Así, de pronto, algunos observadores pueden pensar que son
imputaciones demasiado graves que debieran ser muy bien probadas, pues se trata de impugnar a la primera figura del país más poderoso de la tierra.

Se impone entonces exponer los hechos concretos demostrativos de la
conducta torcida de Bush, mantenida desde su alta investidura y las
graves consecuencias para varios naciones y millones de personas, en
primer lugar los propios estadounidenses.

Bush violentó en noviembre del 2000 los mecanismos y procedimientos
legales electorales establecidos, con la finalidad de impedir el conteo
exacto y transparente de los votos emitidos, conformando así un colosal
fraude para convertirse en el cuadragésimo cuarto mandatario de la
Unión.

De manera oportunista capitalizó a favor de su grupo de extrema
derecha los trágicos atentados del 11 de septiembre, y utilizó para
fortalecer su poder personal, el miedo y el espíritu de venganza
provocados por la propia cúpula gobernante.

Mintió de manera insistente, aun ante las evidencias en contrario,
acerca de la existencia de armas de exterminio masivo en Iraq, tras el
claro propósito de lanzar las tropas sobre ese territorio, como parte de
ambiciones geopolíticas a favor de los grandes intereses petroleros de
los que forma parte.

Esa irresponsable y criminal decisión ha costado al pueblo norteño casi tres mil vidas de jóvenes soldados y alrededor de otros 20 mil gravemente mutilados o severamente afectados emocionalmente. En el orden económico los gastos se calculan con cifras de 10 dígitos.

Con el absurdo pretexto de capturar al fantasmagórico Osama bin
Laden, invadió Afganistán, otra aventurera y demagógica decisión cuyos
resultados se traducen en la muerte de más de 200 estadounidenses,
mientras bin Laden solo es visible en videos sospechosamente exhibidos cuando constituye conveniente desviar la atención de la opinión pública sobre escándalos relacionados con la Casa Blanca.

Ha violado numerosos artículos y preceptos constitucionales y situado por encima de leyes y tradiciones democráticas, ordenó el espionaje de sus compatriotas, haciendo añicos normas respetadas durante decenios, y de las cuales la sociedad norteamericana ha estado
orgullosa.

Organizó, en complicidad con varios países europeos, una red
internacional de cárceles secretas a donde hizo conducir
clandestinamente a cientos de secuestrados, solo por la antojadiza
condición de ser designados por él como combatientes enemigos, contra
los cuales vale todo.

Instrumentó, hasta lograr su insólita legalización mediante presiones sobre un congreso entonces de mayoría republicana, la tortura como método para extraer información considerada útil en la supuesta lucha contra el terrorismo.

Ha impuesto en posiciones claves de la Administración a numerosos
funcionarios integrantes del círculo de sus amigos, y los ha respaldado
más allá del momento aconsejable para sustituirlos. Los ejemplos
abundan: Otto John Bolton, embajador ante la ONU; Tom Delay, líder de
la mayoría republicana en el Congreso; Karl Rowe, consejero
presidencial y Donald Rumsfeld, secretario de Defensa.

Escandalosa deviene igualmente la doble moral prevaleciente en su
oportunista cruzada antiterrorista y, mientras orienta o permite la
manipulación política para mantener encarcelados a Cinco cubanos
luchadores antiterroristas, protege a Luis Posada Carriles e impide su
extradición a Venezuela para que sea juzgado por la explosión en pleno
vuelo de un avión cubano con 73 personas a bordo, en octubre de 1976.

La complicidad de Bush con los crímenes de Israel contra el pueblo
palestino y la reciente agresión sionista al Libano con más de mil
víctimas fatales, se erigen asimismo en delitos del ejecutivo
norteamericano que están fuera de toda duda.

Es oportuno recordar que en 1975 el presidente Richard Nixon fue
defenestrado por haber autorizado la colocación de micrófonos ocultos
en la sede del Partido Demócrata, y William Clinton estuvo a punto de
correr igual suerte como resultado de su aventura con Mónika Lewinsky,
que estremeció durante semanas a la sociedad norteamericana.

Después de los elementos expuestos la única duda razonable que puede quedar, sería definir cúal debe ser exactamente la condena merecida por Bush después, por supuesto, de su expulsión de la Oficina Oval.

Agencia Cubana de Noticias