El término «macondismo» (acuñado por José Joaquín Brunner) expresa una generalizada distorsión que sobre América Latina han construido ciertos intelectuales desde Europa y Estados Unidos, y tiene por supuesto que ver con esa especie de «síndrome de Macondo» que involuntariamente García Márquez implantó en sus lectores mediante la intensa metáfora que de nuestro subcontinente urdió al construir el microcosmos ficcional llamado Macondo, en Cien años de soledad.

Las «buenas conciencias» de Europa y Estados Unidos se fascinaron con lo que percibieron como una realidad mágica, etérea y a la vez buenamente salvaje, y sobre todo pudieron, por medio de su lectura fácil, digerir moralmente el subdesarrollo, la miseria, el hambre, la explotación y el saqueo que Occidente ha perpetrado en el Tercer Mundo, puesto que venía envuelta en angelicales mujeres que se elevaban al cielo en sábanas blancas, prohombres que realizaban hazañas quijotescas sin más objetivo que el empeño mismo, y muertos que seguían viviendo entre los suyos mucho tiempo después de su deceso. En otras palabras, para ellos el subdesarrollo cumplía ahora con el requisito cosmético necesario para hacer de su consumo algo agradable.

Hubo quienes siguieron los pasos de García Márquez (quien a su vez había seguido los no tan perdidos pasos de Carpentier y de Asturias) para ubicarse en el centro de la nueva demanda macondizada de cultura y literatura latinoamericanas. Entre estas personas se cuenta, en primerísimo plano, a Isabel Allende y Laura Esquivel. Pero la lista de escritores, pintores, fotógrafos y cineastas que macondizan la América Latina en sus productos (a fin de que sean aceptados por la lógica cultural del mercado y se vendan), es bastante larga.

De modo que lo que en García Márquez fue la continuidad creativa de una tradición literaria cuyos más cercanos exponentes habían sido Asturias (con su «realismo mágico», heredado de Franz Roh) y Carpentier (con su extraliterario «real maravilloso»), en sus seguidores se convirtió en manierismo para el mercado mediante una versión de América Latina que empieza y termina en el macondismo y que, por ello, constituye una visión reduccionista de nuestra cultura. Así puede interpretarse tanta producción pictórica y fotográfica «naif», tanto cine al estilo de Como agua para chocolate y tanta novela, poesía y crítica literaria «políticamente correctas» que nos presenta a los latinoamericanos como comunidades de retrasaditos mentales que, a pesar de nuestra ignorancia y miseria, podemos volar, predecir el futuro, mover objetos a distancia, llorar en el vientre de nuestra madre y emprender hazañas tan grandiosas cuanto inútiles, al tiempo que somos nativos increíblemente serviciales con los turistas. Lo cual nos lleva a que el macondismo no se agota ni en el cine ni en la literatura ni en la llamada «alta cultura». También contamina las artesanías indígenas y los imaginarios étnicos (algunos de los cuales incluyen pasamontañas) que se ofrecen a los turistas y antropólogos gringos y europeos, envueltos en enrarecidos aires de ancestralidad.

Pero, como decía Emil Volek en su reciente conferencia sobre este tema el pasado mes de febrero en Guatemala, «no es lo mismo hablar o escribir sobre Macondo que vivir en Macondo». Y es que es precisamente la vida real en Macondo lo que el macondismo escamotea elevando hacia mágicas alturas exuberantemente deshumanizadas a sus depauperados habitantes. Todo, para que el hedor de sus llagas no sea sentido por el ávido consumidor de productos ecualizados.

El macondismo nos puede resultar aceptable como artificio estético o político pero jamás como «esencia identitaria» latinoamericana. Eso implicaría sustituir nuestra realidad con su reflejo consumista. De ahí que el colmo del macondismo sea que nosotros mismos acabemos asumiendo la ciudadanía macondiana. Es tanto como disfrazarnos de payasos para que los dueños del circo nos tomen en serio. Por eso, una dignificadora tarea urgente de los escritores, artistas e intelectuales latinoamericanos que se resisten a venderle su alma al Mercado, es justamente la desmacondización de América Latina.