Mientras prepara la aparición de su tercer disco como solista, Palo 3, prevista para junio, el cantante de grupos como Los Visitantes habla de las inminentes novedades que trae bajo el brazo, pero también de los tiempos en los que se bajó sin darse cuenta de la autopista del éxito para encontrar su propio camino.

– ¿Cómo va a ser tu nuevo disco?

– Hace años que estoy meta con el sonido acústico, tocando la guitarra criolla en vivo. Y el año pasado cuajó una agrupación. Pasó algo fuerte con Gustavo Semmartín, que venía tocando la guitarra como invitado. El es bajista, estudió bajo, tocó en bandas y se compró un contrabajo. Y en un viaje a La Habana, para participar en el Homenaje al rock argentino, comocí a Raúl Gutta, el baterista de Teresa Parodi. Y es lo que estaba buscando a nivel percusión: Raúl está con lo afroamericano a pleno, aparte es correntino, tiene una cultura telúrica innata. El grupo me emocionó tanto que le pusimos Palo y El Ritual. Si bien no voy a sacar el “Palo”, porque es parte de mi carrera solista y no quiero pecar de falsa modestia, que quede claro: también somos El Ritual.

– Por lo que decís, es tu disco más acústico.

– Sí, lo considero el disco que quiero hacer desde que soy solista. Cuando empecé, en diciembre del 99, ya tenía la idea de la guitarra criolla, el contrabajo y la percusión. Pero bueno, tardé siete años en llegar a concretarla. Parecía que iba a ser fácil, pero 2000 vino con su locura. Y compuse temas de rock pesado como “La nueva flor”. Siempre le puse el pecho a lo que salía de la composición, tiene que ver con el subconsciente. No compongo pensando “voy a crear un aire tanguero”. Sale lo que sale. Y en ese momento salió A través de los sueños, un disco con un sonido más poderoso y rockero.

– ¿Y cómo describirías a las nuevas composiciones?

– Son canciones con rasgos psicodélicos o pop. No hago folclore, ni tango: soy el mismo de antes. Hay algo que me impulsa hacia las raíces, es un camino que tiene que ver con la resistencia cultural. Un aire de candombe, una milonga, un valsecito, un huayno o una cumbia suburbana son nuestras defensas para ponerle un freno a cuarenta años de penetración anglosajona, como mínimo. Es una forma de hacer política.

– Hace casi una década que asumiste ese compromiso, ¿qué balance hacés?

– Estoy muy contento, en lo personal y en el movimiento que se generó. Veo que en el siglo XXI han surgido infinidad de proyectos de tango o de música urbana acústica. Quizás la vi un poco antes: fue una intuición. El movimiento actual empezó con Omar Viola en el Paratango, allá por el 92. Empezó a dar clases de tango para los travas y los freaks como nosotros. De hecho, Omar eligió a Los Visitantes para inaugurar el nuevo Parakultural en Chacabuco. Es muy loco, porque de ahí viene la mitad de la cultura actual.

– Para alguien con una historia de militante, ¿cuánto de militancia puede haber en tu trabajo como artista?

– Me gusta pararme en la cultura griega, el concepto de que primero viene la poesía y después la tesis filosófica. En mi caso, escribo sin querer, sin pensar. Y después hago un razonamiento o un discurso sobre eso. La canción es un ente libre: cuanto más personal, más válida. Morrison decía que lo más revolucionario es la belleza. Vengo de la sociedad de fomento, me gusta juntarme con mis amigos y discutir. Con la gente de mi generación hay un debate político permanente. Los domingos hacemos asado y jugamos al fútbol, pero lo interesante es cuando se empieza a hablar y se ven las posiciones de cada uno. Soy muy político en ese sentido: me interesa la política como arte del diálogo. Valoro mucho el disenso, entender las diferencias que puede hablar con gente de otra clase social, alta por ejemplo. El enemigo más importante está dentro de uno. Los de afuera no son mis enemigos, son mis hermanos y me interesa saber cómo piensan.

– Hablando de tu generación, con Los Visitantes fuiste contemporáneo de bandas como Los Piojos y Bersuit Vergarabat. ¿No pensás a veces que podrías haber alcanzado el mismo nivel de popularidad?

– Estoy orgulloso del lugar que ocupo. Y de haberme bajado del éxito de la década del 90. En realidad, son elecciones del subconsciente: no es que me propuse ser antisistema. De todas formas, creo que es un lugar muy mío: estaba ahí, alguien lo tenía que ocupar. Hay algo que nunca me gustó del hecho de participar de una banda de rock, que tiene que ver con la demagogia y la hipnosis. Me chocaba desde que tenía veinte años, desde Don Cornelio y La Zona. El escenario es un lugar hipnótico. Y la hipnosis es dominación. Y yo estoy en contra de la dominación. Son cosas sutiles que empiezan a horadarte la cabeza. En una época, con Los Visitantes me jactaba y disfrutaba de mis errores porque eran, justamente, antídotos contra la hipnosis. Aparte, odio las actitudes demagógicas, más allá del rock. Tuve tres grupos: Sempiterno, Don Cornelio y Los Visitantes. Y en todos, finalmente, en la mitad del show lo único que escuchaba era “¡Palo! ¡Palo!”. Me daba mucha vergüenza, porque me parecía de mal gusto para mis compañeros. Por varios lugares, entonces, me empezó a hinchar las pelotas el concepto de “banda de rock”. Podría decir cosas tremendas: en Estados Unidos no hay nada más grasa que una estrella de rock. Es un personaje que tiene rasgos patéticos, chauvinistas, omnipotentes. En parte, estoy acá por Spinetta. Y él es un ejemplo, que sirve para entender cómo se dio la historia de Los Visitantes. La única manera de ser una estrella de rock y ser más o menos digno, es ser autodestructivo, como Kurt Cobain o Jimi Hendrix. Y es un precio muy alto.

– Alguna vez usaste la palabra catarsis para definir a tus canciones…

– Sí, la catarsis es fundamental: es la transformación de algo oculto para ponerlo a la luz. Algo que yo mismo no conozco, que está dentro mío y sale para afuera con una canción. Igual, con los años y el devenir de la vida, me he parado, con mucho dolor y sacrificio, en un lugar de placer. Parecido a como era antes de empezar con la vida discográfica profesional. Es una cuestión cíclica, me siento un poco como de 21, me gusta ir a ensayar, amo a mis músicos, nos reímos. No quiero liderar: quiero delirar y que cada uno haga lo que pueda, lo que sienta. Y también quiero entregarme y componer desde el amor. Son palabras muy dichas, pero al mismo tiempo muy profundas. La música es placer y descubrimiento. Hago música para hablar de lo espiritual, lo invisible. Ese es mi motor: la liberación espiritual. Como un místico. Como Luca Prodan.

(*) Nota publicada por la revista Acción