Semanas antes de la posesión del nuevo Gobierno, el dogma neoliberal se ha vuelto una liturgia diaria; y se desenvuelve en el templo creador de verdades: los medios de comunicación (especialmente la televisión). Ahí se profesa la fe en la economía del libre mercado; la meta de un país como el Ecuador, dicen, debe ser el crecimiento económico, y el crecimiento se basa en una palabra clave: estabilidad. Para ellos, un gobierno como el de Rafael Correa lo que menos augura es estabilidad.

Existe una obsesión por el crecimiento económico, medido en puntos porcentuales del PIB. Y como ese crecimiento se ha mantenido como tendencia desde que fue aplicada la dolarización (en un promedio de 5% anual), entonces “lo prudente” es seguir haciendo lo que hasta ahora se ha hecho; es decir: ahorrar y no gastar. Se cree que elevar el sueldo a los trabajadores, por ejemplo, es gastar infamemente recursos que deberían estar destinados al ahorro. Es más, se cree que seguir pagando al mismo número de trabajadores, en lugar de reducir las plazas de trabajo, es mal gastar. Se piensa que atender emergentemente a provincias y regiones que históricamente han sido postergadas y que en determinado momento estallan, es gastar irresponsablemente. En general, la palabra gastar está proscrita en la doctrina neoliberal, excepto cuando se trata de pagar la deuda externa, en cuyo caso se llama “inversión”, y hasta “ahorro”.

Uno de los gastos más cuestionados es aquel de los subsidios que el Estado mantiene en los combustibles, electricidad y transporte, que según el Ministerio de Economía, en 2006 costarán 2 147 millones de dólares. Se sostiene que el no eliminarlos es una actitud populista, pero no se califica así a la acción que los diferentes gobiernos han mantenido hacia el sector empresarial, al cual se lo subsidia de diversas maneras, como a través de la exoneración de impuestos, para lo cual hasta se han aprobado leyes. En realidad, todo lo que implica atención social ahora es considerado populismo.

En general, mantener el actual esquema de crecimiento económico significa mantener la inequidad en la distribución de la riqueza que le es inherente. Actualmente el 20% más pobre recibe el 3% del ingreso, mientras el 20% más rico recibe 50% del ingreso; y por lo menos tres millones trescientos mil compatriotas empobrecidos son indigentes o están a un milímetro de serlo. Para los neoliberales ortodoxos esa desigualdad no es un problema del modelo, sino de la voluntad de las personas que no quieren salir de la pobreza.

En el Ecuador que recibe el gobierno de Rafael Correa, tres de cada cinco personas apenas ha culminado la primaria, y uno de cada cinco la secundaria. El 51% de la población vive con 2,7 dólares al día o menos; el 41% habita en viviendas con servicios inadecuados, 16,63% no tiene servicios higiénicos y otro 7,78% solo tiene una letrina; más de 20% de los niños menores de cinco años sufre desnutrición crónica. Cada año, cerca de 800 000 niños y jóvenes entre cinco y 17 años se quedan fuera de la escuela y del colegio.

Es el país de la estabilidad, del crecimiento económico en 5% promedio anual; uno de los más altos de América Latina.

María de la Paz Vela, en su artículo “En crecimiento, pero sin la mesa servida” (revista Gestión diciembre de 2006), sostiene que “con un gobierno de izquierda y que se basó en el populismo para la campaña electoral, los ámbitos nacional e internacional están a la expectativa de las definiciones de política económica y de la conducción política del Estado para concretar sus decisiones de inversión, los objetivos de uso de los recursos del Estado y la forma de hacerlo. Ese es un primer motivo de incertidumbre en el 2007”.

Esa incertidumbre proviene de quienes defienden la continuidad y la estabilidad; para ellos el enemigo es, por lógica, el cambio.

Pero los ecuatorianos han decidido tomar el camino del cambio, y al nuevo Gobierno le corresponde responder a esa decisión. Mientras lo haga tendrá el respaldo de los pueblos, pero si se deja asimilar a la lógica de los continuistas, su paso por Carondelet no será un feliz recuerdo, como no lo ha sido para quienes han traicionado ese anhelo de cambio.