(Por Mirta Quiles).- Mara, Santiago, Jonathan y Tatiana golpean el pupitre, se empujan y hablan gritando, desoyendo los pedidos de los profesores de tomar asiento, mientras sus compañeros se ríen al acomodarse en las sillas. Pero basta que el director llame a silencio para que cada uno de ellos corra hasta su instrumento, lo abrace con especial cuidado y –con gesto concentrado– tome su arco y lo pose delicadamente sobre las tensas cuerdas de sus bajos y contrabajos. Ellos son sólo algunos de los más de 6.000 chicos que, en todo el país, integran el Programa Social de Orquestas Infantiles y Juveniles de la Secretaría de Cultura de Nación.
“Este proyecto tiene un fuerte contenido social”, dice Evangelina Gaido, directora musical de la orquesta del barrio rosarino Triángulo, “se trata de que los chicos de esta zona sudoeste de la ciudad, tan humilde, tan postergada, puedan ser protagonistas de un espacio a través del arte, adueñarse de instrumentos tradicionalmente negados a las clases populares y subirse a escenarios que quizá nunca en la vida hubieran podido pisar”.
El programa nacional tiene como antecedente el Sistema Nacional de Orquestas Infanto-juveniles venezolano, en funcionamiento desde hace más de 30 años, y que en la actualidad cuenta con 180 orquestas distribuidas en todo el país y contiene a 125.000 chicos de los estratos sociales más bajos y marginados.
En la capital cordobesa, Guillermo Zurita, a cargo de la formación que funciona en la Escuela Arzobispo Castellano, del Barrio Suárez, en el suroeste de la ciudad, cerca de la Villa La Lonja y otros asentamientos urbanos, afirma que se observa en los niños que participan “un refuerzo en su autoestima y mayor visibilidad social, saliendo de la estigmatización en que son puestos por otros”.
Mientras acordes desafinados y caóticos suenan de fondo, en el amplio patio de la escuela 109 de Palomar, donde ensaya la orquesta infantil del barrio Carlos Gardel, Melisa Catala, coordinadora social del proyecto afirma: “Nuestro objetivo es establecer un lugar donde se encuentren y construyan un espacio de pertenencia, abriendo también las puertas del barrio a quienes viven fuera. Y especialmente ayudar a que tengan iniciativas que les permitan abrir horizontes. Y es real, porque ven que a través de su esfuerzo hay hechos concretos, como son las actuaciones en otras escuelas, en plazas y ferias de Capital”.
“A nosotros nos gusta el cuarteto, ni sabíamos qué era un violín, pero ahora nos encanta esta música… Lo mejor fue actuar. Nos presentamos cuatro veces y la gente nos aplaudió un montón”, cuentan entusiasmados Maira, Claudio, Celeste y Rodrigo. Algunos confiesan que subir al escenario da un poco de miedo y vergüenza; y otros ya sueñan con tocar en una orquesta “bien grossa”.
“Todo lo que pasa en el barrio se refleja en el comportamiento de los chicos en los ensayos. Si hay allanamientos o enfrentamientos, así como la mudanza a las nuevas viviendas del plan social, todo se plasma”, señala Catala. “Por eso tratamos también de involucrar a los familiares para que apoyen y sostengan el proyecto de los chicos”, añade.
Marginalidad, pobreza, estigmatización, conceptos muy duros y cotidianos para estos chicos que en cada ensayo intentan enfrentar el presente y construir un futuro al compás de una melodía hecha de solidaridad, inclusión e igualdad de posibilidades.
Nota publicada por la revista Acción (http://www.acciondigital.com.ar/15-11-08/sociedad.html).
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