El presidente Bachar al-Assad y su esposa durante la votación del referéndum constitucional, en febrero de 2012.

Las formulaciones que constantemente se repiten sobre el rechazo de toda forma de injerencia extranjera en Siria no son más que un gran engaño político en el que también han caído Estados y fuerzas que debían mostrarse solidarias con Damasco en su encarnizada y resuelta resistencia contra el plan imperialista tendiente a mantener la hegemonía unilateral que Estados Unidos pretende mantener sobre el mundo.

Lo que ha venido sucediendo en Siria desde el comienzo de los desórdenes no es otra cosa que una injerencia extranjera directa en los terrenos militar, de seguridad, económico, financiero, político, diplomático y mediático. Esta guerra universal declarada contra Siria fue concebida y planificada por Estados Unidos, que repartió los papeles entre los diferentes países o actores no estales, tanto en el Medio Oriente como en el resto del mundo. Washington evita así el envío directo de sus propias fuerzas armadas para destruir Siria ya que no le queda más remedio que tener en cuenta la fuerza de ese país árabe y de sus alianzas regionales antes de emprender cualquier aventura militar.

Resultaría ingenuo, e incluso ridículo, seguir repetiendo el leitmotiv de que hay que poner fin a la violencia e iniciar el diálogo sin que se hayan tomado medidas firmes y estrictas para poner fin al envío a Siria de armas, de terroristas, de dinero y de todo tipo de apoyo. El cese de la violencia y el inicio del diálogo deben ir acompañados de una resolución internacional de obligatorio cumplimiento que exija el desmantelamiento de los centros de operaciones en Líbano y Turquía y el cierre de los campamentos de entrenamiento abiertos en los países limítrofes, donde se forman los terroristas que son enviados a Siria.

Todas las fachadas de la oposición carecen de influencia sobre los grupos armados que siembran la muerte y la desolación en Siria. Y la mayoría de los informes creíbles y de las investigaciones serias muestran además que, en el terreno, la principal fuerza se compone del Frente al-Nusra, vinculado a al-Qaeda, y de los grupos takfiristas internacionales provenientes, según ahora confiesa la ONU, de 29 países árabes y musulmanes. La Hermandad Musulmana siria y sus esbirros de la coalición de Doha no pasan de ser simples fachadas manipuladas por al-Qaeda.

Los cambios que se han producido en el terreno deberían estimular a los amigos y aliados de Siria a emprender una campaña mundial de respaldo al Estado sirio ante el terrorismo del movimiento takfirista y de al-Qaeda. Como mínimo debería aceptarse la adopción de medidas de lucha contra los terroristas, en vez de ponerse a discutir con los estadounidenses sobre asuntos internos de Siria que deberían ser cuestiones de estricta soberanía. Se trata de temas que Washington y sus lacayos, principalmente las petromonarquías no tienen ningún derecho a mencionar, sobre todo teniendo en cuenta que esas petromonarquías ni siquiera cuentan con una Constitución ni realizan elecciones.

La disposición del poder sirio a dialogar y a ampliar la participación política en las instituciones es una clara muestra de confianza y de fuerza, que se basan en el incuestionable apoyo popular del que goza el presidente Bachar al-Assad. El jefe de Estado sirio está dispuesto a aceptar el desafío de la democracia, sometiéndose al veredicto de las urnas, única vía para saber quién representa realmente la conciencia nacional de los sirios.

Habría que preguntarse, sin embargo, si todos los demás, los que tanto en Siria como en el exterior dicen no querer otra cosa que democracia, están de verdad dispuestos a aceptar ese desafío. Es evidente que no, ya que están exigiendo como condición previa al cese de la guerra universal contra Siria que el presidente al-Assad no pueda presentarse a las elecciones presidenciales de 2014. Extraña visión de la democracia, esta que prohíbe que un ciudadano se someta al veredicto de las urnas.

La realidad es que todos saben que Bachar al-Assad sigue siendo, a los ojos de su propio pueblo, el garante de la unidad, de la soberanía y de la independencia del país, así como el símbolo de una Siria fuerte y orgullosa. Mientras que los otros quieren una Siria humillada, debilitada, rota y sometida a las petromonarquías. Pero eso es algo que no han de lograr.

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