Paolo Gentiloni

«¿Está equipándose Italia para enfrentar la guerra que tiene a sus puertas?» El periodista Gad Lerner le hizo esa pregunta al nuevo ministro italiano de Relaciones Exteriores, Paolo Gentiloni, «quien se formó en la cultura del pacifismo y del desarme, hoy dramáticamente cuestionada por el incendio que se extiende por toda la ribera sur de nuestro mar, empezando por la muy cercana Libia».

En esa entrevista [1], que el ministro de Relaciones Exteriores publica en su propio sitio web dándole así un carácter oficial, Gentiloni recuerda que, ante la crisis libia,

«está claro que no deploramos la caída de Khadafi. Derrocarlo era una causa sacrosanta.»

El ministro de Relaciones Exteriores explica así que, como «Libia representa para nosotros un interés vital debido a su proximidad, al drama de los refugiados, al aprovisionamiento energético», el gobierno está trabajando en
«una intervención de mantenimiento de la paz, en la que Italia se vería implicada en primera línea.»

Al preguntarle Lerner si «¿Hay que revisar la estrategia de desimplicación occidental en la lucha contra el Emirato Islámico?», el ministro le responde:

«Es una implicación que naturalmente cae también sobre Italia, con sus 8 000 kilómetros de costa. Pero toda Europa está llamada a encargarse de enfrentar esa amenaza.»

Y luego agrega que

«hemos cultivado la ilusión de un mundo futuro tranquilo y pacificado pero ahora sabemos ya no podemos delegar nuestras responsabilidades a los americanos [estadounidenses. NdlT.], estratégicamente menos interesados que nosotros en el destino del Medio Oriente.»

Eso, en síntesis, es una entrevista que, si no fuese por el dramatismo de la argumentación, podría parecer sacada de un espectáculo cómico.

Paolo Gentiloni (Partido Democrático), formado –según Lerner– en la «cultura del pacifismo y del desarme» –ya se sabe que hasta Benito Mussolini estuvo en contra de la guerra… cuando era joven–, es ahora un representante del aparato político bipartidista que, después de haber pisoteado el Artículo 11 de la Constitución de Italia y el tratado de amistad entre Italia y Libia, puso las bases y las fuerzas aéreas y navales italianas a la disposición de la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Libia en 2011.

En 7 meses, los cazabombarderos, que en su mayoría despegaban de Italia, realizaron 30 000 misiones aéreas, entre ellas 10 000 de ataque, lanzando sobre Libia más de 40 000 bombas y misiles. Al mismo tiempo, se infiltraban en Libia fuerzas especiales: miles de comandos occidentales y qataríes. Y también se financiaba y se armaba a los grupos tribales hostiles al gobierno de Trípoli así como islamistas que sólo unos meses antes estaban clasificados como terroristas.

Entre esos grupos se hallaban los primeros núcleos del futuro Emirato Islámico –resultado directo de lo que Gentiloni llama la «sacrosanta» lucha contra Kadhafi– que, después de haber ayudado a derrocar al coronel libio, fueron enviados a Siria para derrocar a Assad.

Y fue en Siria, en 2013, donde nació el Emirato Islámico, que recibió financiamiento, armas y facilidades de movimiento de los más cercanos aliados de Estados Unidos (Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Turquía y Jordania) en el marco de un plan coordinado por Washington –bajo las narices de la «desimplicación occidental» de la que habla Lerner, hasta que finalmente emprendió la ofensiva en Irak.

Sin embargo, es como si para Italia todo ese desastre nunca hubiese sucedido. Pero estamos hablando de la misma Italia que ayudó a iniciar «el incendio» del que habla Lerner, incendio surgido de la destrucción del Estado libio y del intento –hasta ahora fracasado– de acabar también con el Estado sirio, todo ello en función de los intereses económicos y estratégicos de Estados Unidos y de las principales potencias europeas y provocando cientos de miles de víctimas –fundamentalmente civiles– y millones de refugiados.

La tragicómica respuesta de Gentiloni, cuando afirma que Estados Unidos está «estratégicamente menos interesado que nosotros en el destino del Medio Oriente», lo que está haciendo es un trabajoso intento por ocultar la realidad. El inicio en Libia de una operación de mantenimiento de la paz (o sea de una operación de guerra), con Italia en primera línea, entra en los planes de Washington, que al no querer implicar tropas estadounidenses en una operación terrestre en el norte de África (considerada en la estrategia de Estados Unidos como un todo con el «Medio Oriente», trata de encontrar aliados dispuestos a hacerlo y a pagar por ello el precio y correr los riesgos que eso implica.

En junio de 2013, en su encuentro con el [entonces] primer ministro Enrico Letta durante el G8, el presidente Obama pidió «a Italia una mano para resolver las tensiones en Libia». Y Letta, como un alumno modelo, sacó de su maleta la tarea ya hecha: «un plan italiano para Libia».

Ese es el plan que el hoy primer ministro Matteo Renzi ha copiado y que ahora vuelve a proponer por boca de Gentiloni, convertido en ministro de Relaciones Exteriores en pago a los méritos que acumuló como presidente de la comisión conjunta Italia-Estados Unidos en la Unión Interparlamentaria.

Fuente
Il Manifesto (Italia)

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio

[1«Gentiloni: “La Libia è al collasso se l’Onu ce lo chiede pronte le nostre truppe per aiutare il Paese”» (Gentiloni: «Libia está derrumbandose. Es por eso que la ONU nos pide que enviemos nuestras tropas para ayudar el país.», Gad Lerner, La Repubblica, 26 de noviembre de 2014.