El país está nuevamente convulsionado. Me pregunto si alguna vez dejó de estarlo. Es más, pareciera estar perdiendo ya el conocimiento, rumbo a la parálisis, a la anarquía, al epílogo de un sistema político que demuestra grietas cada vez más graves. Me temo que asistimos a un diálogo de sordos nacional. Los ilaveños, por un lado, ingenuamente recurren a la violencia creyendo que así serán escuchados sus reclamos. Acaso azuzados por terceros, aun no se sabe, aunque ya se habla de asalto de caminos, bloqueos de
carreteras y cobro de cupos que anunciaban el desenlace que conocemos. Lo cierto es que en Lima, el efecto no ha sido el que esperaban en Puno.

"¡Bárbaros y salvajes!" Esa ha sido la reacción generalizada de muchos políticos, periodistas e intelectuales que viven en Lima. No niego justificación al adjetivo, por cierto, pero sí cuestiono el quedarse estancado en el. Como si entre nosotros, capitalinos dizque civilizados, no convivieran jíbaros de carne y hueso, como dijera Basadre allá por 1944. ¿En qué se diferencia Vladimiro Montesinos -cortejado y halagado por gran parte de nuestras elites- de uno de esos pobladores de Ilave que ha tomado la justicia por sus propias manos? Obviando las camisas Christian Dior, en nada.

¿Qué nos deja Ilave, entonces, como lección? En primer lugar, que no podemos ni debemos seguir actuando de inquisidores entre nosotros, acusándonos, persiguiéndonos y eliminándonos. El canibalismo político solo favorece mezquinos intereses de camarillas, además de estimular la anarquía. La política no puede seguir siendo un festín, como hasta ahora, sino una tarea. También lo anticipó Basadre, y no lo escuchamos.

En segundo lugar, Ilave demuestra, una vez más, que nuestro sistema político ha fracasado. ¿De qué nos sirve un gobierno legítimo por obra de las urnas cuando su incapacidad de gestión lo deslegitima ante la población? ¿Sólo nos queda el cómodo camino de Thais? Porque es innegable que las demandas populares han excedido largamente la capacidad de respuesta de nuestras instituciones. No en vano Saramago acaba de sostener que Toledo sigue cayendo porque "la democracia no ha cumplido con las expectativas de la gente". No en vano tampoco, según el último informe de Naciones Unidas, el 54.7% de los latinoamericanos confiesa no tener problemas con una dictadura, siempre y cuando esta genere progreso económico. Es más, la última encuesta de Datum señala que la mayoría de los limeños -el 42%- prefiere "una
democracia de mano dura". ¡Mejor ni imaginar cuáles serían los resultados en
provincias! Nada de ello es gratuito ni mucho menos ficción. Lo venimos viviendo desde hace mucho tiempo. Tenemos un Estado que no escucha, que no interpreta, que no actua y, por lo tanto, que no existe en la práctica. Y de curitas y mejorales ya está cansado el país. Así, mientras no se haga una inmediata y radical cirugía de nuestro sistema político, no solo estaremos perdiendo el tiempo sino que seguramente padeceremos muchos Ilaves más. Y seguiremos gritando ¡bárbaros!, ¡salvajes!, llorando, como siempre, sobre la leche derramada.