Se acaba de dar una suerte de salto cuántico: de pronto hemos entrado a un tiempo-espacio signado por la Constituyente y hemos dejado atrás el espacio-tiempo signado por el Ajuste Estructural y el Consenso de Washington.

Mas he aquí que la inercia intelectual nos está empezando a jugar una mala pasada: las elites reformistas del 94 siguen hablando como si todavía estuviéramos en la Bolivia del Ajuste Estructural. Esa Bolivia ya no existe.

El espacio-tiempo del Ajuste, en sus mejores momentos: 1994-1997, 2000-2001, fue un tiempo de reformas. Las elites reformistas se ciñeron a pensar sólo lo que es posible hacer en el marco de las leyes vigentes. Y, vaya si había, dentro de lo vigente, tela para cortar. Pero he aquí que esa actitud mental se ha convertido en rutina y flojera intelectual y, ahora, que ya no estamos en ese contexto reformista, seguimos repitiendo los mismos tópicos que, a la sazón, podían haber tenido sentido.

Ahora, la agenda social y política, pública y privada, pasa los próximos años por la Asamblea Constituyente y una nueva Constitución intercultural. Nos guste o no. Ahora bien, por ello mismo, ya no tiene sentido seguir hablando, por ejemplo, del modelo boliviano de descentralización; ni siquiera de profundizar la descentralización; o instaurar el nivel meso; menos aún de prefecturas o elección de prefectos. Los mismos departamentos y secciones de provincia -como saben los expertos- no tienen mucho sentido, desde el punto de vista técnico; son pesadas herencias que han contribuido a nuestra pobreza; el proceso de mancomunización municipal, por ejemplo, es un correctivo desde abajo al absurdo de la Sección de provincia, que no sirve ni para producir riqueza, ni para una prestación eficiente de servicios públicos. Hay que empezar a pensar, bajo el paraguas de la Constituyente, en Autonomía, Federalización, quien sabe Consociación... de nuevas regiones autonómicas o federales; tenemos que olvidarnos de los departamentos actuales como espacios autonómicos o federales: harían inviable al conjunto de la Unión (Pando ¿Estado federal? ¿Potosí?...).

El ayllu y la República

La Constituyente nos abre un nuevo horizonte para la creatividad y la autopoiesis política. Abre un espacio de rediseño de los términos de referencia del contrato social entre individuos y del pacto de reciprocidad entre comunidades políticas: el ayllu y la República; así como el diseño de un estatuto que regule las relaciones entre individuo y comunidad. Pero no sólo eso, así mismo para sellar lo que Michel Sérres llamó un «Contrato natural» con la Biosfera que los indígenas siempre han respetado, pero que, ahora, tiene que ser constitucional. Eso significa aceptar la concepción indígena de Territorio. Ya no tiene sentido poner parches progresistas a los Regímenes especiales de la Constitución (como hace la Ley de Necesidad de Reforma); la misma estructura constitucional, como ya mostraran Joost y Cajías, en 1996, es inadecuada. Pero, sobre todo, ya no tiene sentido pensar una Constitución monocultural. Si después de la Constitución de 1995 teníamos la obligación intelectual de pensar una Constitución intercultural, después de la rebelión indígena de octubre (que no ha concluido) tenemos además una obligación moral y política. Para ello hay que abrir la participación a más escuelas de pensamiento y darnos un tiempo razonable de reflexión colectiva.

Convocar muy pronto a la Constituyente podría ser una trampa para que los indígenas queden fuera de juego y validen lo que los doctorcitos de Charcas saben hacer: ofrecer siempre lo mismo: una visión obsoleta y monocultural del país. Ya no tiene sentido pensar sólo en tierra, reforma agraria, ley INRA (aunque hay que implementarla para resolver los problemas acumulados); hay que pensar Territorio como Urakpacha y Gaia dentro de un paradigma ecológico: Bolivia no es agropecuaria (sólo el 3% del territorio nacional tiene el humus necesario para ello); Bolivia es, fundamentalmente, forestal (más del 50% del territorio está cubierto de bosques) sin hablar de su potencialidad minera (por razones geológicas) pero que habría que mirar con ojos de Tercera ola y no de revolución industrial y, por supuesto, los hidrocarburos Ya no tiene sentido seguir autoengañándose con el bendito «Municipio productivo» o esa vainita llamada «Desarrollo económico local» (un pajeo oenegeístico que dura ya más de un cuarto de siglo y algunos despistados, sin experiencia, quieren traspasarlo a los municipios). Hay que pensar en cómo reconocemos, en la Constitución, el Principio económico de Reciprocidad como complementario del Principio económico de Intercambio. O hay que bajar el volumen a la cháchara sobre las cadenas productivas (que excluyen a unas 650,000 unidades de producción: 33% de la población) y aumentar el volumen a cómo recuperar la soberanía sobre nuestros recursos naturales, su utilización y, en base a ello, crear empleo y exportar valor añadido, pero pensando como bolivianos y no como ventrílocuos de las transnacionales: «no se puede», «es más barato por Chile», «nadie nos va a prestar...» (cómo se nota, en este detalle, que la Primera República no pudo conformar una clase dominante boliviana, sino cipayos oportunistas prestos a vender su país por una migaja).

Ya no se puede seguir hablando de modernización del Estado y seguir pensando en «Ventanilla única», Manuales de procedimientos, ajuste de PDM’s...incluso en reforma institucional...Digámoslo rápido: han quedado obsoletos y minimizados la EBRP, el PSAC, el PRI, el PDCR, el PASA, las Mancomunidades, el DUF: todos los grandes parches, muletas, silla de ruedas, sueros, transfusiones de sangre al Estado fallido...que nuestra colonización mental ya no ve como «parches» sino como parte del funcionamiento normal de un «Estado» tercermundista. Tenemos que pensar qué Competencias deben tener los Gobiernos federales o autonómicos, los Gobiernos municipales y el Gobierno nacional. Tenemos que pensar cuales son los sistemas de sentido de ambas civilizaciones. Tenemos que negociar un espacio para el Animismo amerindio pero también para el Monoteísmo occidental; tenemos que debatir cuanto espacio otorgamos a la Ecología (espacio) y cuanto a la Historia (tiempo); tenemos que buscar un sabio equilibrio entre «Homeostasis amerindia» y «Progreso occidental». A lo mejor hay que determinar espacios para uno y otro sistema. Liberar espacios para la reciprocidad y precisar los espacios para el intercambio; la vida, luego, construirá las interfases de sistema.

Los principios de la nueva Constitución

Tenemos que empezar a pensar los Principios interculturales de nuestra nueva Constitución. ¿Cuáles son los principios indígenas? (¿principio de relacionalidad, principio de correspondencia, principio de reciprocidad?) ¿cuales los occidentales? (¿principio de identidad, principio de no contradicción, principio de tercero excluido?) ¿cuáles los principios inter-culturales, los principios puente? (¿principio contradictorio, principio de complementariedad, principio de tercero incluido?). Tenemos que pensar los «valores constitucionales». ¿cuáles son los valores occidentales? (¿libertad, igualdad, individualidad?); ¿cuáles son los valores amerindios? (¿religación, comunidad, responsabilidad?). ¿En qué valores fundamentales nos ponemos de acuerdo?: ¿el derecho a la vida? ¿qué pensar respecto a los que creen que no hay una separación entre vida y muerte; que conforman un continuo?. ¿Cuáles son los derechos y obligaciones fundamentales para ambas civilizaciones? ¿es la vida del individuo el bien supremo o la vida de la comunidad biótica?; ¿existen «valores absolutos» válidos para todas las culturas o existen más bien «invariantes antropológicas» (Raimón Panikkar) que es otra cosa, como, por ejemplo, la prohibición del incesto? Como colectividad, ¿nos pensamos sólo en el tiempo? ¿o también como parte de la biósfera o, como las grandes civilizaciones: mayas, incas o los astrofísicos actuales, también el contexto de la galaxia? Si el Ajuste Estructural fue el tiempo de las reformas posibles dentro de la legalidad vigente, la Constituyente, de golpe y porrazo, ha abierto la posibilidad de reinventarnos, de refundarnos, a partir de nuestras raíces amerindias y del horizonte del nuevo paradigma científico del siglo XXI que, como la serpiente cósmica, se vuelve a morder la cola: en efecto, el pasado y el futuro se vuelven a encontrar, porque ambas (a diferencia de la modernidad) comparten una misma visión orgánica y reencantada del universo. Los peligros que nos amenazan son seguir anclados en un pasado, que ha acabado abruptamente, y la ignorancia: ignorancia del otro: los amerindios, e ignorancia del nuevo paradigma científico de la humanidad del siglo XXI. La ignorancia produce miedo; el miedo induce a imponer con triquiñuelas la propia ignorancia; el miedo y la ignorancia son conservadores, «prudentes»; buscan, so mil pretextos y peros, perpetuar los pequeños privilegios conseguidos o heredados. Tenemos la obligación histórica de ser generosos e inteligentes. Nuestra generación no tendrá otra oportunidad para sentir que su vida ha tenido sentido, que ha valido la pena vivir, ahora. El tiempo de las reformas ha pasado. Démonos, como sociedad, el tiempo razonable para pensar, meditar y conversar una Constitución intercultural y no perder nuestra última oportunidad de ocupar un lugar digno y pionero en la comunidad de naciones de la nueva era. Los últimos serán los primeros.