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Acción secreta

Aunque el derecho internacional reconoce el principio de soberanía de los Estados, las grandes potencias no vacilan en corromper gobiernos, en desestabilizar sociedades, eliminar dirigentes e incluso en derrocar regímenes a través de la acción secreta. Esa forma de injerencia resulta relativamente poco costosa en relación con las ganancias que puede reportar, pero está minando la confianza entre los Estados.
Los anglosajones se han convertido en maestros de ese arte. En el marco de un pacto militar secreto concluido en 1948 (UK-USA+Canadá, Australia, Nueva Zelanda), los anglosajones desarrollaron herramientas de espionaje y de acción clandestina al servicio de un proyecto común: el de la guerra fría. El rival de entonces era la Unión Soviética, sobre la cual habían logrado alcanzar una indiscutible superioridad en ese aspecto. La China maoísta y la Francia postcolonial también ambicionaban poder controlar zonas de influencia, principalmente en África, a través de aquella vía..
El panorama cambió radicalmente después de la disolución de la URSS. China renunció al financiamiento de grupos revolucionarios armados y se concentró en las labores de inteligencia útiles para el desarrollo de la cooperación económica. Por su parte, Francia se retira de su zona de influencia en África en provecho de la Unión Europea. Después de evitar ser tragados por el hueco negro de la era Yeltsin, los servicios rusos se dieron a la tarea de reestructurar el país y su zona de influencia histórica (Estados ex soviéticos que habían proclamado su independencia), no a través de la injerencia en los asuntos internos de los demás países del mundo sino luchando contra la injerencia externa.
A partir de 1995, los anglosajones invirtieron masivamente en sus servicios secretos, triplicando en unos 15 años los presupuestos dedicados a ese rubro. Incorporaron además los servicios secretos israelíes al dispositivito anglosajón, unas veces como miembro pleno de dicha comunidad y otras como simple contratista. En 2009, los servicios anglosajones (incluyendo los de Israel) empleaban en total más de 250 000 personas y disponían de 100 000 millones de dólares estadounidenses (o sea, 15 veces más que los de Rusia, su principal competidor virtual). De hecho, el espionaje y la acción clandestina se convirtieron en las principales herramientas de la globalización forzada.

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