La abstención masiva que caracterizó las elecciones legislativas realizadas en Líbano (50%) y en Irak (65%) así como las elecciones municipales en Túnez (77%) ha sido interpretada en Occidente como prueba de la inmadurez de los pueblos de esos países. O sea, aunque tengan democracia desde hace 7 o 75 años, son pueblos “irresponsables” que deben estar bajo tutela.

Pasando por alto el hecho que en Occidente también hay consultas nacionales que registran cifras de abstención similares, las potencias occidentales explican el abstencionismo registrado en Túnez, Líbano e Irak con los malos resultados económicos de sus gobiernos, como si los árabes no entendieran que pueden deliberar sobre proyectos y determinar su futuro y creyeran que las elecciones sólo sirven para aprobar los resultados de anteriores gobiernos.

En su apresuramiento por reimplantar un mandato occidental sobre el Levante, los occidentales interpretaron la liberación del primer ministro libanés Saad Hariri –detenido en Riad por el heredero del trono saudita, Mohamed Ben Salman– como un logro diplomático del presidente francés Emmanuel Macron. Fueron incapaces de ver el desplante [1] que el príncipe heredero saudita infligió al presidente francés, como tampoco vieron la eficacia de los pasos que el presidente libanés, Michel Aoun, emprendió ante la ONU a favor de la liberación de su primer ministro. Tanta miopía muestra que los occidentales creían que los libaneses no podían enfrentar aquel problema por sí solos y que si obtenían algún resultado tenía que ser gracias a alguna ayuda occidental.

Al referirse a las instituciones libanesas, los medios occidentales las califican como «complicadas», pero no explican que el sistema político libanés y sus instituciones –que se basan en el comunitarismo confesional– fueron concebidos para el Líbano por la antigua potencia colonial francesa. O sea, Francia es un Estado laico… en su propio suelo, pero no en sus ex colonias, donde de hecho es todo lo contrario. Por cierto, las nuevas modificaciones de la ley electoral libanesa, que introducen el escrutinio proporcional en el ya complejo sistema de representación de carácter confesional, no sólo mantiene el marco colonial impuesto a la elección de los representantes de la población sino que lo hace a la vez más confuso y férreo.

Sí, resulta ridículo llamar a los tunecinos a elegir –por primera vez– a sus consejeros municipales, fingir que los libaneses eligen –al cabo de 9 años– diputados hereditarios y ver un país como Irak dividido en 37 partidos políticos. Precisamente porque todo eso es ridículo, muchos electores de esos países simplemente se niegan a plegarse a esas farsas humillantes.

La interpretación occidental de las tasas de abstención en esos tres países es falsa. Cuando se niegan a votar, los electores tunecinos, libaneses e iraquíes no rechazan la democracia sino los procedimientos –falsamente democráticos– que en realidad la desvirtúan.

Los tunecinos, que ven como Ennahdha y Nidaa Tounes deciden aliarse –después de haberse combatido– tenían todas las razones del mundo para prever que esas dos formaciones, que son los dos partidos políticos más grandes de Túnez, iban a ponerse de acuerdo para repartirse los cargos locales en juego, como ya lo habían hecho antes con los cargos a nivel nacional.

Los libaneses, conscientes de que no tienen otra opción que el “cacique” de su grupo confesional y sus vasallos, para garantizar que los defiendan de las demás comunidades, también rechazaron esa coyunda.

Los iraquíes, cuyo primer ministro electo fue derrocado hace 4 años por las potencias extranjeras, saben que su voto no será tenido en cuenta si no concuerda con los deseos de la autoproclamada «comunidad internacional».

Resultado: sólo el Hezbollah libanés, nacido al calor de la resistencia contra la ocupación israelí, y la coalición iraquí encabezada por Moqtada el-Sadr, surgida de la resistencia contra la ocupación estadounidense, recogieron el máximo de votos que sus aliados podían garantizarles.

Que nadie se llame a engaño. Los occidentales se felicitan implícitamente ante tasas de abstención que agitan como la justificación de su agresión y su intervención, de 17 años, en el «Medio Oriente ampliado». Toda expresión de una voluntad organizada de los pueblos constituye una pesadilla para los occidentales, cuyo único objetivo es acabar con los Estados de esos pueblos y destruir sus sociedades para garantizar su propio control sobre ellos.

Pero cuando los sirios se acudieron masivamente a las urnas para elegir a su presidente, los occidentales se quedaron petrificados. Y tuvieron que posponer su plan de derrocamiento contra la República Árabe Siria.

Los árabes, como los demás pueblos, aspiran decidir su destino por sí mismos.

Fuente
Al-Watan (Siria)

[1«La bofetada de Arabia Saudita al presidente francés Macron», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 14 de noviembre de 2018.