En el debate francés con motivo del referendo de ratificación del proyecto de Tratado Constitucional Europeo no es extraño escuchar a partidarios de ambos campos afirmar que votar con ellos es una forma de combatir a George W. Bush. El gobierno de Bush se ha convertido en objeto de tal contrapunteo para los europeos que sirve de contraargumento utilizado tanto por unos como otros. Para los partidarios del «no», apoyar este texto es ofrecer a Washington una Europa liberal, basada en el derecho anglosajón y sometida a la OTAN. Para los que sostienen el «sí», rechazarlo es anular la edificación de una Europa suficientemente fuerte como para hacer de contrapeso al poderío estadounidense.
Con tono alarmista, el analista atlantista Dominique Moisi denuncia en el International Herald Tribune la tentación francesa por el «no» al invocar en Washington el equilibrio de fuerzas. Si Francia dice «no» favorecerá entonces a los neoconservadores que quieren demostrar que Europa es insignificante y que Francia es el «motor de la autodestrucción» europea mientras que si acepta el tratado favorecerá a los «realistas» que se agrupan alrededor de Rice y quienes cuentan con Europa para «democratizar» el Medio Oriente y Asia. Es dudoso que los que se oponen al imperio estén mucho más entusiasmados por un proyecto que por el otro. En todo caso, el texto es esclarecedor sobre la percepción que tienen del proyecto europeo los círculos atlantistas: Europa debe estar unida para ayudar a la política imperialista estadounidense al hacer que sea lo menos brutal posible. Condoleezza Rice sustituyó a Colin Powell en el papel del mal menor. No porque la señorita Rice haya cambiado al pasar del Consejo Nacional de Seguridad al Departamento de Estado sino porque la política de Estados Unidos ha sido concertada sobre el principio del «policía gentil» (el secretario de Estado) y de los «policías malos» (el secretario de Defensa, el asesor nacional de Seguridad y el Presidente).
El discurso ambiguo de las autoridades francesas, en función de que se dirijan a su población o al extranjero, no facilita ni la comprensión de su punto de vista ni el análisis del Tratado. De esta forma, el ministro francés de Relaciones Exteriores, Michel Barnier, vende el texto a Estados Unidos en el Washington Post. Durante una conferencia de prensa en la que daba opiniones, entre otros temas, sobre las negociaciones con Irán, la situación en la región de Darfur o las ventas de armas a China, se extendió largamente en la defensa del Tratado Constitucional. Ahora bien, para defender dicho tratado ante los ojos de los estadounidenses, anunció que este permitirá sobre todo desarrollar la cooperación europea en la esfera de la cooperación judicial y la lucha contra el terrorismo, así como en materia de política exterior, lo que le brindará a Washington un socio único que le permita ganar la guerra contra el terrorismo. Estos argumentos contradicen por completo las palabras pronunciadas por el propio Michel Barnier en Francia cuando presentó al tratado como una herramienta necesaria para la independencia de la política exterior europea.
La imagen que tienen los círculos neoconservadores de un posible «no» francés es completamente diferente. En el Korea Herald y en el Taipei Times, Melvyn Krauss, de la Hoover Institution, afirma que los franceses no rechazan ni la Unión Europea ni el Tratado Constitucional, sino a Jacques Chirac, su apoyo a Irak y su proyecto político. Ahora bien, Estados Unidos debe alegrarse de esto. La ampliación debilita a Francia en Europa y el «no» al referendo apartará a Alemania de Francia en beneficio de los británicos y aislará a París.
En Die Welt, el filósofo alemán Jürgen Habermas no da la razón ni a los atlantistas ni a los independentistas europeos. Para él, esta división, que llevó a Donald Rumsfeld a hablar de la vieja y la nueva Europa, es el síntoma de la falta de confianza entre poblaciones miembros y, con mayor profundidad, de la ausencia de identidad colectiva. Con tono convincente, el filósofo prosigue exponiendo un axioma: para formar un pueblo, los europeos deben en primer lugar asumir su doble herencia, la de su historia cristiana y la de la neutralidad de las instituciones políticas, punto de vista que declara compartir con Benedicto XVI.

A comienzos de semana, Recep Tayyip Erdogan visitó Israel y propuso una mediación turca entre israelíes y palestinos. La visita se produce en momentos en que Turquía se aleja de Israel para acercarse a los países árabes, con gran riesgo para Washington. El eje Washington-Ankara-Tel Aviv fue debilitado en gran medida por la política del gobierno de Bush en la región que provocó una fuerte oposición de los turcos. El apoyo de varios dirigentes israelíes a un Estado kurdo independiente en Irak no mejoró las cosas. Soner Cagaptay, del Washington Institute for Near East Policy, y Asaf Romirowsky, del Middle East Forum, tratan de devolver la tranquilidad a los lectores del Jerusalem Post con respecto al estado de esta relación. Ignorando todos los desacuerdos políticos entre Ankara y Tel Aviv, ambos autores prefieren hablar de una dudosa comunidad de destino entre ambos países para exhortar al acercamiento entre Israel y Turquía.
La misma artimaña había sido ya utilizada con relación a Rusia; la historia común o el paralelismo de estas historias deberían bastar para esconder profundos desacuerdos políticos. Los vínculos entre Rusia e Israel serían asimismo resultado de una lucha común contra el terrorismo islamista. Ahora bien, la cuestión de la guerra contra el terrorismo ya no es en modo alguno abordada por Rusia que abandonó esta retórica. En entrevista concedida al diario gubernamental egipcio Al-Ahram, el presidente ruso Vladimir V. Putin alaba por el contrario a los árabes por haber comprendido que Rusia no es antimusulmana como se trata con frecuencia de hacer creer. Afirma que el Kremlin busca en la actualidad una solución pacífica en Chechenia y recuerda que la votación de la Constitución chechena, que debe servir para pacificar la región, fue validada por la Organización de la Conferencia Islámica y la Liga Árabe. Además, considera que Rusia y los países árabes padecen problemas idénticos: su desarrollo y su democratización son obstaculizados por influencias foráneas que utilizan la aspiración democrática como un instrumento en lugar de ayudar a responder a ella.

Para comprender lo que sucederá en Palestina cuando el gobierno de Sharon redespliegue a Tsahal al evacuar Gaza, Vremya Novostyey entrevistó a dos personalidades que participan en el proceso, un palestino y un israelí.
Para el secretario general de la Autoridad Palestina, Taieb Abdel-Rahim, la aplicación de la hoja de ruta depende de que el Cuarteto se mantenga. Ahora bien, Condoleezza Rice cuestiona la presencia rusa. Sea como fuere, los palestinos esperan mucho de Moscú cuyo retorno a la región se hace notar tanto para velar por la aplicación de los compromisos internacionales de apoyo a Palestina como para armar a las fuerzas de seguridad.
Por su parte, el patrono de los servicios israelíes de contraespionaje, Ilan Zohar, destaca que no se debe minimizar el riesgo que representan los extremistas judíos para el proceso actual. Tel Aviv no busca una escapatoria al evocar posibles acciones violentas internas, las organizaciones judías extremistas son una realidad.