Negociaciones en Omán

En el Golfo y en el Levante, todos los debates políticos están actualmente pendientes de la posible firma –el 24 de noviembre de 2014– de un acuerdo entre los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Alemania e Irán.

Desde la elección de Mahmud Ahmadinejad como presidente de Irán, en 2005, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia han venido tratando de impedir que la República Islámica exporte su revolución y ponga en peligro el desorden mundial. Sabiendo que los científicos iraníes siguen investigando, entre otras cosas, la posibilidad de inventar un nuevo tipo de central nuclear capaz de liberar el Tercer Mundo de la dominación «occidental», esas tres potencias occidentales acusan sin pruebas a Irán de estar tratando de dotarse de la bomba atómica. Las sanciones impuestas contra la República Islámica han afectado gravemente la economía iraní… pero también afectan la economía de Alemania. Por su parte, China y Rusia actúan como moderadores en los debates.

En mayo de 2013, Washington y Teherán iniciaron en secreto una serie de negociaciones bilaterales en Omán. Posteriormente, la nominación de Esfandiar Rahim Mashaei, jefe del equipo de trabajo de Ahmadinejad, como candidato a la presidencia de Irán fue rechazada, lo cual abrió el camino a la elección del actual presidente Hassan Rohani.

En otros tiempos, el jeque Hassan Rohani había sido el primer contacto de los israelíes en el escándalo Irán-Contras.

A partir del momento del rechazo de la candidatura de Mashaei, e incluso antes de la elección de Rohani, Washington manifiesta su buena voluntad y las negociaciones 5+1 evolucionan positivamente. La delegación iraní acepta rápidamente la idea de abrir sus centros de investigación nuclear a los expertos «occidentales».

Rohani negocia entonces, directamente con Washington y fuera del grupo 5+1, la venta del gas iraní a la Unión Europea, para que esta última pueda prescindir del gas ruso y para que China no pueda contar con el gas de Irán. Al margen de la Asamblea General de la ONU, Rohani se reúne con el presidente de Austria y establece un proyecto para el financiamiento de la conexión de los campos gasíferos de Irán al gasoducto Nabucco. Ante la reacción de Moscú, que denuncia las negociaciones bilaterales secretas irano-estadounidenses, Rohani concede al primer canal de la television rusa una entrevista en la que asegura que su país no tiene intenciones de excluir a Rusia del mercado europeo del gas.

Pero Estados Unidos da de largas a las negociaciones 5+1 y discute al mismo tiempo con las facciones existentes en Arabia Saudita.

En octubre de 2014, el Guía de la Revolución, ayatola Ali Khamenei, publica una lista de 11 puntos no negociables para su país. Señala que Irán no pondrá fin a las investigaciones nucleares civiles y que no renunciará al enriquecimiento de uranio con fines pacíficos, independientemente de lo que se le ofrezca como compensación. En otras palabras, Irán está dispuesto a suspender su expansión militar pero no tiene intenciones de renunciar al desarrollo de sus investigaciones nucleares de carácter civil.

Al parecer el Guía ya expresó además su oposición al proyecto de desvío del gas iraní, pero tiene que hacer concesiones en ese sentido. No sólo como medio de obtener el levantamiento de las sanciones internacionales, que imponen un importante sufrimiento a su país, sino sobre todo porque Estados Unidos está dispuesto a desestabilizarlo si la negociación fracasa por completo. Más de 80 canales de televisión occidentales en lengua farsi están ya listos a desatar una campaña de gran envergadura contra Irán mientras que los terroristas de los Muyahidines del Pueblo siguen preparando kamikazes para lanzarlos contra la República Islámica si les llega la orden en ese sentido.

A una semana de la fecha límite de las negociaciones 5+1, parece que Washington se contentaría con obtener un «congelamiento» de la situación en la región y renunciaría a sus actuales intentos por modificar el equilibro de fuerzas. El mundo árabe se dividiría entonces entre Irán y Arabia Saudita, que se harían respectivamente responsables de chiitas y sunnitas.

La administración Obama parece haber resuelto la cuestión de la sucesión del rey Abdallah garantizando a cada clan de la familia Saud que sus actuales privilegios han de mantenerse de forma hereditaria. Y también aceptaría el mantenimiento de la influencia iraní, a condición de que Irán renuncie a extenderla por la vía de las armas.

Ya en este momento, como señal de buena voluntad, los hutis (que son chiitas) han aceptado participar en un gobierno de unión nacional en Yemen junto a los partidos sunnitas. Lo fundamental es que, después de haber tomado la capital, los hutis han cesado su avance y dejan así Adén en manos de sus rivales. Con ello renuncian al estrecho de Bab el-Mandeb y al control del Mar Rojo.

Si el acuerdo irano-estadounidense llegase a ser adoptado y ratificado por los 5+1, todas las facciones regionales tendrían la oportunidad de tomarse un importante respiro luego de años de agitación. Pero eso no resolvería ningún problema de fondo. Los sunnitas tendrían que seguir considerando a los wahabitas como musulmanes mientras que los chiitas tendrían que aceptar la autoridad de Irán en momentos en que Teherán abre un paréntesis en la aplicación del ideal del imam Khomeiny. No habría, en ese caso, bando vencedor ni bando vencido. Pero algunos actores se verían derrotados dentro de su propio bando. Esa sería fundamentalmente la situación de Turquía, que perdería su autoridad entre los sunnitas, lo cual sería una forma de castigo al ensañamiento de Ankara contra Siria.

Y, para Estados Unidos, el congelamiento del mundo árabe sería la oportunidad de dirigir su poderío militar contra Rusia y China.