El presidente de Francia, Emmanuel Macron (en el centro) reunió en París a Fayez al-Sarraj y Khalifa Haftar, dos líderes libios que no son contendientes.

«Lo que hoy sucede en Libia es de cierta forma el nudo de una desestabilización que presenta múltiples rostros», declaró el presidente francés Emmanuel Macron al celebrar en París el acuerdo que «traza la hoja de ruta para la paz y la reconciliación nacional».

Macron atribuye la situación caótica de Libia únicamente a los movimientos terroristas, que «tratan de prosperar explotando la inestabilidad política y la riqueza económica y financiera que pueden existir en Libia». Según el presidente Macron, es por eso que Francia ayuda a Libia a enfrentar los terroristas.

En esas declaraciones, Macron invierte la realidad de los hechos. El artífica de la desestabilización de Libia fue precisamente Francia, junto a Estados Unidos, la OTAN y las monarquías del Golfo.

En 2010, según los datos del Banco Mundial, Libia registraba los más altos índices de desarrollo humano de toda África, con un elevado ingreso medio por habitante, acceso de toda la población a la enseñanza media y secundaria y un 46% de acceso a la enseñanza superior. Unos 2 millones de migrantes africains encontraban empleo en Libia. Con sus inversiones, Libia favorecía la formación de organismos económicos independientes vinculados a la Unión Africana.

Estados Unidos y Francia, como puede verse en los correos electrónicos de Hillary Clinton, se pusieron de acuerdo para bloquear el plan de Kadhafi, que quería crear una moneda africana como alternativa frente al dólar estadounidense y al franco CFA (la moneda que Francia impone a 14 de las ex colonias francesas en África). Fue Hillary Clinton, como lo documentó en su momento el New York Times quien hizo firmar al presidente Obama «un documento que autorizaba una operación secreta en Libia y la entrega de armas a los rebeldes», entre los que se incluían grupos clasificados como terroristas.

Poco después, en 2011, la OTAN, organización sometida al mando estadounidense, destruía el Estado libio durante una guerra, iniciada por Francia, en la que Libia tuvo que enfrentar además la acción de fuerzas especiales que operaban en suelo libio. Resultado de todo eso es el desastre que hoy puede verse en Libia y que está provocando incluso más víctimas que la propia guerra, sobre todo entre los migrantes.

El presidente de Francia Emmanuel Macron sabe muy bien todo eso. Entre 2008 y 2011, Macron hizo una carrera –tan fulgurante como sospechosa– como empleado del banco Rothschild, el imperio financiero que controla los bancos centrales de casi todos los países del mundo. El banco Rothschild llegó a Libia en 2011, cuando la guerra todavía no había terminado. Era el momento en que los grandes bancos estadounidenses y europeos cometían el mayor acto de rapiña del siglo al confiscar 150 000 millones de dólares de los fondos soberanos libios [1]. Durante sus 4 años de formación en el banco Rothschild, el hoy presidente de Francia, Emmanuel Macron, fue presentado a las más altas figuras de la finanza mundial, donde se deciden las grandes operaciones, como la destrucción del Estado libio.

Macron pasó después a la política haciendo otra carrera –también tan relampagueante como sospechosa– durante la cual fue sucesivamente vicesecretario general de la presidencia de la República y ministro de Economía. En 2016, creó su propio partido, En Marche!, un «instant party» que cuenta con el respaldo y financiamiento de poderosas transnacionales, que le abren el camino a la presidencia de Francia. O sea, tras el protagonismo de Macron no se encuentran solamente los intereses nacionales franceses.

El botín por repartir en Libia es enorme: las mayores reservas de petróleo de toda África y grandes reservas de gas natural, más la inmensa reserva de agua fósil del manto nubio –un oro blanco con perspectivas de ser más precioso incluso que el oro negro– y la situación geográfica del propio territorio libio, de primera importancia geoestratégica, entre el Mediterráneo, África y el Medio Oriente.

Existe «el riesgo de que Francia ejerza una fuerte hegemonía sobre nuestra ex colonia», advierte en Italia la publicación Analisi Difesa, subrayando la importancia de la inminente expedición naval italiana en Libia. Un llamado al «orgullo nacional» de una Italia que reclama “su parte” en la repartición neocolonial de los despojos de su ex colonia.

A continuación, el testimonio del intelectual francés Thierry Meyssan, quien fue miembro del gobierno libio durante la agresión occidental.

« Antes de cualquier otra cosa, Hollande hace un balance de la destrucción de Libia. La Yamahiriya disponía de un Tesoro evaluado, como mínimo, en 150 000 millones de dólares. Oficialmente, la OTAN bloqueó, o hizo que sus aliados bloquearan, alrededor de una tercera parte de esa suma. ¿Qué pasó con el resto? Los kadhafistas creen poder utilizarlo para financiar la resistencia a largo plazo. Pero en abril, el prefecto francés Edouard Lacroix, a quien se había dado acceso a una parte de ese dinero, muere repentinamente –en un solo día– víctima “cáncer fulminante” mientras que el ex ministro libio del Petróleo, Choukri Ghanem, aparece ahogado en Viena. Gracias al entonces ministro francés de Finanzas, Pierre Moscovici; al consejero presidencial para temas económicos, Emmanuel Macron; y varios banqueros de negocios, que fungen todos como cómplices pasivos, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos logra apoderarse del botín del siglo: 100 000 millones de dólares.»

Fragmento del libro de Thierry Meyssan Sous nos yeux, actualmente en proceso de edición con vista a su publicación en español.

Fuente
Il Manifesto (Italia)

[1De los 150 000 millones de dólares confiscados, “desaparecieron” 100 000 millones. Nota de la Redacción.