Explicación de voto del diputado independiente Laurent Louis
ante el Parlamento belga,
17 de enero de 2013

Gracias, Señor Presidente,

Señores ministros,

Queridos colegas,

Bélgica es, realmente, el país del surrealismo. Esta mañana, nos enteramos por la prensa de que el ejército belga es incapaz de luchar contra unos cuantos militares extremistas con convicciones islamistas que existen en sus propias filas y de que es imposible licenciarlos porque no existen medios jurídicos suficientes. Y, por el contrario, al mismo tiempo, decidimos ayudar a Francia en su lucha contra el «terrorismo» aportándole una ayuda logística para su operación en Mali. ¡Qué no estaríamos dispuestos a hacer para luchar contra el terrorismo… fuera de nuestras fronteras!

Sólo espero que tengamos cuidado en no enviar, para esa operación antiterrorista en Mali, a esos famosos soldados belgas islamistas. Eso lo digo en broma, pero lo que actualmente sucede en el mundo no me hace reír en lo más mínimo. Y no me hace reír porque, no cabe duda, los dirigentes de nuestros países occidentales están tomando a los pueblos por imbéciles, con la ayuda y el apoyo de la prensa, que hoy no es más que un órgano de propaganda de los poderes establecidos.

Las intervenciones militares y la desestabilización de regímenes se hacen cada vez más frecuentes en todas partes del mundo. La guerra preventiva se ha convertido en regla y hoy en día, en nombre de la democracia o de la lucha contra el terrorismo, nuestros Estados se arrogan el derecho de violar la soberanía de los países independientes y de derrocar dirigentes legítimos.

Tuvimos Irak y Afganistán, consecuencias de la mentira estadounidense. Vinieron después Túnez, Egipto, Libia, donde, gracias a las decisiones de ustedes, nuestro país participó en primera línea en crímenes de lesa humanidad para derrocar, en cada ocasión, regímenes progresistas y moderados y reemplazarlos por regímenes islamistas cuya primera voluntad –¡qué raro!– fue imponer la charia.

Lo mismo está sucediendo actualmente en Siria, donde Bélgica financia vergonzosamente el armamento de los rebeldes islamistas que tratan de derrocar a Bachar al-Assad. O sea, en plena crisis económica, mientras que son cada vez más numerosos los belgas que tienen dificultades para alojarse, alimentarse, calentar sus casas o acceder a la asistencia médica… y ya me parece oír a quienes me tildan de sucio populista… pues bien, el ministro de Relaciones Exteriores ha decidido ofrecer a los rebeldes sirios 9 millones de euros. Por supuesto, tratarán de hacernos creer que ese dinero servirá para fines humanitarios… ¡Otra mentira!

Y, como ustedes pueden ver, hace meses que nuestro país no hace otra cosa que participar en la instauración de regímenes islamistas en el norte de África y en el Medio Oriente. Así que cuando vienen a decirnos que vamos a meternos en una guerra para luchar contra el terrorismo en Mali… eso lo que me da es risa.

¡Es mentira! Bajo la apariencia de buenas acciones estamos interviniendo únicamente en defensa de intereses financieros, con una lógica totalmente neocolonialista.



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Nada hay de coherente en ir a ayudar a Francia en Mali, en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista, cuando en el mismo momento estamos apoyando en Siria el derrocamiento de Bachar al-Assad por rebeldes islamistas que quieren imponer la charia, como ya sucedió en Túnez o en Libia. De verdad, ya tienen que parar de decirnos mentiras y de creer que la gente es imbécil.

Ya es hora, por el contrario, de que nos digan la verdad. Al armar a los rebeldes islamistas, como los occidentales que anteriormente armaron a Osama ben Laden –que fue amigo de los estadounidenses hasta que estos se volvieron en su contra–, los países occidentales aprovechan para implantar en «los nuevos países» –como dicen– bases militares, mientras favorecen a sus propias empresas nacionales. Todo es, por lo tanto, estratégico.

En Irak, nuestros aliados estadounidenses se apoderaron de las riquezas petrolíferas del país. En Afganistán fue del opio y la droga, como siempre muy útiles para hacer mucho dinero con bastante rapidez. En Libia, en Túnez, en Egipto y también en Siria, el objetivo fue –y todavía es actualmente– derrocar poderes moderados para reemplazarlos por poderes islamistas, que muy rápidamente resultaran incómodos y a los que atacaremos sin vergüenza alguna con el pretexto de luchar –nuevamente– contra el terrorismo o de proteger a Israel. Así que ya sabemos quiénes serán los nuevos blancos. Dentro de unos meses, me atrevo a apostar que así será, nuestras miradas se volverán hacia Argelia y, finalmente, hacia Irán.

Ir a la guerra para liberar a un pueblo de un agresor exterior es algo noble. Pero ir a la guerra para defender los intereses de Estados Unidos, ir a la guerra para defender los intereses de grandes compañías como Areva, ir a la guerra para apoderarse de minas de oro, eso no es nada noble y convierte a nuestros países en países agresores y delincuentes.

Nadie se atreve a decirlo. Pero no por eso me voy a callar. Y tanto peor si mi lucha hace que se me considere como un enemigo de este sistema que pisotea los derechos humanos en nombre de los intereses financieros, geoestratégicos y neocolonialistas.

Desafiar este régimen y denunciarlo es un para mí un deber y un orgullo. Y, sinceramente –y excúsenme por el vocabulario popular–, que se jodan todos los políticamente correctos, tanto de izquierda, de derecha como del centro, que hoy lamen las botas de nuestros poderes corruptos y que con todo placer tratarán de hacerme parecer ridículo.

Que se jodan nuestros dirigentes, que juegan como niños con sus bombas. Que se jodan todos los que se dicen demócratas cuando en realidad no son más que criminales de la peor calaña.

Tampoco siento mucho respeto por los periodistas que tienen el descaro de presentar a la oposición como idiotas, cuando en el fondo saben muy bien que esos opositores tienen toda la razón.

Siento, en fin, el más profundo desprecio por aquellos que se creen los reyes del mundo y que nos imponen su ley porque estoy, por mi parte, del lado de la verdad, del lado de la justicia, del lado de las víctimas inocentes de quienes buscan la ganancia a toda costa.

Es por esa razón que he decidido oponerme claramente a esta resolución que envía a nuestro país a apoyar a Francia en su operación neocolonialista.

La mentira estaba organizada desde el principio mismo de la operación francesa.

Nos dicen que Francia no hace más que responder al pedido de socorro de un presidente maliense. Pero no nos dicen que ese presidente no tiene ninguna... ¡ni la más mínima legitimidad! Y que lo pusieron en el poder para garantizar la transición después del golpe de Estado de marzo de 2012. ¿Quién apoyó ese golpe de Estado? ¿Quién está detrás de esa acción? ¿Para quién trabaja ese «presidente de transición»? Esa es la primera mentira.

El presidente francés Francois Hollande se atreve a afirmar que el objetivo de esa guerra es luchar contra los yihadistas que amenazan… ¡oh! que amenazan nada más y nada menos que… ¡el territorio francés y europeo! ¡Qué mentira tan vil! Al hacerse eco de ese argumento oficial, mientras que tratan además de asustar a la población elevando el nivel de la amenaza terrorista, con la aplicación del plan Vigiparata, nuestros dirigentes y los medios de prensa dan muestras de un descaro inconcebible.

¿Cómo se atreven a recurrir a ese argumento cuando Francia y Bélgica no tuvieron reparo en armar y apoyar a los yihadistas en Libia y cuando esos mismos países siguen apoyando actualmente a los yihadistas en Siria? Ese pretexto sólo sirve para ocultar los objetivos estratégicos y económicos.

Nuestros países ya ni siquiera temen la incoherencia porque todo está concebido para ocultarla. Pero la incoherencia está ahí. No será mañana que veremos a un maliense venir a cometer un atentado en Europa. No. A menos que nos inventen uno súbitamente. Ya se orquestó el 11 de septiembre para justificar la invasión, el arresto arbitrario, la tortura y la masacre contra pueblos inocentes. Así que fabricar un terrorismo maliense… bueno, eso no debe ser demasiado complicado para nuestros dirigentes sanguinarios.

Otro argumento utilizado en los últimos meses para justificar las operaciones militares es la protección de los derechos humanos. ¡Ah! Ese argumento se utiliza ahora nuevamente para justificar la guerra en Mali. ¡Por supuesto! Tenemos que actuar porque si no los infames islamistas radicales van a imponer la charia en Mali, van a lapidar a las mujeres y cortar las manos a los delincuentes. Oh, es verdad que la intención es noble… noble y salvadora, por supuesto. Pero entonces ¿por qué? ¿Por qué, dios mío, participaron entonces nuestros países en la llegada al poder –en Túnez, en Libia– de islamistas que han decidido aplicar esa misma charia en esos países, que hasta no hace mucho eran «modernos y progresistas»? Yo os invito a preguntar a los jóvenes tunecinos que fueron la base de la revolución en Túnez si están felices con su actual situación. Todo eso es hipocresía.

El objetivo de la guerra en Mali está muy claro. Y como nadie habla de ello, yo voy a hacerlo.

El objetivo es luchar contra China y permitir que nuestro aliado estadounidense mantenga su presencia en África y en el Medio Oriente. ¡Es ese el objetivo de estas operaciones neocolonialistas! Y verán ustedes que, cuando se termine la operación, Francia conservará, por supuesto, varias bases militares en Mali. Esas bases también servirán a los estadounidenses y, al mismo tiempo, porque eso es lo que siempre sucede, las empresas occidentales obtendrán jugosos contratos que, nuevamente, privarán a los países recolonizados de sus riquezas y sus materias primas.

Así que, digámoslo claramente, los primeros beneficiados en esta operación militar serán los patrones y los accionistas del gigante francés Areva, que desde hace años ha venido tratando de obtener la explotación de una mina de uranio en Falea, una comunidad de 17 000 habitantes situada a 350 kilómetros de Bamako. Y, no sé por qué, pero algo me dice que no pasará mucho tiempo antes de que Areva pueda por fin explotar esa mina… es una impresión que tengo…

Ni hablar, por lo tanto, de que yo participe a esa colonización minera, a esta colonización de los tiempos modernos. Y, a quienes dudan de mis argumentos, sinceramente los invito a que se informen sobre las riquezas de Mali.

Mali es un gran productor de oro. Pero, desde hace poco, ha sido designado… desde hace poco, eh… como un país que ofrece un entorno de categoría mundial… de categoría mundial… para la explotación de uranio. Pero ¡qué extraño! ¡Un paso más hacia una guerra contra Irán! ¡Es évidente!

Por todas esas razones, y para no caer en la trampa de la mentira que nos están tendiendo, he decido no apoyar esa intervención en Mali y voy a votar en contra.

Y al hacerlo estoy dando una demostración de coherencia ya que nunca he apoyado en el pasado nuestras intervenciones criminales en Libia o en Siria, caracterizándome así como el único parlamentario de este país que defiende la no injerencia y la lucha contra los intereses oscuros.

Piense que realmente es hora ya de poner fin a nuestra participación en la ONU o en la OTAN y de que salgamos de la Unión Europea, si esa Europa, en vez de ser una garantía de paz, se convierte en un arma de ataque y de desestabilización contra países soberanos en manos de intereses financieros y no de intereses humanistas.

Finalmente, no puedo menos que llamar a nuestro gobierno a que recuerde al presidente Hollande las obligaciones resultantes de la Convención de Ginebra en materia de respeto de los prisioneros de guerra. Me indignó, en efecto, oír en la televisión, de boca del presidente francés, que su intención era «destruir» –repito, «destruir»– a los terroristas islamistas. No me gustaría entonces que la calificación utilizada para designar a los opositores al régimen maliense –hoy en día siempre es práctico hablar de «terroristas islamistas»– se utilice para evadir las obligaciones de todo Estado democrático en materia de respeto de los derechos de los prisioneros de guerra. Esperamos que la patria de los derechos humanos respete los derechos antes mencionados.

En fin, y para terminar, permítanme subrayar la ligereza con la que estamos decidiendo ir a la guerra.

Primeramente, el gobierno actúa sin la menor autorización del Parlamento. Dicen que tiene ese derecho. Envía equipamiento y hombres a Mali. El Parlamento reacciona posteriormente. Y cuando reacciona, como hoy, bueno… asiste a esta asamblea sólo un tercio de sus miembros… menos todavía si hablamos de los parlamentarios francófonos. Se trata, por lo tanto, de una ligereza culpable que realmente no me sorprende de parte de un Parlamento de perritos falderos sometidos a los dictados de los partidos políticos.

Muchas gracias.