El gran mérito de las elecciones iraníes fue la claridad. La llegada al poder de Mahmud Ahmadineyad no hace más que seguir la línea del verdadero detentor del poder, el ayatolá Alí Jamenei. El presidente de la República sólo constituye la «vitrina» del régimen. Irán es una «democracia» particularmente selectiva. El Consejo de los Guardianes filtra a los candidatos y sólo se queda con aquellos «compatibles» con los valores islámicos. Este «filtro» purificador elimina a los candidatos considerados inseguros o amenazadores para la perennidad del régimen islámico, regla impuesta con mayor fuerza luego de la llegada del ejército norteamericano a Bagdad. Por ello, algunos diputados salientes no pudieron volver a presentarse el pasado año. El mismo procedimiento se repitió durante las elecciones presidenciales y fue necesaria la intervención del guía supremo de la revolución para movilizar a un gran número de electores y lograr que aumentara el índice de participación.
La mularquía iraní puede parecer «progresista» en comparación con la monarquía absoluta saudo wahabita de Arabia, pero no basemos nuestro juicio en las apariencias. El régimen iraní trata de recuperar su impulso fundador. El nuevo presidente sedujo con una campaña catalogada de sencilla ante la sugestiva y contrastante de Rafsandjani. Los reformistas se abstuvieron de forma masiva, decepcionados y escarmentados por la lamentable experiencia de su ex líder Jatami y todo el poder está ahora en manos de los radicales más recalcitrantes. Sin embargo, Ahmadineyad no tiene nada que decir cuando se trata de los temas más sensibles (tensiones étnicas, política exterior y cuestión nuclear).
No pueden existir a corto plazo perspectivas de mejoría en las relaciones con Washington: Teherán se acerca a los europeos para dividir a Occidente, mientras que lo hace a la India y a China para exportar sus hidrocarburos y poder sacar ventaja del derecho al veto de China en el Consejo de Seguridad de la ONU. Hubiera sido posible imaginar una alianza entre Teherán y Washington contra Arabia Saudita después del 11 de septiembre y en vísperas de los ataques contra Afganistán e Irak, pero los dos equipos al mando no se tienen la más mínima confianza. Los puntos de fricción son múltiples, van desde Irak a Afganistán e incluyen el terrorismo y la proliferación nuclear. En este último punto, europeos y norteamericanos comparten a menudo el mismo análisis y los mismos intereses. El triunvirato europeo que negocia con Teherán gozará de mayor credibilidad en la medida en que pueda apoyarse en la disuasión norteamericana.
El «nuevo Irán» debería apoyar con mucha más decisión a los grupos radicales en la región. Hezbollah se alegra de ello, las monarquías del Golfo se preocupan. Al mismo tiempo, Irán necesita compañías extranjeras para desarrollar su producción de energía. Apostemos porque las realidades económicas e internacionales se encarguen de dictarle a Irán un comportamiento menos doctrinal que el discurso ideológico y antidemocrático del candidato Ahmadineyad, quien sueña con imponer valores parecidos a los defendidos por el wahabismo saudita, sunita sin embargo, en materia de política interna. Debemos también temer desacuerdos con la sociedad civil liberal. La juventud no aceptará jamás volver al pasado. La regresión en la esfera de las costumbres condujo al fracaso de los talibanes y tendrá las mismas consecuencias.
Es innegable que la promoción de Ahmadineyad es una prueba del endurecimiento del régimen y del retorno al jomeinismo radical. El objetivo es cerrar filas alrededor del guía y preparar el doble enfrentamiento que se anuncia en el interior del país y con el «nuevo vecino» norteamericano, cuyo ejército acampa en varias fronteras de Irán.

Fuente
Le Figaro (Francia)
Difusión: 350 000 ejemplares. Propiedad de la Socpresse (creada por Robert Hersant, hoy es propiedad del constructor de aviones Serge Dassault). Es el diario de referencia de la derecha francesa.

«Le retour du khomeynisme radical», por Antoine Basbous, Le Figaro, 1ro de julio de 2005.