Este artículo es continuación del trabajo titulado «Golpe palaciego en Riad», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de noviembre de 2017.

El presidente Emmanuel Macron (aquí frente al príncipe heredero del trono saudita, Mohamed ben Salman), no es el único responsable de la humillación que le inflingió el rey de Arabia Saudita. Está pagando también por los crímenes que cometieron sus predecesores, además de su propia incapacidad para fijar una nueva política de París para el Medio Oriente.

La renuncia del primer ministro libanés Saad Hariri, desde Riad, y su discurso televisivo anti-persa no han logrado provocar en Líbano el enfrentamiento esperado. Peor aún, su eterno adversario, el dirigente chiita Hassan Nasrallah, secretario general del Hezbollah, se dio el lujo de defenderlo, revelando que Hariri estaba preso en Riad y denunciando la injerencia de Arabia Saudita en la vida política libanesa. En pocas horas, la comunidad religiosa (sunnita) a la que pertenece Hariri comenzó a preocuparse por su jefe.

Por su parte, el presidente del Líbano, Michel Aoun, que es cristiano, denunció un «secuestro» y rechazó la renuncia, evidentemente forzada, hasta que Hariri venga a Beirut a entregársela personalmente. Mientras que algunos líderes de la Corriente del Futuro, el partido de Hariri, afirmaban que su jefe estaba libre y saludable, el conjunto de los libaneses reclamaban en bloque su liberación. Todos comprendieron que el breve viaje de Saad Hariri a los Emiratos Árabes Unidos y sus fugaces apariciones no eran más que una cuestión de imagen ya que su familia se halla retenida en el hotel Ritz-Carlton de Riad, junto a cientos de personalidades sauditas arrestadas. Todos se dieron cuenta también de que al rechazar la dimisión del primer ministro, el presidente Michel Aoun actuaba como un estadista y conservaba el único medio que pudiera permitir la liberación de Saad Hariri.

Francia es la ex potencia colonial que ocupó el Líbano hasta la Segunda Guerra Mundial y por mucho tiempo ha impuesto su voluntad en ese país, al que actualmente utiliza como una especie de sucursal en el Levante y como paraíso fiscal. Personalidades libanesas han estado implicadas en todos los escándalos político-financieros que han sacudido Francia en los 30 últimos años.

Actuando como protector del Líbano, el presidente francés Emmanuel Macron repetía en estos días que era necesario que el primer ministro Saad Hariri regresara a Beirut.

Por un azar de la agenda, el presidente Macron tenía que viajar a Abu Dabi el 9 de noviembre para inaugurar allí el llamado «Louvre de las Arenas», así que no podía dejar pasar la oportunidad de tomar la iniciativa. Durante su campaña electoral, este sucesor de «Chirac el Árabe», «Sarkozy el Qatarí» y «Hollande el Saudita» no se cohibió para decir todo lo malo que pensaba de Doha y Riad y, a pesar de no sentir simpatía por ninguna de las monarquías del Golfo, acabó acercándose, por defecto, a los emiratíes. Ante lo sucedido con Saad Hariri, el equipo de trabajo del presidente de Francia trataba de organizar una escala de Macron en Riad para traer de allí al primer ministro libanés. Pero el rey Salman de Arabia Saudita se negaba a recibir al francesito.

Desde el punto de vista del Consejo de Cooperación del Golfo (o sea, de todos los países árabes de esa región), Francia fue durante los 7 últimos años un aliado seguro contra Libia y contra Siria. Participó militarmente –tanto de manera pública como en secreto– en todos los golpes bajos contra esos dos países y proporcionó el paraguas diplomático así como el discurso justificativo para esas agresiones. Pero ahora, ante una Libia donde reina el caos y una Siria que –contradiciendo todos los planes– está ganando la guerra, Francia permanece totalmente confundida e inerte. El nuevo inquilino del palacio del Elíseo, Emmanuel Macron, no sabe absolutamente nada sobre esta región del mundo, al extremo que un día expresa reconocimiento a la República Árabe Siria y al día siguiente profiere insultos contra su presidente electo. Por otra parte, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos recibieron con extremo desagrado las declaraciones del presidente Macron llamando a la desescalada frente a Qatar. Para Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, conociendo los esfuerzos que han iniciado para romper con los yihadistas, resulta inaceptable tolerar el apoyo que Qatar sigue aportándo a los terroristas.

La inauguración del «Louvre de las Arenas» era una buena ocasión para pronunciar un bonito discurso sobre la cultura que nos une, un show que ya venía incluido en el paquete de 1 000 millones de dólares pactado desde hace tiempo entre Francia y los Emiratos. Después de haber llenado esa formalidad, el presidente Macron trató de averiguar con el jeque Mohamed ben Zayed lo que estaba sucediendo en la vecina Arabia Saudita y de informarse sobre la suerte de Saad Hariri.

Los emiratíes, se diferencian de los beduinos de Arabia Saudita en que son un pueblo de pescadores. Los beduinos vivieron siglos moviéndose por el desierto mientras que los ancestros de los emiratíes recorrían los mares. Debido a esa particularidad, los colonizadores británicos pusieron a los emiratíes bajo la autoridad del llamado Imperio de las Indias o «Raj británico», lo cual implica que no dependían de Londres sino de Delhi. Hoy en día, los Emiratos Árabes Unidos han invertido los ingresos provenientes de la venta de su petróleo en la compra de unos 60 puertos en 25 países, entre ellos el puerto de Marsella en Francia, el de Rotterdam en los Países Bajos, así como los de Londres y Southampton en el Reino Unido. Eso permite a los servicios secretos emiratíes meter y sacar lo que quieran de esos países, a pesar de los controles de las aduanas locales, servicio que saben vender muy bien a otros Estados. Gracias a las sanciones de Estados Unidos contra Irán, el puerto de Dubai se ha convertido de hecho en la puerta de Irán, y los emiratíes perciben dividendos enormes por permitir violar el “embargo” estadounidense. Es por eso que Abu Dabi tiene un interés económico vital en estimular la querella arabo-persa, mientras que los propios Emiratos reclaman las islas de Tonb y de Bu-Mussa, que para ellos se hallan «ocupadas» por Irán.

Para nadie es un secreto que el jeque emiratí Mohamed ben Zayed ejerce gran influencia sobre el príncipe heredero del trono saudita, Mohamed ben Salman, lo cual le permitió comunicarse telefónicamente con él, en presencia del presidente Macron, para gestionarle un encuentro en Riad.

En su viaje de regreso a Francia, el presidente Macron, de 39 años, hizo entonces una escala en Riad, donde el príncipe heredero, de 32 años, lo recibió en el aeropuerto y cenó con él en la propia terminal aérea.

En la noche del 4 al 5 de noviembre, el príncipe heredero Mohamed ben Salman ponía fin al gobierno colegial de la dinastía Saud e instauraba en el reino el poder personal de su padre, el rey Salman. Para lograrlo, hizo arrestar o asesinar a todos los líderes de los demás clanes que componen la familia real. Lo mismo hizo con los predicadores e imams vinculados a esos clanes. Estamos hablando, en total, de unas 2 400 personalidades. Varios “comunicadores” israelíes presentan ese golpe palaciego como una operación anticorrupción.

En definitiva, el presidente francés viajó a Riad inútilmente. No pudo traer de regreso a Saad Hariri, quien –a pesar de su dimisión– sigue siendo el primer ministro libanés en funciones. De hecho, ni siquiera pudo verlo. Más grave aún, el príncipe heredero Mohamed ben Salman, diciendo estar consciente de las numerosas y complicadas obligaciones que esperaban al presidente Macron en París, le mostró el camino de regreso a su avión.

El comportamiento saudita parece tan increíblemente grosero que es posible que algunos lectores no perciban la envergadura de la humillación que sufrió Emmanuel Macron. Digámoslo de otra manera: el presidente francés no pudo entrevistarse con el rey de Arabia Saudita, quien en estos días concede audiencias incluso a personalidades de segundo plano.

Esta forma de grosería, característica de la diplomacia árabe [1], no es sólo imputable al príncipe heredero saudita sino también al jeque Mohamed ben Zayed, quien sabía perfectamente lo que iba suceder cuando envió al joven presidente de Francia a Riad.

Conclusión: por no haber sabido adaptarse rápidamente al viraje de Arabia Saudita, iniciado después del discurso antiterrorista que el presidente estadounidense Donald Trump pronunció en mayo durante su visita en Riad, y también por tratar de apostar simultáneamente a dos caballos, Francia se ha excluido a sí misma de la región. A los emiratíes les agradan el museo del Louvre y las corbetas de la marina de guerra francesa… pero ya no toman en serio a los franceses. Los sauditas no han olvidado lo que el candidato Macron dijo de ellos… ni tampoco lo que dijo el presidente Macron a favor de Qatar, el actual padrino de la Hermandad Musulmana. Así que le dieron a entender no debe meterse en los asuntos del Golfo, ni en las disputas de sucesión de los Saud y menos aún en la querella contra Irán o en los conflictos alrededor del Líbano.

Francia ha perdido su influencia en el Medio Oriente.

[1Y, por favor, no vean ustedes esta observación como una expresión de racismo antiárabe, sino sólo como una referencia a la Historia. Nota del Autor.