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Energía
El petróleo y el gas, fuentes fósiles de energía, vienen alimentando la actividad humana desde hace un siglo. El comercio de estos recursos constituye el primer mercado mundial, por delante de la compra-venta de alimentos, de armas, de medicamentos y de droga.
Estados Unidos ha destinado progresivamente sus fuerzas armadas a garantizar la seguridad del aprovisionamiento energético para su economía. Ya al firmar el acuerdo del Qincy (en 1945), el presidente Roosevelt elevaba la protección de la familia real saudita a la categoría de objetivo estratégico. Posteriormente, el informe Hamilton (en 1975) y la doctrina Carter (en 1980) incluían en las misiones del Pentágono el control de los campos de petróleo del Golfo y de sus vías de acceso. Para garantizar dicho control, Washington había instituido el Central Command y se había dado a la tarea de someter a su aliado iraquí. Hoy en día, en momentos en que se agotan los recursos de la región y en que el excesivo despliegue de las fuerzas armadas estadounidenses se hace insostenible para Washington, es la OTAN quien garantiza el relevo de las tropas de Estados Unidos. La alianza atlántica incluyó entre sus objetivos (en 2006) la seguridad energética de sus miembros y expande su presencia cerca de los yacimientos de la cuenca del Caspio.
En todo caso, los estrategas se vuelven ya hacia las reservas del Golfo de Guinea y hacia los petróleos pesados de Venezuela y Brasil, que deberían sustituir los petróleos ligeros que ya van agotándose. Previendo esa situación, el Pentágono creó el AfriCom y emprendió la militarización de la región del Caribe con la resurrección de la IV Flota.
Lo más importante es que el surgimiento de nuevas técnicas en el transporte del gas debe conducir a la generalización del uso de ese recurso. Se producirá entonces un viraje, de una geopolítica basada en el uso del petróleo a una geopolítica del gas, que reservará un lugar preponderante a Rusia, Irán y Qatar.