De ser un imperativo ya no profesional sino incluso humano, la verdad mutó hacia una singular viscosidad elástica, a veces hasta líquida, que se adapta a requerimiento y formato del frasco que la contenga.

Dejó de ser una búsqueda profunda, reflexiva, que obligó por siglos a bucear en las honduras del pensamiento, las causas y la interrelación de protagonistas, para convertirse apenas en un slogan que reproduce eternamente miles de consignas efímeras pero, a no negarlo, por demás efectivas.

Ya no existe en el espacio comunicacional una verdad totalizadora que ayuda al pensamiento libre, o a la liberación del pensamiento, sino verdades a cantidades industriales para satisfacer los gustos del consumidor como si fueran mermeladas de naranja o ciruelas.

La verdad flexible presenta escenarios con personajes buenos y malos según quien los quiera comprar, y rápidamente intercambiables para no frenar la dinámica de nuevos consumos de nuevas verdades, o viejas con envase renovado.

Quien era bueno puede luego ser malo, y aquel malo directamente ni ser. Ya habrá nuevos
protagonistas para enfocar o, caso contrario, directamente se inventan.

Así funciona la verdad mediática en las empresas de comunicación de alcance regional o nacional, que predetermina los valores de una realidad aun antes de que sucedan los acontecimientos que la harán verdadera, o no.

ELLOS postulan: “Ese es malo, antidemocrático, corrupto, populista, un bruto y un peligro”. Y desde allí la verdad, que aparece como producto editorial en los medios, debe adaptarse y tomar la forma de lo establecido.

No importa lo que pase, no importa lo que suceda, la realidad debe adaptarse a la viscosidad de la verdad flexible.

El mecanismo, en rigor, no es nuevo. Pero sí tiene de novedoso el haber adquirido escala global, absoluta y permanente, y todo concepto informativo debe transitar por esos patrones.

En ocasiones puede que la verdad flexible requiera de una flexibilidad tal, transitoria claro, que hasta por sus pliegos se escape una verdad verdadera peligrosa, amenazante e iluminadora.

Pero como lágrima en el océano, estará sumergida en la mayor de las soledades y por tanto impedida de producir un cambio o, cuanto menos, de dañar el sistema.

Las verdades flexibles suelen bellas, seductoras y amplias pero al mismo tiempo infinitamente fragmentarias por su misma necesidad de llegar con la palabra justa y la idea clara (pero preconcebida) a cada uno de los integrantes de la muchedumbre solitaria.

Ejercer el periodismo en la actualidad, en la era de las verdades flexibles y viscosas, requiere velocidad y gran capacidad de adaptación para construir permanentemente una nueva verdad más seductora que la que se nos quiere imponer.

Requiere estar al menos un paso por delante de las verdades viscosas, para contar la realidad verdadera desde los sitios en donde ELLOS aún no resolvieron cuál es la verdad que difundirán. Y se requiere estar rápidamente ya en otro lado para generar la nueva condición.

ELLOS son pocos pero son los dueños, lo que les da cierta condición de muchos. Y no necesitan reunirse en una oficina de mármol y cristal en un piso 60 para ponerse de acuerdo: lo saben porque conocen sus intereses.

Y construyeron su verdad, la efímera, viscosa y líquida, pero que es la hegemónica, sobre las ruinas de nuestra verdad, la verdad verdadera para nosotros.

La verdad absoluta fue asesinada a manos de millones de pequeñas verdades efímeras y resulta imposible enfrentarlas una por una en el terreno que proponen, donde siempre ganarán aun cuando parezca que han perdido.

Ejercer el periodismo en la actualidad es trabajoso, pero a la vez permite ver que sólo una nueva verdad verdadera se impondrá por sobre las flexibles, una verdad verdadera emanada del colectivo, de las mayorías en marcha.

En Bolivia, en Ecuador y en Venezuela, por citar dos casos, nuevas verdades del colectivo reemplazan paulatinamente a las verdades viscosas de la minoría, que bombardea y bombardea, patalea y patalea, mientras observa impotente como una nueva verdad social, absoluta, acaba con sus verdades flexibles.

Por eso, y aunque nos afecta considerablemente, en rigor no es un problema de los periodistas la desaparición de la verdad, o la concentración empresaria o la mentira organizada.

Es un problema de la sociedad a la que ya le han desaparecido muchas cosas: primero sus hijos, luego sus abuelos, en el medio sus memorias y continuamente su trabajo, y no tiene quién lo cuente ni dónde contarlo para que se enteren todos.

Cuando la sociedad asume su verdad verdadera, la verdad flexible se desmorona y ejercer el periodismo vuelve a ser un placer, al servicio pleno del derecho a la información veraz.