La premonición se cumple. Lo que vendría después de aquel domingo lluvioso no fue resultado de un mero cálculo de correlación de fuerzas o una millonaria jugada de marketing; era un Designio. Entonces la lluvia se hizo diluvio en los lugares más sagrados y abandonados de este territorio, como en Chucaracito, en Saucarí u Orinoca, donde sacerdotisas ancianas que llevan sangre de ñustas en sus venas —hermanas distantes de los Q’ero del Cuzco— subsisten en medio de ruinas precolombinas y miserias neoliberales, resguardando las profecías en el idioma arqueológico y desconocido de los chipayas y los limachis. Y en algún lugar a orillas del Poopó o en las laderas del Sabaya los rayos sacrificaron llamas y corderos.

Pero, mi estimado Tito, eso no fue un Tsunami. Fue el Pachacuti.

LA VUELTA AL MUNDO

Según una definición que nos ofrece Victor Hugo Sepúlveda, el Pachacuti «representa un cambio profundo en el ser humano. Una especie de renacer de las personas que se produce a partir de un fenómeno climático o un gran movimiento social que deriva en una transformación total de las conciencias, y por ende afecta a toda la sociedad establecida».

Pacha en aymara significa Tierra, Mundo; Cuti es re-torno. En la tradición oral que persiste aún en nuestros días, este ancestral concepto pervive en ciertas zonas urbanas y rurales de Bolivia en forma cotidiana. Entre los niños bolivianos es usual aplicar el aymarismo «cuti-vuelta» para denotar revancha o nueva oportunidad en los juegos de competencia.

El Pachacuti tiene que ser universal o no será Pachacuti. Por algo es una profecía. La CNN de Atlanta y la BBC de Londres ya forman parte de este cambio mítico desde que se percataron que un indio enchompado siendo recibido con honores por los reyes de España produce alto raiting.

La historia da cuenta de dos Pachacutis claramente reconocibles, aunque algunos estudiosos sostienen que ya han habido once hasta nuestros días. Uno de ellos se asocia con el gran terremoto del Cuzco Perú de 1949 que destruyó muchas iglesias y gran parte de la hermosa ciudad colonial.

EL PRIMER PACHACUTI

Aunque su génesis es profundamente religiosa, el Pachacuti tiene una dimensión histórica y política muy concreta. A la luz de la experiencia boliviana, puede constituirse en un modelo de interpretación de procesos sociales y culturales en un contexto integral, ecológico incluso. Es una herramienta para la posmodernidad.

Sepúlveda habla de un Primer Pachacutec que se habría producido en el periodo del Tiahuanaco temprano, cuando quechuas y aymaras conformaban una sola nación. Se habría producido un gran diluvio que elevó el nivel de las aguas del lago Titicaca y el dios Tunupa, navegando en su manta convertida en balsa, fue abriendo la tierra hacia el sur, entre los cerros y la pampa en un serpenteante camino que dio origen al río Desaguadero que es el rebalse natural del lago. Con esta acción se salvaron todos los poblados costeros de morir ahogados por las inundaciones. Este flujo constante de agua que hasta ahora se mantiene, formó los lagos Uru-Uru y Poopó para luego seguir su curso hasta la Pampa de Aullagas donde el agua es absorbida por la tierra. Allí termina su navegación el dios Tunupa o Tawapaca y comienza su largo peregrinar por los salares y regiones del altiplano. Su misión era salvar a los pueblos de la barbarie en que se encontraban y para eso les enseñaba técnicas de cultivos y la crianza de animales, además de predicarles la paz, la solidaridad y la amistad entre todos. Ese largo recorrido que llega hasta las costas del Océano Pacífico ha quedado inscrito en los innumerables petroglifos de antigua data que fueron quedando a su paso, tallados en las rocas o dibujados con piedras de gran tamaño en el faldeo de los cerros.

EL SEGUNDO PACHACUTI

El Segundo Pachacuti surgió en la última mitad del siglo XV, cuando las diferencias religiosas y económicas entre quechuas y aymaras comenzaban a acentuarse como resultado de un desarrollo diferenciado de las fuerzas productivas. Eran tiempos en que los reyes incas, originariamente quechuas asentados al norte del Lago Titicaca, enfrentaban serias dificultades políticas para dominar a los pueblos sureños del collado aymara. Los rebeldes aymaras cuyo territorio abarcaba todo el sur del Titicaca —desde el Tiahuanaco, pasando por los actuales territorios de Cochabamba, Oruro, Potosí y Chuquisaca, incluyendo los del norte argentino y chileno—, se resistían a someterse bajo el dominio del Estado incaico por una sencilla razón religiosa: los quechuas del Cuzco habían superado la etapa del comunismo primitivo avanzando hacia un modelo civilizatorio estatal, clasista y monoteísta, pretendiendo destruir los lazos comunitarios y de reciprocidad (ayllu y ayni) que aún pervivían en los pueblos politeístas aymaras del sur. Tupac Pachacutec intentó convencer a los rebeldes aymaras del sur que —como su nombre mismo denotaba— él era no sólo hijo del Sol, único dios, sino la encarnación misma del mundo terrenal, y para imponer tal hegemonía fundó Macchu Picchu como el centro de ese mundo.

Los aymaras, que se negaban a adorar exclusivamente al dios Sol, decían que Pacha era una deidad entre muchas otras y entraron en guerra con los quechuas para defender su comunidad de dioses, derrotando a Pachacutec. Pero el inca no se dio por vencido y anunció que volvería «para poner las cosas en su lugar».

Correspondió al hijo de Pachacutec, su sucesor Tupac Yupanki, hacer cumplir la profecía del inca derrotado. Y lo hizo pactando con el adversario rebelde.

EL ENIGMA DEL ESTADO COMUNITARIO

Mi ensayo «En los umbrales del horizonte utópico» que incluí en el libro «Historia del Milagro» (Ed. Los Tiempos, 2001), establece que si bien la estructura política del Collasuyo se hallaba herida de muerte ante la expansión quechua incaica, durante el Segundo Pachacuti, es indudable que el poderío aymara estaba intacto en su compleja expresión religiosa. Esto dio lugar a un «matrimonio de facto» entre las principales deidades aymaras, representadas por la Pachamama, y el Inti o dios Sol de los Incas. El Estado Inca, al final, tuvo que asimilarse oficial y formalmente a la religión aymara todavía hegemónica en el ancestral mundo andino.

Confirmando aquello, de Huarochiri emergió una hermosa leyenda según la cual el inca quechua Tupac Yupanki, para hacer cumplir la profecía de su padre Tupac Pachacutec, se vio obligado a rendir devoción a uno de los «huacas» más influyentes del mundo aymara, Pariacaca, exigiendo en recompensa que, con su mediación, los dioses colaboren con el Inca en su guerra para conquistar a los ayllus rebeldes al sur del Titicaca.

Ver al respecto mis artículos en Altercom, Voltaire, Bolpress y Adital.

Los dioses aymaras aceptaron ayudar al Inca bajo la condición de que los gobernantes quechuas desistan de su plan monoteísta y ejerzan un sacerdocio rindiendo culto a la Pachamama. El negociador aymara fue el dios Macahuisa, hijo de Pariacaca.

Dice el relato:

«Mientras Macahuisa hablaba, de su boca salía un aliento muy denso cual si fuese humo verde. Y se dice que también en esa sazón comenzó a soplar su zampoña de oro. Su pinquillu también era de oro. En su cabeza llevaba coronada la diadema. Su phusuca también era de oro, en tanto que su camiseta era negra. Dieron a Macahuisa para su viaje una litera de las que se llaman Chicsirampa, destinada a transportar al propio Inca. Y fueron escogidos por el Inca, para acompañarlo, unos fornidos callahuaya. (...). Lo transportaron hasta la cima de un cerrito; una vez allí, Macahuisa, el hijo de Pariacaca, comenzó, poco a poco, a caer bajo la forma de lluvia. Los hombres de las comunidades rebeldes empezaron a organizarse, preguntándose qué podría significar este fenómeno. Atacándolos con sus rayos, Macahuisa aumentó la lluvia y así abrió quebradas por todas partes, y arrastró a los miembros de todas estas comunidades rebeldes con sus aguas torrenciales. Aniquiló a los kuracas principales y a los hombres valientes con sus rayos. Sólo una parte de la gente común se salvó. Si hubiera querido, habría aniquilado a todos. Así, después de haber vencido a todos los demás rebeldes, los persiguió hasta el Cuzco. Desde esa época, el Inca apreció todavía más a Pariacaca y le otorgó cincuenta Yanas».

Así fue cómo se impuso el Segundo Pachacuti: el imperio Inca se constituyó en una unidad quechua-aymara, base de la nueva nación y de un emergente Estado Comunitario, que permitió a Huayna Cápac «quechuañizar» pacíficamente a los aymaras del Collasuyo desplazando a sus mitimaes, pero el paradigma de ese Estado Comunitario quedó como un enigma hasta nuestros días, al haber sido interrumpido por la sangrienta conquista española cuya brutalidad, cuando descuartizaron al caudillo Tupac Katari, hizo renacer la esperanza de que algún día llegaría el Tercer Pachacuti, con el «Jacha Uru» de un melodioso nuevo amanecer (WGM).


LOS CEREMONIALES ANDINOS SON SOLEMNES

El persistente atraso económico y la secular exclusión racial que prevalece en gran parte de los territorios indígenas de Bolivia, es soportada casi estoicamente por estas poblaciones injustamente marginadas de la modernidad, gracias a la fe con que tales pueblos mantienen sus ritos ancestrales, ligados a la profecía del Pachacuti.

Mientras más excluidas y empobrecidas son estas comunidades, más fuertes son sus ritos y creencias politeístas, sincretizadas con el cristianismo en una estrategia fervorosa de subsistencia étnica y social.

Existen incluso en las orillas del Lago Poopo, vecinas a poblaciones Urus y Chipayas, pueblos aymarófonos a donde no llegaron ni los mitimaes quechuas de Huayna Cápac y donde se habla una purísima lengua aymara distinta a la paceña —que tiene clara influencia quechua en su fonética— hoy en vías de extinción.

Estos lugares, de donde proviene el flamante Presidente Indígena de Bolivia, son verdaderos yacimientos arqueológicos habitados por seres que parecen extranjeros cuando emigran a las ciudades expulsados por tanta miseria.

Sin embargo de este abandono, por la fuerza del Pachacuti, estas poblaciones conservan intactos sus ritos y ceremoniales que mantienen viva la profecía.

Son pueblos, además, activamente festivos. El cristianismo no ha podido extirpar muchas idolatrías que hoy se encubren bajo el santoral católico; todavía existen dioses mayores y menores, «huacas» y «willcas», que son objetos de fiestas de la fecundidad y de la tierra bajo la dirección de sus jilakatas y mallkus que son, además de líderes comunitario, sacerdotes («huacas») de estos cultos ocultos.

Los ritos de la Estrella o Mosoq Karpay, los ritos del «Tiempo que ha de Venir» —plenas del incienso de las k’hoas que constituyen evocaciones a los espíritus antepasados— son cruciales para el cumplimiento histórico de las profecías.
Los karpay (ritos) plantan la semilla del conocimiento, la semilla del Pachacuti, en el cuerpo luminoso del recipiente que la contiene. Depende de cada persona regarla y cuidar de la semilla para que ésta crezca y florezca. Los ritos son una transmisión del potencial; uno debe luego abrirse al destino.

Esta cosmogonía quechua-aymara ha permitido que en Bolivia se produzca una revolución pacífica, con votos y no con balas, y es deber de todos, indios o no, celebrar y preservar este triunfo de la Profecía. (WGM).


LA PROFECÍA DE LOS Q’ERO

Brad Berg atribuye a los Q’ero —una tribu cuzqueña de 600 personas que buscaron refugio en alturas superiores a los 4.200 metros con el fin de escapar de los conquistadores— el mérito de haber resguardado esa profecía sagrada que habla del gran cambio: el mundo saldrá del revés en que se encuentra y quedará al derecho mirando hacia arriba otra vez. El orden social justo y la armonía con la naturaleza serán restituidos por fin, terminando con el caos y el mal generalizados.

Esta profecía alienta la esperanza del renacer a una realidad más favorable y digna para los indígenas, los pobres y las clases oprimidas.

Similares a la de los Q’ero, al otro extremo del Ande, de donde surgió Evo Morales, existen comunidades aymaras que no llegaron a ser siquiera sometidas por el inca quechua, donde se conservan intactas aquellas relaciones míticas entre pueblos que además son los más empobrecidos de Bolivia. (WGM).