Auschwitz remite a cámaras de gas y hornos crematorios. Se dice que allí murieron un millón 600 mil personas, en su mayoría judíos. También había -aunque no se les otorga la misma importancia- gitanos, homosexuales, discapacitados y opositores políticos, principalmente guerrilleros y comunistas. Los prisioneros efectuaban trabajos forzados para las principales empresas alemanas: Wolkswagen, Siemens, Krupp, Thyssen, IG Farben, Messerschmidt.

La palabra holocausto proviene del griego (holo: “todo”, y caustos: “quemado”). Entre los judíos, se denominaba así al sacrificio en el que se prendía fuego completamente a la víctima, la ofrenda. La Biblia relata que, por obediencia a Dios, Abraham ofreció a su propio hijo en holocausto. A mediados de la década del 60, la palabra comenzó a escribirse con mayúscula en alusión a los judíos muertos en los campos de concentración nazis y se transformó en sinónimo de exterminio masivo. Hasta hoy, a seis décadas de terminada la Segunda Guerra Mundial, Hollywood continúa produciendo películas al estilo La lista de Schindler, que mantienen viva esa historia.

El rabino Arnold Jacob Wolf, director de la fundación académica Hillel, de la Universidad de Yale, declaró en 1990 que tenía la impresión de que “en lugar de dar clases sobre el Holocausto, lo que se hace es venderlo”. ¿A qué se refería el religioso? Al negocio que representa lo que algunos historiadores revisionistas europeos califican de “holocuento” u “holocash”.

Hay un polémico libro al respecto, editado por Siglo XXI de España en 2002, al que intereses ocultos impidieron que circulara en México. Se titula La industria del holocausto - Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío. Su autor es Norman Finkelstein, nacido en Brooklin, profesor en la Universidad De Paul, en Chicago, y articulista de la London Review of Books. Finkelstein es hijo de supervivientes de Auschwitz.

Finkelstein se indigna por el modo en el que el genocidio nazi ha sido explotado y convertido en negocio. Considera que extraer dinero en el nombre de las víctimas judías del Holocausto, reduce su martirio a una especie de “casino de Montecarlo”. Menciona el caso de Alemania, donde varias empresas enfrentaron acciones legales en 1998 y accedieron a constituir un fondo de 5 mil 100 millones de dólares para atender las demandas de los trabajadores esclavos de la época nazi.

La industria del holocausto da más ejemplos. En 1997, Suiza accedió a entregar mil 250 millones de dólares. Ese mismo año, se estableció el Fondo Especial para las Víctimas Necesitadas del Holocausto, con 200 millones de dólares. El Congreso Mundial Judío, por su parte, había recibido siete mil millones de dólares.

En septiembre de 2004, Finkelstein declaró al diario mexicano La Jornada que “una parte importante de los sobrevivientes del Holocausto nunca ha visto ni un dólar de ese dinero, porque lo cobran las organizaciones judías que gestionan las reparaciones económicas ante los Estados europeos involucrados”. El investigador no anduvo con vueltas: “Muchos de sus dirigentes son verdaderos gángsters y sinvergüenzas profesionales que deberían estar en la cárcel”.

El exterminio en los campos de concentración “fue utilizado por los dirigentes israelíes en el último cuarto de siglo como instrumento para un chantaje moral y político, pero en tiempos más recientes también para el chantaje financiero”, afirmó Finkelsrtein.

El autor, que ha provocado un ataque de furia en la prensa de Estados Unidos e Israel, asegura que las organizaciones supuestamente encargadas de restituir las “indemnizaciones” o “reparaciones”, en realidad se dedican a conservar e invertir los fondos obtenidos. Sostiene que la gran mayoría de “supervivientes” es irreal. Y subraya una ironía: el número de supervivientes del holocausto aumenta con el paso del tiempo, lo que es “una forma de negar el holocausto”.

En la introducción al libro, Finkelstein escribe: “El motivo más evidente de mi ira es que esta manipulación se haya empleado para justificar la política criminal del Estado de Israel y el apoyo estadunidense a la misma”. Y concluye: “A la vista de los sufrimientos de los afroamericanos, los vietnamitas y los palestinos, el credo de mi madre siempre fue: «Todos somos víctimas del holocausto»”.