El ‘Beagle’ fue el barco de la armada real inglesa encargado de realizar el reconocimiento geográfico para completar la cartografía de las costas de América del Sur, África y Australia. Zarpó el 27 de diciembre de 1831 para un viaje de exploración que duró cinco años. Charles Darwin fue el gentilhombre y naturalista de la misión. Entre 1832 y 1835, el Beagle visitó las costas orientales de América del Sur, cruzó el estrecho de Magallanes, bordeó la costa de Chile y Perú, para luego dirigirse a las Islas Galápagos, situadas a casi mil kilómetros de las costas continentales del Ecuador. Desde Galápagos, el Beagle cruzó el océano Pacífico en dirección a Australia, el sur de África y luego de hacer escala en Brasil retornó a Inglaterra.

El impacto que le produjo la América tropical fue enorme. Darwin escribió, extasiado: “No es posible imaginar nada más delicioso que observar la Naturaleza en su forma más grandiosa. El naturalista no puede caminar cien metros sin quedarse inmovilizado de contemplar algo tan maravilloso”. Cada vez que el Beagle anclaba en algún puerto, Darwin realizaba estudios en tierra firme: tomaba notas, recogía muestras de rocas, plantas, animales, fósiles… En la Patagonia encontró numerosos fósiles; los que más le impresionaron fueron el del Megatherium (oso perezoso gigante), un animal tan grande como el rinoceronte; el Gliptodon (armadillo gigante), que parecían tener relación con las especies modernas.

Durante el viaje, dice Darwin: “Recogí todo tipo de animales. Dedicaba parte del día a escribir mi diario y describir minuciosa y vivamente todo cuanto había visto. Todo lo que pensaba y leía se refería a lo que había visto o podía ver, y este hábito mental se continuó a lo largo de los cinco años de viaje. Este ejercicio me ha permitido hacer lo que yo haya realizado por la ciencia. Mi devoción por la ciencia se fue imponiendo gradualmente al resto de mis aficiones. El placer de pensar y razonar era mucho mayor que antes. Mi mente se desarrolló por las actividades que llevé a cabo durante la travesía”.

En estas líneas extraídas de su autobiografía expresó Darwin la importancia del viaje en el Beagle para consolidar su formación como naturalista. “Lo que más vivamente viene a mi memoria es el esplendor de la vegetación de los trópicos, la sublimidad de los desiertos de la Patagonia, las montañas cubiertas de bosque de la Tierra del Fuego; el descubrimiento de las singulares relaciones entre los animales y plantas de las diversas islas del archipiélago de las Galápagos y todas ellas con América del Sur. Trabajé al máximo durante toda la travesía por el mero placer de investigar y por el deseo de añadir algo más a la ciencia natural”.

Darwin en Galápagos


Darwin llegó al archipiélago de Galápagos el 17 de septiembre de 1835 y permaneció hasta el 15 de octubre del mismo año. Este fue un período crucial de la vida de Darwin. El interés inicial fue la geología de las islas, sin embargo, al desembarcar atrajeron más su atención la flora y la fauna por su marcada semejanza con la biota de América continental. “La historia natural de estas islas es sumamente curiosa y merece nuestra atención. Gran parte de los elementos orgánicos que se encuentran en las islas son autóctonos y no se hallan en ninguna otra parte; tanto es así que se aprecian diferencias entre los habitantes de las diferentes islas, aunque todos ellos evidencian un marcado parentesco con los nativos americanos a pesar de estar separados del continente por 1.000 kilómetros de Océano. Lo que aquí sucede es que varias islas del archipiélago poseen sus propias especies de galápagos, pájaros burlones, pinzones y numerosas plantas cuyas especies tienen los mismos hábitos fundamentales, ocupan hábitats análogos, y un lugar parecido dentro del equilibrio biológico del archipiélago, y esto es lo que me asombra”, cita en su libro El Viaje del Beagle.

Quedó maravillado al observar las iguanas marinas y terrestres, las tortugas, cucuves, pinzones… Pronto comprendió el significado de las observaciones: cada isla está poblada de especies de pinzón que ocupan un nicho ecológico distinto, pues cada una se ha adaptado a una forma particular de alimentación: semillas de distinto tamaño, frutos, insectos, etc., pero todas proceden de un ancestro común. “Cuando veo estas islas próximas entre sí y habitadas por una escasa muestra de animales entre los que se encuentran estos pájaros de estructura muy semejante y que ocupan el mismo lugar en la naturaleza, debo sospechar que sólo son variedades (…) Si hay alguna base, por pequeña que sea, para estas afirmaciones, tales hechos echarían por tierra la estabilidad de las especies”, consignó Darwin en su diario de viaje.
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