y vio como él mismo hijo del Sol conmovido por aquel afecto inesperado, correspondía con ternura a los sentimientos de la monja. Y así, el Shanti fue testigo de la preparación y realización de la fuga secreta, guiado por su celadora y con la ayuda de Hernando Colón y de sus colaboradores y amigos. Recordaba también el Shanti que la pareja fue protegida y albergada en diversos parajes hasta llegar a Suiza donde vivía la potentada familia de la enigmática mujer que amaba al Inka. En secreto y con la ayuda de diversos contactos, Atawallpa el Inkarrei, fue incorporado a la nobleza Helvética y en forma secreta y anónima, con su sabiduría política, social y sobre todo la sabiduría enigmática para el manejo del oro y demás riquezas, y con sus prudentes consejos y recomendaciones de estadista, las élites locales consolidaron la confederación de los cuatro pueblos helvéticos en los Alpes, en una geografía muy similar a los Andes, y con el emblema de la cruz cuadrada o Tawa Paqha dentro de un círculo blanco y sobre un campo rectangular rojo, tal y como es la cruz de los confederados Suyus del Sol, unidos con el nombre de Tawantinsuyu.

Tranquilizado por sus recuerdos el Shanti que para sus verdugos no era más que un viejo agonizante vio en imágenes vívidas todo aquello que le fue informado en la forma de Harawis. Le habían sido entregados así, estos relatos orales al Shanti, cuando de niño sus maestros, los Hamuyiris puquinas pasaban periódicamente por la Isla del Sol; los mismos que venían del Salar de Uyuni, territorio Chipaya, con rumbo a la selva amazónica del norte pasando también por Cusco y Madre de Dios. Durante años y poco a poco en la medida de su instrucción, el último descendiente de la Panaka del gran maestro Thunupa, había sido instruido en estas artes del recuerdo o rememoración de datos históricos de gran significación para los pueblos del Tawantinsuyu.

Así, el Shanti, muy golpeado y agonizante aparentemente, recordaba que Hernando, el hijo de Cristóbal Colón, acompañó a Atawallpa y a su amante europea en sus aventuras, para reforzar y recrear la confederación de los cuatro puntos cardinales, en pleno corazón de Europa. Posteriormente apoyó cuanto pudo al Inkarey en sus intentos de regresar a su amado Tawantinsuyu, y le fue leal hasta la muerte. Supo además que la noble helvética tuvo con Atawallpa dos hijos, un varón y una mujer, ambos de cabellera rubia o amarilla como el oro del Tawantinsuyu, y que años después el Inkarey murió de tristeza mientras dialogaba con un Apu o montaña nevada al pie de la cordillera de los Alpes Suizos, a orillas del lago Leman, recordando a su familia de Quito y del Cusco, y a sus Apus que esperaron inútilmente su regreso en la lejana cordillera de los Andes...

En su trance febril que apenas duró una horas, pero que le parecieron años, el viejo paqho recordó que el hijo de Cristóbal Colón cumplió con extraer el corazón del cuerpo sin vida del Inka, convertirlo en ceniza, y enviarlo al Cusco, en un pequeño cofre de bronce y en manos del tarpuntae que conociera Atawallpa en La Rábida, portando un salvoconducto conseguido por él y sus influencias en la corte de Carlos V. Ya en su tierra, el tarpuntae cusqueño fue testigo de cómo fue el apocalipsis andino, pero nunca fue tarde para transmitir las órdenes del Inka con el fin de implementar el Movimiento de la “Enfermedad de la Danza” o Taki Onqoy. No en vano, antes de ser prisionero y secuestrado, él había formado parte de la élite de los sacerdotes del Sol.

Recordó también el alucinado paqho en sus desvaríos, que el mismo día en que Atawallpa moría, en una villa relativamente cercana a Suiza, en Montmartre, Francia, surgía el primer grupo europeo de hermanos y hermanas sacerdotes-guerreros “Amaro Runa” o “Illawikuna”, adiestrados por el mismo Inka como cultores de la sagrada cosmogonía del “Yanantinkuy”, y con una sola misión: “recuperar y mantener el equilibrio del mundo”. Paralelamente y muy cerca de allí, nacía el embrión de la Compañía de Jesús. Ambas instituciones tendrían marcado protagonismo en la historia de los últimos Inkas de Willkapampa. En aquellos años, también se logró oficializar el culto a la Virgen María, madre de Jesús, en el llamado Concilio de Trento. Tras esa imagen, un misterioso personaje e influyente sacerdote y de alto puesto en la jerarquía católica, que tuvo el privilegio de ser instruido por el Inka, pugnaba febrilmente por recuperar “oficialmente” el culto a la misteriosa y clandestina Diosa Madre.

Finalmente, como ya dijimos antes, los recuerdos, sueños o la imaginación mítica del Shanti, y que aceleradamente le fluían en las difíciles condiciones de su situación de interrogado, torturado y en franco proceso de terminar allí su vida, conforman otra historia… una muy singular y larga historia, que, casi quinientos años después continúa personificada en los guardianes de las reliquias principales de los Inkas en las profundidades de la selva del Antisuyu, o en algún rincón de los Andes cordilleranos, en donde el recuerdo del Inka Atawallpa permanece vivo en el corazón de los hombres y mujeres fieles a los Hijos del Sol, dispersos en miles de comunidades andino-amazónicas invencibles que disolvieron su resistente confederación, como gotas de aceite en un vaso lleno de agua turbia y agitada, en espera que las condiciones del no-tiempo se desactiven.

Y pensando, sentía el viejo Hamuyiri de la Isla del Sol que la vida lo abandonaba. Esta verdadera historia de los derrotados, pero nunca vencidos… sobrevivirá bajo el aroma de mitos como el del Inkarey y de todas las leyendas de la resistencia de los Ayllus y Panakas invencibles…pensaba. Luego… entre los estertores de su agonía y con sus últimos hálitos repetía… el Inkarey, el Inkarey… volverá.

Sin embargo, sólo una pequeña élite, como la que conforman el Shanti y sus maestros y discípulos sabrían que éste episodio del choque de Caxamarka y sus entretelones, fue el desenlace de un episodio más de una larga y milenaria contienda psíquica y física de civilizaciones, que tampoco terminó allí, sino que continúa, con protagonistas que a veces emergen de la clandestinidad de un feroz sometimiento colonial, que ya va durando poco más de 500 años. Protagonistas como el mismo Shanti, un viejo y querido Paqho o curandero, habitante y líder de las comunidades de la Isla del Sol en el lago Titicaca, al cual le fue encomendada una noble misión y debido a la cual había padecido la persecución y la tortura en manos de la religión de los wiracochas cuyas motivaciones secretas en este relato y en otros, poco a poco nos serán reveladas.