Pasado medio año, el Tratado fue dejado sin efecto.

La reacción de Moscú a este paso fue muy apática. Ningún alto dirigente de Rusia explicó en aquella ocasión nuestra visión del futuro control internacional de las armas nucleares que a raíz de las acciones unilaterales de EE.UU. se sometía a una rauda erosión.

El 26 de mayo de 2002, los presidentes de Rusia y de EE.UU. firmaron un documento bastante extraño: el Tratado de reducción de armamento estratégico. Las personas versadas en la seguridad nacional se dieron cuenta de que el control bilateral y, posiblemente, el multilateral también, sobre las armas nucleares pasaron a la historia. Semejante evolución de los sucesos imponía la necesidad de transición a la estrategia nuclear nacional independiente.

Hoy, lo mismo que hace cuatro años, no cabe duda de que la Administración USA no se propone limitarse a cualesquiera tratados de limitación y reducción de armamentos. En la política militar de Estados Unidos se operan cambios importantes por motivos más hondos que la necesidad de combatir el terrorismo internacional. Hace mucho que se echaron al olvido los Tratados START-2 y de Prohibición Universal de Ensayos Nucleares, no ratificados por EE.UU. Creció drásticamente (casi en $100.000 millones) el presupuesto del Pentágono. Se adoptó nueva doctrina nuclear que estipulaba la modernización de las armas estratégicas ofensivas, el desarrollo de municiones nucleares penetrantes de poca potencia que pueden emplearse junto con armas convencionales de alta precisión, así como admitía la posibilidad de empleo del arma nuclear contra Estados no nucleares.

Según apreciaciones de varios expertos rusos, los cambios en la política militar de Washington no encierran amenaza inmediata para la seguridad nacional de Rusia por lo menos para los próximos 10 ó 15 años, mientras EE.UU. no despliegue el sistema estratégico de defensa antibalística.

Pero estos cambios, ante todo, la anulación del Tratado de Defensa Antibalística, ponen en tela de juicio el régimen internacional de control de armamentos, pudiendo provocar una nueva etapa de la carrera armamentista.

Evidentemente, las medidas emprendidas por EE.UU. han de catalogarse entre las estratégicas y, por lo tanto, exigen que Rusia adopte decisiones estratégicas respecto a su propia política nuclear. Los atentados terroristas de descomunales proporciones y las amenazas cambiantes conducen, a juzgar por la nueva doctrina nuclear de EE.UU., a rebajar el umbral de empleo del arma nuclear, lo que genera la amenaza de una escalada incontrolada. A ello contribuyen asimismo la sucesiva proliferación de las armas de destrucción masiva y de sus vectores, así como la creciente inestabilidad regional.

El rasgo característico del período actual consiste en lo impredecible del desarrollo de la situación político-militar en el mundo. EE.UU. sigue modernizando sus fuerzas nucleares y mantienen la posibilidad de incrementarlas rápidamente. El tema de concertar con Rusia nuevos acuerdos vinculantes y controlables sobre las reducciones irreversibles de las armas estratégicas ofensivas de hecho está retirado del orden del día.

Las tecnologías desarrolladas por EE.UU., así como los resultados de las pruebas al natural de algunos componentes del sistema de defensa antibalística de este país evidencian que ya en una perspectiva a plazo mediano Washington podría poner en servicio operacional un sistema antibalístico limitado cuyo potencial seguiría creciendo.

En vista de ello, Rusia simplemente no tiene otra opción que seguir siendo en una perspectiva visible (por lo menos, en los 15 ó 20 años próximos) una fuerte potencia nuclear. Los planes de desarrollo de las Fuerzas de Disuasión Nuclear de Rusia, vigentes hasta no hace mucho, estaban orientados, de un lado, a la entrada en vigor del Tratado START-2 y al mantenimiento de la vigencia del de la Defensa Antibalística; de otro, a la transformación de las FDN rusas una tríada parecida al modelo norteamericano que suponía incrementar los componentes naval y aéreo disminuyendo paralelamente los misiles balísticos intercontinentales con base en tierra.

Dada la nueva situación estratégica, resulta imprescindible revisar sin demora los planes rusos relacionados con el desarrollo de las FDN, prorrogando al máximo los plazos de servicio operacional de los misiles balísticos intercontinentales con base en tierra, manteniendo la planeada composición del componente naval, así como del aéreo, capaz de cumplir misiones tanto nucleares como convencionales. Sería injustificado, tanto desde la óptica militar como económica, mantener vigentes los viejos planes que se elaboraban para una situación muy diferente.

Es de suponer que las respectivas enmiendas ya fueron introducidas en la estrategia nuclear nacional. La tonalidad segura del Mensaje del Presidente a la Asamblea Federal da fundamentos para hacer semejantes conjeturas.

El punto de vista del autor no coincidirá necesariamente con el de la redacción.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)