En las relaciones entre Moscú y Tel Aviv hay una sombra que no acaba de disiparse. Me refiero a un problema bien conocido: el suministro de lanzamisiles antiaéreos rusos de corto alcance a Siria. El primer ministro de Israel, Ariel Sharon, declaró hace poco a la prensa que había pedido a Vladímir Putin no vender este armamento a Damasco y que el presidente había respondido que el contrato no sería cancelado. Sharon manifestó su preocupación al respecto pero dijo que Rusia había prometido ver que las armas no fuesen a parar a las manos de los terroristas.

¿De qué clase de armas se trata? ¿Qué es lo que preocupa tanto al Gobierno israelí? ¿Y por qué se ha desatado precisamente ahora el escándalo en torno al suministro de sistemas de mísiles antiaéreos? Intentaremos contestar a esas preguntas.

Primero: Lo que Moscú pretende vender a Damasco, según la información del ministerio de Defensa ruso, son sistemas de mísiles Strelets (Arcabucero), y no los Igla-S que son lanzamisiles antiaéreos portátiles diseñados para que un operario pueda disparar en el campo del combate, desde el hombro, contra los aviones, helicópteros, mísiles crucero u otros objetivos aéreos enemigos. Ambas armas se basan en la misma metodología del uso pero tienen diferencias de principio.

«Igla-S» significa en ruso «Aguja-S»

El Igla-S, al igual que su análogo estadounidense, Stinger, es una arma autónoma, o sea, una sola persona puede llevarla sin problemas - pesa unos 15 kilos - y aprender a usarla. Tanto de día como de noche, cuando está lloviendo o en medio de una niebla, en rumbos de colisión o persecución, y hasta en caso de que se usen interferencias radioelectrónicas y térmicas. En manos terroristas, este arma supondría obviamente una amenaza muy seria para cualquier aparato aéreo sobrevolando a una altura de entre 10 metros y 3,5 Km y dentro de alcance de 6 Km.

En cuanto al Strelets, es un sistema de equipos de control y módulos de lanzamiento que está basado en «racimos múltiples de Igla-S. Cada «racimo» incluye entre cuatro y ocho contenedores con los Igla-S, y aunque las características tácticas y técnicas del arma son similares a las del arquetipo, dichos contenedores se sujetan sobre un raíl que a su vez puede ubicarse en la caja de un camión, sobre la torre de un carro blindado, en la cubierta de una lancha patrullera o en las aletas de un helicóptero de combate. Es decir, para disparar un misil del sistema Strelets se requiere como mínimo una plataforma para su traslado. Cuatro u ocho Igla-S en cada «racimo», y encima colocados sobre un raíl de acero, son una carga poco portátil: de entre 80 y 120 kilos.

Hay otra diferencia de principio entre el Strelets y el Igla-S. El sistema de puntería y control en este último se encuentra en el contenedor de lanzamiento, desde el cual se dispara el misil, mientras que los equipos de control en el Strelets están situados a cierta distancia de la plataforma de lanzamiento.

Se conectan a ella por cables eléctricos blindados pero pueden ubicarse fuera: en la caja del vehículo, en la torre del carro o en el panel de control a bordo del helicóptero o lancha patrullera. Cada contenedor separado en el Strelets, aunque lleve misiles dentro, no representa valor alguno para nadie, incluidos los terroristas, si está desvinculado del sistema de control. ¿Qué sentido tiene si es imposible apuntar bien?

Preocuparse por que el Strelets pueda caer en las manos de los terroristas es cuando menos extraño. El Gobierno de Israel siempre ha afirmado con orgullo que las fronteras del país están seguramente protegidas y que nadie, ni siquiera un ratón, podría filtrarse a través de los puestos de control. ¿Entonces cómo es posible introducir todo un sistema de misiles antiaéreos, si no cabe en una mochila ni en una maleta ni tampoco puede ser transportado por un túnel subterráneo?

¿A qué se debe entonces esa inquietud? ¿Al hecho de que Siria - un Estado soberano que pertenece como miembro de plenos derechos a la ONU y no es objeto de sanciones ni advertencias por parte de esta organización - podrá garantizar ahora una protección segura de su espacio aéreo contra todo tipo de incursiones indeseables?

¿Acaso Israel no reconoce el derecho soberano de Damasco a la independencia y a la defensa del territorio nacional? Si es así, que lo declare abiertamente y deje de hacer insinuaciones vagas al eventual peligro de que ciertas armas caigan en las manos de los terroristas. Y para asegurarse contra un pinchazo del Igla, que en ruso significa «Aguja», simplemente hay que abstenerse de las incursiones aéreas no autorizadas.

«Strelets» significa en ruso antiguo «Arquero de Flechas».

Dicho sea de paso, Siria cuenta con un sistema de defensa antiaérea bastante poderoso y eficiente que se basa en los misiles antiaéreos de fabricación soviética y rusa, aparte de la aviación de caza, según se desprende de la información del Instituto londinense de estudios estratégicos recogida en la revista The Military Balance. Se trata de los misiles S-75 Dvina, S-125 Neva y S-200 Angara que, como sabrán los expertos, fueron usados contra los aviones norteamericanos en Vietnam y contra los israelíes en Egipto.

Damasco tiene en su haber casi 650 misiles de ese tipo. Súmese a ello medio centenar de sistemas de misiles antiaéreos Kub o Kvadrat (que se conocen en Occidente por el nombre de SA-6) y Osa-AK (SA-8), que están en dotación del Ejército de Tierra sirio. Los militares sirios tienen incluso los misiles S-300.

Todos los sistemas mencionados se caracterizan por un alcance de entre 2 y 300 Km, en distancia, y hasta 25 Km, en altura. Unos cuantos sistemas más del modelo Strelets no van a alterar mucho el entramado ya existente en materia de defensa antiaérea, y los expertos militares de Tel Aviv lo entienden perfectamente. Como máximo, podrán renovar un tanto el parque de equipos ya obsoletos pero en ningún caso influirán en el equilibrio militar que se ha configurado en esta región.

¿Entonces por qué se ha iniciado justo ahora el escándalo en torno a la venta de esas armas a Damasco? La respuesta parece evidente: dentro de pocos días, los presidentes George W.Bush y Vladímir Putin se darán cita en Bratislava, durante la cumbre de la OTAN, y a pesar de que Washington y Moscú no se cansan de repetir que nada ha cambiado en la relación amistosa entre ambos mandatarios, hay quienes quisieran complicar esos contactos al máximo, por supuesto, en beneficio propio.

Por lo menos, expulsarla a Rusia desde el mercado de armamentos en el Medio Oriente para quedarse con su cuota, evaluada en torno a USD 1.500 millones anuales. Vale la pena luchar por semejante trozo. Tampoco podemos descartar la existencia de otro objetivo: demostrar a aquellos Estados que no lo hayan entendido hasta la fecha que son precisamente Tel Aviv y Washington - no Moscú, ni otras capitales europeas, ni siquiera Nueva York donde se encuentra la sede del Consejo de Seguridad de la ONU - quienes toman todas las decisiones cruciales en esta zona.

Con todas las consecuencias que emanan de ello. Por último, hay quienes podrían estar interesados en el fracaso del acuerdo ruso-estadounidense cuya suscripción está prevista durante la cumbre de Bratislava y el cual contempla reforzar el control sobre los sistemas portátiles de misiles antiaéreos.

Muy pocos políticos o hasta diplomáticos se percatan de la diferencia entre un sistema portátil como el Igla y una combinación de equipos de control y módulos de lanzamiento como el Strelets. Algunas personas esperan, probablemente, que los líderes de Rusia y EE.UU. no tendrán tiempo suficiente en Bratislava para entrar en los detalles.

Lo importante es demostrar que Rusia, sin haber firmado el acuerdo, ya está cometiendo una violación burda. Por desgracia, no es un método novedoso pero confiemos en que no va a funcionar ahora ni en el futuro.