El 23 de enero, el FSB, el servicio de inteligencia ruso, informó haber desenmascarado una red de espías británicos que trabajaban en la embajada británica en Moscú. El FSB expresó que los agentes identificados mantenían contactos con organizaciones rusas que afirman luchar por la defensa de los Derechos Humanos. Esta revelación no se produce en un momento políticamente neutro. El hecho fue descubierto a finales de 2005, pero es revelado a la prensa cuando se debe promulgar la ley que fortalece el control del Estado sobre las asociaciones financiadas desde el extranjero. Dicha ley es presentada en la prensa occidental mainstream como un nuevo obstáculo a las libertades democráticas implementada por un Kremlin cada vez más autoritario, mientras que Moscú afirma que su objetivo es impedir operaciones de desestabilización del país por parte de Estados extranjeros bajo la cobertura de acciones de ONG.
Curiosamente, la prensa occidental ha dado poco espacio a la cuestión de las falsas organizaciones no gubernamentales en sus páginas de «opinión». Por el contrario, se ha hecho eco ampliamente del diferendo ruso-ucraniano sobre el precio del gas, siempre con una óptica desfavorable a Rusia. En esta campaña puede notarse la gran actividad de Project Syndicate, gabinete de difusión de tribunas ampliamente financiado por el Open Society Institute de George Soros, una organización amenazada por la ley rusa de asociaciones, al igual que otras también financiadas por el millonario estadounidense.
Al igual que es difícil creer que la revelación de las actividades de los espías británicos por parte del FSB es una casualidad del calendario, es dudoso que la actividad de Project Syndicate sobre la cuestión ucraniana no sea una respuesta de velada.
Así, el gabinete de George Soros difunde textos en los medios de comunicación que le están afiliados que cuestionan al mismo tiempo la política energética rusa y la orientación política del país. Teniendo en cuenta la audiencia de que disponen y el efecto de la reiteración, puede comprobarse que los argumentos presentados en las tribunas con el sello Project Syndicate tienen un impacto no sólo en la opinión pública, sino también en los demás analistas que tratan estas cuestiones.

El profesor de estudios rusos de la universidad de Cambridge, Alexander Etkind, presenta al régimen ruso en el Taipei Times, La Vanguardia, el Korea Herald, el Daily Star, el Daily Times y sin dudas en otras publicaciones, como arcaico e incluso «diabólico». Afirma que la arrogancia de la que Moscú da apruebas en su diferendo con Kiev ha revelado la verdadera naturaleza del Kremlin en «Occidente». Etkind asegura que en la actualidad el petróleo y el gas ruso sólo sirven a una reducida élite que se enriquece y basa su poder en el acoso a los intelectuales y opositores. El Kremlin buscaría la construcción de una sociedad subeducada que se pueda someter, limitándose a comprar la tecnología extranjera. Para luchar contra esta tendencia, el autor llama a una movilización de las sociedades occidentales para que boicoteen las materias primas energéticas rusas.

Los lectores atentos de nuestras publicaciones no han sido tomados por sorpresa ante el desarrollo de las tensiones en cuanto a la energía mundial y en este sentido el conflicto alrededor del gas ruso es algo previsible. En efecto, la Red Voltaire ha descrito este conjunto de circunstancias, esencialmente vinculadas a las reservas y a la distribución mundial de los hidrocarburos, y simbolizadas por el «pico petrolero», es decir, el punto más allá del cual la principal y más versátil fuente energética de nuestra civilización, el petróleo, disminuirá irremediablemente en cantidad y calidad. Por otra parte, la tradicional diversidad de las fuentes de suministro será sustituida en lo adelante por una dependencia creciente de los países altamente consumidores con respecto al Medio Oriente y Rusia. Este último fenómeno se ejemplifica muy claramente en las tensiones actuales entre Irán, Rusia e Irak por una parte, los tres países en el cuarteto que encabeza las reservas de petróleo y gas, y por otra los países atlantistas, motivados por su modo de consumo y dominio económico, tradicionalmente basado en el control de una energía abundante y barata.
La virulencia de las tribunas publicadas actualmente tiende así a enmascarar las verdaderas causas del problema, apoyándose en la falta de información de un lector que, incluso si ocupa un puesto de responsabilidad en el sector privado o público, no está necesariamente al tanto de las presiones geológicas subyacentes. De ahí que sea fácil esbozar un retrato totalitario de Vladimir Putin o Mahmud Ahmadineyad, mientras que éstos llevan a cabo una política muy popular consistente en nacionalizar las enormes ganancias generadas por los precios de los hidrocarburos, para después redistribuirlas. Las recientes medidas sociales de envergadura en Rusia, principalmente un aumento de los fondos sociales mínimos, por supuesto que han pasado inadvertidas en la prensa atlantista. El mismo fenómeno se produce en Venezuela (y muy pronto en Bolivia), esta vez con un movimiento igualmente popular, pero políticamente sin complejos y más abiertamente socialista, por lo tanto más difícil de disimular desde aquí.
Las élites financieras de los países consumidores ejercen reales presiones políticas con el objetivo de impedir la nacionalización de las ganancias en los países productores de hidrocarburos, pues esto implica menos dividendos para los accionistas de las grandes compañías petroleras occidentales que a su vez alimentan los presupuestos nacionales. La creciente agresividad con relación a los mencionados dirigentes, en tribunas promovidas por especuladores como George Soros, se inscribe perfectamente en este movimiento de presión de los medios financieros y hace más evidente su papel en la mecánica de la guerra.

De forma más virulenta, el ex asistente del secretario norteamericano de Defensa, el demócrata Joseph S. Nye, también llamaba en un texto Project Syndicate difundido por el Korea Herald y el Daily Star, a una diversificación de las fuentes europeas de suministro energético.

La ex primera ministra ucraniana y ex magnate de los hidrocarburos, Yulia Tymoshenko, se interesa menos por la cuestión de la naturaleza del régimen ruso que por la de la relación de Kiev con Moscú. Así, en el Taipei Times, el Daily Times y El Tiempo denuncia el rechazo por parte de Rusia a la búsqueda de otras alternativas que no sean la empresa RosUkrEnergo, encargada del suministro a Ucrania de gas procedente de Asia Central pasando por Rusia. Estigmatiza igualmente la construcción de un gasoducto que pase por el Mar Báltico y suministre directamente a los países de Europa Occidental sin pasar por los países de Europa Oriental. En su opinión, este gasoducto es un estratagema que permite a Rusia interrumpir el suministro de gas a los ex países comunistas sin privarse del suministro lucrativo a los países occidentales. Es el mismo argumento que ya había desarrollado Vytautas Landsbergis, ex presidente lituano, en una tribuna también difundida por Project Syndicate. La ex primera ministra ucraniana considera así que es necesario denunciar el acuerdo ruso-ucraniano y acelerar la integración a Europa de Ucrania a fin de impedir el dominio ruso sobre el país.
Este punto de vista es comentado en el Moscow Times por el ex diplomático sueco Anders Aslund. El autor es experto de Project Syndicate (incluso si este último texto no ha sido difundido por esta organización), signatario del llamamiento de los 115 atlantistas contra Vladimir Putin y antiguo adulón de la «revolución» naranja. Aslund toma el relevo de la ex primera ministra ucraniana en lo tocante a RosUkrEnergo y asegura que el compromiso a que han llegado Kiev y Moscú no soluciona la cuestión del gas más allá de seis meses. Sin embargo, menos encarnizado que la señora Tymoshenko, asegura que el acuerdo es favorable a Ucrania. En su opinión, si el partido de la Tymoshenko abandonó al gobierno ucraniano en esta cuestión es porque ha pasado a la oposición y no porque el acuerdo fuera malo. Así, sin impugnar las acusaciones de desvío de fondos realizadas por la ex musa de la «revolución»naranja, concede a Víktor Yushchenko el beneficio de la duda en lo referente a sus negociaciones con Rusia.

El ex presidente del Aspen Institute, Frederick Starr, y el ex ministro georgiano de Economía, Vladimer Papava, muestran su inquietud en el Korea Herald, el Daily Star y el Taipei Times por la influencia que el gas ruso brinda a Moscú en Armenia y Georgia. Suplican a los países «occidentales» que ayuden a Georgia para impedir que Gazprom compre el gasoducto que suministra el gas a Georgia y Armenia so pena de ver a estos países caer en la órbita rusa.
Después de la publicación de esta tribuna el gasoducto explotó, debido de un atentado este fin de semana, por lo que Georgia acusa sin miramientos a Moscú.

Estos últimos puntos de vista se enfrentan a la dura realidad geológica. Con la mitad de las reservas mundiales de gas natural, Rusia controla el mercado regional por la fuerza de los hechos, tanto más cuanto que el gas requiere una importante infraestructura para su transporte. La presencia de Gazprom, compañía nacional rusa, en la región, parece más lógica que, por ejemplo, la de British Petroleum, cuyos accionistas son en su mayoría del otro lado del Canal de la Mancha o del otro lado del Atlántico.

Project Syndicate no es sin embargo el único en denunciar la influencia rusa.
El ex ministro conservador británico de Transportes y Energía, y vocero de los conservadores en la Cámara de los Lores, David Howell, expresa su alarma en el Japan Times por la crisis ruso-ucraniana. Considera que eso demuestra que Rusia no es un socio confiable y que Europa, y sobre todo el Reino Unido, no deben contar demasiado con el gas ruso so pena de poner en peligro su seguridad energética.
En Los Angeles Times, Rajan Menon, de la New America Foundation, y Oles M. Smolansky, profesor de Relaciones Internacionales de la universidad Lehigh, manifiestan su regocijo por el acuerdo entre Kiev y Moscú, pero deploran que «Occidente» no haya hecho más por ayudar a Kiev. Los autores afirman que Ucrania ganó el pulso con Moscú que trataba de extorsionarla y castigarla por su acercamiento a la OTAN. Los autores consideran que si esto volviera a comenzar, « Occidente debería utilizar la candidatura rusa a la OMC para presionar a Moscú e impedirle que la emprenda contra Ucrania. Sin embargo, son contradictorios los términos de esta propuesta. Rusia debe precisamente liberalizar su mercado de gas para entrar en la OMC, y, por lo tanto, eliminar los precios preferenciales de que se beneficiaban algunos de sus vecinos, entre ellos Ucrania.
Como se puede comprobar, la serpiente se muerde sistemáticamente la cola en cualquier reflexión estratégica cuando trata de hacer abstracción de nuestra posición de dependencia, ciertamente humillante, con respecto a recursos rusos, iraníes o iraquíes. Retomando una reciente declaración del presidente iraní, necesitamos más de Irán que ellos de nosotros. Sentémonos a dialogar, pues calificar de totalitarismo su voluntad de controlar sus propios recursos no puede llevarnos sino a la confrontación. Los pueblos de Rusia, Irán e Irak, mucho más educados de lo que hacen pensar los prejuicios comunes, no se dejan engañar.