Mientras Estados Unidos aplicaba en el Medio Oriente ampliado la «doctrina Rumsfeld-Cebrowski» de destrucción de los Estados, los británicos organizaron la «primavera árabe» de 2010-2011 siguiendo el esquema de lo que ya habían hecho allí en 1915 a través de Lawrence de Arabia. Las dos estrategias se superponen en busca de un mismo objetivo: eliminar toda posibilidad de resistencia política haciendo que la Hermandad Musulmana logre acaparar el poder en toda la región.
Este artículo este parte del libro De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes.
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La expansión de la guerra
El presidente George W. Bush escribe a los gobernantes de Libia y Siria conminándolos a «destruir sus armas de destrucción masiva o a ver como Estados Unidos las destruye, y destruir todo sin discusión». El 6 de mayo de 2002, el director de Desarme en el Departamento de Estado, John Bolton, designa a Libia, Siria y Cuba como próximos blancos. Libia –que ya está bajo embargo– decide tratar de contemporizar mientras que Siria rechaza desarmarse unilateralmente y se prepara para la guerra. De Cuba no se hablará más en lo adelante.
Inmediatamente después de la caída de Bagdad, el Congreso de Estados Unidos comienza a discutir sobre lo que vendrá después. El general libanés Michel Aoun, ex líder de los cristianos del Líbano, acaba de declarar ante el Congreso estadounidense acusando a Siria de proteger a numerosas organizaciones terroristas –cuyos nombres él no menciona [1]. El Congreso vota por la guerra contra Siria, decisión que el presidente Bush ratifica el 12 de diciembre de 2003, con la Syrian Accountability Act, redactada según el esquema de la Irak Liberation Act de 1998. El 19 de diciembre, Muammar el-Kadhafi anuncia que su país renuncia a todas sus armas de destrucción masiva y acepta someterse a inspecciones internacionales.
Durante la ofensiva en Afganistán, el secretario de Estado Colin Powell había creado la Iniciativa de Asociación USA-Medio Oriente (MEPI). Esa oficina es tan importante que la dirige Liz Cheney, la hija mayor del vicepresidente y miembro del gobierno alternativo estadounidense Dick Cheney. Sus funcionarios trabajan en colaboración con los del Departamento del Comercio (para el acceso y control de internet) y con la National Endowment for Democracy (NED), la agencia común de los servicios de inteligencia de los Estados miembros de los “Cinco Ojos” (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos). En ocasión del 20º aniversario de la NED, el presidente George W. Bush confirma que las prioridades estratégicas son el Medio Oriente y el norte de África. El objetivo de la MEPI es «democratizar» los gobiernos de algunos Estados aliados (Arabia Saudita, Bahréin, Egipto, Túnez y Yemen) paralelamente a los preparativos de guerras contra los Estados revolucionarios (Libia y Siria).
La idea de que se pueda “democratizar” desde el exterior no sólo las instituciones de un Estado sino la práctica política de un pueblo es simplemente grotesca, además de antinómica. Pero los trotskistas que dirigen la NED persiguen su vieja obsesión de la «revolución mundial». No les importan los pueblos, los países, ni la historia particular de cada uno de los pueblos y naciones, ellos consideran que la “revolución” es para los demás y que el poder es para ellos. En tiempos de la revolución bolchevique, León Trotski y su secretaria fueron estimulados por los británicos a perpetrar masacres a gran escala contra sus conciudadanos, con lo cual debilitaron a Rusia, y sus actuales discípulos reproducen hoy aquellos crímenes: usando una jerga de extrema izquierda, lo que hacen es organizar crímenes en masa al servicio del imperialismo.
En el terreno, el programa de la MEPI se administra exclusivamente desde Túnez o Abu Dabi. Las embajadas de Estados Unidos, en Túnez y en Emiratos Árabes Unidos, están construidas precisamente para eso: son edificios inmensos, situados lejos de las zonas que pudieran prestarse para la realización de manifestaciones, rodeados de medidas extremas de seguridad y dotados de instalaciones subterráneas mucho más importantes que las que pueden verse desde el exterior. Las demás embajadas estadounidenses en la región reciben instrucciones para que apliquen las directivas que se les imparten, sin conocer la estrategia en su conjunto. Es que Washington ha aprendido la dura lección de la ocupación de su embajada en Teherán por los estudiantes seguidores del imam Khomeiny, donde los diplomáticos estadounidenses fueron sorprendidos en flagrante delito de espionaje y arrestados –no tomados como rehenes, a pesar de lo que aún sigue afirmando la propaganda de Washington– y los documentos allí encontrados permitieron al Irán revolucionario y a la Unión Soviética descubrir de un solo golpe todo el dispositivo estadounidense en la región.
A lo largo de 15 años, como en la novela-pesadilla de George Orwell, Estados Unidos ha dilapidado más de 2 000 millones de dólares al año en la «promoción de la democracia» (sic), a sabiendas de que su propia Constitución no reconoce la soberanía popular, que es la condición previa de toda democracia –sin entrar a mencionar el hecho que Estados Unidos incluso ha suspendido su Carta de Derechos (The Bill of Rights) desde 2001. La mayor parte de los presupuestos mencionados la ha gastado la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), después de la cual se sitúan el Buró para la Democracia, los Derechos Humanos y el Trabajo (dependiente del Departamento de Estado) y, finalmente, la CIA y su “ONG”, la National Endowment for Democracy (NED). Los diferentes informes evaluativos muestran que es imposible determinar el impacto real de esos programas en relación con su objetivo oficial.
En todo caso, la actual versión estadounidense de la “democracia” está lejos de ser «El Gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo», del que hablaba Abraham Lincoln. El hecho es que desde la fundación de los Estados Unidos de América nada ha modificado la filosofía de su Constitución, la cual sigue negando la soberanía al pueblo estadounidense y atribuyéndola únicamente a los gobernadores de sus Estados. En la práctica, desde la época de Abraham Lincoln, en la jerga política de Estados Unidos el término «democracia» designa sólo la igualdad entre las minorías –tratándose inicialmente de las minorías raciales, hoy se habla de “minorías” al referirse al género y la orientación sexual [2].
En definitiva, la “democracia” que Estados Unidos pretende imponer a los demás es un régimen político servil ante el imperialismo, lo cual sólo puede comprobarse después de realizado el «cambio de régimen».
Estimando que ya dirige el mundo postsoviético, Washington presenta su plan de «democratización» del Medio Oriente ampliado a sus socios del G8, en la cumbre de Sea Island, realizada en junio de 2004 [3]. Ninguno de sus interlocutores está convencido de que sea posible exportar la democracia a países tan diferentes entre sí y donde la población es a menudo masivamente analfabeta, pero todos aceptan el proyecto, como habían hecho 13 años antes con la operación «Tormenta del Desierto» [4]. Esta vez Rusia es parte de ese consenso, o al menos eso parece.
Durante este periodo, el primer ministro británico Tony Blair se alinea sistemáticamente del lado de las posiciones estadounidenses, de tal manera que en su propio país lo califican de «perrito faldero» de Washington. El descontento se hace sentir en el ministerio británico de Exteriores, tanto en relación con las increíbles declaraciones de George W. Bush y de Ariel Sharon en Palestina como ante la conducta estúpida y brutal de las tropas estadounidenses en Irak. El ex ministro de Exteriores británico David Owen resumió esa posición explicándome que Estados Unidos era incapaz de ocupar un país: «Nosotros [los británicos] llegamos a controlar el Imperio de Indias con unos cuantos miles de hombres. ¡Nuestros amigos americanos no saben qué hacer en Irak, a pesar de sus 170 000 soldados y sus mercenarios!», exclamaba Owen. En aquel momento, 52 embajadores de Su Majestad se dirigen al primer ministro Blair aconsejándole que presente propuestas a Estados Unidos, en vez de limitarse a seguir a Washington en sus palos de ciego [5].
Sir James Craig, ex embajador británico en Siria y Arabia Saudita, recibe la tarea de dirigir en el ministerio británico de Exteriores un programa sobre el «Compromiso [del Reino Unido] con el mundo islámico». Oficialmente, se trata de subvencionar acciones variadas y diversas. En realidad, el objetivo es montar una gran operación con la Hermandad Musulmana. Un agente del MI6, Angus McKee, tendrá como misión convencer a los miembros del gobierno de que esta política es correcta. Otro agente, Mockbul Ali, supervisa las relaciones entre el ministerio británico de Exteriores y los miembros de la Hermandad Musulmana que residen en Reino Unido.
La idea de Sir Craig es reeditar la «Rebelión Árabe de 1915». En aquella época, la diplomacia británica había puesto en manos de Lawrence de Arabia la tarea de unir a los árabes en contra del Imperio Otomano [6]. Aunque todos se enrolaron en la aventura contra el colonizador turco, ninguno de los pueblos árabes conquistó la libertad que esperaba. El Imperio Británico tomó el lugar del sultán. Esta vez, la «primavera árabe» estará dirigida contra Irán. Al igual que en 1915, Londres utilizará a un grupo que todos aborrecen, precisamente para que ese grupo necesite la ayuda de los británicos y no pueda traicionarlos. Antes fueron los wahabitas, ahora será la Hermandad Musulmana.
Así que, a finales de 2004, Tony Blair propone a George Bush hijo un plan para el derrocamiento de los gobiernos laicos del mundo árabe y su reemplazo por la Hermandad Musulmana. El 1º de agosto de 2006, el primer ministro británico expone parte de su proyecto en el World Affairs Council de Los Angeles [7]. Allí define la estrategia anglosajona, afirmando:
«Cometimos el error de creer que combatiendo al mismo tiempo a los religiosos de al-Qaeda y a los laicos de Saddam Hussein, implantaríamos la democracia. Tenemos, por el contrario, que apoyar a los “moderados” [la Hermandad Musulmana] en contra de los “extremistas”» [o sea los iraníes, los laicos sirios y el Hezbollah libanés].
Occidente descarta entonces la oposición entre religiosos y laicos que socava el mundo musulmán y ya sólo tomará en cuenta la oposición entre los nacionalistas «moderados», o sea los que aceptan la colonización, y los «extremistas» que la rechazan.
Todo eso suena bien, pero carece de sentido cuando se sabe que la Hermandad Musulmana fue creada los propios anglosajones, que al-Qaeda es una de las ramas de la Hermandad Musulmana que fueron utilizadas contra los soviéticos y que Saddam Hussein tenía viejos “compromisos” con la CIA. A pesar de todo eso, será ese el discurso que va a prevalecer… yendo hasta calificar a los yihadistas en Siria como «moderados».
Durante ese periodo, la Westminster Foundation o Westminster Foundation for Democracy, rama británica de las “ONGs” dependientes de los «Cinco Ojos» –la alianza entre los servicios de espionaje de Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y el Reino Unido–, y por ende equivalente a la NED estadounidense, promueve numerosos encuentros, principalmente con miembros egipcios y sirios de la Hermandad Musulmana, en particular un gran coloquio –en 2006– entre parlamentarios y la cofradía en El Cairo.
Poco a poco, Estados Unidos va aplicando el plan británico.
En el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Liz Cheney crea el «Iran-Syria Policy and Operations Group» (Grupo para la Política y Operaciones en Irán y Siria). Este órgano extremadamente secreto se instalará sucesivamente en el Departamento de Estado, en el Departamento de Defensa y en las oficinas del padre de Liz Cheney –el vicepresidente Dick Cheney. Incluye al consejero adjunto de Seguridad Nacional, James F. Jeffrey, y al consejero especial del presidente Bush, Elliot Abrams. Con un presupuesto de 80 millones de dólares, ese “Grupo” selecciona y soborna a los interlocutores que van a desempeñar los principales papeles en Líbano, en 2006 y 2008; en Irán, en 2009; y en Siria, en 2012. En un discurso ante la Foreign Policy Association, Liz Cheney compara su trabajo con el que se hizo antes con Lech Walesa para preparar el cambio de régimen en la Polonia de los años 1980. En Washington se considera entonces a Liz Cheney como el “Zar” del Medio Oriente Ampliado. Es ella quien crea en Irán grupos separatistas en la región de Baluchistán y organiza una gigantesca campaña terrorista con una secta post-marxista –los Muyahidines del Pueblo.
El grupo de Liz Cheney será disuelto en 2007, durante el escándalo de la «Office of Special Plans» (Oficina de Planes Especiales), encargada de inventar cómo justificar la agresión contra Irak. Los miembros del Grupo son incorporados entonces, bajo la dirección de Elliot Abrams, a otra estructura –todavía más secreta– encargada de aplicar la «Global Democracy Strategy» (Estrategia de Democracia Global). Esta última estructura había sido creada años antes por el presidente demócrata Bill Clinton y no sólo trabajó en la aplicación del plan británico en el Medio Oriente Ampliado sino también en el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya –en Honduras–, fomentó varios intentos de golpe de Estado en Venezuela y trató de organizar operaciones en Myanmar. Desgraciadamente, no disponemos de más información sobre sus actividades.
¡Rumbo a las “primaveras árabes”!
Volvamos un poco más atrás en el tiempo. Para empezar, Washington prepara el próximo gobierno sirio siguiendo el esquema de lo que había previsto hacer en Irak: en enero de 2004, Farid Ghadry, un vendedor de armas, organiza en Bruselas el congreso fundacional de una “Coalición Democrática Siria”. Pero hay demasiados ambiciosos juntos y no logran ponerse de acuerdo para escoger un líder. Así que no habrá en la oposición siria en el exterior un personaje que desempeñe el papel que tuvo Ahmed Chalabi en la operación contra Irak.
El plan anglosajón alcanza su primera aplicación concreta con la gira regional del secretario de Estado Colin Powell, a la que sigue la cumbre de la Liga Árabe en Túnez, en mayo de 2014. Los Estados miembros adoptan una Carta Árabe de Derechos Humanos [8], aunque todos los participantes saben que muchos de sus países no aplicarán ese documento. El secretario general de la Liga y el presidente de Túnez proponen seguidamente la otra parte de su “maletín democrático”: la adopción de una Declaración que autoriza el uso de la fuerza para forzar algunos Estados recalcitrantes a aplicar la Carta. Líbano –o sea, el presidente Emile Lahoud– y Siria –el presidente Bachar al-Assad– intervienen de inmediato. Ambos presidentes han reconocido la retórica de Colin Powell –según la cual la “democracia” se impone desde el exterior– y ven en ese texto una forma de justificar una agresión estadounidense, cuando se sabe que los verdaderos violadores de los Derechos Humanos –como Arabia Saudita– no van a tener problemas. Después de varios enfrentamientos verbales, se modifica la Declaración de Túnez.
Mientras va preparándose el montaje de la «primavera árabe», sigue adelante el de la guerra contra los Estados del Medio Oriente ampliado que se resisten al Imperio.
Jeffrey Feltman, un “diplomático” estadounidense que inició su carrera en Irak, en la Autoridad Provisional de la Coalición, y que goza por ello del respaldo de los hombres del 11 de septiembre, es enviado a Beirut. Allí debe organizar un levantamiento contra la fuerza siria de paz que puso fin a la guerra civil libanesa, provocar una represión sangrienta y justificar así un desembarco de los marines estadounidenses para “restaurar la paz”. Washington espera matar dos pájaros de un tiro y apoderarse a la vez del Líbano y de Siria.
En su discurso del 2 de febrero de 2005 sobre el Estado de la Unión, el presidente Bush hijo menciona la Syrian Accountability Act y profiere amenazas contra Siria por el apoyo que ese país aporta a la resistencia libanesa contra el expansionismo israelí. El 7 de febrero, el Departamento de Estado convoca al embajador de Siria en Washington, Imad Mustafá, y le comunica que el gobierno sirio tiene 48 horas para poner fin a sus relaciones con el Hezbollah. El 14 de febrero, un gigantesco atentado mata en Beirut al ex primer ministro libanés Rafic Hariri. En cuestión de horas una campaña de prensa de envergadura mundial acusa a los presidentes Emile Lahoud y Bachar al-Assad de haber ordenado el asesinato y llama a un «cambio de régimen» en Damasco.
Durante años se repetirá la historia de que el atentado fue cometido con una camioneta cargada de explosivos. Pero el Hezbollah sacará a la luz videos tomados por un drone de rastreo de Israel que siguió los desplazamientos de Rafic Hariri y realizó vuelos de reconocimiento sobre el lugar del crimen en los días anteriores al atentado. Como yo mismo publiqué más tarde en la revista rusa Odnako, la operación fue realizada en conjunto por Israel, Estados Unidos y Alemania con un arma de nuevo tipo concebida con nanotecnologías y usando como explosivo partículas de uranio enriquecido [9]. Tratando de desmentir mi artículo, la ONU realizará en Francia una costosísima reconstrucción de los hechos… cuyos resultados nunca ha dado a conocer.
A raíz del atentado, los equipos del Centre for Applied Nonviolent Action and Strategies (Centro de Aplicación de Acciones y Estrategias No Violentas) organizan manifestaciones y una sentada en Beirut. Esta organización serbia es el brazo armado de la Albert Einstein Institution, creada a su vez por la OTAN y la NED bajo la dirección de Gene Sharp. Trabaja además en estrecha relación con el jefe de la unidad sicológica del ejército israelí, Reuven Gal. Desde 1989, esta agencia viene manipulando multitudes para derrocar regímenes políticos mediante «revoluciones de colores». Fue la organizadora del intento de golpe de Estado de Zhao Ziyang, reprimido en la plaza Tiananmen –otro caso donde los hechos no tienen nada que ver con lo que reportaron los medios de prensa occidentales–, así como de las “revoluciones” en Lituania, Kosovo, Irak, Georgia, etc. Lo de Beirut será la «revolución del cedro», con una puesta en escena de Eli Koury (Quantum Communications), quien recibirá una invitación del presidente Bush dos años después de los hechos.
Gene Sharp trata de impugnar mis investigaciones sobre sus vínculos con la OTAN y con la NED, cuando el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, las menciona ampliamente [10]. Aunque él afirma lo contrario, la realidad es que Gene Sharp sí trabajó para la OTAN y que, efectivamente, fue subvencionado por la NED, además de que, en el momento de las crisis, Gene Sharp siempre estuvo físicamente presente en los países que mencioné. Por demás, la prensa rusa confirmará uno a uno todos esos puntos y numerosos Estados acabarán prohibiendo la entrada de este “filósofo” en sus países.
El principio básico de las «revoluciones de colores» proviene de un estudio que Gene Sharp hizo para la OTAN en 1985, titulado Hacer que Europa sea imposible de conquistar [11]. El autor mostraba que es imposible instalar un nuevo régimen sin un mínimo de apoyo de la población. Por consiguiente, es posible derrocar un régimen dando simplemente la impresión de que ha perdido su legitimidad popular. Partiendo de ese principio, la CIA imaginó cómo manipular multitudes, organizar manifestaciones y hacer creer que existe una verdadera revolución mientras que equipos especializados toman el poder. Desde la caída de Ceaucescu, en 1989, Gene Sharp y la CIA han aplicado ese escenario en numerosos países, a menudo con éxito. Pero el objetivo de una Revolución verdadera es transformar la sociedad, mientras que una «revolución de color» no va más allá de un cambio de equipo dirigente. Una Revolución real puede durar un decenio, pero la «revolución de color» es cuestión de semanas. Lo más importante es que al ser las «revoluciones de colores» simples espectáculos que enmascaran golpes de Estado, los gobiernos resultantes nunca duran mucho.
Jeffrey Feltman coordina la campaña contra los presidentes Emile Lahoud y Bachar al-Assad. Los 4 principales colaboradores del presidente libanés a cargo de la seguridad del país –los generales Moustapha Hamdane (jefe de la Guardia Presidencial), Jamil Sayyed (jefe de la Seguridad General), Ibrahim El-Haj (director de las Fuerzas de Seguridad Internas) y Raymond Azar (jefe de los servicios de inteligencia del ejército libanés)– son arrestados y encarcelados por la ONU. Sólo serán liberados al cabo de 4 años, lo cual facilita la agresión de Israel contra Líbano, en el verano de 2006. Se crea una comisión investigadora internacional bajo los auspicios de las Naciones Unidas, comisión de la cual forman parte los asesinos: sus dos lenguas de trabajo son el inglés –una de las 6 lenguas oficiales de la ONU– y el hebreo; sus dos principales responsables son un ex magistrado alemán, Detlev Mehlis, quien ya había trabajado para la CIA y para el Mossad contra Libia, y un comisario de policía también alemán, Gerhard Lehmann, implicado en el escándalo de las cárceles secretas de la CIA.
El Consejo de Seguridad de la ONU y el primer ministro libanés instauran un Tribunal Especial de la ONU para el Líbano, tribunal que nunca será aprobado por el gobierno, ni por el parlamento libaneses. Pero de todas maneras se impondrá ese Tribunal Especial, que será presidido por el italiano Antonio Cassese, por demás remunerado por los Muyahidines del Pueblo, organización terrorista financiada por la CIA contra la República Islámica de Irán. Varios testigos afirman haber participado en el atentado contra Rafic Hariri por orden del presidente sirio Bachar al-Assad, pero acaban huyendo cuando son desenmascarados y se revela que habían sido sobornados por Saad Hariri, el hijo del ex primer ministro libanés asesinado, y por Rifaat al-Assad, el tío residente en Francia del presidente sirio Assad [12].
Como quiera que sea, aunque toda la operación de la «revolución del cedro», de la Comisión Investigadora Internacional y del Tribunal Especial llegará a descubrirse con el paso del tiempo [13], durante los primeros años Jeffrey Feltman logra hacerle creer al Consejo de Seguridad de la ONU que los presidentes del Líbano y Siria habían ordenado asesinar al ex primer ministro libanés.
En el plan inicial de la CIA estaba previsto:
1. Asesinar a Rafic Hariri y responsabilizar con su muerte a los presidentes del Líbano y de Siria;
2. organizar, con los hombres de Gene Sharp, une «revolución de color», o sea la «revolución del cedro»;
3. provocar una reacción represiva contra esa “revolución” por parte de la fuerza de paz siria presente en Líbano;
4. justificar así un desembarco de los marines estadounidenses, que no sólo “restablecerían el orden” en Beirut sino que además atacarían Damasco.
Pero, ante las manifestaciones antisirias en Líbano, el presidente Bachar al-Assad, que ya había comenzado a retirar sus tropas meses antes, decide súbitamente retirarlas totalmente, tomando por sorpresa a la CIA, que no había previsto esa posibilidad.
Al ver que Siria se había retirado del Líbano, Jeffrey Feltman decide apoderarse del país. Trae de regreso al general Michel Aoun, quien ante su grave responsabilidad en la guerra civil libanesa (de 1975 a 1990) se había exilado en Francia. Aliándose a todos los elementos financiados por Arabia Saudita, Israel y Estados Unidos, el general Aoun funda la coalición 14 de Marzo, en contra de la resistencia libanesa. Pero, ¡sorpresa!, luego de varios meses en Líbano el general Aoun comprende que las cosas no son como parecían, establece una alianza con la resistencia y firma un Documento de Entendimiento Mutuo con el Hezbollah, el 6 de febrero de 2006 [14].
Tratando de unificar los proyectos militares contra los 7 Estados de la región que se les resisten y los planes subversivos de las «primaveras árabes», Washington y Londres organizan contactos entre la «revolución del cedro» libanesa, la oposición siria y la Hermandad Musulmana, mientras planifican un segundo intento de invasión. Bajo cualquier pretexto, Israel iniciará esta vez una agresión directa contra Líbano y aplastará al Hezbollah. Según el plan, Siria tendría que acudir en ayuda de la resistencia libanesa y los marines estadounidenses tendrían por fin el ansiado pretexto para desembarcar. Después de haber “liberado” Beirut y Damasco, Estados Unidos pondría a la Hermandad Musulmana y a otros aliados de Arabia Saudita en el poder en ambas capitales. La operación se denomina «Jazmín Azul».
Con esa perspectiva, Walid Joumblatt, vicepresidente de la Internacional Socialista y líder de la facción de drusos libaneses favorables a Washington, recibe en mayo una delegación de la Hermandad Musulmana en su palacio de Mokhtara. Por su parte, el Frente de Salvación sirio se reúne en Londres, el 4 y el 5 de junio. Sólo se cuentan 43 participantes en este “importante” encuentro, al que no asisten Walid Joumblatt ni Saad Hariri, a pesar de haberse anunciado la presencia de ambos. En definitiva, este “Frente de Salvación” es sólo una fachada tras la cual se esconde la Hermandad Musulmana, a la sombra del ex vicepresidente sirio Abdel Halim Khaddam.
Estados Unidos equipa a Israel para que invada el Líbano en los próximos meses.
La guerra contra el Líbano
Pero en Líbano, los amigos del presidente Emile Lahoud y de sus 4 generales encarcelados por la ONU tratan de aclarar ellos mismos el asesinato de Rafic Hariri. La Inteligencia Militar libanesa logra arrestar a un gendarme retirado, Mahmoud Rafeh, quien confiesa estar a la cabeza de una red de espionaje y asesinatos que trabaja para el Mossad israelí. Se demuestra entonces que este sujeto había colaborado con el ejército de Israel durante la ocupación israelí del Líbano. Paso a paso se descubre la implicación del grupo que dirigía Mahmoud Rafeh en numerosos asesinatos e intentos de asesinato registrados durante los 4 últimos años y atribuidos injustificadamente a Siria [15].
Líbano exige al Consejo de Seguridad de la ONU que condene la permanente injerencia de Israel. En efecto, el Estado hebreo viola varias veces al día el espacio aéreo y las aguas del Líbano en constantes misiones de espionaje contra el Hezbollah. Israel espía también la red de comunicaciones telefónicas inalámbricas y ha hecho asesinar a varios líderes políticos. Estados Unidos, Francia y Reino Unido no saben qué responder.
La casualidad hace que, en aquel momento, una patrulla israelí que había penetrado en territorio libanés caiga en una emboscada del Hezbollah. Mueren 8 soldados israelíes y otros 2 son capturados. Según el derecho internacional, todo pueblo que ve su territorio nacional parcialmente ocupado tiene el legítimo derecho de combatir al ejército ocupante, incluso en suelo del Estado agresor. Por lo tanto, la ONU no considera a los prisioneros israelíes como “secuestrados” sino como “capturados” durante una acción militar no gubernamental. El Hezbollah quiere canjear esos prisioneros por sus propios combatientes detenidos en Israel. Pero, visto desde la perspectiva de Tel Aviv, no hay un minuto que perder. Hay que iniciar la guerra, ya ordenada por Washington, antes de que la Inteligencia Militar libanesa descubra la verdad sobre el asesinato de Rafic Hariri, o sea el anterior intento de desatar la agresión. Liz Cheney y su padre, el vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney, dan luz verde a Tel Aviv. Israël invade nuevamente el Líbano.
La embajadora de Estados Unidos ante la OTAN, Victoria Nuland-Kagan –vinculada al Proyecto por un Nuevo Siglo Americano–, hace sonar los tambores de guerra y moviliza a los miembros de la alianza atlántica. Pero, al cabo de 34 días de combates, Israel se ve obligado a retroceder. El Consejo de Seguridad de la ONU salva el mito de la invencibilidad de Tel Aviv imponiendo un alto al fuego. A pesar de que en todas las cancillerías –con excepción de Damasco– ya consideraban como un hecho la victoria de Israel, los miembros de la resistencia libanesa han logrado infligir una dura derrota a un ejército ultramoderno que además goza del constante respaldo del Pentágono. Los excepcionales combatientes que han realizado la hazaña actuaban bajo las órdenes de Hassan Nasrallah y la supervisión del ministro sirio de Defensa Hassan Turekmani, quien estuvo personalmente –en secreto– presente en el campo de batalla.
Contrariamente a lo que muchos creen, Irán no llegó a tener tiempo de implicarse en la defensa del Líbano frente la agresión israelí y lo que tenía previsto era ofrecer asilo político a los dirigentes del Hezbollah. Pero, después del alto al fuego, el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad emprenderá una considerable inversión en ayuda a la resistencia libanesa y multiplicará por 400 (cuatrocientos) el número de misiles en manos de sus combatientes.
Los autores del 11 de septiembre, hasta entonces victoriosos en Estados Unidos, en Afganistán y ante Saddam Hussein, acaban de sufrir una derrota en Líbano, mientras que los baasistas iraquíes inician su propia resistencia. La victoria del Hezbollah viene a poner en tela de juicio el poder ilegítimo del «Gobierno de Continuidad» estadounidense.
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[1] “Michel Aoun Testimony, House Subcomittee on International Relations”, general Michel Aoun, Voltaire Network, 17 de septiembre de 2003.
[2] «No hay “valores comunes” entre los europeos y Estados Unidos», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 14 de diciembre de 2021.
[3] The Greater Middle East Initiative: Off to a False Start, Marina Ottaway and Thomas Carothers, Carnegie Endowment for International Peace, marzo de 2004.
[4] The Greater Middle East Initiative: Sea Island and Beyond, Hearing before the Committee on Foreign Relations, US Senate, 2 de junio de 2004.
[5] “Letter of the 52 Diplomats to Tony Blair”, Voltaire Network, 26 de abril de 2004.
[6] Seven Pillars of Wisdom, Lawrence, T. E., Doubleday, Doran and Co, 1935.
[7] “Tony Blair speech at the World Affairs Council in Los Angeles”, por Tony Blair, Voltaire Network, 1º de agosto de 2006.
[8] «Charte arabe des Droits de l’homme», Réseau Voltaire, 14 de septiembre de 1994.
[9] «Revelaciones sobre el asesinato de Rafik Hariri», por Thierry Meyssan, Odnako (Rusia), Red Voltaire, 29 de noviembre de 2010.
[10] «La Albert Einstein Institution: no violencia según la CIA», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 10 de febrero de 2005.
[11] Making Europe Unconquerable: The Potential of Civilian-based Deterrence and Defense, Taylor & Francis ed., Londres, 1985. Segunda edición con prefacio de George F. Kennan, Ballinger ed., Massachusetts, 1986.
[12] «Caso Hariri: grabación de audio pone al desnudo fabricación de testimonios falsos (video)», Red Voltaire, 17 de marzo de 2011.
[13] «El descrédito de la Comisión Mehlis», por Talaat Ramih, Red Voltaire, 16 de diciembre de 2005.
[14] «[Document d’Entente Mutuelle entre le Hezbollah et le Courant patriotique libre->article143313.html]», por el general Michel Aoun y Hassan Nasrallah, Réseau Voltaire, 6 de febrero de 2006.
[15] Para más información sobre la guerra contra el Líbano, ver L’Effroyable imposture II, Manipulations et Fake News, de Thierry Meyssan, Segunda edición aumentada, Demi-Lune, 2018.
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