Digo "extraño", porque en Alemania, por poner un ejemplo, resulta inconcebible cuestionar la naturaleza de la revolución nacional-socialista de 1933: la gente puede discrepar al nivel de algunos detalles pero tiene muy claro qué cosa fue. Los rusos, en cambio, no han llegado aún al consenso sobre octubre de 1917. Es más: se multiplican las voces que apoyan y justifican aquellos acontecimientos.

El planteamiento más recurrente, tal vez, es el siguiente: es hora de que los rusos, igual que otros pueblos con experiencia revolucionaria a sus espaldas, se vuelvan civilizados. Ha llegado el momento de definir el lugar histórico de aquella revolución, dejar de enfocarla en blanco y negro - en los términos del bien y el mal - y buscar reconciliación entre las víctimas y los verdugos, entre los vencedores y los vencidos. Tal y como hicieron los ingleses, al poner monumentos a Carlos I y Cromwell uno enfrente del otro; o los franceses, en cuya memoria coexisten los Borbones, Robespierre y Napoleón, el Antiguo Régimen y la Revolución. De lo contrario, la guerra civil en Rusia nunca va a terminar, dicen los defensores de este enfoque.

La práctica social, por cierto, evoluciona precisamente en esta dirección. Dos ramos de la Iglesia Ortodoxa Rusa - el doméstico, que sufrió a causa del bolchevismo pero pudo cohabitar con él, y el extranjero, que subsiste fuera del antiguo imperio y nunca se llevó bien con el régimen bolchevique - han restablecido por fin la unidad. Descendientes de emigrados y comunistas logran entenderse. Hallan segunda sepultura en Rusia los restos mortales de líderes del Movimiento Blanco. En plano simbólico también hay pruebas de reconciliación entre los bolcheviques y sus oponentes de antaño: la Rusia de hoy ha recuperado el himno de la URSS y la bandera de los que lucharon contra el comunismo durante la Guerra Civil; y la estrella roja del período soviético coexiste pacíficamente en las viseras militares con el águila bicéfala del escudo imperial ruso. Es poco probable que el monumento a Félix Dzerzhinski, fundador de la temible Cheka, vuelva a instalarse en pleno centro de Moscú, pero a lo ancho de la geografía nacional permanecen aún numerosas estatuas de Lenin y sus secuaces, y en la capital rusa hay avenidas que llevan los nombres del académico disidente Andrei Sájarov y de su antiguo opresor Yuri Andrópov, ex jefe de la KGB y, más tarde, secretario general del PCUS.

¿Tal vez, lo que necesitamos realmente es hacer un borrón y cuenta nueva, reconciliarnos con la revolución bolchevique, darla por archivada para que se quede en los museos y en los anales de la Historia? Lo pasado, pasado está, hay que olvidarlo, y que lo sigan debatiendo los investigadores. Sobre todo, porque "no hay nada más patético que moralizar acerca de las grandes catástrofes sociales", como dijo León Trotski, líder de la revuelta que tuvo lugar en octubre de 1917. Mi respuesta categórica es "no". En planto ético e histórico no cabe aquí ninguna fórmula de compromiso o justificación de la revolución bolchevique. Ésta ha sido y sigue siendo la mayor catástrofe y el mayor fracaso en la historia de Rusia, el mayor crimen que los rusos han cometido contra sí mismos y contra los demás pueblos. Que yo sepa, no existe en la historia moderna otro régimen social que por su inclemencia, su carácter pernicioso y antihumano supere al de los bolcheviques. Pueden compararse con él otros regímenes comunistas (aunque, en gran medida, son consecuencia del comunismo ruso) y el régimen nacional-socialista de Alemania. La revolución de octubre de 1917 ha dado origen a la catástrofe antropológica rusa del siglo XX.

Es debido a esta revolución que Rusia ha sido total perdedora en el siglo pasado (el primero en constatarlo en voz alta ha sido el escritor Alexander Solzhenitsin). Esta derrota ha sido consecuencia de una revolución perdida, y no me refiero a la de octubre de 1917 sino a varias décadas de cambios radicales cuyos hitos fueron la revolución de 1905-1907 y la de febrero de 1917, que acabó con el zarismo. Por diversas razones históricas, algunas de las cuales son perfectamente conocidas y otras aún están por esclarecer, la revolución rusa no pudo, por desgracia, mantenerse dentro de los límites de lo posible y lo admisible, en el marco de una fórmula de compromiso pactada por las principales fuerzas sociales y política del país. Al parecer, la primera revolución rusa de 1905-1907 había aportado tal fórmula pero la evolución de la Primera Guerra Mundial, bastante desfavorable para Rusia, la torpe actuación de la Corona y otros muchos factores derivaron en la abdicación de Nicolás II. Daba ya la impresión de que Rusia, tan ávida de libertad, se encumbraba finalmente cuando, de repente, se precipitó abajo. La revolución de octubre significó la derrota de todos: el pueblo, los intelectuales, el clero, las élites, etcétera.

Sin embargo, la sociedad rusa en su conjunto se resiste a admitir aquella quiebra histórica. Prefiere taparse los ojos y reconfortar su orgullo y su amor propio con la nostalgia de grandes conquistas del período comunista, tales como la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la exploración del Espacio, la industrialización de un país atrasado, la educación general de bastante buena calidad y otras cosas por el estilo. No quiero adentrarme en la polémica con los "triunfalistas" pero pienso que decenas de millones de víctimas en el bando propio y en el contrario, así como un terror sistemático contra la naturaleza humana reducen a la nada tales éxitos bolcheviques.

Algunos dirán - ya lo sé - que octubre de 1917, a pesar de todas sus crueldades, impulsó la emancipación de los pueblos afroasiáticos, esclavizados por colonizadores occidentales. Incluso suponiendo que fue así, es decir, que los sucesos en Rusia podrían interpretarse como un preludio de la anhelada liberación social, el hecho no cambia nada en el calificativo aplicable a aquella revolución. Es verdad que se trata de un acontecimiento trascendental en la historia del mundo y que marcó en grado notable el contenido del siglo XX. Es verdad que la revolución de octubre en Rusia no era casual sino que tenía profundas raíces sociales y obedecía a causas fundamentales. Pero el carácter que adquirió, el sistema social al que dio origen y las amenazas existenciales que generó son estremecedores y repugnantes.

Cabría preguntarnos en este contexto cuál es la esencia de aquella revolución y del bolchevismo en general. No existe una respuesta simple. Fue un fenómeno bastante complicado, lo cual, por cierto, explica en parte su atractivo para las masas populares y los intelectuales. Por un lado, fue una ideocracia marcada y, por otro, un régimen ideológicamente omnívoro, sin principios algunos, que iba absorbiendo una multitud de ideas, ánimos y energías y el cual presentaba a diversos sujetos sociales una oferta específica y variada.

La médula del bolchevismo, desde luego, eran la violencia y el simplismo como dos métodos únicos y universales para la solución de cualquier problema. No es casual que Georgi Plejánov, el "padre" del marxismo ruso, definiese a Lenin como "el genio del simplismo". Los bolcheviques apuestan por lo más bajo y lo más álgido, por la debilidad del individuo o de cierta comunidad social e histórica. Explotar estas cosas es la esencia del leninismo-trotskismo-estalinismo, alias bolchevismo. Claro que los bolcheviques y la revolución de octubre encarnaron también la idiosincrasia rusa, toda una serie de rasgos históricos, complejos psicológicos y utopías inmanentes a los rusos.

Pero se equivocan las numerosas personas convencidas de que el régimen comunista es algo orgánico de los rusos y representa una continuación lógica de su pasado, con la salvedad de que presenta la naturaleza de esta nación de una manera un tanto exagerada. No es cierto. El bolchevismo fue la negación total de la evolución cultural que Rusia había tenido a lo largo de varios siglos. El significado y el objetivo de tal evolución era construir en el vasto espacio euroasiático una sociedad moderna. Tal propósito se había logrado en parte antes de empezar la Primera Guerra Mundial. Era una sociedad peculiar, como toda Rusia, y muy diferente a los modelos clásicos que presentaba la Europa Occidental, pero sí encuadraba sin duda alguna en la categoría de sociedades modernas. Su destrucción en octubre de 1917 supone, por tanto, una catástrofe global, no solamente rusa. Me atrevería a afirmar que la historia del siglo XX se habría sustentado en el Derecho en grado menor, si no fuera por aquella catástrofe.

La única forma de superar el pasado es eliminando las causas de lo ocurrido, y si su hechizo no se ha roto hasta hoy, es porque las causas siguen vivas, escribió Theodor Adorno después de terminada la Segunda Guerra Mundial. Karl Jaspers observó en las mismas fechas, en su "Problema de la culpa", que la conciencia se transforma cuando el remordimiento pincha como un aguijón. Sea como fuere, la historia del período de posguerra demuestra que Alemania ha superado las causas del pasado y transformado su conciencia. Rusia no lo ha hecho. Y ello significa que, en cierto sentido, la revolución aquí continúa.

Nota. El autor del presente artículo es miembro de la Academia rusa de Ciencias, profesor de la Universidad Mijaíl Lomonósov de Moscú (MGU) y del Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), presidente honorífico de la Asociación nacional de Ciencias Políticas.

Fuente: Ria Novosti, 06/ 11/ 2007.